Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 27: Repartiendo halagos

Noah:
Roxana, perdóname.
Surgió una situación con los padres
de Zoe y me ha pedido que la
acompañe a casa de ellos.
No podremos asistir hoy,
pero Isaac ya se encuentra en camino.
6:28 P.M.

Le doy un trago a mi cerveza y releo una vez más el mensaje de texto de Noah. Texteo que no se preocupe y que espero que todo esté bien en respuesta antes de dejar mi teléfono de lado y volver a beber de mi tarro.

Parece ser que esta será una larga noche.

—Vaya, esto es un verdadero milagro. —El castaño irrumpe en el bar minutos más tarde y toma asiento en el lugar frente a mí.

Enarco una ceja en su dirección.

—El que hayas llegado antes, quiero decir. —Se desprende de su chaqueta, revelando debajo de la misma un suéter de tela fina. Río al percatarme de ello—. Ey, ¿qué te causa tanta gracia?

—Si estás consciente de dónde nos encontramos, ¿cierto? —inquiero con algo de mofa.

Isaac cruza sus brazos sobre su pecho.

—¿Qué sugieres con eso?

—Que nadie viene a un bar vestido con un suéter de esos para ver la final de fútbol americano.

De inmediato baja la vista hacia su atuendo.

—¿Qué tiene de malo? —reprocha.

—No dije que tuviera algo de malo —me defiendo—, simplemente te ves... curioso.

—¿Curioso?

—Ahí está —Chasqueo los dedos—, tu manía de repetir las últimas palabras.

El muchacho suelta un gruñido por lo bajo.

—No es intencional.

—Sí, estoy bastante segura de que así funcionan las manías —menciono con algo de gracia.

—¿Los otros dos no vienen? —Cambia radicalmente de tema, y tengo que obligarme a mí misma a no soltar una pequeña risa. Es divertido cabrear a este chico.

—Tuvieron que ir a visitar a los papás de Zoe —explico con algo de extrañeza—. ¿No te dijo Noah?

Isaac ladea la cabeza un poco antes de negar.

—No, no sabía nada. ¿Están bien?

—Eso creo —enuncio con vacilación—. Me ha avisado unos minutos antes de que llegaras.

—¿Te molesta si le llamo? Solo quiero asegurarme de que no necesitan nada.

Meneo mi cabeza y hago un ademán con la mano.

—Sin problema —aseguro.

—Vale, gracias.

Coge su teléfono y segundos después se lo lleva a la oreja para empezar a hablar.

—Ey, Noah. Roxana me ha dicho que tuviste una situación con tu chica, ¿todo en orden? —Se oyen murmullos confunsos del otro lado—.  Vale, si necesitan algo no duden en hacérnoslo saber, ¿de acuerdo? —Más sonidos inadvertidos—. No hay de qué, hombre. —Isaac se despega el aparato apenas unos centímetros antes de volver a acercarlo a su oído y esbozar una media sonrisa—. Serás cabrón.

Dicho eso último, cuelga finalmente la llamada.

—¿Puedo suponer que por esa despedida que todo está bien?

Isaac parece caer en cuenta de mi presencia frente a él. Se aclara la garganta y asiente con la cabeza.

—Sí, no es nada para preocuparse.

Entrecierro mis ojos ligeramente hacia él.

—Vale.

Un camarero se acerca a tomar nuestro pedido y, esta vez, Isaac cambia la cotidiana botella de agua por una lata de refresco. Cuando el hombre se retira hacia la barra, recargo mis antebrazos en el borde de la mesa y descanso mi cabeza sobre mis puños.

—¿Ya me vas a confesar la verdadera razón por la cual no bebes? —cuestiono.

Isaac se tensa notoriamente.

—Ya te he dicho que no es bueno para la salud.

Le doy una mirada severa, claramente no creyéndole ni una palabra.

—Ambos sabemos que eso no es verdad —reprocho.

—Sí lo es —sostiene él.

—Bueno, puede que en parte, pero dudo que sea el motivo principal.

—Es la única respuesta que puedo darte en este momento —decreta.

—Está bien —me conformo. Sé que hay algunos temas más difíciles de contar que otros—. ¿Te gustan los deportes? —Señalo con un movimiento la pantalla más cercana a nuestra mesa, donde ya se están reproduciendo las imágenes previas al partido.

—Lo creas o no, solían gustarme.

—¿De verdad? —Mis cejas se elevan un poco ante su confesión.

Isaac asiente con la cabeza, y una minúscula sonrisa baila en sus labios.

—Incluso practicaba algo antes.

Tras unos segundos de vacilación, me atrevo a sugerir:

—Eras surfista, ¿no es así?

Las palabras se atoran dentro de su boca, así que solamente me da la razón con un movimiento de cabeza.

—¿Cómo lo supiste? —inquiere.

Me remuevo un poco en mi silla.

—Lo deduje aquel día que fuimos a Bowen —explico, rememorando en mis recuerdos—. Noah usó una frase muy específica cuando estábamos decidiendo a cual playa ir, algo como «Tú eres el que sabe de estas cosas». —Hago un intento de imitar la voz de nuestro amigo que resulta un tanto catastrófico—. En fin, supuse que no todos conocían con tal exactitud las playas de Queensland ni tampoco cómo llegar a ellas —concluyo antes de añadir—: Oh, y también que sepas cómo se manejan las mareas y tus conocimientos sobre el surf de remo.

Me abstengo de mencionar que una pista un tanto notoria es su manera de reaccionar ante las olas, porque estoy segura de que eso lo sabe por sí solo.

—Claro, pero el cerebrito soy yo —comenta con un toque sarcástico.

Aquello me obliga a apartar la mirada.

—Que sepa unir cabos sueltos no significa que sea un cerebrito.

—La inteligencia no solo está relacionada con las ciencias exactas, Roxana.

—Yo nunca dije que así fuera —contradigo.

—No, pero sé que lo pensaste en algún momento. —Se recarga ligeramente hacia el frente—. ¿Sabías que hay algo llamado «Teoría de las inteligencias múltiples»? Fue propuesta por un psicólogo estadounidense, y asegura que la inteligencia es una red de conjuntos autónomos relativamente interrelacionados.

—¿Y todo esto viene a colación porque...?

—Porque, según esta teoría, la inteligencia académica no es un factor decisivo para conocer la inteligencia de una persona.

—¿Cuál es el punto, Isaac? —indago con intención de que deje de divagar tanto.

—Que puede que incluso tú seas más inteligente que yo —suelta.

Mi primer impulso es reír.

—Ya, vale.

—Lo digo en serio —sostiene.

—Claro.

—Comprendo las ciencias exactas porque he estudiado para ello —argumenta su punto—, pero eso no me hace el ser humano más inteligente del planeta. —Deja de hablar por un momento—. Hay un tipo de inteligencia denominada «Inteligencia interpersonal».

—¿Y?

—¿Tienes idea de en qué se centra? —Ignora por completo lo cortante de mi voz.

—¿En las personas? —sugiero sin la seriedad necesaria.

Isaac suelta un suspiro exasperado, pero no pierde la cordura.

—En la empatía, Roxana, en la empatía —aclara con la poca paciencia que le queda—. La poseen las personas que son capaces de advertir lo que otros esconden en su interior, aquellas cosas que nuestros sentidos no logran captar generalmente.

—Vaya talento.

Isaac termina gruñendo.

—Que estoy hablando en serio —se queja—. Tú misma lo dijiste, eres buena leyendo a las personas.

—Y no tienes idea del desgaste mental que implica eso, creo que se me han muerto varias neuronas llevando a cabo ese trabajo.

—¿No puedes simplemente aceptar un halago? —espeta.

—Espera, ¿eso era un halago?

Rueda los ojos con hastío.

—Sí, Roxana, era un halago. Ojalá existieran más personas en el mundo capaces de comprender a los demás de las que pueden hacer un problema matemático sin problema.

Lo miro muy seriamente por algunos segundos, y después suelto una carcajada.

—Joder, vas a hacer que me explote la cabeza —brama con malhumor.

—No puedes culparme porque sea divertido sacarte de tus casillas. —Pego mi espalda en el respaldo y cruzo mis brazos sobre mi pecho mientras una sonrisa sigue estampada en mi rostro.

—No es divertido —replica con sus ojos entrecerrados.

—Por supuesto que lo es. —Me muerdo la lengua para no soltar otra risotada—. Gracias, por cierto. Acepto tu halago con gusto.

Isaac alza su mano y la remueve en el aire en un gesto nada refinado como los que suele hacer, claramente cabreado.

—No te enfades, solo estaba jugando.

Deja salir el aire lenta y pesadamente.

—Es que lo peor de todo es que, de hecho, no puedo enfadarme. —Se pasa las manos por el rostro—. No entiendo cómo es que eres la única persona que logra hacerme explotar tan fácilmente, pero, de una manera retorcida, me agrada. ¿Está mal eso?

Sonrío con aprobación.

—No está mal sentirse vivo de vez en cuando, ¿sabes?

—¿Insinuas que discutir contigo me hace sentir vivo? —inquiere.

Me encojo ligeramente de hombros.

—Al menos es de los pocos momentos en que no se te ve dan... —«amargado»— aburrido.

Rueda los ojos y suelta una exclamación.

—¿Nuevamente con lo de aburrido?

Alzo ambas manos en señal de inocencia junto con una sonrisa traviesa en el rostro.

—¿Me lo vas a negar?

—Sí —alega—. Últimamente he mejorado mi actitud, creo que merezco algo de crédito por eso.

Pienso esto por unos segundos hasta darme cuenta de que tiene algo de razón, se ha mostrado más animado en las salidas recientes.

—Vale, tienes razón —digo esta vez en voz alta—. Creo que ya has mejorado un poco.

Aquello lo hace sonreír con algo de suficiencia y orgullo, gesto que no deja ver muy seguido y del cual disfruto en silencio.

—Entonces... —alargo una vez que el mesero se ha retirado después de haber dejado nuestros alimentos—, ¿tienes alguna idea de qué se trata esto? —Apunto con ayuda de una papa frita la misma televisión de minutos atrás.

—Sé lo básico.

—¿De verdad? Pensándolo bien, no sé por qué me sorprende —me corrijo al final.

—Así que hoy andamos repartiendo halagos, ¿eh?

—Yo nunca dije que aquello fuera un halago.

Suelta otro bufido en lo que va de la tarde; yo hago lo mismo con una carcajada.

—Eres imposible —suelta, echándose hacia atrás en su asiento.

—Lo mismo pensaba de ti al inicio, ¿sabes? —menciono sin meditar mucho mis palabras. Cuando su mirada curiosa se clava en mí, sé que ya no hay marcha atrás. Agacho la cabeza por unos segundos antes de verlo nuevamente—. Vale, hay que admitir que aquella noche del karaoke fue bastante...

—¿Interesante? —propone él.

—Interesante sería un eufemismo. —Suelto un par de risitas, y, para sorpresa del mundo entero, Isaac termina uniéndoseme—. Estaba pensando en «extraña», si te soy sincera, pero no en un mal sentido.

Creo que no hace falta especificar porqué.

—Sí, bueno, a veces soy un tipo de lo más raro —admite con completa naturalidad.

—Diferente —lo corrijo—, y diferente no es malo.

—Diferente...

Le doy una mirada significativa debido a su manía, pero él parece estar demasiado sumergido en algo más.

—¿Qué pasa?

Las comisuras de los labios de Isaac se elevan ligeramente.

—La gente suele decir que soy raro —confiesa—, inclusive los que me conocen desde hace años; pero a ti solamente te ha bastado con unos meses para sustituir aquello con «diferente», y es lo más agradable que he escuchado en mucho tiempo.

El peso de sus palabras, y el de las mías, recae sobre mí como un cubo gigantesco que pesa un millar de toneladas. Creo que es el comentario más abierto y personal que Isaac ha compartido conmigo hasta el momento, y aquella franqueza simplemente hace que me quede helada de repente.

—El día de tu cumpleaños dijiste que yo era todo un misterio —continúa ante mi silencio—, y también afirmaste que podrías manejarlo con el tiempo.

Ni siquiera recordaba eso hasta ahora, pero lo que dice es cierto.

—Bueno, sé que no lo prometiste, pero podría decirse que cumpliste tu palabra —concluye.

🏈🏈🏈

Hemos bebido un poco.

Vale, hemos bebido demasiado. Pero no por eso dejamos de ser personas responsables, así que hemos tomado la sabia decisión de dejar el automóvil en el estacionamiento del bar y caminar de regreso a... donde sea que nos estemos dirigiendo en este momento.

—Por favor, dilo de una vez —suelto con un poco de hastío combinado con diversión.

—Tengo que confesarte algo —admite Isaac al mismo tiempo.

Ambos estallamos en carcajadas.

—Hasta aquí puedo oír el ruido de tus pensamientos —acoto.

—Vale, vale —menciona torpemente. Se aclara la garganta varias veces—. En mi vida había visto un partido de fútbol americano.

Atónita, me descuelgo de sus hombros, ya que nos encontrábamos recargados mutuamente en el otro para un mayor equilibrio, y detengo mis pasos en la acera.

Antes de que pueda alegar, Isaac se apresura a arrebatarme la palabra.

—Investigué un poco antes de venir. Bueno, bastante, tal vez.

—¡Eso no es jus...! —Me callo al recordar algo—. Yo también tengo una confesión que hacer.

Las cejas de Isaac salen disparadas hacia el cielo.

—A ver.

—En Halloween, antes de ir a la fiesta, también averigüé acerca de los primeros viajes espaciales...

—Lo sabía.

—¡Oye! —me quejo.

—Eh, no me puedes reprender.

—¿Qué se supone que significa ese «lo sabía»? —Me cruzo de brazos.

—Bueno, simplemente lo intuía.

—¿O sea que no pensabas que fuera lo suficientemente culta como para saber aquel dato?

—Yo nunca dije eso —se excusa—, pero si la bota te queda...

—¿Acabas de citar a Woody?

Isaac eleva sus brazos en un gesto de inocencia antes de dar media vuelta sobre sus talones, en un acto grácil, y continuar caminando.

—Así que puedes ser divertido, ¿eh? —comento a sus espaldas para después retomar el paso.

—Tal vez.

Suelto una pequeña risa.

—Claro —lo provoco.

—¿No me crees capaz?

Relamo mis labios.

—Yo nunca dije eso, pero si la bota te queda...

Isaac se detiene de golpe y permanece en esa posición por unos instantes. Lo siguiente que sé es que se está quitando la camisa y el calzado con movimientos torpes.

—¿Qué crees que estás haciendo? —susurro por alguna razón.

Retira su zapato derecho con dificultad antes de erguirse nuevamente y sonreír de manera ladina.

—Demostrándote que estás equivocada.

Antes de darme cuenta, Isaac desciende corriendo hasta la playa que bordea la acera y, sin previo aviso, se zambulle entre las olas. Mi corazón late con fuerza durante el tiempo en que su cuerpo no emerge a la superficie, pero la tranquilidad regresa cuando su cabeza se asoma entre la masa de agua y suelta un alarido eufórico.

—Mierda, Isaac, es de madrugada ya —lo recrimino.

—¿Y qué más da? Nademos un rato.

—Has perdido la cabeza.

El chico suelta un bufido.

—Te la pasas diciendo que soy aburrido y, cuando por primera vez te propongo hacer algo divertido, te comportas como una madre estricta.

—Primero que nada, no me la paso diciendo nada acerca de tu forma de ser, excepto cuando bromeamos sobre eso. —Enumero con mis dedos—; segundo, no estoy segura de que nadar semidesnudos, borrachos y a oscuras pueda considerarse como algo divertido; y por último, no me estoy comportando como una madre estricta.

—Mentiras, mentiras y más mentiras —canturrea.

—Vámonos ya.

—No.

—Isaac.

—Entra.

—Sal.

—No pienso hacer eso.

Inhalo con pesadez.

—Me voy a ir.

—No lo harás —asegura.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Eres demasiado buena como para dejarme aquí.

Suelto un gruñido sabiendo que está en lo correcto. No me detengo a pensarlo demasiado antes de deshacerme de mis zapatos y, con la ropa puesta, correr en dirección a la playa y dejar que el agua impacte contra mi cuerpo. Salgo de la misma con un leve tiriteo.

—Está fría.

—La sensación de frío es psicoló...

—Oh, Dios, no inicies ahora —pido de manera poco amena.

Emite una suave risa.

—Vale, me callo.

Enrollo mis brazos alrededor de mi cuerpo en una especie de abrazo para intentar entrar el calor.

—Estás dentro del agua —declaro al cabo de unos segundos, percatándome de aquel significativo detalle.

—Estoy dentro del agua —repite Isaac, flotando libremente sobre la leve marea que se produce—, y es genial.

—¿Por qué dejaste de hacerlo? —El cuestionamiento abandona mi boca en un impulso incitado por la curiosidad.

—Apareció la cimofobia.

—¿Acabas de evadir la pregunta? —inquiero sin que se convierta en un reclamo, solo para asegurarme de que nuestros cerebros beodos estén en la misma sincronía.

—Tal vez.

—Vale.

—Es...

—Complicado —termino por él.

—Sí, complicado.

—Entiendo —digo, y lo hago con sinceridad.

La conversación se acaba en ese momento, y nos vemos envueltos en un profundo y cómodo silencio. Así se siente la mayor parte del tiempo al estar con Isaac: cómodo. No hay intenciones escondidas ni miradas curiosas. Es como si nuestros planetas dejaran de colisionar contra los otros cuerpos celestes existentes en el propio universo de cada uno tras haber estado durante años en una guerra intergaláctica.

Es agradable tener un poco de paz entre tanto caos.

No podría decir si han pasado segundos, minutos u horas hasta que finalmente salimos del agua; yo, tiritando y él, sonriendo. Intento convencerme a mí misma de que los temblores en mi cuerpo valen la pena por aquella expresión tan extraña de ver en él.

—Deberías hacerlo más seguido —suelto de repente.

—¿Darme un chapuzón entre las olas?

—Sonreír.

—Es...

—¿Complicado?

—Difícil —me corrige.

—Por supuesto que no. —Meneo mi cabeza, arrepintiéndome instantes después debido al dolor que esto me produce. Avanzo unos pasos hasta Isaac y elevo una mano hacia su rostro, tocando las comisuras de sus labios—. Solamente tienes que apuntar estas dos esquinas hacia esos astros que tanto te gustan. —Deslizo mis dedos hacia arriba, provocando que la piel de su boca se estire en esa dirección—. ¿Ves? Sencillo y...

Segundos después ya no son mis dedos los que están sobre sus labios, sino mi boca misma.

Me toma mucho tiempo —demasiado, quizá— darme cuenta de lo que está pasando. Pero demoro aún más en darme cuenta de que sus labios no son los únicos que se están moviendo.

Es un beso torpe, a decir verdad, incluso un tanto catastrófico; realista dado el estado en que se encuentran nuestros sistemas. Aun así, creo que ambos estamos intentando dar lo mejor de nosotros, aunque realmente no está funcionando.

Isaac se separa abruptamente de mí.

—Lo siento.

—Me besaste. —No estoy segura si lo pronuncio como pregunta, afirmación o queja.

—Sí —admite como si no fuera obvio—. Y tú a mí.

—Sí —confirmo igual que él.

—No debimos haber hecho eso —manifestamos al unísono, para después soltar un suspiro de alivio con la misma coordinación.

A pesar de estar de acuerdo en ese aspecto, me es inevitable no agachar la mirada y tener deseos repentinos de poder convertirme en un avestruz para poder enterrar mi cabeza en la arena. Mierda, solamente espero que ninguno de los dos recuerde esto dentro de unas horas. Probablemente llegando al hotel me empine una botella de tequila para borrar cualquier recuer...

—¿Nos vamos? —Su voz me saca de mis pensamientos.

—Sí, por favor.

Subimos de nuevo a la acera que conduce a nuestros respectivos caminos y tomamos nuestras pertenencias que habíamos dejado desparramadas en el suelo; una decisión poco inteligente, si se me permite opinar.

A pesar del embarazoso momento que acabamos de compartir y que ha provocado que el calor suba a mi rostro, el resto de mi cuerpo sigue teniendo el mismo frío que cuando salí del agua, y el aire que sopla a esta hora de la madrugada no es de mucha ayuda.

Isaac me observa de soslayo en varias ocasiones, pero se abstiene de comentar o hacer algo. No obstante, tras lo que parece ser el conflicto de pensamientos más largo de la historia, termina extendiendo su brazo derecho hacia el costado. No entiendo el motivo de su gesto hasta que arrastra las palabras diciendo:

—Ven, estás temblando.

Sin importarme lo cohibida que estoy, ni el hecho de que nuestros labios hayan estado en contacto segundos atrás, o la extraña tensión que flota entre nuestras galaxias de vez en cuando, me acerco hasta él y permito que el calor de su cuerpo se propague al mío.

.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .

Pasaron muchas cosas en muy poco tiempo aquí 👁👄👁

Procederé a retirarme lentamente... No sin antes advertir que debes prepararte mentalmente para el siguiente capítulo.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
–ℳau♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro