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Cap. 25: Nacionalidad compartida

¡Achu! —Thiago sorbe su nariz.

Coloco una mano sobre su espalda.

—¿Cómo te sientes?

—Estoy bien —asegura encogiéndose de hombros—. Solo son unos estornu... ¡Achu!

Tuerzo mis labios en una mueca.

—¿Estás seguro de que aún quieres salir? —le hago la misma pregunta por séptima ocasión—. Podemos posponer la cena para cuando te sientas mejor.

Niega rápidamente con la cabeza.

—No me siento mal, de verdad.

—¿Seguro? —Entrecierro mis ojos hacia él.

—Sí, señora. —Hace un saludo militar.

Bueno, su humor sigue intacto.

—Vale, pero yo manejo —sentencio tomando las llaves del vehículo, a lo que él responde con un asentimiento de cabeza.

Después de manejar por unos minutos sobre la acera, aparco el auto frente a un restaurante al aire libre. Apago el vehículo a la vez que Thiago se apresura a salir del lado del copiloto y trota rodeando el vehículo para ayudarme a bajar. Entrelazamos nuestros dedos y caminamos hasta la entrada del restaurante, donde esperamos un corto periodo de tiempo para que nos asignen una mesa, ya que el lugar estaba bastante lleno.

Una vez que tomamos asiento, me dispongo a observar el lugar. Meseros caminan rápidamente de un lado a otro con charolas en las manos, gente entra y sale de la cocina con desesperación, y el resto de las personas se encuentran charlando tranquilamente como si alrededor suyo no estuviera hecho un caos. El lugar es lindo; elegante, pero no de esos que apestan a dinero apenas pones un pie adentro.

Cuando mis ojos curiosos siguen barriendo el lugar, me topo con una mirada color chocolate. La chica de la mesa de junto esboza una sonrisa y hace un leve saludo con la mano, el cual le regreso un poco avergonzada. Con ese suceso doy por finalizado mi escaneo visual.

Llega el mesero a pedir nuestra orden, y a los pocos minutos regresa con nuestras bebidas, pidiendo disculpas por si la comida tarda un poco más de lo normal debido a la cantidad de comensales.

—Es bonito —comento en voz alta, dándole un sorbo a mi limonada.

Thiago, quien hasta este momento se encontraba observándome fijamente con los antebrazos recargados sobre la mesa, y su cabeza apoyada sobre sus manos hechas puños, asiente con la cabeza dándome la razón.

—Concuerdo contigo, chaparra.

A pesar de tener los síntomas básicos de lo que podría llegar a convertirse en un resfriado, luce bastante bien. La camisa que trae puesta se le ajusta a su proporcionado cuerpo, haciendo resaltar el bronceado de su piel aún con la ausencia de los rayos del sol. Lo único diferente en él es que la punta de su nariz se encuentra un tanto roja, y su tono de voz es distinto.

Al cabo de unos minutos, llegan nuestros platillos. La espera sí fue un poco larga, pero valió la pena; la comida estuvo deliciosa.

Él me está hablando sobre una nueva canción que escuchó hace poco cuando damos los últimos bocados a nuestros alimentos.

—¿Te sientes bien para ir a la marina? —Limpio la comisura de mis labios con una servilleta.

Thiago había estado insistiendo desde que salimos de la playa en que, haciendo caso a la recomendación de los hombres que nos rentaron la cuatrimoto, fuéramos a escuchar la música en vivo. Yo le debatía la propuesta, ya que no quería que se descuidara y terminara enfermándose innecesariamente.

Termina de tragar un trozo de comida antes de hablar.

—Sí, creo que la cena me sentó bastante bien, me siento mejor que antes.

Entrecierro mis ojos hacia él, buscando algún indicio de vacilación en su expresión. Al no encontrar nada, asiento con la cabeza dándole la razón, por lo que sonríe.

Checa la hora en su reloj de muñeca.

—Tenemos poco menos de una hora antes de que inicie la música. ¿Quieres otro de esos? —me pregunta señalando mi vaso ya vacío

Asiento con la cabeza.

—¿Me lo pides, por favor? Voy al baño.

—Está bien.

Llama al mesero con una mano, en lo que yo me levanto de mi asiento dirigiéndome a los sanitarios.

Atravieso la puerta y me encierro dentro de uno de los cubículos para hacer mis necesidades. Una vez que termino, tiro de la cadena del inodoro y abro la puerta, llevándome un susto de muerte.

De mi boca sale un grito ahogado, seguido de una exclamación.

—¡Jesús! —Por instinto pongo una mano a la altura de mi pecho.

La otra chica que se encontraba retocando su maquillaje frente al espejo, pega un brinco al escucharme gritar, manchándose el párpado de rímel.

—Lo siento, lo siento —me apresuro a decir—. No era mi intención asustarte, es solo que no te oí entrar.

La chica coloca una mano en su cintura y la otra la bate en el aire restándole importancia. Para mi sorpresa, se empieza a carcajear.

—Linda, tendrías que haber visto tu cara. Sé que no soy la más guapa, pero tampoco creí verme tan mal.

Abro mis ojos y mis mejillas se tiñen de un ligero rosado.

—No, no. Discúlpame de verdad, no era mi intención pegar un grito así...

—Tranquila, chica, estoy vacilando —responde aún riéndose.

—Espera, ¿eres mexicana? —le pregunto con emoción.

—De nacimiento y de corazón —enuncia orgullosamente—. Apenas te escuché gritar, supe que tenía a una paisana frente a mí.

—Hay algunas costumbres que ni con el tiempo cambian.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —cuestiona inclinándose hacia delante para arreglar el desastre que es su ojo manchado de negro.

—Uhm... La verdad es que sí. Unos seis meses —explico mientras enjuago mis manos.

—¡Válgame Dios! ¡Eso es muchísimo tiempo! —comenta riendo.

—¿Y tú?

Nah. —Agita una mano en el aire—. Llegué con mi hermano hace una semana por las vacaciones de fin de año.

—Un momento... —Observo fijamente sus ojos, recordando algo—. ¿Eres la chica de la mesa junto a mí, no es así?

—Es correcto —afirma guiñándome un ojo, ya maquillado correctamente—. Soy Alexa. —Me ofrece su mano.

—Roxana. —Le doy un apretón—. Mucho gusto.

—El gusto es mío, Roxana.

Cierro la llave de paso del agua, y me dedico a secar mis manos, mientras Alexa se recarga en uno de los lavaderos.

—¿Entonces el chico con el que estabas cenando es tu hermano? Se nota el parecido.

Ella ríe. Tiene una risa bonita.

—Sí, ese mono parlanchín es mi hermano menor. Tú igual venías acompañada de un chico, ¿no es así?

Mi boca se abre y sin poder evitarlo, una boba sonrisa se asoma en mi rostro.

—Sí, es mi novio.

La chica me da una mirada picarona y me codea juguetonamente.

—Vaya, vaya. Hacen linda pareja.

Me sonrojo un poco, agachando la mirada.

—Gracias.

Cuando la chica iba a contestar, mi teléfono comienza a sonar interrumpiéndola. Rápidamente lo tomo en mis manos; el registrador de llamadas me hace saber que es Thiago el que me marca.

—Es él. —Señalo la pantalla de mi celular, algo apenada por la interrupción.

—No pasa nada, contesta. —Sonríe amablemente, achicando sus ojos unos segundos.

Llevo el celular a mi oreja, a la vez que pulso el botón verde para responder.

—¿Bueno?

Ey, Rox, ¿todo bien?

—Sí... ¿Por qué?

Bueno, llevas quince minutos en el baño. Te envié un par de mensajes y no respondías. Temí que te hubiera tragado el inodoro o algo así —bromea.

—¿Quince minutos? —exclamo sorprendida—. Dios, eh, yo... Ya salgo. —Cuelgo sin esperar respuesta.

—¿Todo bien? —me pregunta Alexa.

—Sí. —Asiento con la cabeza—. ¿Te parece bien si seguimos afuera? Me gustaría presentártelo.

Alexa me enseña sus dientes en una amplia sonrisa.

—Claro que sí.

Juntas salimos del baño como si fuéramos amigas de toda la vida, riéndonos por un comentario que ella hizo hasta llegar a nuestras respectivas mesas. Thiago, quien se encontraba muy entretenido observando el mantel, nos enfoca y eleva una ceja, extrañado.

Me aclaro la garganta antes de hablar.

—Thiago, ella es Alexa. —Señalo a la chica junto a mí, quien eleva la mano a modo de saludo—. Alexa, ella es Thiago.

Mi chico cambia su expresión por su típica sonrisa, antes de ofrecerle su mano.

—Mucho gusto.

La castaña junto a mí acepta su apretón.

—Igualmente.

Alexa es quien rompe el saludo, desviando la mirada hacia su lado derecho, y clavando sus ojos en el chico sentado en la mesa de junto, que está tecleando efusivamente en su celular.

—Fernando —lo llama, a lo que él se sobresalta, alzando la vista—. Acércate a saludar.

El chico nos detalla unos segundos con la mirada, antes de guardar el dispositivo en uno de sus bolsillos y ponerse de pie, parándose a lado de su hermana.

—Ey. —Da un asentamiento de cabeza.

Alexa lo recrimina con la mirada, dándole un codazo no muy discreto justo en las costillas.

—¡Ey! —se queja Fernando.

—Así está mejor. —La castaña sonríe con suficiencia, ganándose una mala mirada de su hermano.

Thiago se aclara la garganta.

—¿Quieren sentarse con nosotros?

—Oh, claro —acepta Alexa.

Se gira para cargar su silla y colocarla a un lado de nuestra mesa, pero Thiago se le adelanta poniéndose de pie y acercándose para ayudarla, a lo que ella le agradece. Fernando se queda de pie, esperando ayuda igualmente, a lo que Thiago lo ve con una ceja enarcada; pero alzándose de hombros, se agacha para cargarle la silla, a lo que Fernando sonríe, ganándose un golpe en la nuca de su hermana. Yo río ante la escena.

—Y bien... —Thiago es quien inicia la conversación, una vez que ya los cuatro estamos sentados—. ¿Cómo se conocieron? —Nos observa significativamente a Alexa y a mí.

Ella y yo compartimos una mirada cómplice, antes de reír por lo bajo

—En el baño —contesto yo, ganándome una mirada extraña por parte de los dos hombres de esta mesa—. ¿Qué?

—¿Hablas en serio? —cuestiona Fernando.

Yo asiento con la cabeza y él bufa.

—¿Entonces por eso las mujeres van juntas al baño? ¿Para hacer nuevas amigas mientras se lavan las manos? —pregunta Thiago con tono burlón, reprimiendo una risa.

—En realidad, lo de nosotras fue coincidencia —aclara Alexa, a lo que Thiago asiente.

Después de unos segundos de silencio, este es roto por Fernando.

—¿Son novios o algo así?

—¡Fernando! —le reclama su hermana.

—¿Qué?

—No seas metiche.

Él rueda los ojos.

—Se le llama ser curioso.

Alexa está a punto de contestarle, por lo que me adelanto diciendo:

—Sí, somos novios.

El chico asiente en respuesta.

—Se nota. —Hace un gesto con la cabeza a la mano de Thiago, que se encuentra sobre la mía.

—Aquí tienen. —El mesero llega a poner nuestras bebidas en la mesa—. Lo siento por la tardanza. ¿Puedo ofrecerles algo más?

—Disculpe. —Alexa llama la atención su atención—. Eh... Soy de la mesa de al lado. —Señala con una mano el lugar que ocupaba antes—. ¿Podría traerme otra copa, por favor?

El muchacho ladea un poco la cabeza, como si estuviera procesando la petición, para de ahí asentir antes de marcharse.

—¿Qué les ha parecido Australia? ¿Les ha gustado? —pregunto a los hermanos, tratando de iniciar la conversación.

—Superó por mucho mis expectativas —admite Fernando, entrelazando sus dedos por detrás de la cabeza.

—¿Y qué los atrajo aquí? —cuestiona esta vez Thiago, acariciando mi mano sobre la mesa.

Esta vez es Alexa quien da la respuesta.

—Solemos pasar Año Nuevo juntos y, cuando las condiciones nos lo permiten, aprovechamos las vacaciones para viajar. Por un proyecto de mi carrera, tuve que hacer una investigación sobre Australia; y cómo este año me tocaba escoger el destino, decidí que sería buena idea comprobar la belleza del lugar con mis propios ojos.

—¿Qué estudias? —indago con curiosidad.

—Una licenciatura en turismo —enuncia con orgullo en su voz, reacomodándose en su silla.

El simple hecho de ver la sonrisa que se apodera de su rostro al pronunciar esas palabras, me hace sonreír a mí también.

«¿Qué quieres ser cuando seas grande?»

La típica pregunta que resulta muy fácil de responder para algunos, mientras que para otros es su mayor temor; quiero recalcar que formo parte del segundo grupo de personas. Nunca tuve una idea clara de que estudiaría en un futuro, mientras algunos de mis compañeros ya tenían bien definido su plan de vida a pesar de su corta edad, yo siempre me encogía en mi asiento sin saber qué responder. ¿Cómo esperan que a nuestros dieciocho años sepamos qué queremos hacer por el resto de nuestras vidas? No todos somos capaces de tomar una decisión de esa magnitud.

Suelto un suspiro involuntario al recordar las largas conversaciones con mi madre respecto al tema. Ni ella ni mi padre me presionaron jamás a inclinarme hacia cierta carrera; puedo decir con completa sinceridad que tanto a Olimpia como a mí nos dieron la absoluta libertad de elegir algo que nos apasionara, que nos hiciera felices. Pero al concluir la preparatoria, a pesar de esa libertad, no me sentí lista para decidir el rumbo que tenía que tomar mi vida en el ámbito profesional; una razón más por la cual decidí emprender este viaje, a lo cual mis padres no se opusieron.

Con la llegada del camarero nuevamente a nuestra mesa, regreso a la realidad.  Le extiende su bebida a Alexa antes de retirarse.

—¿Y cuánto tiempo llevan juntos? —cuestiona la castaña, dándole un sorbo a su copa.

Fernando está a punto de recriminarle algo, cuando Thiago se adelanta evitando la catástrofe.

—Tres meses con cinco días —afirma con absoluta certeza, sorprendiendo a los hermanos, y a mí también.

—Guauexclama Alexa—. Pues parece que se llevan bastante bien para el poco tiempo juntos.

—Bueno, en realidad nos conocemos hace medio año —aclaro.

—Oh, ya veo —menciona—. Se ven lindos juntos.

—Gracias —contesta mi novio con una sonrisa, incitándome a hacer lo mismo.

—¿Y cómo se conocieron? —Fernando es quien hace el cuestionamiento y, cuando siente la mirada de su hermana, se dirige a ella—. Ni se te ocurra decirme que no sea metiche, tú también los estabas interrogando.

Yo río por lo bajo y mis ojos se conectan con los de Thiago, debatiendo silenciosamente quién contará la historia. Al final él termina hablando.

—Coincidimos en el mismo hotel, nos encontramos en la recepción y la invité a cenar. Ahí empezó todo.

—Atrevido, ¿eh? —Alexa me codea juguetonamente—. ¿Entonces fue algo así como amor a primera vista?

Thiago abre la boca para responder, pero lo interrumpo.

—Yo no estaría tan segura de eso... —con mi comentario, me gano una mirada curiosa de los tres—. La primera vez que me vio me llamó maleducada.

Los dos hermanos estallan en carcajadas, y Thiago me observa ofendido.

—¡Ya te dije que eso no es verdad! —se defiende este último.

—Acepta tus errores.

Él suspira.

—La historia correcta es que, yo estaba atendiendo un problema en la recepción y ella interrumpió mi conversación con el muchacho; claramente no reaccioné de la mejor manera —acepta, rascando su nuca—. Pero después me comporté de buena manera contigo. Creo que ya estoy más que perdonado.

—¿Y qué te hizo invitarla a salir? —Fernando pregunta, recargando sus antebrazos en la mesa.

Oh, esta respuesta me interesa.

Thiago se toma su momento antes de contestar.

—Es difícil de explicar, pero —Sus ojos se clavan en los míos— cuando la vi ahí de pie retándome con la mirada, me dije a mí mismo que nunca me perdonaría si la dejaba ir.

Fernando hace una mueca.

—Creo que se me subió el azúcar.

—¡No seas pesado! —Alexa le propicia un manotazo en la parte posterior de su cabeza—. Tú preguntaste en primer lugar.

—Sí, pero esperaba una respuesta más... superficial; algo como que se le hizo atractiva o yo qué sé.

—Definitivamente no fue por eso —me apresuro a decir—. Acababa de llegar de un largo viaje en avión, seguramente tenía los ojos algo hinchados por llorar, y mi ropa no mejoraba mucho la situación.

—Aun así te veías bien —asegura Thiago.

Enarco una ceja en su dirección, con expresión juguetona.

—Fingiré que te creo.

Después de eso seguimos hablando mientras los minutos pasaban. A decir verdad fue muy agradable convivir con otras personas después de mucho tiempo, y el que tuvieran mi misma nacionalidad incrementó de alguna manera mi empatía hacia ellos. Fue bueno mientras duró, pero llegó el momento de marcharnos.

—Lo sentimos mucho —Pongo una mueca observando el reloj—, pero nosotros tenemos que irnos.

—No pasa nada. —Alexa bate su mano en el aire, restándole importancia—. Disculpen por colarnos en su velada.

—Para nada —niega Thiago—. Fue agradable conocerlos.

—Lo mismo digo —afirma el castaño.

Thiago pide la cuenta, y después de pagar lo correspondiente, arrastramos las sillas para ponernos de pie.

—Disfruten los días que les quedan, y espero que tengan un buen viaje. —Me acerco hasta Alexa para rodearla en un corto abrazo, el cual corresponde.

—Gracias, Roxana. Igual ustedes síganla pasando bien.

Fernando hace un ademán con la mano a modo de despedida, al cual le sonrío y Thiago da un asentimiento de cabeza a ambos hermanos, regalándoles una sonrisa.

Salimos del restaurante, con dirección al auto. Manejamos durante unos cortos minutos antes de estacionarnos justo al frente de la marina. Bajamos del vehículo, y caminamos a lo largo del muelle hasta llegar a donde se encuentra la concentración de gente.

En un punto en específico del malecón, hay un grupo de chicos acomodando sus instrumentos y comprobando que el sonido funcione correctamente. Visualizo un baterista al fondo, una muchacha en el teclado, dos guitarristas y un chico de cabello chino rubio, quien supongo es el vocalista, está de pie frente al micrófono. El gentío ya empieza a posicionarse, formando una media luna a su alrededor. Thiago y yo seguimos avanzando hasta lograr posicionarnos entre las personas sin morir aplastados.

—Sí... Probando... Uno, dos, tres... —El de cabello chino prueba el micrófono frente a él—. ¿Me escuchan bien?

Todos los presentes responden un efusivo «Sí».

—Bien. Bienvenidos a su noche de música en vivo en la marina, me alegra ver los rostros familiares y los de gente nueva. —El vocalista barre con sus ojos al público, incluyéndome, y se detiene unos casi imperceptibles segundos en mi miradaantes de seguir—. Esperamos que todos disfruten de esta pequeña demostración musical y, como siempre repito, agradecemos todo el apoyo que nos han brindado.

Las personas aplauden, acto que Thiago y yo imitamos.

El rubio esboza una ligera sonrisa, antes de girar su torso para dirigirse a los demás miembros del grupo, los cuales asienten ante sus palabras.

El baterista marca la entrada golpeando sus baquetas cuatro veces seguidas, para que posteriormente los demás instrumentos empiecen a sonar, formando una armoniosa melodía; tal como lo supuse, segundos después, el rubio entona la letra.

El sonido de las olas rompiendo en la costa, mezclado con la música, y la brisa que cubre nuestros cuerpos, crean un ambiente perfecto. Las personas prestan atención al grupo de chicos, quienes a decir verdad tienen potencial. Después de unas cuatro canciones, algunas parejas se animan a bailar en sus lugares, balanceándose de un lado a otro. Para mi sorpresa, Thiago no tarda en extenderme una mano, invitándome con ese gesto a bailar.

Me toma de la cintura con ambas manos, pegando nuestros cuerpos; yo paso mis brazos alrededor de su cuello, acariciando su cabello en el proceso. Nuestros ojos entran en contacto los unos con los otros, y nuestra felicidad puede verse a través de ellos. Empezamos a movernos de un lado a otro. Nuestro ritmo es torpe, probablemente ni siquiera vamos a tiempo con la canción, pero no nos importa. El baile no siempre tiene que ser preciso, a veces solo se trata de establecer una conexión con tu acompañante y encerrarse en esa burbuja; eso estamos haciendo Thiago y yo.

Entre miradas cómplices, risas nerviosas y pisadas torpes, nos encerramos en nuestro propio mundo.

.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .

Seguiré creando algunos personajes terciarios con la intención de enriquecer aún más la historia.

¿Qué te parecieron este par de hermanos?

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
—ℳau♡

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