Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 24: Sobredosis de agua salada

Mi poder de persuasión —o chantaje, como lo llaman las malas lenguas—, más la accesibilidad de parte de mi novio, nos llevaron a rentar unas bicicletas y tomar un paseo para recorrer los puntos más icónicos del estado, lo cual no había resultado muy bien al inicio, ya que no habíamos ni recorrido quinientos metros y nos encontrábamos jadeando como perros sedientos. Pero poco a poco fuimos agarrando nuestro ritmo, el cual incluía pausas repetitivas, y logramos pasear por un buen rato.

Y fue bastante chistoso tengo que decir, porque descubrí que a mi talentoso novio, no se le daba muy bien pedalear. Resultó ser mejor en actividades que involucraran la parte superior de su cuerpo; sus pies simplemente no quieren coordinar.

Así que después de varios manubrios, tropezones, gritos de él, y carcajadas de mi parte, hicimos una de nuestras múltiples paradas. En esta ocasión, nos detuvimos frente a una playa.

—Recuérdame no ceder tan sencillamente a la próxima —me pide Thiago, hablando entre jadeos.

—Ay, no estuvo tan mal —refuto.

—No, nada más terminamos en calidad de sopa. —Hace una mueca, para de ahí tomar el borde de su camiseta, y alzarla quitándose con la tela el sudor de la cara.

Uh, creo que propondré más viajes que incluyan ciclismo.

—¿Quieres bajar un rato? —Señalo con la cabeza la playa, a lo que él asiente antes de sacar una botella de agua de la mochila en su espalda y empinársela.

—Vamos —responde una vez que la botella ya está vacía.

Con cuidado, colocamos las bicicletas junto a una barda donde empiezan las escaleras que dan a la playa, asegurándolas con un candado especial para estos artefactos con ruedas.

Empezamos a bajar los escalones, hasta llegar al último peldaño. Nos quitamos nuestros zapatos y nos adentramos en la playa, sintiendo la arena bajo nuestros pies. Decidimos caminar un rato por ahí, a la orilla del mar.

Después de recorrer unos kilómetros, nos damos cuenta de que al fondo hay unas dunas alzándose varios metros del nivel de la arena. Y como mi curiosidad no puede estar quieta, decido arrastrar a Thiago conmigo hasta llegar allí. Cuando llegamos me percato de que hay un par de señores rentando cuatrimotos para la gente que se anima a conducir por las montañas de arena.

—¿Podemos? —le pregunto a Thiago, jalándolo del brazo.

—¿Quieres subirte a eso? —Pone una mueca de horror.

Ruedo mis ojos.

—Vamos, seguramente es seguro.

—¡Es un vehículo mortal de cuatro ruedas!

—Vaaaaale, no seas exagerado.

—Rox, por si no lo notaste, manejar transportes que no sean autos, no es considerado uno de mis talentos.

—Pero, ¡qué tan difícil puede ser! —insisto—. Es como ir en una bicicleta gigante de cuatro ruedas.

—¡Apenas y podía manejar la bicicleta!

—Pero aquí no tienes que pedalear, solo es mover el volante. —Hago un puchero con la boca, pero él sigue sin verse muy convencido—. ¿Podemos aunque sea ir a preguntar?

—Bueno...— alarga, siguiéndome el paso nuevamente.

Caminamos hasta una pequeña carpa, donde están los señores que vimos a lo lejos.

Hey. ¿Les interesa adentrarse en un recorrido de adrenalina pura? —nos pregunta uno de ellos, apenas aparecemos en su campo de visión.

Thiago abre los ojos exageradamente al escuchar esto último.

—En realidad... —me adelanto a hablar—. Queremos saber un poco más de información al respecto.

—Ya veo —comenta el otro señor, peinándose el bigote—.¿Primera vez que manejarán una cuatrimoto?

Ambos asentimos con la cabeza.

—¿Alguna vez han conducido una motocicleta?

—N...

—Yo sí —responde Thiago antes de que yo termine de negar, haciendo que lo vea extrañada.

¿Si ya ha manejado una de esas cosas, cuál es su problema con estas otras?

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte, muchacho. —El primer hombre que nos recibió palmea el hombro de Thiago, en un intento de brindarle confianza—. Manejar una cuatrimoto es mucho más sencillo que eso, y seguro.

—¿Entonces no hay ningún riesgo al subirme a... eso? —cuestiona mi novio, ojeando con la mirada uno de los vehículos junto a nosotros.

Bah —exclama el señor del bigote—, es pan comido.

—Entonces, ¿qué dicen? —pregunta el otro hombre—. ¿Se animan?

Thiago voltea a verme sin mostrarse muy convencido aún. Le sonrío a los señores antes de tomarlo del brazo y darnos media vuelta para tener una plática más confidencial, o eso es lo que cree mi subconsciente.

—No lo sé, chaparra, no estoy seguro.

—Dijiste que ya habías manejado una motocicleta, no creo que esto se te dificulte.

—Sí, pero... —Desvía la mirada y tuerce la boca en una mueca.

—¿Hay alguna razón en específico por la que no quieras? —inquiero con una ceja enarcada, ante su comportamiento extraño.

Él se rasca la nuca.

—N-no. Es solo que, un amigo mío se accidentó en una de estas y...

Suelto un suspiro.

—Si tú prefieres quedarte, no pasa nada; pero yo de verdad tengo ganas de probarlo.

—Espera. —Me detiene tomándome con suavidad del brazo—. ¿Podemos subirnos juntos? Seguro que tú manejarás mucho mejor que yo y... tal vez sea más conveniente que yo vaya en la parte de atrás, sin estar a cargo del volante.

—Está bien —acepto regalándole una pequeña sonrisa con los labios apretados, a lo que él me observa con algo de culpabilidad.

Vale, tal vez no debí de haber sido tan dura con él.

—Ven. —Muevo mi cabeza señalando la carpa nuevamente, entrelazando mi mano con la suya.

—¿Y bien? —insiste uno de los dueños.

—Queremos rentar una para los dos, por favor.

Los dos señores intercambian un par de palabras y nos dicen el monto a pagar. Una vez que les entregamos el dinero, uno de ellos nos indica que lo acompañemos hasta situarnos delante de una cuatrimoto color rojo.

—Aquí tienes, chico —dice el señor, extendiéndole las llaves a Thiago.

—En realidad, va a manejar ella —lo corrige sin ningún rastro de pena, lo cual me hace sonreír.

El señor nos observa algo sorprendido, pero gracias a los dioses del Olimpo, decide no comentar nada al respecto.

Nos montamos en el vehículo, mientras el señor nos da unas cuantas indicaciones y normas de seguridad. Básicamente nos indica cómo arrancar el motor, cuándo jalar las manijas y a utilizar las palancas de cambio.

—Recuerden mantener los pies sobre el área de apoyo en todo momento —nos recuerda tajante el dueño, a lo que asentimos—. A ver, arranca despa...

Es interrumpido por el rugido que produce el motor, y las exclamaciones de queja de parte de Thiago y mía, al impactar el uno con el otro a causa del frenón.

—Des-pa-cio. Con calma, chica, que si no no va a arrancar bien esta cosa —dictamina exasperado, golpeando la parte trasera del vehículo.

—Lo siento —murmuro en un susurro, aguantando la risa.

La expresión que obtuvo el rostro de Thiago no tuvo precio.

Siendo cuidadosa esta vez, con mi pie izquierdo cambio de marcha y suelto el embrague, logrando así avanzar exitosamente. Repito el procedimiento en los primeros ochocientos metros, alcanzando así una velocidad considerable.

—¡Disfruten el recorrido! —nos gritan ambos señores a lo lejos, silbando y aplaudiendo a la vez.

—¡Y traten de devolver el vehículo en una sola pieza! —advierte juguetonamente el bigotón.

—¿Listo? —le pregunto a Thiago, justo antes de subir la primera montaña de arena.

—No... —enuncia en apenas un susurro, haciendo que yo voltee a verlo en cuestión de segundos con mi ceja enarcada—. ¡La vista al frente!

Estallo en risas.

—Vale, se supone que la miedosa de la relación soy yo —bromeo, lo cual no le hace mucha gracia. Detengo el vehículo durante unos segundos, para girar un poco mi cuerpo y tener una mejor vista de él—. Escuchaste al señor, dijo que era seguro. Solo trata de disfrutarlo, ¿sí? Prometo que no nos pasará nada. —Acaricio su mano, la cual me sujeta por el abdomen, logrando que se relaje notoriamente.

Su comportamiento me parece sumamente extraño; porque vamos, todos aquí sabemos que si alguien le tiene pavor a todo, soy yo. Él nunca se mostró temeroso conmigo, y eso que no es la primera actividad «extrema» que hacemos. ¿Por qué tanto miedo a una motocicleta de cuatro ruedas?

Suelta el aire pesadamente, haciendo que choqué contra mi nuca al descubierto.

—De acuerdo.

Tomo esa respuesta como motivación suficiente para arrancar nuevamente, adentrándonos en las dunas de la playa.

🌊🌊🌊

—¡Wujuuuuu! —exclamo a todo pulmón mientras la máquina en la que estamos montados desciende a alta velocidad por la última bajada arenosa.

—¡Ahhhh! ¡Vamos a morir! —Thiago se aferra a mí como si su vida dependiera de ello.

—¡¿Qué te dije sobre ser dramático?!

—¡No es intencional, el drama está en mis vena... Ahhhhhh! —vuelve a pegar un grito cuando la curva se hace más pronunciada.

Una vez que llegamos al final del recorrido, vuelvo a frenar con la esperanza de que Thiago afloje su agarre, cosa que no pasa. Giro mi cuerpo para verlo; está aferrado a mi torso como un koala y tiene los ojos cerrados.

—Ya puedes... soltarme —pido en un hilo de voz, debido a la fuerza que estaba ejerciendo alrededor de mi torso.

—Oh, lo siento. —Abre sus ojos de golpe y se suelta de mi cintura, apenado.

Restándole importancia, vuelvo a poner en marcha la cuatrimoto hasta estacionarla frente a los dos dueños, quienes nos reciben con una expresión de alivio.

Oh, vamos, ¿tan poca fe nos tenían?

—¡Regresaron sanos y salvos! —celebra el primero.

—¡Y con la cuatrimoto intacta! —le sigue el del bigote.

Niego con la cabeza riendo y palmeo el muslo de Thiago en una señal de que baje del vehículo, lo cual hace sumamente rápido, como si estar un segundo más encima de ella le quemara.

Vale, parece que alguien no le perdió el miedo a esta cosa después de todo.

—¿Disfrutaron el recorrido? —nos pregunta uno de los hombres mientras vuelvo a poner mis pies en la arena.

Mi novio abre la boca con una expresión de horror, seguramente para negarlo, por lo que lo codeo disimuladamente en el abdomen y me adelanto.

—Oh, sí, estuvo fabuloso.

—Esa es la actitud chica. —El señor eleva su mano en el aire para que choque mi palma con la suya, lo cual hago.

—Bueno, nosotros tenemos que irnos —nos excuso después de unos segundos de silencio.

—Son turistas, ¿cierto? —cuestiona el bigotón, a lo que ambos asentimos—. ¿Tienen planes para esta noche?

Observo a Thiago, esperando que él responda. Cuando se percata de mi mirada, niega con la cabeza.

—A las nueve de la noche suelen tocar música en vivo en la marina. La entrada es libre y el ambiente suele estar bueno. Digo, por si les apetece; es una linda experiencia para los turistas.

Las comisuras de Thiago se elevan hacia arriba en una sonrisa, gesto que imito.

—Gracias, lo tendremos en cuenta —le responde él amablemente.

Después de un par de palabras más, nos despedimos con un gesto de manos y nos alejamos caminando por la arena. Poco a poco me encamino más hacia la orilla del mar, logrando que Thiago inconscientemente me siga. Cuando el agua ya nos llega casi a la rodilla, en un movimiento rápido, me agacho para con mis manos acunadas recoger un poco de agua y salpicar a Thiago, logrando mojar su camiseta y parte de su rostro.

Él hace una mueca en cuanto su lengua hace contacto con el sabor salado del agua, haciéndome estallar en carcajadas. Tarda unos segundos en recomponerse de lo que acaba de pasar, y cuando lo hace, me observa con los ojos entrecerrados y una sonrisa de lado.

—Con qué quieres jugar, ¿eh?

Cierro mis ojos mostrando una amplia sonrisa y asintiendo con la cabeza, cuando de repente siento las gotas de agua impactar contra mi cara, colándose en mi boca, haciéndome escupir.

—Pues juguemos.

De un momento a otro, Thiago tira la mochila que colgaba de sus hombros a la arena y se pone en «posición de ataque», doblando un poco las rodillas, con sus manos sobre las mismas y su cuerpo inclinado hacia delante.

Yo me quedo pasmada sin saber qué hacer, como si todavía no entendiera que está a punto de pasar.

Creo que aquí es cuando empiezas a correr.

Le hago caso a mi subconsciente cuando visualizo a Thiago acercarse a mí a grandes zancadas, haciendo un sonido parecido a una mordedura. Mis piernas se mueven en el agua lo más rápido que mi cuerpo se los permite, pero no pasan ni diez segundos cuando siento unas manos tomarme de la cintura, elevándome en el aire, haciendo que salpique nuestros cuerpos por el impacto de mis pies en el oleaje. Thiago me coloca en su hombro derecho como si fuera un bulto, sosteniéndome de la parte posterior de mis piernas, a la vez que da grandes pasos adentrándose más y más en el mar.

—¿Qué planeas hacer?

Mi pregunta es completamente ignorada, a excepción del sonido de una pequeña risa.

Oh, oh.

—Oye tú. No soy costal de papas, bájame.

Mi demanda vuelve a pasar desapercibida.

Reparto una ráfaga de golpes en su espalda con la esperanza de que reaccione, pero él ni se inmuta. Acudo a removerme lo más que puedo, aunque pensándolo bien no es una buena idea, ya que puedo terminar cayendo.

—Quieta —habla por fin.

—Suéltame —respondo en el mismo tono mandatario que él.

—Si insistes. —Libera mis piernas de su agarre.

—Oh, no te atreverí...

Splash.

Mi amenaza se fue al fondo del mar junto conmigo, ya que efectivamente sí se atrevió a inclinar su cuerpo hacia un lado, dejándome impactar de golpe contra el agua.

Regreso a la superficie tomando una profunda inhalación. Toso en un intento por expulsar el agua que se ha colado en mis pulmones. Cuando logro recuperarme lo suficiente, el culpable de que mi cabello apeste a agua salada está frente a mí, con una mano sobre su estómago y los ojos cerrados, riéndose a carcajadas.

Idiota, tendría que estar corriendo por su vida.

Sin pensármelo un segundo más, creyéndome uno de esos jugadores de fútbol americano que suelo ver en la televisión, tacleo al individuo frente a mí. Me lanzo de lleno contra él, enrollando mis manos por su torso, haciendo que ambos caigamos cual tablas de surf en el agua.

Bueno, aunque sea su espalda se llevó el peor golpe.

Ambos salimos del agua tosiendo por doquier. Él me observa entrecerrando sus ojos y ahora yo soy la que ríe sin cesar.

—Con que jugando sucio, ¿eh? —comenta con una sonrisa de lado.

Me encojo de hombros.

—Tú empezaste.

Me mira ofendido, llevando una mano a su pecho.

—¡Eso es mentira! ¡Tú comenzaste a tirarme agua!

—¡Eran solo unas gotas, exagerado! —contraataco.

Bufa.

—Lo mío fue defensa propia, no puedes juzgarme.

—Claro, porque un pequeño salpicón en tu polera era razón suficiente para que yo quedara mojada de pies a cabeza. —El sarcasmo rebosa en mi tono de voz.

—¿Acaso olvidas que después te me abalanzaste como si tu vida dependiera de ello?

Ruedo mis ojos negando con la cabeza, y me doy media vuelta con la intención de salir del agua. Al parecer Thiago no piensa igual que yo, ya que me toma por la cintura elevándome en el aire y devolviéndome nuevamente a mi lugar frente a él.

—¿Qué haces ahora? —le cuestiono aguantando la risa.

—No seas aguafiestas, Rox. Ya estamos aquí, quedémonos un rato —pide.

—No debe de tardar mucho en oscurecer —expongo, observando cómo el sol ya empieza a bajar, para dar paso al atardecer.

—Bien, nos marchamos cuando sea la puesta de sol —propone con una sonrisa—. ¿Trato?

Suelto un suspiro antes de asentir con la cabeza.

—Está bien, pero tenemos que regresar al hotel para... ¡Woah! —interrumpo mi explicación cuando Thiago vuelve a cargarme.

Pasando una mano por la parte posterior de mis piernas y la otra por mi espalda, hace que despegue mis pies de la arena, para emprender una carrera contra las olas que rompen en sus piernas con cada paso que da. Yo me sujeto de su cuello y me dedico a gritar cada vez que siento que pierde el equilibrio o que estoy a punto de caer, a pesar de que él asegura cada vez que eso no va a suceder.

Al final terminé teniendo la razón yo, ya que llegó a arrasar contra nosotros una ola de tal fuerza que nos fue imposible evitarla. Simplemente Thiago me aferró lo más que pudo contra su pecho antes de darse media vuelta y dejar que el mar chocara contra su espalda, logrando tumbarnos en el proceso.

Creo que mis pulmones nunca habían recibido tal sobredosis de agua salada, pero las risas no faltaron en ningún momento.

Cumpliendo el pacto que hicimos minutos atrás, nos quedamos jugando en el mar hasta que el cielo se tiñó de colores pastel, dando paso al atardecer. Esa era nuestra señal de que debíamos regresar.

Nadamos de regreso a la orilla siendo impulsados por la marea. Una vez que estamos en tierra firme nuevamente, una pequeña ráfaga de viento azota contra nuestros cuerpos húmedos, haciéndome tiritar y abrazarme a mí misma en un intento de brindarme calor.

Sí, pensándolo ahora no fue la decisión más inteligente lanzarnos al mar cuando no trajimos toallas para secarnos después.

Thiago toma el borde de su camiseta, alzando la tela por su abdomen hasta terminar quitándosela por encima de su cabeza. La sujeta en ambas manos haciéndola un ovillo para exprimirla con fuerza, logrando que esta desprenda una buena cantidad de agua.

Su cuerpo trabajado queda completamente a la vista, ya no está mínimamente cubierto por ese pedazo de tela que, aunque se transparentaba por el agua, lograba ocultar los detalles de sus músculos esculpidos. Mis ojos divagan por sus anchos hombros, clavando su atención más tiempo del necesario sobre ese tatuaje, para después bajar a ambos pectorales y sus brazos marcados; sus bíceps tensándose por la fuerza ejercida. Posteriormente, sigo mi recorrido por las tabletas de chocolate que sobresalen de su abdomen, hasta finalmente perderme en esa línea con forma de «V» donde termina su piel descubierta y comienza el elástico de su ropa interior.

Mierda.

—¡Achu!

Doblemente Mierda.

Paso el dorso de mi mano por mi nariz, sorbiendo. Incremento la fuerza en mi abrazo, como si de esta manera pudiera protegerme un poco más del frío.

Apenas escucha mi estornudo, Thiago clava sus ojos en mí con preocupación. Maldice por lo bajo al notar como un escalofrío me recorre el cuerpo y rápidamente barre con sus ojos la arena, deteniéndose en un punto en específico: la mochila. Se acerca hasta ella dando largas zancadas y una vez que la tiene en manos, abre rápidamente el cierre, rebuscando algo en su interior. Al cabo de unos segundos alza una de sus manos con expresión triunfante, sosteniendo un pedazo de tela.

—Toma. —Me extiende lo que supongo es una de sus camisetas.

—P-pero, tú también estás mojado.

—No importa, úsala tú —insiste removiendo la prenda, incitándome a tomarla.

—Probablemente te enfermarás...

—Ah, ah —me interrumpe—. Seguramente nos enfermaremos ambos, pero al menos por ahora no tendrás frío.

Cuando otro escalofrío me hace temblar, termino accediendo. Agarro la polera y estoy a punto de pasarla por encima de mi cabeza, cuando Thiago me sujeta por los codos, interrumpiendo mi acción.

—¿Qué haces? —pregunto, extrañada.

—Rox, ¿me puedes explicar cuál es la diferencia entre traer puesta una camiseta mojada, a dos camisetas mojadas?

Enarco una ceja hacia él.

—¿Eh?

Suelta el aire pesadamente.

—Tienes que quitarte la ropa mojada antes de ponerte la seca, si no no tendrá ningún efecto positivo.

Mi boca se abre formando un gran círculo. Al parecer el frío ya empieza a congelar mi cerebro.

Vale, estoy exagerando demasiado. Parece ser que ya me lo pegó el dramático este.

—¿Y tu idea es que me desvista a mi suerte en medio de la playa? —replico, incrédula.

Abre la boca para contestar, pero a los segundos vuelve a cerrarla, sin haber emitido segundo alguno. Traga con fuerza, logrando que el esfuerzo por pasar saliva se note en la piel sobre su garganta.

—Puedes darte media vuelta hacia el mar mientras yo te cubro. La poca luz estaría a tu favor. —Al notar que desvío la mirada, agrega—: Además, traes puesto uno de esos sujetadores que no parecen sujetadores —pronuncia la oración tan rápido, que al principio no logro asimilar por completo lo que acaba de salir de su boca.

Mi ceño fruncido se acentúa mucho más al entender de qué está hablando, y un ligero rubor azota mis mejillas.

—¿Cómo sabes qué...? —Bajo mi vista antes de terminar la pregunta, para comprobar mi teoría. Mi bralette no pasa desapercibido debajo de mi ya transparente ropa.

Triplemente mierda.

En medio de mi maldición interna, siento un estornudo amenazar con salir a flote. Solo que esta vez el típico sonido no proviene únicamente de mi parte, sino que es acompañado por uno mucho más masculino.

¡Achu! —El sonido abandona nuestros labios antes de poder controlarlo.

—Vale, no es por ser insistente, pero será mejor que regresemos ya —asegura Thiago—. Haz lo que te haga sentir más cómoda.

Gruño en mi interior antes de hablar.

—Cúbreme, por favor.

No hace falta que lo repita dos veces para que él se ponga justo a mis espaldas cual perro guardián, cuidándome de cualquier mirada curiosa que se pueda dar. Rápidamente me deshago de mi prenda superior para cubrirme con la nueva camiseta. Mi cuerpo de inmediato agradece el contacto con la tela completamente seca.

Cuando me empiezo a alejar de la orilla del mar para emprender el camino de regreso a las bicicletas, Thiago me sujeta con delicadeza del brazo y me jala hacia su cuerpo, haciéndome chocar torpemente contra su pecho desnudo. Me sorprende el calor que emana su piel dado que yo no me encuentro ni cerca de la tibieza.

Cuando alzo mi cabeza con la intención de encontrarme con las profundidades azules de mi par de ojos favoritos, Thiago me rodea en un abrazo, acariciando mi cabeza. Sin saber muy bien cómo reaccionar, hago lo mejor que puedo: devolverle el gesto.

—Lamento haberte tirado al mar y ser el culpable de que probablemente pesques un resfriado —se disculpa besando mi cabeza, logrando calentar un poco mi pecho.

—Qué va —respondo enternecida por su actitud—. No tienes nada que lamentar, fue divertido; y aunque me provoque un resfriado, no cambiaría las últimas horas que pasamos juntos.

Acuna mi rostro mientras me sonríe de esa manera que solo él sabe hacer, logrando acelerar los latidos de mi corazón. Deposita un casto y rápido beso sobre mis labios, antes de agacharse para recoger su mochila, echársela en hombros, entrelazar nuestras manos, y caminar junto conmigo de regreso a la acera para emprender nuestro viaje de regreso al hotel.

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

Solo diré que adoro demasiado a este par.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
—ℳau♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro