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Cap. 24: Copas voladoras

Me parece realmente extraño que Navidad ocurra mientras estamos en verano. Quiero decir, tampoco es que en mi país natal nevara en esta época del año o algo parecido, pero al menos estábamos en invierno y el frío se hacía más presente que en los otros meses. Pero aquí no. Durante diciembre, parece ser completamente normal encontrarte muñecos de nieve hechos con arena en las playas, a los salvavidas luciendo un gorro navideño y a Santa Claus usando pantalones cortos.

Es algo divertido, y raro también, a decir verdad, pero me gusta. Supongo que forma parte de vivir la experiencia completa estando por aquí.

A pesar de que algunas personas sí adoptan la tradición de quedarse a cenar en sus hogares la noche del veinticinco de diciembre, me he enterado de que muchas otras, jóvenes principalmente, prefieren visitar las playas y pasar las fiestas en una barbacoa pública conociendo gente nueva o incluso haciendo algún pícnic, que también son bastante comunes en Australia.

Sabiendo esta información, no me sorprendió mucho cuando los chicos me invitaron a pasar con ellos esta noche a la orilla del mar, prometiéndome que la parrillada valdría la pena. No obstante, tuve que rechazar cortésmente su invitación debido a que, desde hace varias semanas, había acordado con mi familia que cenaríamos juntos; dentro de nuestras posibilidades, claro está.

Gracias, tecnología.

Termino de colocar la mesa y me encamino a la cocina para asegurarme de que todo está en orden. Una vez que lo he comprobado, abro una botella de vino, sabiendo que todavía tengo varios minutos antes del evento, lleno una copa y me dejo caer despreocupadamente en un sillón. Enciendo las bocinas y dejo que los villancicos inunden la estancia mientras me dedico a beber el contenido de mi copa.

No me considero una persona muy navideña, aunque tampoco me catalogaría como El Grinch en persona. Aun así, creo que nunca está de más disfrutar de estas canciones durante esta época del año.

Sonrío cuando mi teléfono vibra y una imagen por parte de Noah aparece en mi pantalla. En ella salen tanto él como Zoe e Isaac en la playa, vistiendo trajes de baño y gorros navideños, parados junto a una parrilla y con un envase de cerveza en mano. Rápidamente le tecleo una respuesta, externándole que estoy muy feliz de que la estén pasando bien, y él me desea una bonita velada con mi familia.

Tarareo la melodía de Jingle Bell Rock e inconscientemente meneo mi cabeza al ritmo de la misma. Hasta que, de pronto, un vago recuerdo se instala en mi mente; pero esta vez es diferente a las demás, esta vez ya no duele. Cierro mis ojos y me permito sumergirme en mi memoria o lo que sea que se trate esto. Por primera vez no lucho contra él, sino que me dejo arrastrar.

De repente estoy en una habitación parecida a la mía, solo que esta se encuentra repleta de adornos navideños. Luces, calcomanías, botas e incluso un pequeño pino decorado inundan la habitación en una explosión de colores y formas. La misma melodía suena por lo bajo, volviéndose casi imperceptible. Y entonces lo veo.

De espaldas, un cuerpo masculino está de pie frente a mí; alto, esbelto, imponente. Desde la posición en la que me encuentro no puedo detallar muchas partes de su cuerpo además de la abundante y ondulada cabellera en un tono castaño claro.

El sujeto, enfundado en una camisa de color rojo, dice algo en voz baja que no alcanzo a entender, pero su voz... Estoy segura de que ya la he escuchado antes. El acento y la entonación me resultan altamente familiares.

Pero entonces se ríe, y no tengo ninguna duda de que, de alguna manera, conozco al chico que está frente a mí.

Regreso a la realidad de golpe, pegando un brinco en el sillón. Parte del contenido de mi copa se desborda y termina aterrizando en el piso, formando un charco de vino tinto. No me molesto en limpiarlo de inmediato. Dejo la copa a un lado y me estiro para agarrar mi portátil y colocarla sobre mi regazo. Ingreso al navegador y en la barra de búsqueda tecleo el único dato certero que conozco hasta ahora: su nombre.

Sin embargo, nada coherente aparece con relación a las palabras «Thiago Reyes». Me desplazo a las imágenes, pero no hay nada más que rostros desconocidos de perfiles de Facebook que están bajo ese usuario.

Antes de que pueda hacer algún otro movimiento por internet, la ventana que tenía abierta se ve reemplazada por la plataforma donde suelo hacer videollamadas con mi familia, indicándome que mi hermana está intentando conectarse conmigo. Maldigo por lo bajo y me calzo unas pantuflas, a sabiendas de que si mi madre las ve a través de la pantalla me reprenderá por estar combinándolas con el vestido formal que estoy usando, y acepto su invitación.

—¡Feliz Navidad, Roxy!

—¡Cielo!

—Te ves muy bien, hija.

Saludan todos a la vez, sin importarles que la interferencia de sonido pueda hacerles una mala jugada.

—Feliz Navidad —respondo con la mejor sonrisa que puedo.

Me permito observar el panorama de fondo por unos segundos, reconociendo a la perfección la estancia decorada de lo que ha sido mi hogar durante muchos años. Un fuerte sentimiento de nostalgia me inunda cuando localizo nuestras botas personalizadas colgando en una de las paredes, incluida la mía.

—La han puesto —menciono antes de aclarar—: Mi bota, han puesto mi bota.

Inmediatamente los tres voltean hacia el punto en específico que yo había estado admirando.

—Por supuesto que la hemos puesto, cielo —dice mi madre—. Estés aquí o a miles de kilómetros de distancia, este sigue siendo tu hogar, y tu lugar en la casa será respetado siempre.

No estoy segura por qué, pero aquel simple gesto me hace sentirme plenamente feliz, y no me molesto en disimularlo en lo más mínimo cuando sonrío.

—¿Has tenido algún problema para preparar la lasaña? —me pregunta mi madre.

—No, creo que lo he hecho bien —admito. Reviso la hora y hago unos cálculos rápidos—. Debería estar lista en unos minu... —Me veo interrumpida por el sonido que emite el horno cuando ha terminado de hacer su trabajo.

El momento les roba una risita a todos.

—Iré a ver qué tal está, ¿vale? —aviso mientras me pongo de pie. Dejo la computadora sobre la mesa donde comeré mis alimentos, apuntando la cámara hacia la cocina antes de introducirme en ella.

—Prepararemos todo por aquí, también —informa mi madre de igual manera.

Saco el pequeño refractario del horno con ayuda de unos guantes y lo coloco sobre la encimera, evaluando su aspecto. He de admitir que huele delicioso, solamente espero que sepa igual de bien como lo que aparenta. Apago el aparato y vuelvo a coger el refractario para depositarlo esta vez en la mesa. Regreso a la cocina por la botella de vino, y es entonces cuando recuerdo el pequeño desastre que he hecho junto al sofá.

Humedezco un trapo y salgo disparada hacia la sala para absorber el exceso de vino que está desparramado sobre el piso de manera, esperando no haber tardado demasiado en remover la mancha, pero parece ser que estoy equivocada.

—Uhm... ¿Conocen algún remedio para eliminar manchas de vino tinto? —interrogo lo suficientemente alto como para que el micrófono de mi portátil alcance a comunicarles el mensaje.

—¿Perdona, cielo?

Vale, quizá no lo suficientemente alto.

Me pongo de pie y me sitúo frente al dispositivo esta vez.

—He tenido un accidente con el vino y se me ha chorreado un poco en el suelo —explico sin entrar en detalles—. ¿Saben cómo puedo remover la mancha?

—¿En qué superficie lo has regado? —cuestiona mi padre.

—En el piso. Es de madera.

—Haz una mezcla de bicarbonato de sodio con agua, eso debería funcionar.

—La lejía también ayuda —menciona mi madre. Antes de que pueda alejarme comenta—: No he escuchado el sonido de ninguna copa rompiéndose.

—Oh —vacilo un poco al responder, ya que no estoy segura de si haya estado mal empezar a beber sin brindar con ellos—. Es que se me ha caído desde antes.

—¿La mancha lleva mucho tiempo? Porque si es así...

A causa del nerviosismo, la interrumpo.

—No, estaba viendo unas cosas en el portátil apenas unos minutos antes de que marcaran y... me he distraído.

Mi madre me observa con los ojos ligeramente entrecerrados. A veces detesto su sexto sentido.

—Voy a quitar la mancha y ya... ya regreso —me excuso con torpeza.

Agradezco mentalmente el que mi padre haya insistido durante mucho tiempo sobre los múltiples beneficios y utilidades que tiene el bicarbonato hasta el punto de obligarme a tener siempre una caja en la cocina, sin importar que me encuentre en otro país. Hago lo que él me ha sugerido y tras aplicar la mezcla en la mancha regreso a la sala definitivamente.

—¿Ya está su cena? —consulto para desviar el tema por completo.

—Oh, sí. —Eso es lo único que necesito para que mi madre olvide cualquier reciente altercado—. Solamente falta traer la ensalada. Iré por ella. —Sale disparada a la cocina, dejándome a solas con mi padre y Olimpia.

Mi hermana se encarga de poner su ordenador en un punto estratégico para brindarme la mejor imagen que le es posible de ellos, y acto seguido tomamos asiento en nuestros lugares mientras esperamos a que llegue mi madre. Cuando ella se une a la velada, bendecimos los alimentos y compartimos algunas palabras emotivas que provocan que mis ojos se humedezcan un poco, pero termino soltando una risita al notar que no soy la única en este estado.

Es extraño estar celebrando de esta manera, aunque supongo que no está mal. Si Noah tenía razón en algo de lo que me dijo meses atrás, es que sin duda la tristeza por estar lejos de casa mejora con el tiempo. No estoy diciendo que no los extrañe en absoluto, pero sí que he aprendido a que se vuelva más llevadero.

El silencio no reina en ningún momento de la cena. Nos pasamos horas y horas hablando sobre todo lo que no habíamos tenido oportunidad de contar, al igual que rememorando viejas anécdotas y charlando también un poco sobre el futuro.

—Roxy, ¿ya tienes planes para año nuevo? —habla Olimpia.

Le doy un trago a mi copa antes de responder:

—No exactamente, pero supongo que haré algo con los chicos... —Al percatarme de que he pronunciado aquello con mucha naturalidad, me apresuro a aclarar—: El grupo de amigos con el que he estado saliendo, creo que sí lo mencioné en algún momento.

—Sí, sí —afirma mi madre mientras asiente con la cabeza—, en tu cumpleaños.

—Cierto.

—¿Cómo los conociste? —indaga ella.

—Dos de ellos trabajan en el hotel —explico—. El primero es un chico, Noah, y me atendió en mi primera noche durante la cena. La otra es una chica, se llama Zoe y es parte del equipo de animación.

—¿Y el resto? —interviene papá.

—Oh, solo es otro muchacho —expongo intentando sonar desinteresada—. Noah comparte piso con él, así que más bien es un amigo en común.

—¿Cuál es su nombre? —pregunta mi progenitora.

—Isaac.

—¿Isaac es la razón por la cual el vino tinto aterrizó en el piso hace unas horas?

Mis ojos se abren de golpe y casi me atraganto con mi propia saliva.

—¡Mamá! —reprocho con un ligero calor acentuándose en mi rostro—. Por supuesto que no.

—Vale, vale. Solo preguntaba.

Entrecierro mis ojos hacia ella y meneo mi cabeza de manera desaprobatoria.

—¿Entonces no hay ningún australiano por el que debamos de preocuparnos?

Ruedo mis ojos.

—¿En serio vamos a hablar de mi inexistente vida amorosa durante la cena de Navidad? —cuestiono con hastío, haciendo énfasis en la palabra «inexistente».

Mi madre alza ambos brazos en señal de inocencia, y sé que, al menos por esta noche, se ha dado por vencida. Papá es quien se apresura a cambiar de tema, lo cual le agradezco en silencio, y la charla retoma un ritmo ameno.

Cuando el reloj marca las once en punto, sonrío para mis adentros, sabiendo que finalmente ha llegado el momento que había estado esperando toda la noche. Me aclaro la garganta para llamar su atención antes de iniciar a hablar.

—He preparado algo para ustedes —anuncio con un toque de misterio.

De inmediato las expresiones faciales de los tres cambian por completo.

Mi madre abre la boca para decir algo, pero se ve interrumpida por el sonido del timbre en la puerta. Con el ceño fruncido, se levanta de su lugar y abandona el comedor para dirigirse a la puerta de entrada.

Olimpia me dedica una mirada furtiva desde el otro lado de la pantalla que trato de ignorar.

Se escuchan palabras inaudibles, después el cierre de una puerta, y finalmente el grito de mi madre llamando a su esposo desde la entrada principal.

—¡Alex, necesito algo de ayuda!

Mi padre se pone de pie rápidamente y camino hasta su encuentro.

—¿Qué has tramado esta vez, pequeña traviesa? —murmura Olimpia con un semblante divertido. Me limito a sonreír angelicalmente en respuesta.

Segundos después mis padres vuelven a hacerse visibles gracias a la cámara, pero esta vez están de pie junto a 3 cajas de cartón completamente selladas y forradas con papel navideño. Es increíble la cantidad de freelancers que puedes encontrar en internet, inclusive siendo Navidad.

—La de los copos es para ti, madre; la de los bastones es tuya, papá y la de las estrellas te corresponde a ti, hermana.

Con cara de no entender qué está pasando, obedecen. Cada quien se sitúa frente a su obsequio y, al leer las pequeñas notas que he pedido incluya la decoración exterior, mi madre llora, mi padre sonríe y Olimpia hace ambas cosas. Desenvuelven sus regalos, tomándose su tiempo, y finalmente vuelven a acercarse a la cámara.

—Roxy... —inicia mi madre, pero su voz se rompe y no puede continuar.

—Gracias, hija —la cubre mi padre—. No tenías que molestarte.

—No fue molestia —prometo—. Quería hacer algo especial por ustedes.

—Ha sido un precioso detalle —logra hablar mamá al cabo de unos segundos.

—Muchas gracias, Roxy, de verdad.

—Los amo. Un montón.

—Nosotros a ti, cielo.

—De México a Australia —complementa Olimpia.

—Y de regreso —le sigue papá.

—Multiplicado por los millones de metros que en estos momentos nos mantienen alejados —finaliza mi madre con lágrimas en los ojos.

Me permito desviar mis ojos de ellos un instante para apreciar la esfera grisácea que brilla en lo más alto del filamento, con el pensamiento latente de que, mientras sigamos viendo la misma Luna, no nos encontraremos tan apartados como creemos.

—Y yo a ustedes —aseguro regresándoles mi atención—. Eso, y sumándole cada una de las estrellas que esta noche iluminan nuestro mismo cielo.

. . . . . . . . . . . . . .

Ya hacía falta un capítulo de la familia Moya, y en el próximo habrá una sorpresa importante.

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Abrazos literarios,
–ℳau♡

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