Cap. 22: Turba de canguros
Soy la primera en despertar a la mañana siguiente. Me siento sobre el colchón, suelto un bostezo silencioso, y observo a mis compañeros de habitación: Zoe ha elegido la cama que está pegada a la pared, y descansa en una posición que no parece de lo más cómoda; Noah se encuentra en el lecho que está entre nosotras dos, y duerme boca abajo con una almohada enredada en sus piernas; y por último, Isaac yace a mi lado izquierdo, acostado con el rostro apuntando hacia el techo y con uno de sus brazos flexionado a la altura de sus ojos.
Reviso la hora, dándome cuenta de que es bastante temprano, por lo que decido dejarlos dormir un rato más y me recuesto para hacer lo mismo. Sin embargo, el colchón bajo mi espalda cruje cuando dejo caer mi peso nuevamente, y parece ser que Isaac tiene el oído más fino del planeta o el sueño menos pesado del universo, ya que solamente aquel chirrido le basta para abrir los ojos de golpe.
Maldigo para mis adentros.
—Lo siento, no era mi intención despertarte —susurro para no tener el mismo efecto en los otros dos chicos.
Se despabila un poco antes de responder:
—Descuida. ¿Qué hora es?
—Temprano.
—Eso no es una hora.
Ruedo mis ojos.
—Las cinco y media de la mañana.
Eso lo hace sentarse de golpe.
—Joder, vamos a llegar tarde.
Frunzo mi ceño de inmediato.
—¿Tarde? —repito con incredulidad—. ¿Acaso tienes que ir a arreglar al Sol para que esté presentable en el amanecer?
Un atisbo de sonrisa se asoma en sus labios, pero desaparece tan rápido como llegó.
—Hablo en serio, tenemos que levantarnos ya. —Remueve las sábanas que cubrían sus piernas y se pone de pie a un lado de la cama.
—Pero apenas y hemos dormido unas horas —me quejo, tallándome un ojo somnolientamente.
—Lo sé, pero de verdad tenemos que apresurarnos.
—¿Para qué?
Isaac deja de rebuscar algo dentro de su mochila y me da una mirada fugaz.
—Es sorpresa.
Tengo la intención de soltar un bufido, pero me abstengo para hacer el menor ruido posible.
—Pero ya ni siquiera es mi cumpleaños —me quejo.
—Yo no soy quien hizo las reglas aquí.
—¿Entonces esto fue idea de Noah?
Aprieta los labios y niega con la cabeza. Ladeo mi rostro y enarco una ceja hacia él.
—Eso quiere decir que sí fuiste tú quien «hizo las reglas» —reprocho.
—Yo me encargué de elegir el lugar, pero el querer hacer algo especial por tu cumpleaños fue idea de todos. —El hecho de que se incluya dentro de la oración me hace sentir bien.
—¿Ni una pista?
—No.
—¿Por favor?
—Roxana... —Suelta un suspiro y niega con la cabeza—. ¿La pasaste bien ayer?
El recuerdo de anoche me azota de repente, y eso es suficiente para que olvide el tema de la sorpresa por ahora.
Me aclaro la garganta.
—Sí.
—Bien, entonces confía en que hoy será igual. —Se yergue con su cartera en mano—. Bajaré a comprar unos cafés.
—¿Puedo acompañarte?
Da un leve asentimiento con la cabeza antes de abrir la puerta. Me apresuro a ponerme de pie, mareándome por unos segundos a causa del brusco movimiento. Abandonamos la habitación con el mayor sigilo posible y descendemos por las escaleras hasta llegar a la planta baja del hotel, donde hay una máquina expendedora de bebidas.
—¿Cuántos años cumpliste? —inquiere después de haber metido unas cuantas monedas en el artefacto.
—Diecinueve.
—Diecinueve... —alarga.
—¿Tienes un afán por hacer eso? —bromeo con una sonrisa.
—¿Hacer qué?
—Eso, repetir ciertas palabras y dejar que estas floten en el aire. —Ante su silencio, agrego—: Lo hiciste anoche, también.
—¿De verdad?
Asiento con la cabeza.
—Cuando hablamos acerca de la Luna y yo mencioné que era esperanzador que... —Al notar cómo trata de ocultar la forma en que las comisuras de sus labios tiran hacia arriba, detengo mi explicación—. Lo recuerdas, ¿no es así?
—Cada mínimo detalle.
—¿Inclusive la parte en que aceptaste no haber disfrutado una noche como esa en mucho tiempo?
—Sí, y también recuerdo cuando mencionaste que mis dos personalidades eran agradables.
Relamo mis labios y aparto la vista, algo cohibida de repente.
Afortunadamente, un pitido proveniente de la máquina nos informa que nuestras bebidas ya están listas. Me apresuro a tomar dos de los cuatro vasos, dejando que Isaac se haga cargo del par restante, y sin mediar ninguna otra palabra me encamino hacia las escaleras.
Estoy a punto de abrir la puerta de la habitación, cuando las voces perturbadas que se oyen en su interior hacen que mi mano se detenga a medio camino.
Zoe y Noah están discutiendo.
—¿Qué ocu...?
Inmediatamente siseo a Isaac por lo bajo. Le indico con un gesto que se coloque a mi lado, lo cual hace, y cuando acerca su oído a la puerta frunce el ceño.
—No deberíamos estar aquí —susurra.
—¿Y qué se supone que hagamos, si no?
—Irnos y dejar que resuelvan sus problemas ellos mismos, no es algo que nos incumba.
—Ni siquiera sabes por qué están... —A mi mente llegan las imágenes de ellos ayer por la noche, y entonces todo parece adquirir sentido—. Mierda.
—No diré que te lo dije, pero...
Vuelvo a sisearlo.
—Están cometiendo un error.
—No lo sabes —contradice él.
—Por supuesto que sí. Noah... Noah solo quiere cuidar a esa chica como se merece, y si ella no puede darse cuenta de eso, definitivamente está cometiendo un error.
—¿Y no crees que si ella no puede percatarse de eso, lo mejor sea que no estén juntos?
—Pero él...
—Sí, él la quiere —me interrumpe—, pero prefiero ver a mi amigo triste por unos días debido a que su cariño no fue correspondido desde un inicio, a verlo destrozado tiempo después, preguntándose qué hizo mal, cuando en realidad nunca fue culpa suya. —Su voz es firme, pero se suaviza un poco al pronunciar las siguientes palabras—: Vámonos, por favor. No nos compete estar aquí.
Sabiendo que está en lo correcto, asiento con la cabeza y empiezo a caminar a través del pasillo. Sin embargo, me detengo en seco cuando la puerta que habíamos dejado a nuestras espaldas se abre de golpe, y lo único que alcanzo a ver es la melena rubia de Zoe desapareciendo a toda prisa por el corredor.
Me debato unos segundos acerca de qué hacer, pero cuando veo que Isaac ha entrado a la habitación con Noah, pienso que quizá necesitan charlar un momento a solas, por lo que empiezo a correr detrás de Zoe, viendo el momento justo en que ingresa a los sanitarios públicos de la planta baja del hotel.
Al abrir la puerta, mi corazón se estruja un poco dentro de mi pecho al ver su reflejo en el espejo, llorando, con las manos recargadas sobre el lavabo y la cabeza agachada.
—Ey, Zoe... —Me acerco con cautela hacia ella y posiciono una mano en su espalda de manera reconfortante. Al principio se estremece con el contacto, pero cuando alza la vista y me ve a través del espejo, no duda ni un segundo en abalanzarse contra mí y abrazarme.
El movimiento tan brusco me toma por sorpresa y me petrifica por los primeros segundos, pero al oírla sollozar como lo está haciendo, cualquier rastro de incomodidad desaparece para dar paso a una empatía pura.
—Está bien... —menciono con voz pasiva.
—No, no lo está. —Sorbe por la nariz y se despega de mi hombro—. Las cosas no deberían de haber resultado de esta manera.
—Estoy segura de que él no quería presionarte, pero quizá el alcohol en su organismo y la emoción fueron más fuertes y...
Zoe me interrumpe negando con la cabeza.
—Yo lo besé a él —confiesa—, yo besé a Noah.
Vale, eso sí que me coge desprevenida. Todo este tiempo creí que él había decidido dar el primer paso.
—¿De verdad? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda procesarlas.
—Estábamos bailando muy cerca y... No lo sé, me dejé llevar. —Se pasa una mano por la frente, frustrada.
—¿Y cuál es el problema? —Dudo un poco antes de enunciar lo siguiente—: Si sabes lo que él siente por ti, ¿cierto?
—Sí, y ese es exactamente el problema.
—¿Acaso no te sientes igual? —Evito mencionar a su exnovio, suponiendo que ella no está enterada de que yo conozco ese pequeño detalle gracias al rubio.
—No... no es eso. —Reprimo un suspiro ante la aclaración—. Es complicado.
Parece que esa es la frase del mes.
—No me lo tomes a mal, linda, pero las personas acostumbramos a poner excusas inexistentes y a dificultar las cosas cuando en realidad son muy simples.
—Tengo miedo —admite al cabo de unos segundos—. Noah es muy importante para mí y... simplemente no soporto la idea de llegar a lastimarlo.
—Entonces no lo hagas.
—Lo dices como si fuera tan sencillo.
—Es que lo es —aseguro—. Mira, ustedes dos tienen algo muy especial; se comprenden entre ustedes, se ríen cuando están juntos, saben cómo tratar al otro... Ese tipo de conexión no la encuentras con cualquiera.
Sorbe una vez más por la nariz, pero las lágrimas han dejado de caer.
—¿En serio crees eso?
Asiento con la cabeza, convencida.
—En serio. —Coloco una mano sobre su hombro—. Dense una oportunidad. ¿Cómo van a saber que no hubiera funcionado si nunca lo intentan?
—Siento que estaría arriesgando demasiado...
—Pero si funciona —la corto—, habrás ganado más de lo que jamás te hubieras imaginado. Créeme, valdrá la pena.
Zoe deja salir el aire, exhalando pesadamente, y finalmente asiente con la cabeza.
—Tienes razón. —Sonríe y remueve los restos de lágrimas que yacen debajo de sus ojos—. Se lo diré.
—¿Qué estamos esperando entonces?
Me hago a un lado y abro la puerta para ambas cuando Zoe me sorprende con un nuevo abrazo.
—Gracias, Roxana. De verdad, gracias.
—No es nada. —Le devuelvo el gesto—. Solamente pido ser la madrina en un futuro —bromeo, robándole unas pequeñas risas y aligerando el momento notoriamente.
🦘🦘🦘
«Bienvenido al Parque Nacional Cape Hillsborough». Eso es lo que se lee en el letrero anclado a un lado de la carretera cuando el conductor del taxi se detiene a las seis de la mañana. Los cuatro bajamos dándole las gracias, y como es costumbre, Noah es quien lidera la fila, con la única diferencia de que ahora Zoe permanece a un lado suyo sosteniendo su mano.
Una sonrisa de satisfacción cruza mi rostro mientras recorremos una especie de sendero arenoso delimitado por una verde vegetación. La luz del día ya empieza a iluminar el camino, pero no lo suficiente para andar sin preocupación alguna, por lo que avanzamos a paso lento.
El sendero desemboca en una playa de arena de color café claro y agua turquesa. Algunas rocas sobresalen de la superficie, y hay algunos turistas alejados de la orilla, apuntando con sus cámaras hacia las olas en espera del amanecer, supongo.
Ni Noah, ni Zoe, ni mucho menos Isaac me dan algún tipo de explicación de qué hacemos aquí a medida que nos acercamos a la masa de personas. Vale, sí que los amaneceres son preciosos, pero no comprendo del todo la necesidad de haber dormido solamente unas cuantas horas para venir a ver cómo el sol sale de su escondite en esta playa en específico, teniendo en cuenta que hubiera bastado con asomarme por la ventana de mi habitación en el hotel. Aun así, tampoco me animo a preguntar el motivo por el cual madrugamos.
El par de tortolos rubios avanzan unos pasos hacia adelante se deja caer en la arena, sin importarles en lo más mínimo el llenar sus ropas de aquellos fragmentos de rocas y minerales. Zoe se ha acomodado al frente de Noah, recargando la cabeza en su pecho, mientras él la rodea con los brazos y tiene las piernas estiradas a los laterales de ella. La escena me parece de lo más adorable posible, y no me molesto en verlos disimuladamente.
Siento la mirada clavada de alguien en mi nuca, pero ni siquiera tengo que voltear para saber de quién se trata.
—Yo sí te voy a decir que te lo dije —menciono con un tono socarrón, aún con la mirada clavada en los chicos frente a mí.
—Hablaste con ella, ¿no es así? —indaga Isaac parándose a un lado mío.
Asiento con la cabeza.
—Estaba asustada, pero creo que es algo normal —expongo—. Solamente necesitaba darse cuenta de que algunas veces vale la pena arriesgarse para obtener lo que queremos.
Un sonido parecido a una risa inunda mis oídos, obligándome finalmente a verlo de soslayo.
—¿Qué?
—Parece ser que, a fin de cuentas, sí eres una experta en asuntos del corazón —comenta con algo de gracia, seguramente con el recuerdo presente de anoche.
Esbozo una sonrisa.
—No es verdad —refuto—. Supongo que simplemente he adquirido la facilidad de dar consejos, así como mi hermana.
—¿Perdona?
—Oh, tengo una hermana mayor —explico—. Se llama Olimpia.
—¿Vive en México?
—Sí, con mis padres. Pero seguimos estando en contacto.
—Me alegra oír eso. —Su tono de voz me indica que está siendo sincero.
—¿Y tú? —inquiero al cabo de unos segundos. Su expresión cambia de repente—. ¿Eres hijo único?
—Sí —responde secamente.
Ante el ambiente tenso que se crea a nuestro alrededor, decido que lo mejor será cambiar de tema.
—¿Falta mucho para el amanecer?
Isaac le echa un vistazo a su reloj antes de negar con la cabeza.
—No, solo unos minutos más.
—Hemos venido para eso, ¿cierto?
Una minúscula sonrisa se cuela entre su boca.
—Claro —afirma, pero por alguna razón no me parece del todo convincente. Y cuando el reloj marca casi las seis y media de la mañana, compruebo que estaba diciéndome una verdad a medias.
Mis ojos capturan el momento exacto en que el primer pedazo del sol se hace visible, brillando en su totalidad y tiñendo el cielo de la combinación de colores vivos más hermosa que he visto en mi vida. A su vez, un montón de canguros y ualabíes salen de su escondite en la playa y saltan por la arena hasta llegar a las olas. Sus sombras se reflejan en la superficie cristalina y sus siluetas se vuelven oscuras ante el contraste con el cielo, y definitivamente es la cosa más hermosa que he visto en mi vida.
—Oh, por Dios —murmuro alelada.
—Sucede todas las mañanas —Isaac habla en voz baja—. Los canguros grises del este y los ualabíes vienen a la playa cuando amanece para alimentarse de las algas marinas y semillas de manglares que han sido arrastradas por las mareas nocturnas.
—Nunca había visto algo así.
Sonríe ante mi reacción.
—¿Quieres que te tome una fotografía? —sugiere, sacando su teléfono celular del bolsillo delantero de su bermuda.
—Por favor.
Se aleja unos pasos de mí y me enfoca con la cámara. Ni siquiera tengo que hacer un esfuerzo por sonreír, el momento parece tan mágico y alucinante que mis labios se niegan por completo a mantenerse unidos.
—Listo. —Me entrega su celular, con mi fotografía en la pantalla, y asiento satisfecha con el resultado.
—No puedo esperar para presumirle a mis padres y a mi hermana que he visto a una familia cangurera en la playa.
Isaac frunce el ceño ante mi expresión.
—¿Familia cangurera? Se dice turba de canguros, en realidad —me corrige.
Suelto un bufido y ruedo los ojos. ¿Por qué este chico tiene que ser tan recto en algunas cosas?
—Sin duda «familia cangurera» suena mejor —reprocho con los brazos cruzados, pero al volver a fijar mis ojos en el paisaje cualquier altercado tonto deja de tener sentido.
. . . . . . . . . . . . . .
Me parece que cierto muchacho de ojos azules está de acuerdo en que «familia cangurera» suena mejor, aunque en esta ocasión no haya podido expresarlo.
Riamos para no llorar.
Dato curioso de hoy: La foto que se encuentra en multimedia es real y fue tomada en el lugar que visitaron los chicos durante este capítulo. Simplemente bellísimo.
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro