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Cap. 22: Sr. Originalidad

Thiago Reyes

—Oh, cielo, lo que daría porque estuvieras a mi lado en este momento.

Escucho esa voz femenina a lo lejos. Intento abrir mis ojos, pero lo único que veo es negro.

—Ha pasado tanto tiempo... ¿Te extrañamos mucho lo sabes? Me muestro fuerte ante los demás, pero apenas entro a este lugar vuelvo a derrumbarme.

El tono de su voz es desgarrador, su dolor se transmite con sus palabras.

—Las personas ya empiezan a murmurar, pero nosotros nos mantenemos firmes, nunca perderíamos la esperanza.

Oigo como sorbe su nariz y un sollozo escapa de su boca.

—Oh, Dios, esto cada vez se hace más difícil.

Siento una mano envolviendo la mía. Por instinto trato de cubrirla con la que está libre, pero lo único que siento es vacío.

—No te des por vencido, ¿sí? Prometo que yo no lo haré.

Se escucha un ruido de fondo, como si una silla se arrastrara. Algo húmedo hace presión sobre mi frente.

—Feliz Nochebuena, Thiago.

Despierto de golpe, sentándome en la cama con la respiración agitada. Llevo una mano a mi pecho, sintiendo lo fuerte y rápido que late mi corazón.

Doblo mis piernas para apoyar mis codos en las rodillas y poder sujetar mi cabeza, inhalando y exhalando profundamente hasta lograr tranquilizarme.

Mierda, detesto tener esta clase de sueños, pero cada vez se hacen más presentes y dolorosos.

Me paro de la cama y me dirijo al baño para ducharme. Es la única manera en la que logro calmarme en medio de la madrugada cuando experimento estas situaciones.

Me deshago de mi ropa y prendo la llave del agua, girándola completamente hacia el lado frío. Me adentro en la regadera, sintiendo el agua chocar de inmediato contra mi piel, relajando mis músculos.

Solo espero que estas pesadillas se acaben pronto, y todo vuelva a estar bien.

🎄🎄🎄

Presiono el botón «reproducir» de la bocina, acto seguido mi habitación se inunda en el sonido de villancicos navideños. Reviso la mesa ya colocada, asegurándome de que todo esté en perfecto orden para su llegada. Me tocó a mí preparar el lugar, ya que decidimos que cenaremos en mi cuarto, para aprovechar la decoración del mismo.

Arremango mi camisa de color rojo por el calor; debido a que Australia se localiza en el hemisferio sur del mundo, sus estaciones del año son opuestas a las de los países del norte. Por lo tanto, mientras que en Canadá las temperaturas en diciembre son muy bajas, aquí estamos en verano, y el calor está en su punto máximo.

Cuando las yemas de mis dedos hacen contacto con la tela de mi prenda, siento una punzada en la cabeza que me obliga a cerrar los ojos. Pero en ese pequeño instante de dolor, un vago recuerdo de cuando me fue obsequiada, llega a mi mente.

Aprieto los ojos con fuerza dejando que mis manos caigan a ambos lados de mi cuerpo. Suelto una profunda exhalación y trato de respirar para calmarme cuando siento mis ojos cristalizarse.

En un impulso, me acerco al teléfono fijo de la habitación, descolgándolo. En cuestión de segundos marco ese número que siempre me sabré a la perfección. No tengo idea de que estoy haciendo ni de las consecuencias que esto podría traer, pero necesito hacerlo, necesito escuchar su voz aunque sea un segundo.

Un timbre y nada.

Dos timbres y nadie contesta.

Tres timbres y pierdo la esperanza.

¿Pero qué estaba pensando? Conociéndola ni siquiera contestará a un número desconocido de otro país, además debe de estar muy ocupada con la cena...

¿Diga?

Mi corazón deja de latir por un segundo, si es que eso es posible.

¿Hay alguien?

Una sonrisa rota se adueña de mis labios. Mi pecho se aprieta un poco al escucharla tan apagada, sin esa chispa que la caracterizaba.

Quiero decirle tantas cosas, preguntarle si está bien, y hacerle saber que nada de esto es su culpa. Sin embargo, todas las palabras y emociones se atoran en mi garganta.

Suspira del otro lado de la línea.

Feliz Nochebuena.

Y cuelga.

Sin poder evitarlo, mis ojos vuelven a cristalizarse y una lágrima resbala por mi mejilla derecha. Sé que llorar no te hace débil, pero siento rabia al saber que yo soy el motivo por el cual se encuentra así. Me siento tan culpable e impotente de no poder hacer nada.

Como si el universo mostrara un poco de piedad, el sonido de tres golpes en mi puerta me traen de vuelta a la realidad.

Me aclaro la garganta antes de contestar con la voz más firme que puedo:

—Un segundo.

Remuevo los restos de lágrimas de mi rostro, y camino hasta el clóset para sacar del mismo el regalo de mi chaparra. Rápidamente lo coloco debajo del pequeño pino y ahora sí, me dirijo a la puerta forzando una sonrisa, la cual se convierte en una verdadera al verla a ella del otro lado.  No se merece pasar por todo esto, aún no es necesario que lo sepa, y desearía que nunca lo fuera.

—Eres bellísima —es lo primero que menciono apenas mis ojos se posan sobre ese lindo vestido color rojo y luego admiran su fino rostro.

Ella ríe como siempre ante mi cumplido, para de ahí mirarme con una mano en su cintura.

—Existen tantos colores en el mundo, ¿y teníamos que coincidir?

Suelto una carcajada cuando me doy cuenta de que ambos combinamos en la vestimenta, inclusive el tono de rojo es bastante parecido.

Una vez que me recupero de mi ataque de risa, termino de abrir la puerta y me hago a un lado invitándola a pasar, lo cual hace. Cierro la puerta a nuestras espaldas una vez que ella ya se encuentra recorriendo la sala y la sigo.

—Déjame ayudarte —le pido cuando me percato de los recipientes que está cargando, tomando uno de estos.

—Gracias.

Me encamino a la cocina, escuchando sus pasos detrás de mí, para colocar en la encimera lo que ha traído.

—Huele delicioso —comenta aspirando profundamente con la nariz.

Se agacha y fija su vista en el horno, donde se encuentra el pavo. Yo, por mi parte, trato de no clavar mi vista en ella mientras está en esa posición. Nunca se lo he dicho, pero sus piernas me vuelven loco.

Se reincorpora, y para mí de repente la pintura del techo parece muy interesante.

—¿Qué haces? —pregunta ella viéndome extrañada.

¿Qué tipo de pregunta es esa? Es súper normal quedarse mirando al techo...

—¿Yo? —Rasco mi nuca—. Eh... Nada.

Enarca una de sus cejas, seguramente sin creerse una palabra, pero decide dejar el tema.

—¿Quieres algo de tomar? —le ofrezco para romper el silencio.

Sus ojitos verdes se iluminan cuando escucha mi pregunta, la cual fue ignorada, ya que se puso a rebuscar algo entre las cosas que trajo.

—¿Listo para probarlo? —pregunta al cabo de unos segundos, cargando en sus manos una jarra de... No tengo la menor idea.

—¿Qué es eso?

Rueda sus ojos antes de responder:

—¡El ponche de frutas del que te hable!

La sorpresa se adueña de mis facciones, pero trato de disimularla. Me siento un poco mal por no haberlo captado a tiempo.

—Claro —acepto contestando a su pregunta original, poniendo una sonrisa en mi rostro.

Apenas se da vuelta, involuntariamente hago una pequeña mueca. La bebida luce... extraña. Pero las apariencias engañan, y eso también aplica en los alimentos.

Así que cuando se para frente a mí, sonriendo, y extendiéndome un vaso hasta el tope de ese líquido desconocido, le regreso la sonrisa y lo sostengo.

Todo sea por amor.

Le doy un trago, reteniéndolo un segundo en mi boca antes de pasarlo por mi garganta, para poder apreciar bien el sabor.

Vale, superó mis expectativas.

—¿Y bien? —indaga encogiéndose en su lugar, como una niña pequeña que le acaba de enseñar a sus padres un dibujo que en realidad parecen jeroglíficos.

—Nada mal —declaro con aprobación.

Sinceramente prefiero el ponche de mi país, pero es un detalle innecesario para ella, por lo que me lo guardo. No me malinterpretes, no es que este no me haya gustado, simplemente supongo que es la costumbre de tantos años.

Sonríe orgullosa de su trabajo y termina sirviéndose un vaso igual al mío.

Sin duda vale la pena hacer cualquier cosa con tal de ver esa sonrisa.

En ese momento la alarma del horno suena indicando que el pavo, o intento de, ya está listo. Me coloco unos guantes de cocina antes de abrirlo, y saco la bandeja con cuidado de no quemarme, para colocarlo sobre la isla de la cocina.

—¿Te parece si nos sentamos a cenar ya? —cuestiono viendo mi reloj y confirmando que es buena hora para comenzar la cena, a lo que ella asiente, tomando el recipiente que contiene lo que supongo será la lasaña, y se adelanta saliendo de la cocina.

Si tan solo ella supiera lo sexy que se ve caminando en esos tacones rojos. Suelto un suspiro elevando mi cabeza, como si estuviera implorándole algo al cielo. Sin duda va a ser una noche larga.

Sigo sus pasos por detrás, llevando en mis manos el platón con el pavo ya servido en él.

Me emociono cuando veo cómo sus ojos barren el lugar, admirando cada pequeño detalle de la decoración que hicimos juntos, y fijándose en algunas pocas cosas que agregué por mi cuenta. Suelto una pequeña risa cuando empieza a tararear una de las canciones navideñas moviendo su cabeza de un lado a otro, siendo tan ella, hasta que finalmente su mirada se detiene en un lugar en específico: las cajas de regalo debajo del árbol.

Frunzo mi ceño al darme cuenta que no están solamente las dos cajas que yo deposité hace unas horas, sino tres. ¿En qué momento colocó eso ahí?

Gira su cuerpo para verme con una mirada curiosa, y yo hago lo mismo. Sin embargo, ninguno de los dos dice nada y tomamos lugar en la mesa, uno frente a otro.

Tomo el vaso de ponche que está frente a mí y lo alzo.

—Gracias por hacer uno de mis sueños realidad.

Sus comisuras se elevan en una tierna sonrisa a la vez que eleva su vaso igualmente, chocándolo contra el mío, para después beber.

Le dejo a ella dar las gracias por la comida en una pequeña oración, y después de eso, le ayudo a servirse una porción de pavo en su plato.

Orgullosamente puedo decir que no quemé la cocina y que el platillo tiene buena vista, así que merezco algo de crédito por eso.

Apenas da el primer mordisco, cierra sus ojos disfrutando el sabor.

—Esto está delicioso —expresa con una expresión de placer cuando termina de tragar, a lo que yo agradezco.

Y tengo que decir que yo hice exactamente lo mismo cuando probé la pasta. Sin duda la receta de su madre era exquisita.

Cuando ya estamos a la mitad de la comida aproximadamente, recuerdo algo.

—Ya vengo —le informo poniéndome de pie y yendo a la cocina sin esperar su respuesta.

Abro el refrigerador y sujeto entre mis manos la lata de jalea de arándano. Tuve que visitar más supermercados de los que hubiera querido para conseguirla, pero en serio que esta cosa es un manjar.

Regreso al comedor con la lata detrás de manos, ganándome una mirada curiosa de mi novia, quien de inmediato se inclina en su silla tratando de ver más allá de mi cuerpo.

—Cierra los ojos y abre la boca —le indico.

—¿Para qué? —pregunta mirándome con desconfianza.

—¿Por favor? —Hace una mueca, por lo que agrego—: Ni que fuera a envenenarte, Rox, anda.

—Vaaaale, gruñón —contesta entrecerrando sus ojos, para de ahí cerrarlos por completo y abrir su boca lentamente.

Tomo una cuchara de la mesa y con esta, tomo un pedazo de la jalea, conduciéndola hasta su boca. Pega un pequeño brinco cuando sus labios hacen contacto con el utensilio de metal, pero termina succionando su contenido y tragándolo.

De inmediato su rostro adquiere una expresión graciosa, y parece ser que fue de su agrado.

—¿Acaso acabo de probar la famosa jalea de arándano?

—Es correcto.

—Definitivamente tienes buen gusto —admite asintiendo con la cabeza.

—Lo sé —afirmo señalándola a ella, haciendo que se sonroje ligeramente.

🎄🎄🎄

—¡Rox, espera! —exclamo persiguiéndola por la arena, mientras ella corre como si su vida dependiera de ello.

—¡Apúrate, tortuga! —grita para después detenerse y carcajearse en medio de la playa.

Nada como el espíritu navideño.

Cuando por fin logro llegar a su lado, apoyo mis manos sobre mis piernas curvando mi espalda, tratando de recuperar el aliento.

Estábamos sentados tranquilamente conversando, cuando vio la hora y se levantó de un salto para salir corriendo del cuarto gritando que la alcanzara en la playa porque ya iba a ser media noche y teníamos que prender las bengalas.

Sí, tuve que perseguir a mi novia como a una niña pequeña por todo el hotel, ganándonos varias miradas de parte del personal. Seguramente pensaron que estábamos pasados de copas.

—Rápido, rápido —pide ella, refiriéndose a encender las luces.

Haciendo caso, saco el encendedor de mi bolsillo, y con cuidado prendo la primera de las bengalas, entregándosela a ella; posteriormente enciendo la mía.

Rox empieza a danzar libremente por la arena, gracias a que sujeta sus tacones con una mano, si no probablemente ya se encontraría en el piso. Mueve la varilla de forma circular, generando pequeños círculos de luz a su paso.

Apenas el reloj marca las doce en punto, corro en su dirección tomándola de las caderas y elevándola lo más que puedo con una mano. Roto sobre mis pies, haciéndola girar y reír en el aire.

—Feliz Navidad, chaparra —susurro cerca de su boca, a la vez que la bajo, haciendo que sus pies estén en contacto con el piso nuevamente.

—Feliz Navidad, cariño —responde ella antes de que atrape sus labios entre los míos.

Subimos de regreso a la habitación entre risas después de habernos quedado un rato en la playa. Al llegar a la puerta, ella se queda esperando a que yo introduzca la llave y abra, cosa que no hago. Al no verme con intenciones de hacerlo, señala con una mano la puerta, enfatizando su petición.

Pongo mi mejor cara de sorpresa.

—Mira. —Señalo la parte superior del marco, donde cuelga un muérdago.

Ella ríe para luego enarcar una ceja.

—¿En serio?

Me alzo de hombros.

—No lo digo yo, lo dice la tradición.

Rueda sus ojos y pone una mano en su cintura.

—¿Estás tratando de persuadirme poniendo una planta sobre nosotros?

—Tal vez... —Me acerca un paso a ella.

—Sí sabes que para que recibas un beso no es necesario que pongas una planta, ¿verdad?

Ríe y coloco un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—No lo hago solo por el beso, chaparra.

—¿Entonces? —Ladea la cabeza.

—La tradición dice que la mujer que recibe un beso bajo el muérdago, encuentra el amor que busca o, en caso de haberlo encontrado ya, lo conservará.

—Nunca había escuchado esa parte de la historia.

—Prometo que lo leí en algún lado. —Acuno su rostro entre mis manos, y ella automáticamente posa su vista en mis labios, los cuales relamo—. Creo que habrá que cumplirlo, ya sabes, mejor prevenir que lamentar.

Vuelve a rodar sus ojos mientras sonríe, para después recibir con calidez el contacto de mis labios con los suyos.

🎄🎄🎄

—Es momento de la mejor parte —anuncio frotando mis manos con emoción—. ¡Los regalos!

Ella me da una mirada de reproche.

—Lo importante no es eso, sino poder compartir con las personas que queremos este día especial...

Bufo interrumpiendo su discurso.

—Eso le dicen a los niños pequeños y es mentira, todos sabemos que el momento de abrir los regalos es lo más esperado de la noche.

—¿Y tú cómo lo sabes? —pregunta cruzándose de brazos.

—Porque mi madre solía darme la misma respuesta cuando comentaba que ya quería abrir los regalos de pequeño.

Rueda sus ojos riendo.

Con una sonrisa triunfante en el rostro, me siento a los pies del pino, palmeando un espacio junto a mí para que ella se siente, lo cual hace.

—Tú primero —decimos los dos al unísono, para después soltarnos a reír.

—Está bien —volvemos a mencionar al mismo tiempo, soltando otro par de carcajadas.

—Tú —cedo una vez que recuperamos el aire.

—Bueno. —Se remueve en su lugar y se estira hasta tomar una caja mediana forrada en un papel decorativo de rayas verdes y plateadas—. Feliz Navidad.

Con más emoción de lo que podría admitir, tomo el regalo entre mis manos y sin ser muy delicado, arranco el papel que lo envolvía. Abro la caja que queda a la vista y sonrío genuinamente cuando veo su contenido. Saco la pijama del interior, colocándola sobre uno de mis muslos. Tomo la playera, elevándola, y sonrío aún más. Tiene bordada la cara de Santa en el centro, con unas letras cursivas abajo que dicen «Mr. Claus»; la parte de abajo es un pantalón de pijama rojo con pequeños copos de nieve.

Antes de que pueda voltear a darle las gracias y decirle lo mucho que me ha gustado, se pone de pie para tomar su bolso. La observo, extrañado, hasta que veo que saca un pijama bastante parecido al mío y vuelve a sentarse a mi lado trayéndolo en manos.

Lo extiende en el aire mostrándomelo. Es relativamente igual, solo que en el de ella se ve la cara de la esposa de Santa y el texto dice «Mrs. Claus».

Me controlo de no soltar un grito agudo que afecte mi parte varonil.

—¿Acaso es un mensaje subliminal para dormir juntos, chaparra?

Gira sus ojos y me golpea el brazo juguetonamente, haciéndome reír.

—Es perfecto, Rox, muchas gracias —susurro cerca de su oído para después presionar mis labios contra los suyos unos segundos, sonriendo a medio beso.

Se muerde el labio inferior una vez que nos separamos, y suspira aliviada.

—No sabes el gusto que me da oír eso —asegura acariciando mi mejilla.

Cierro los ojos unos segundos disfrutando del contacto, hasta que me reincorporo y alargo mi brazo para sujetar su obsequio.

—Feliz Navidad, Rox.

Lo toma con curiosidad, y siendo mucho más cuidadosa que yo, retira el papel envoltorio casi sin romperlo, lo cual debería ser un delito. Al cabo de unos segundos, deja el papel de lado y con una lentitud impresionante abre la caja. Sus ojos brillan cuando hacen contacto con el interior. Con precaución, saca el estuche que contiene el CD, escaneando la portada que he diseñado con una fotografía de nosotros. Le da vuelta y observa la parte trasera, donde están enlistadas las canciones que he grabado en el dispositivo circular.

—Has puesto nuestras canciones en un disco.

Deberían apodarme Sr. Originalidad.

Asiento con un gesto en respuesta.

—¡Dios! ¡Pero qué detalle más precioso!  —chilla achinando sus ojitos—. Me encanta. Gracias, Thiago. No puedo esperar para escucharlo. —Se pega el estuche al pecho, abrazándolo.

La simple imagen me derrite un poco por dentro.

—Con mucho cariño, chaparra —aseguro con una sonrisa—. Aunque, en realidad, tengo algo más para ti.

Sus ojos se abren inmediatamente.

—¿De verdad?

Asiento con la cabeza y me levanto para tomar el segundo regalo. Una vez que lo tengo en manos, regreso a su lado y se lo extiendo mientras vuelvo a sentarme en el piso.

—Está un poco pesado —le indico.

Ella lo coloca sobre sus piernas y empieza a rasgar el papel que lo envuelve. Apenas revela una parte, lo reconoce y una sonrisa adorna su rostro.

El conde de Montecristo —lee el título en la parte superior—, tu libro favorito...

Sonrío feliz de que lo recuerde también.

Termina de sacar el libro de su envoltura y empieza a hojearlo.

—Le has dejado tus anotaciones —destaca, sonriente.

—Quiero que lo tengas —manifiesto.

—¿Estás seguro? —Alza su rostro, conectando con mis ojos.

—Cien por ciento.

—Esto es... —Hace una pausa sin saber cómo continuar—. Gracias.

—Por nada, chaparra. —Beso su frente.

Cierra el libro y lo coloca a un lado suyo, donde también se encuentra la ropa que nos ha comprado.

—¿Quieres que nos probemos las pijamas? —pregunta con emoción.

La miro con picardía, haciéndola rodar sus ojos.

—¿Acaso ahora me estás proponiendo que te quite ese lindo vestido?

—¡Thiago! —me recrimina mientras sus mejillas adquieren el color de su prenda.

Alzo mis brazos en señal de inocencia.

—Yo solo decía...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

Otro capítulo narrado por nuestro querido protagonista masculino.

Las cosas empezaban a estar muy tranquilas por aquí, tenía que meterle un poco de tensión a esto con el inicio.

¿Qué fue ese sueño de Thiago?

¿Quién es la persona a la cual llamó?

¿Teorías? Me gustaría leerlas.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
—ℳau♡

P.D. Siento que el banner queda perfecto con este capítulo, me encanta😍.

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