Cap. 20: Sensaciones agridulces
La incesante vibración de mi teléfono sobre la madera de la mesa de noche que se ubica a un lado de mi cama me obligan a abrir mis ojos de golpe. De inmediato los cierro nuevamente al no estar acostumbrada a la luz de la mañana que se filtra por mi ventana, y me dispongo a buscar a tientas el aparato que no deja de trepidar.
—¿Diga? —exclamo con la voz ronca.
—¡Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos así! ¡Despierta, Roxana, despierta, mira que ya amaneció! ¡Ya los pajaritos cantan y la luna ya se metió!
Aprieto mis ojos con fuerza ante los repentinos gritos, pero me abstengo de hacer alguna mueca.
—¡Feliz cumpleaños, Roxy!
Cuando por fin me obligo a abrir los ojos, vislumbro a mis padres y a mi hermana del otro lado de la pantalla con una sonrisa de oreja a oreja que se vuelve contagiosa.
Dios, había pasado tanto tiempo sin verlos... Al menos así, en las posibilidades que tenemos debido a la lejanía. Aquel simple pensamiento remueve la nostalgia en mi interior.
La sonrisa termina de expandirse en mi rostro cuando compruebo que, efectivamente, hoy es trece de noviembre; es decir, mi cumpleaños.
—¡Gracias! —chillo con emoción.
—¿Cómo estás, cielo? —Mi madre es la primera en hablar.
Me siento en la cama en un intento por despabilarme, y tallo uno de mis ojos distraídamente.
—Bien. Bien —repito con más entusiasmo—. Algo somnolienta, si puedo admitir.
—Mamá quería llamarte a las doce de la madrugada de Australia, así que agradece que la convencimos de dejarte dormir al menos unas horas —alega Olimpia con una sonrisa traviesa.
Enarco una ceja y le doy una mirada significativa a mi madre, quien suelta una risa nerviosa.
—Esperamos que tu cumpleaños número diecinueve sea memorable, hija —interviene papá. Siempre ha sido un hombre de pocas palabras, pero sin duda sabe exactamente qué decir.
—Gracias, papá.
—Estamos muy orgullosos de la hermosa mujer en la que te estás convirtiendo, cielo. —La voz de mi progenitora se quiebra un poco, provocando que un nudo empiece a instalarse en mi garganta.
Quizá ella no lo sabe, pero esas palabras son lo único que necesitaba oír.
—Te quiero mucho, hermanita, y espero que tu día sea tan especial como te lo mereces. —La cálida mirada que me regala Olimpia no hace más que humedecer mis ojos.
Es el primer cumpleaños que paso sin ellos; el primero que paso sola, en realidad.
—Los extraño mucho. —Las palabras resbalan de mi boca con toda la sinceridad que conllevan.
—Nosotros te extrañamos a ti, hija, pero estamos felices de que te estés dando esta oportunidad.
«Dándome esta oportunidad». Repito esa oración un par de veces dentro de mi cabeza, dándome cuenta de que es justo lo que estoy haciendo.
—Sí, yo también me alegro de eso.
—¿Ya sabes qué vas a hacer hoy? —inquiere Olimpia, con esa expresión de ilusión que la caracteriza.
—No realmente —admito—. He hecho algunos amigos aquí, son personas agradables. —Sonrío al pensar en Noah, Isaac y Zoe—. Quizá pase el rato con ellos.
—Oh, eso suena muy bien, cielo —menciona mi madre con algo de emoción.
—Sí, así es.
—Te amamos mucho, hija —dice mi padre con una pequeña pero basta sonrisa.
—Yo también a ustedes.
—Hablamos luego, ¿sí? —sugiere mi madre.
Muevo mi cabeza de arriba a abajo.
—Gracias por... esto, por seguir estando a mi lado a pesar de estar tan lejos físicamente.
—Siempre, Roxy. ¡Disfruta tu día! —Viniendo de mi hermana mayor, sé que es más una orden que una petición, lo cual me roba una risita.
—Lo haré —aseguro, estando dispuesta al menos de intentarlo.
—¡Adiós! —se despiden los tres al mismo tiempo antes de que la pantalla de mi celular vuelva a tornarse negra.
Aún con una sonrisa en mi rostro, me dejo caer nuevamente de espaldas contra la cama, dispuesta a dormir un par de horas más sabiendo que no tengo ninguna prisa el día de hoy.
🎁🎁🎁
Parece ser que los teléfonos en mi habitación amanecieron con ganas de que hoy fuera su último día de utilidad. Ha pasado solo una hora desde que volví a cerrar los ojos cuando ahora el teléfono fijo de mi cuarto empieza a resonar estrepitosamente por todo el lugar.
—¿Sí? —digo con el tono de voz más amable que he podido encontrar.
—Señorita Moya, le ha llegado un paquete. —Me informa una voz masculina. Al revisar la extensión, verifico que la llamada ha salido directo desde la recepción de Qualia.
—Vale, gracias. En un momento bajo por él.
Después de despedirse, el señor cuelga el teléfono.
Me estiro sobre el colchón un par de veces, indispuesta a ponerme realmente de pie. Vuelvo a abrazar la almohada, pero la mano que se encuentra debajo de ella se topa con algo extraño. Al sacarlo, me doy cuenta de que es un collar; el problema es que no es mío y no tengo idea de cómo ha llegado aquí. Quiero decir, he dormido en esta cama por los últimos cinco meses, es imposible que nunca me haya percatado de su existencia.
Lo observo con minuciosidad, dándome cuenta de que se trata de una pieza de joyería realmente bella, compuesta por una delgada y fina cadena junto con un bonito dije que tiene la forma del timón de un barco. Dispuesta a hacer lo correcto, una vez que me he cambiado de ropa por algo más presentable para deambular por los pasillos del hotel, tomo el elevador que me llevará a la recepción con el collar en una de mis manos.
—Buenos días. —Recargo mis brazos en el recibidor—. Me han llamado hace unos minutos para informarme que ha llegado un paquete a mi nombre.
—¿Podría proporcionármelo, de favor? —pide amablemente el sujeto al otro lado del mueble.
—Roxana Moya.
—Oh, señorita Moya. —El muchacho se acomoda sus anteojos en un gesto torpe—. Felicidades.
Su actitud me resulta ligeramente adorable, por lo que sonrío con ternura.
—Muchas gracias.
—Permítame voy a buscar su paquete.
Vuelvo a sonreír en respuesta, y él se da media vuelta hasta perderse en no sé donde.
—¡Ey, Roxana!
Ante la pronunciación tan familiar y la entonación tan conocida, giro sobre mis talones con gran agilidad.
—¡Noah!
Mi amigo se acerca hacia mí a paso rápido.
—¿Cómo estás? ¿Todo en orden? —inquiere.
Asiento con la cabeza.
—Sí, todo de maravilla. Solamente he venido a buscar un paquete, seguramente mis padres me han enviado algo a modo de obsequio por mi... —Me callo, pero ya es demasiado tarde.
—¿Por tu...? —Parece confundido por unos segundos, pero después logra unir todos los cabos—. ¿Hoy es tu cumpleaños?
Afirmo con algo de pena por no haberlo mencionado antes.
—¡Felicidades, mujer! —Me envuelve en un explosivo abrazo—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Si te soy sincera, había olvidado que ya estábamos tan cerca de la fecha. Estas últimas semanas han pasado volando.
Noah suelta una pequeña risa en concordancia, y me alegra que no se encuentre enfadado por algo como esto.
—¿Qué quieres hacer para celebrarlo?
—Oh, no. No tenemos que hacer nada especial —me excuso para evitar molestias.
El rubio me da una mirada incrédula, pero antes de que pueda refutar al respecto, una alarma empieza a sonar desde su celular.
Maldice por lo bajo, la apaga y vuelve a centrar su atención en mí.
—Escucha, tengo que marcharme porque voy jodidamente tarde al trabajo, pero nos vemos esta noche en mi piso. Yo organizo todo con los chicos, tú solamente asegúrate de llegar.
—Pero...
—Pero nada. —Me da un fugaz beso en la mejilla antes de empezar a alejarse.
—¡Necesito saber los detalles!
—¡Te los textearé más tarde! —promete para segundos después abandonar la recepción a grandes zancadas.
Ruedo mis ojos con cierta diversión, y en el fondo le agradezco que tenga esta clase de detalles conmigo.
—Aquí tiene, señorita Moya. —La voz del recepcionista me hace volver a dirigir mi mirada hacia él. Me extiende una caja de cartón de un tamaño considerable junto con otra más pequeña, como si el que estuviera de celebración fuera él.
Estoy a punto de tomar las cosas cuando recuerdo el pequeño y delicado objeto que ocupa una de mis manos.
—Oh, he encontrado esto en mi habitación esta mañana —explico tendiéndole el collar.
El chico lo observa con el ceño ligeramente fruncido.
—Arriesgándome a que mi pregunta suene bastante tonta, ¿está segura de que no es de usted?
Niego con la cabeza.
—Las probabilidades de que esto haya sido de algún huésped anterior son bastante bajas, si me permite opinar.
—¿Y no pertenecerá a alguien del personal del hotel? —sugiero.
—Lo dudo realmente. Le pedimos a todos los empleados que se encargan de la limpieza de las habitaciones que no utilicen ningún objeto que pueda extraviarse para evitar situaciones como estas —explica.
—Uhm... ¿Podría preguntar, aun así?
—Por supuesto —comenta, pero no toma el collar. Al darse cuenta de mi mirada, añade—: No puedo quedarme con él, las políticas del hotel no me lo permiten.
—¿Y entonces qué se supone que haga yo?
—Hagamos esto. Usted resguarde el collar y yo buscaré a su posible dueño, ¿de acuerdo? En caso de que alguien lo reporte como suyo, la contactaré para que realicemos la entrega correspondiente.
—¿De verdad no puede conservarlo usted?
El chico niega con la cabeza, apenado.
—Bien. De acuerdo —accedo. Guardo la pieza cuidadosamente en uno de mis bolsillos para poder tomar los obsequios que descansan sobre el mostrador—. Gracias nuevamente.
—Con gusto, señorita. —sonríe ampliamente—. Que tenga un lindo día.
—Igualmente.
Una vez de vuelta en mi habitación, me siento en uno de los sillones con las cajas de cartón al frente, entre mis piernas. Cojo la más pequeña, que es de un peso liviano, y levanto la tapa que la mantenía cerrada. Sonrío al vislumbrar un pastel, de tamaño individual, con una velita incluida a un lado y las palabras «Feliz Cumpleaños, Roxy» grabadas con algún tipo de endulzante sobre la cobertura. Lo dejo a un lado, dispuesta a saborearlo más tarde, y agarro la caja más grande. Antes de abrirla, me topo con un pequeño sobre firmado por mis padres y mi hermana, el cual confirma mi teoría de que ellos son los remitentes, y me arranca una sonrisa de inmediato.
«Roxy, querida:
Desearíamos poder celebrar de manera física este día especial contigo, pero debido a que no es posible ahora, queremos que al menos tengas una parte de nosotros ahí, a tu lado. Quizá no podamos vernos frente a frente, pero te pensamos todo el tiempo y te llevamos grabada en nuestros corazones. Hoy y siempre, Roxy.
Te amamos de México a Australia, y de regreso, multiplicado por los millones de metros que en estos momentos nos mantienen alejados.
Con todo el amor del mundo,
Mamá, papá y Oli».
Remuevo con delicadeza las lágrimas que se deslizan por mi rostro y suelto un sollozo que se mezcla con una sonrisa. Creo que nunca había experimentado una sensación tan agridulce en mi vida.
Con más emoción de la que me gustaría admitir, remuevo las solapas de la caja para encontrarme con un objeto envuelto en papel decorativo. Manejándolo con cuidado, lo tomo entre manos y tiro la caja al suelo para tener un espacio donde poner el obsequio. Empiezo a rasgar el papel que lo envuelve y suelto un sollozo más cuando finalmente el regalo ha sido descubierto.
Deslizo las hojas del álbum de fotografías con todo el cuidado que puedo para no dañarlo, sonriendo con nostalgia ante todos los recuerdos desvelados entre las páginas. Las imágenes abarcan desde el momento en que mi madre estaba embarazada hasta la última fotografía que tenemos los cuatro, del día que fueron a despedirme al aeropuerto. Distintas notas y estampas acompañan las hojas, robándome más de una risotada o un chillido.
Cuando finalmente he pasado hasta la última hoja, llevo el cuaderno a mi pecho y lo abrazo con fuerza, sintiéndome más cerca de mi familia ahora de lo que lo he hecho en mucho tiempo.
. . . . . . . . . . . . . .
Roxana queriendo encontrar al dueño de su propio collar: 🤡
Aviso importante: Finalmente he fijado fecha para la culminación de este segundo libro. Será el veintiocho de junio del presente año, es decir, en dos semanas y media aproximadamente. Por este motivo estaré actualizando de manera seguida, así que es probable que hayan entre tres y cuatro capítulos nuevos semanalmente.
¿Estás listo para conocer el desenlace de la historia?
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
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