Cap. 16: Universos paralelos
Nunca creí que podría terminar llorando y riendo y volviendo a llorar de una manera tan drástica en tan poco tiempo. Para mi sorpresa, ni Noah ni Isaac se inmutan demasiado en las partes que logran erizarme la piel, ni siquiera con aquel final dramático y doloroso que tiene la temporada. Acepto que si no hubiera sido por lo enganchante que me resultó todo y porque los comentarios de Noah incrementaron notoriamente al notar el sinfín de bostezos que estaba dando, seguramente me hubiera quedado dormida en este mismo sofá.
Remuevo los restos de lágrimas que siguen adheridos a mis mejillas en el momento en que los créditos aparecen en la pantalla, intentando pasar desapercibida, pero sé que es en vano; ambos muchachos han sido testigos de cuando estas empezaron a rodar fuera de mis ojos. Me aclaro la garganta y me levanto de un salto, mareándome un poco por el movimiento brusco.
—Bueno, ahora sí será mejor que me vaya —menciono tomando el bolso que me trajo hasta aquí y sacando las llaves del auto para tenerlas a la mano—. Gracias por recibirme, fue divertido.
Noah le echa un vistazo rápido a un reloj y pone una casi disimulada mueca de preocupación. Comparte una mirada rápida con su compañero de piso antes de dirigirse a mí.
—Es bastante tarde para que manejes —analiza con algo de seriedad—. Tenemos un cuarto de invitados, podrías pasar aquí la noche.
Observo de reojo la hora en mi celular solo para comprobar lo que supongo: Son pasadas las dos de la mañana. Aun así, no me entusiasma mucho la idea de quedarme a dormir.
—Agradezco la oferta, de verdad, pero prefiero pasar la noche en el hotel.
Mis ojos no se despegan de los de Noah, esperando transmitirle todo eso que no estoy diciendo con palabras y, esperando que con el tiempo que llevamos conviviendo, pueda percatarse que en realidad no me sentiría cómoda aceptando su oferta. Sé que me ha entendido en el momento en que sus facciones se suavizan y asiente con la cabeza.
—Vale, pero entonces déjame acompañarte. —A pesar de ser una petición, me parece que no está muy decidido a darme opción de replicar en el momento en que se pone de pie y empieza a rebuscar por el suelo sus zapatos.
—Yo puedo llevarla —interviene el castaño de inmediato, levantándose de su lugar en un movimiento agraciado y clavando su mirada en su amigo—. No has descansado bien desde ayer, será mejor que yo la lleve.
—No es necesario —me oigo decir—. Qualia está bastante cerca, estoy segura de que puedo arreglármelas para llegar sana y...
Me callo cuando ambos niegan sincrónicamente con la cabeza.
—Es la madrugada del sábado, Roxana. Es posible que todo aquel que ha decidido pasar su viernes bebiendo esté transitando por las calles ahora mismo. No es seguro —decreta Isaac con algo de firmeza—. Por favor, déjame llevarte.
—¿Y mi auto...?
—Puedes dejarlo aquí y yo lo llevo al hotel en unas horas, cuando vaya a trabajar —sugiere Noah.
—No quiero molestarlos.
—No lo haces —responden al unísono.
Dejo escapar el aire sonora y pesadamente antes de rendirme.
—De acuerdo.
Ambos sonríen aliviados, aunque estoy bastante segura de que sabían que con un poco de presión terminaría cediendo. Sigo sin comprender del todo el porqué de tanta molestia, ya que sin duda sería más sencillo que me marchara sola, pero decido dejar el tema en paz y ahorrarme cualquier tipo de reclamo; al fin y al cabo, están haciendo esto por mí.
Isaac recoge lo que supongo son sus llaves, le da una palmada fraternal en el hombro a Noah y lo manda a la cama, prometiéndole que él se encarga. Antes de que el rubio se pierda en el pasillo que conduce a las habitaciones, me acerco hasta él, lo enfundo en un cariñoso abrazo de despedida y susurro un «gracias». Creo que no hace falta decir que aquellas siete letras abarcan mucho más de lo que aparentan, ya que en respuesta él me estrecha con más fuerza antes de dejarme ir.
Las luces de un jeep negro iluminan la oscuridad del estacionamiento cuando Isaac aprieta los botones de la llave para quitar el seguro. Abre la puerta del copiloto y rodea el auto para tomar el asiento conductor al mismo tiempo en que yo me introduzco dentro del vehículo. El auto tiene impregnado un peculiar aroma a menta y ropa limpia, y tengo que controlarme para no inspirar con más fuerza de la necesaria.
El silencio que se ha instalado entre nosotros solamente se rompe cuando el motor cobra vida y ruge con ferocidad por unos segundos antes de ponernos en marcha. Recargo mi cabeza en la ventanilla, admirando con disimulo las calles nocturnas que vamos dejando atrás.
—¿Por qué no lloraron? —inquiero algunos minutos más tarde, terminando finalmente con el silencio. Isaac no se atreve a despegar la vista de la carretera, pero puedo notar de perfil la manera en que su nariz se frunce sin entender mi pregunta—. En la serie, quiero decir. Cuando muere, ni tú ni Noah han llorado.
Una expresión de culpabilidad inunda su rostro.
—¿Quieres la verdad?
Ladeo mi cabeza, aunque él se mantiene enfocado en el camino.
—Bueno, sí. Creo que estaría bien —contesto con algo de sarcasmo, provocando que sus labios se curven débilmente hacia el cielo.
—No es la primera vez que vemos el programa —confiesa.
Mi boca se abre con una pizca de indignación.
—¡Eh! Eso no es justo.
Sus hombros se relajan un poco.
—¿Por qué no? No te hemos mentido —replica a su favor—. Era cierto que íbamos en la tercera temporada.
—Pero me hicieron quedarme un capítulo más poniendo como excusa la incertidumbre.
—Nunca nos incluimos en ese argumento, nos referíamos a ti.
Al rememorar sus palabras exactas, gruño por lo bajo al saber que tiene razón.
—¿Cuántas veces la han visto? —quiero saber.
—Era la segunda vez de Noah.
—¿Y la tuya?
Parece pensárselo unos segundos.
—Quinta, creo.
Mis ojos se abren exageradamente antes de que pueda evitarlo.
—¿Qué? —chillo—. Estás de broma, ¿no?
A Noah parece causarle gracia mi reacción, ya que un par de risas de su parte flotan entre nosotros, y después menea su cabeza de manera negativa.
—Me gusta mucho —admite a manera de explicación.
—¡No me digas! Creo que no lo había notado —bromeo sarcásticamente—. Eso explica tu manera tan... sencilla de explicarme todo.
—¿A qué te refieres? —La curiosidad se filtra en su voz.
—La forma en la que hablaste sobre todos aquellos conceptos y teorías enredadas.
—Creo que no te sigo.
Suspiro sonoramente.
—Las líneas temporales, los viajes al pasado y sus consecuencias, el multiverso, tu facilidad para entender la Fuerza de Velocidad a pesar de ser algo ficticio... Es asombroso —acepto con algo de emoción—. Hablas de ello con la misma sencillez con la cualquier persona toma un baño.
Aquella comparación le roba una risa más en lo que va de la noche.
—Leía los cómics de pequeño, me gustaba coleccionarlos —me platica—. Supongo que eso ayudó a que se me facilitara.
—Así que eres un genio.
De inmediato niega con la cabeza.
—Por supuesto que no, solamente tengo una mayor habilidad para entender cosas que alguien más podría catalogar como difíciles. La física, por ejemplo.
—Todo un cerebrito. —insisto con gracia—. ¿De casualidad tu apellido no es Newton?
Resopla con descaro al darse cuenta de que en realidad solo me estoy metiendo con él.
—¿Entonces es cierto lo que mencionan en The Flash? Sobre los viajes en el tiempo y esas cosas —curioseo con tal de seguir la conversación.
—Las consecuencias que conlleva, ¿quieres decir?
Emito un sonido de afirmación.
—¿Has oído hablar de la paradoja del abuelo? —cuestiona.
Hago una mueca, hasta que recuerdo que no puede verme y me obligo a hablar con algo de cohibimiento.
—No.
—¿No? —repite, pero no ahonda más en ello—. Es una antología que dice que si viajaras al pasado y asesinaras a tu abuelo paterno antes de que tu padre sea concebido, supuestamente morirías automáticamente, ya que si no existiera tu padre, tú tampoco hubieras podido nacer. —Hace una pausa, supongo que para asegurarse de que no me encuentre perdida por completo—. Pero, entonces, si tú nunca naces, tampoco puedes haber matado a tu abuelo.
Me abstengo de soltar un suspiro y decirle que mi cerebro no parece ser capaz de procesar esta información a altas horas de la madrugada, pero termino por tragarme mis palabras. Al fin y al cabo, fui yo quien preguntó en primer lugar.
—Lo que se espera explicar con esta paradoja es la imposibilidad de viajar al pasado, debido a que cualquier mínimo cambio que pudiera realizarse durante ese viaje alteraría significativamente el estado del mundo en el futuro —concluye.
—Es por eso que en la serie no solamente cambió la vida de Barry y sus personas más cercanas, sino que el futuro de los demás también se vio modificado —sugiero, para mi sorpresa.
—Exacto. Tiene algo de relación con el efecto mariposa.
Me muerdo el labio inferior y le obligo a mi mente a ponerse a trabajar.
—¿La teoría del caos? —intento adivinar.
El atisbo de una sonrisa se cuela en su rostro.
—Supone que el simple aleteo de una mariposa puede provocar algún suceso de suma importancia en el otro extremo del mundo —expone.
Vale, eso ya suena un poco más chiflado.
—¿Y tú crees eso?
—Por supuesto —sostiene con convicción—, es algo que sucede a diario, solo que a menor escala.
—¿Por ejemplo?
Se la piensa unos segundos.
—Tu bolso. —Señala mi regazo con la cabeza, sitio donde se encuentra dicho objeto—. Si no lo hubieras olvidado la noche anterior, no hubieras tenido ningún motivo para ir al departamento y entonces no estaríamos teniendo esta conversación. Es más, estoy seguro de que eso en realidad ocurrió, solo que en algún universo paralelo.
—Oh, ¿así que también crees en los universos paralelos?
Se enoje sutilmente de hombros.
—Hay investigaciones que avalan esa teoría, al igual que algunas observaciones astronómicas —argumenta con orgullo—. Vamos, no puedes creer que en un universo tan grande no exista al menos otra galaxia con un doble tuyo.
—Suena algo chiflado, si me permites opinar.
—¿Alguna vez has experimentado un Déjà vu?
Cuando las palabras terminan de resbalar por sus labios, un escalofrío me recorre el cuerpo.
—Sí.
—Michio Kaku, un físico teórico, piensa que pueden ser un recuerdo de alguna vivencia en una dimensión paralela.
—Vaya. Así que tienes una prueba para todo, ¿eh? En ese caso, me rindo. —Alzo ambas manos en señal de rendición—. Te permito ganar este debate.
En ese momento aparca el jeep a las afueras de mi hotel. No es hasta que nos encontramos completamente quietos que se atreve a soltar el volante y a despegar la vista del parabrisas.
—Gracias por permitirme traerte.
—Al contrario, gracias a ti por el gesto —comento con completa sinceridad—. Buenas noches, Isaac.
—Buenas noches.
. . . . . . . . . . . . . .
Isaac, además del rol principal que desarrollará en esta segunda parte, también tiene la función de explicar e introducir algunos conceptos que son necesarios para el entendimiento de la trama.
Aun así, si con el paso de los capítulos siguen existiendo dudas, no dudes en ponerla en los comentarios para que sean aclaradas.
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
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