Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cap. 14: Conductor irresponsable

Me dedico a mirar por la ventana mientras Thiago mantiene sus ojos fijos en la carretera. Sonrío con expectativa ante el plan que me ha propuesto esta misma mañana: emprender un pequeño viaje para asistir a Splendour in the Grass, un festival de música muy conocido en Australia. El evento es concurrido por al menos unas treinta mil personas cada año, quienes se reúnen a escuchar canciones de los géneros hip hop, rock y electrónica. Por lo que me había dicho, este año se contaría con las actuaciones especiales de un DJ australiano reconocido, un rapero americano y una banda de rock de la misma nacionalidad.

La verdad es que a pesar de no ser los estilos musicales que suelo escuchar, nunca he asistido a un concierto antes, así que me encuentro bastante emocionada al respecto.

—¿Ya has estado en un festival de estos antes? —le pregunto a Thiago despegando mi vista de la ventana para enfocarla en él.

Duda antes de contestar:

—Solo en conciertos. Nada muy relevante, en realidad. —Se encoge de hombres, restándole importancia—. ¿Y tú?

Niego con la cabeza.

—Es la primera vez —admito.

—Vaya, eso explica tu emoción —comenta con cierto tono burlón.

—Lo que pasa es que yo sí soy divertida —me defiendo de la misma forma.

—¿Estás insinuando que soy aburrido?

—No lo insinúo, te lo digo directamente.

Mi novio abre la boca, fingiendo que lo he ofendido, para después darme una mirada de soslayo y estirar uno de sus brazos con la intención de pincharme las costillas.

—¡Estás manejando! ¡Mantén tus manos en el volante, irresponsable! —exclamo entre risas cuando logra alcanzar mi abdomen, haciéndome cosquillas.

De inmediato una de las comisuras de sus labios se eleva y adquiere una mirada más densa antes de descender lentamente su mano hasta mi pierna, reposándola sobre mi muslo y acariciando por encima del pantalón.

—¿Segura?

El aire se atora en mis pulmones por unos segundos.

—Eso es jugar muy... —Las palabras mueren en mi boca cuando me da un apretón en la pierna— sucio.

—Si quieres la puedo quitar... —murmura mientras empieza a alejar la mano.

—No —demando.

Una expresión divertida se adueña de su rostro.

—¿No? —Otro apretón más.

—No —repito con una firmeza que hasta me sorprende a mí misma.

Muestra sus dientes en una sonrisa antes de palmear mi pierna un par de veces para después, finalmente, dedicarse únicamente a mover su pulgar por la tela.

—De acuerdo.

Me permito soltar una bocanada de aire cuando regresa su vista a la carretera y se decide a dejar sus dedos quietos.

—Juguemos a algo —me oigo decir.

Thiago me da una rápida mirada de soslayo.

—¿Ahora?

—Sí, ¿por qué no? —Me encojo de hombros—. Tengo entendido que el viaje será algo largo.

Se lo piensa por unos escasos segundos antes de asentir.

—De acuerdo. ¿Qué tienes en mente?

—Podríamos... Bueno, en realidad no es un juego como tal, pero... no lo sé, quizá...

—Chaparra —corta mi balbuceo—, lo que sea que vayas a proponer está bien.

Sonrío con un poco de timidez.

—Tengo una lista con ciento cincuenta preguntas de todo tipo escritas en mi teléfono —explico—. Podríamos ir diciendo números al azar y responder el cuestionamiento correspondiente... —Ni siquiera le doy oportunidad de responder antes de yo misma negar con la cabeza—. Olvídalo, es una tontería. Hagamos otra cosa mejor.

Puedo ver cómo su ceño se frunce.

—No es ninguna tontería —refuta. Suelta un suspiro—. Vamos, Rox, a estas alturas ya deberías de saber que nada de lo que digas puede parecerme una tontería. Dieciséis.

—¿Cómo?

—Dieciséis —repite—. Saca tu lista y hazme la pregunta dieciséis.

Abro mis ojos, sorprendida y enternecida por partes iguales. No reacciono del todo hasta que aprieta mi pierna sutilmente, y entonces tomo mi celular y empiezo a desplazarme por la pantalla.

—¿Cuál es tu lugar favorito en el mundo? —cuestiono.

—Fácil: Un campo de fútbol americano.

Sonrío.

—Me lo esperaba —admito.

—¿El tuyo?

Me lo pienso unos segundos antes de decir:

—La playa, me encanta la playa.

—Tiene sentido —menciona con gracia—. Pregunta número veinticuatro.

—Película favorita de romance —leo en voz alta—. Para empezar, ¿te gusta ese género?

Desvía sus ojos de la carretera por unos segundos para darme una mirada incrédula.

—Me ofendes, chaparra, yo soy todo un romántico sin remedio.

—Claro —enuncio con sarcasmo.

—¡Oye! —se queja—. Sabes que es verdad.

—Vale, entonces dime una buena película de ese género.

—Ghost.

—¿Cuál?

—Ghost —vuelve a decir—. Patrick Swayze y Demi Moore... —Al ver mi cara de confusión, añade—: Lo asesinan a él y se convierte en un fantasma que permanece en la Tierra para cuidar a su chica que corre peligro.

Me limito a hacer una mueca.

—Tienes que estar bromeando.

—No tengo la más remota idea de lo que estás hablando.

—¡¿Nunca has visto Ghost?! —Clava sus ojos en mí el tiempo suficiente para que un coche que trataba de rebasarnos nos toque el claxon de una manera no muy agradable.

—¡No hagas eso! —le reclamo en un chillido.

—¡¿Cómo es posible que nunca la hayas visto?! —exclama atónito, ignorando lo anterior.

—¡No lo sé! ¡Simplemente no lo he hecho!

—Joder, no sabes de lo que te pierdes. —Se pasa una mano por el cabello—. Tú y yo vamos a ver esa película. No sé cuándo, pero dalo por hecho.

Alzo las manos en un gesto de inocencia.

—Como tú digas.

Una pequeña sonrisa se cuela en sus labios, pero la disimula tan rápido como llegó y no da ninguna explicación al respecto.

—¿La tuya? —inquiere, a lo que yo respondo con un sonido de confusión—. Tu película favorita —aclara.

—Ah. No estoy segura, me gustan demasiadas que no creo ser capaz de elegir una.

—Bien. Siguiente pregunta, entonces. Ciento catorce.

—¿Has pensado en tener hijos? Si sí, ¿qué nombres les pondrías?

—Bueno, esta pregunta puede ser útil para un futuro... —susurra juguetonamente.

Suelto un par de risas ante su comentario.

—Sí quisiera tener hijos. No a esta edad, obviamente —enfatizo dándole una mirada significativa, a lo que él se encoge de hombros con inocencia—, pero sí más adelante.

—¿Cuántos quisieras tener?

—Tres: dos niños y una niña. Thomas, Sergio y...

—Roxana —sugiere él.

Enarco una ceja.

—¿Qué? Tu nombre es precioso.

Tardo unos segundos en encontrar mi voz tras dicho cumplido.

—Me gusta mi nombre, pero no sé si quiero que mi hija se llame igual que yo. La casa sería un lío cuando alguien mencionara la palabra «Roxana».

—A ella podríamos llamarla Roxy y tú seguirías siendo Rox por siempre. Problema resuelto. —Me guiña un ojo.

—¿Y tú? ¿Quieres ser padre?

—Cien por ciento —asegura con una sonrisa, y la fugaz imagen que pasa por mi mente de él sosteniendo a un bebé provoca que yo haga lo mismo—. Cuarenta y cinco.

Hago una mueca antes de pronunciarla en voz alta.

—¿Qué harías si la última persona que besaste estuviera frente a ti? —Dejo caer mi celular sobre mi regazo bruscamente—. Me disculpo por mi yo de quince años que pensó que escribir esto era una buena idea.

Thiago suelta una carcajada breve ante mi comentario.

—Me acercaría para besarla de nuevo —contesta la pregunta—, aunque seguramente me llevaría un regaño de su parte por despegar la vista de la carretera y poner en riesgo de esta manera la seguridad de ambos, así que creo que puedo esperar hasta que ya no estemos en movimiento para eso —acota con algo de gracia y una sonrisa ladeada.

—Inteligente respuesta, señor Reyes. —Muerdo mi labio inferior inconscientemente—. Siguiente número.

—Cincuenta y nueve.

—¿Te han internado en un hospital?

Cualquier rastro de diversión que había en su rostro desaparece por completo, preocupándome. El sentimiento solamente aumenta cuando aprieta el volante con más fuerza de la necesaria, provocando que sus nudillos se tornen blancos.

—Ey, tranquilo. —Estiro una de mis manos para tocarle el hombro con suavidad, y de inmediato puedo sentir lo tenso que está. Sin embargo, al notar mi tacto se relaja notoriamente.

—Lo siento —Sacude la cabeza—, es solo que hace unos años tuve un accidente en un partido importante y... Bueno, tuvieron que internarme y hacerme una operación de emergencia.

Mis ojos se abren de golpe.

—Pero, ¿actualmente estás bien?

Thiago asiente con la cabeza.

—Todo salió bien y no me implicó problemas para seguir jugando, pero sigo sintiendo un escalofrío cada vez que lo recuerdo.

—No tenía idea, lo lamento —comento con seguridad.

—No tienes nada que lamentar, además no lo sabías. Descuida, chaparra. —Sonríe ligeramente y se reacomoda en su asiento—. ¿Y tú? ¿Alguna vez han tenido que internarte?

Meneo mi cabeza, negando.

—Nunca me ha pasado nada demasiado grave como para llegar a ese punto —admito.

—Me alegra. —Y sé que lo dice con sinceridad—. Treinta y uno.

—¿Festividad favorita y por qué? —Esta vez, soy yo la que contesta primero—. Mi cumpleaños, sin duda alguna. Es mi día favorito en todo el año —admito, sonriendo—. ¿La tuya?

—Navidad —responde sin titubear y con un brillo en los ojos—. Es como si ese día todo el mundo se olvidara de sus problemas. La familia se reúne, la comida es deliciosa, hay regalos, toda la gente da buenos deseos y derrocha felicidad. Tiene cierta magia increíble.

Mi sonrisa se agranda ante su emoción.

—Tienes toda la razón.

—Me gustaría pasar Navidad contigo —suelta de repente.

—¿Conmigo? ¡Pero si todavía faltan varios meses!

—No falta tanto —refuta—, ya estamos cerca de Halloween.

—Aún falta como un mes para eso.

—Ese no es el punto. ¿Apoco no sería lindo?

Sí, por supuesto que sería lindo, pero nada me garantiza que no vayas a aburrirte de mí antes de que podamos celebrarlo.

—¿Pero no acabas de decir que toda la familia se reúne ese día? ¿No volverás a Canadá para ver a tus padres? —planteo como excusa.

La sonrisa vacila un poco en su rostro.

—No, no planeo regresar. —Por la forma en que lo ha dicho, no puedo asegurar que se refiera a diciembre solamente—. Oh, ¿tú ya tienes planes con tu familia? ¿Irás durante las vacaciones a México?

—No, no es eso; no voy a regresar a mi país hasta dentro de un año que termine mi estancia aquí —aclaro.

—¿Entonces? ¿Cuál es el problema?

Al no ser capaz de admitir lo que pasa por mi cabeza, me limito a soltar un suspiro.

—Ninguno. Navidad juntos suena bien.

—Es un hecho, mi querida Rox. —Sonríe ampliamente, mostrando sus dientes—. Siguiente pregunta: tres.

—Tu mayor miedo.

—Espera —pide antes de que pueda contestar—, déjame adivinar... La oscuridad.

Enarco una ceja y empiezo a reírme.

—¿Qué? ¿Por qué piensas eso?

Se encoge de hombros.

—No lo sé, tienes cara de que te da miedo la oscuridad.

—Vale, pues de detective te mueres de hambre —bromeo, haciéndolo reír—. Mi mayor miedo es el fracaso —acepto en voz baja.

—¿El fracaso? —repite, a lo que yo asiento.

—Más bien, decepcionar a alguien, incluyéndome a mí misma. —Otra vez—. No ser lo suficientemente buena para lograr lo que quiero o lo que otros esperan.

Se queda en silencio unos segundos antes de deslizar su mano por mi pierna hasta entrelazar sus dedos con los míos.

—Yo estoy seguro de que vas a lograr cada cosa que te propongas en la vida. —Acerca nuestras manos a su boca y besa mis nudillos.

Estoy a punto de debatirlo, pero decido en su lugar aceptar el halago y tratar de infundirme un poco de esa confianza.

—Gracias. —Me acerco un poco a su asiento y deposito un beso en su mejilla. Cuando me separo, sus comisuras se han elevado.

—Si esa va a ser la respuesta a cada comentario lindo que haga, que sepas que se me van a acabar muy rápido.

Sonrío con cierta timidez y me encojo en mi asiento.

—¿Tu mayor miedo? —interrogo.

Está respuesta le toma más tiempo que las demás.

—Es curioso. Hace un tiempo hubiera dicho que la muerte, pero ahora... Creo que lo que en realidad me aterra no es dejar este mundo, si no hacerlo antes de lograr todo lo que tengo planeado. —Su tono se ha vuelto un poco más serio, y por un momento me da la impresión de que en realidad ha pensado en voz alta, olvidando que no se encuentra solo.

—¿Siguiente pregunta? —Llamo su atención nuevamente.

Pareciera regresar a la realidad con un movimiento brusco de su cabeza.

—Treinta y siete.

—¿Cuál es tu número de la suerte?

—El veintiocho —contesta con rapidez.

—¿Por qué?

—¿En serio? Creo que es bastante obvio.

Tuerzo los labios en respuesta.

—El veintiocho de junio fue el día en que te conocí —aclara finalmente.

Involuntariamente mis labios se separan, formando un pequeño círculo y denotando más de lo que debería mi sorpresa.

—¿Creíste que no me acordaría?

—No... —miento, ganándome una mirada significativa de su parte—. Bueno, tal vez.

—Ya te dije que pongo atención en las cosas que me importan, ¿cómo piensas que no me voy a acordar del día en que conocí a mi novia?

Me es imposible no sonreír ante esto último.

—¿Qué? —inquiere.

—Es la primera vez que me llamas así.

—¿Así cómo?

—Mi novia.

Aprieto los labios para contener la sonrisa; Thiago relame los suyos.

—¿De todo lo que dije eso fue lo único que se te quedó? —Pero la sonrisa que se instala en su boca no me pasa desapercibida.

—No puedes culparme —me defiendo.

—No lo hago.

Agacho la cabeza por unos instantes.

—Y mi número favorito es el ocho, por cierto.

—¿Algún motivo?

—Si lo giras noventa grados representa el infinito —explico con sencillez.

—Buen punto.

Me encojo de hombros.

—¿Pregunta?

—Ciento cuarenta y uno.

—¿Te arrepientes de algo? —Al terminar de leer, trago en seco.

Los dos nos quedamos callados de repente.

—Bueno, probablemente de no haber disfrutado como debía algunos momentos.

—¿A qué te refieres? —me atrevo a preguntar.

—Ya sabes, muchos instantes en nuestras vidas que consideramos triviales y entonces dejamos que pasen desapercibidos, hasta que nos damos cuenta de que no los podremos disfrutar nuevamente. —Estira los hombros sutilmente en un intento por dispersar la tensión en ellos—. ¿Y bien? ¿Tú te arrepientes de algo?

—Todos en la vida nos arrepentimos de algo, ¿no?

—¿Por qué evades la pregunta?

—No estoy evadiendo...

—Te conozco —me interrumpe—. Estás hablando más rápido de lo normal y jugando con tus manos, lo cual significa que estás nerviosa o simplemente no te apetece hablar de ello, y es válido.

—En realidad no tengo ganas de hablar de eso ahora mismo —admito.

—Está bien. Es tu historia, y en el momento que te sientas lista para contarla, estaré ahí para escucharte. Sin presiones. —Me regala una pequeña sonrisa y una mirada rápida.

—Gracias —me limito a decir.

—No tienes nada que agradecerme.

Después de unos segundos en los que ninguno de los dos se atreve a romper el silencio, me obligo a hacerlo yo misma para evitar que el ambiente se torne tenso.

—¿Cuánto falta para que lleguemos?

Thiago le echa una ojeada a su reloj.

—Poco más de una hora. ¿Quieres que nos detengamos en el siguiente lugar que encontremos para comer algo?

—¿Nos dará tiempo?

Asiente en un gesto.

—Sí, el festival empieza hasta en la noche, todavía es buena hora.

—Creo que estaría bien, entonces.

—De acuerdo. —Le da un ligero apretón a mi mano antes de centrarse en seguir conduciendo.

Terminamos estacionándonos unas cuantas millas más adelante en un restaurante que tiene pinta de esas cafeterías estilo retro, de las que cuentan con una rocola y donde venden hamburguesas del tamaño del mundo. Apenas hay un par de mesas ocupadas, lo cual tiene sentido tomando en cuenta que el lugar se encuentra en medio de una carretera.

Thiago y yo tomamos asiento uno frente al otro en una mesa con butacas rojas. A los pocos segundos una chica con unos rizos preciosos, pero con cara de querer matar a todo el mundo, se acerca a donde nos encontramos y nos ofrece un par de cartas.

—Hola. Vuelvo en unos minutos más para tomar su orden. —Sin más, da media vuelta y regresa atrás de la barra.

Bueno, al menos nos saludó.

—¿Ya sabes qué pedirás? —le pregunto a Thiago tras haber leído la carta.

Asiente con la cabeza.

—¿Tú?

—También. —Cierro el menú y lo dejo a un lado.

Él alza una mano, llamando la atención de la joven, la cual al notar que le estamos pidiendo que se acerque rueda los ojos de manera poco disimulada y se acerca nuevamente con una libreta y pluma en mano.

—¿Qué les traigo? —Suelta bruscamente.

Sin embargo, la sonrisa amable del chico frente a mí no vacila al responder:

—Yo quiero una hamburguesa clásica y una malteada de chocolate, por favor. —Espera a que la chica termine de escribir en su cuadernillo para agregar—: Y para mi novia...

Me obligo a disimular la emoción al haber escuchado ese término por segunda vez.

—Otra hamburguesa igual, junto con una soda, por favor.

—De acuerdo. —Apoya con cierta brusquedad el bolígrafo sobre el papel—. Una vez que su comida esté lista, regreso. —Recoge las cartas de la mesa y se retira sin siquiera habernos mirado a los ojos.

Me aseguro de que ya se haya alejado lo suficiente antes de murmurar:

—Vale, pero me gustaría saber qué rayos le hemos hecho a la chica para que nos trate de esa manera.

—Simplemente puede estar teniendo un mal día —opina él con empatía.

—O puede ser una amargada y su cara de fastidio ya es algo común en ella.

—También —admite—, pero no lo sabemos. —Apoya sus antebrazos sobre la mesa y piensa sus palabras antes de hablar—. Observemos los hechos: es joven, probablemente está dentro de nuestro rango de edad, y se encuentra trabajando aquí, en medio de la nada, como mesera en lugar de asistir a la universidad o buscar trabajo en otro sitio que pudiera darle un mejor salario. Tomando en cuenta esto, no creo que esté aquí por gusto; y no lo digo por desmeritar su trabajo de alguna manera, pero si quisiera dedicarse a atender mesas podría hacerlo en un lugar más cercano a la civilización en vez de este que es poco concurrido.

Me dedico a observarlo, atónita y apenada por partes iguales.

—Sí, supongo que sí. —Paso una mano por mi cabello—. Dios, jamás me hubiera detenido a pensar algo así.

—Muchas veces no nos detenemos a pensar un poco más allá de lo que puede estarle pasando a alguien; simplemente vemos que trae mala cara, pero no nos cuestionamos el por qué. Cada quien tiene sus propias batallas, solo que unos lo demuestran más que otros.

—¿Alguna vez te he dicho lo atractivo que es cuando haces comentarios como esos? —suelto sin meditarlo del todo.

Thiago abre sus ojos de manera muy exagerada.

—¿Acabas de darme un cumplido? ¿Qué es esto, el fin del mundo? —dramatiza.

Pongo mis ojos en blanco.

—Tu ego ya es lo suficientemente grande, no necesitas que lo alimente —me burlo.

Su boca forma un gran círculo lleno de indignación.

—¡Objeción, su señoría! —exclama en un grito, atrayendo la atención de algunas personas.

—¡Shh! —Presiono mis manos contra sus labios, obligándolo a callar.

—¿Acaso mi novia se avergüenza de mí?

—¡No! —chillo—, pero no es necesario gritar.

—Tú también acabas de gritar —se defiende, cruzándose de hombros.

Enarco una ceja.

—Pero es diferente.

—Claro.

—Aquí está su comida. —La muchacha pone nuestros platos y vasos sobre la mesa, restableciendo el orden entre nosotros sin ser consciente de ello—. Buen provecho.

—Gracias —menciona Thiago cordialmente.

—¿Ana? —leo en voz alta el nombre escrito en la placa de su uniforme.

—¿Sí? —Me observa desconcertada.

—Tienes un cabello muy bonito.

Inconscientemente se lleva una mano hasta sus rizos, y podría apostar a que una leve sonrisa se asomó en su rostro.

—Gracias —dice antes de girar sobre sus talones y alejarse de la mesa.

Thiago no dice nada sobre lo ocurrido, pero no me pasa desapercibida la una sonrisa genuina que se le ha colado en los labios.

La siguiente vez que Ana se pasa por nuestra mesa es para retirar los platos ya vacíos. Me enorgullece poder decir que su cara ha cambiado un poco para bien.

—¿Nos vamos?— me pregunta Thiago una vez que hemos pagado.

—Iré al baño, te alcanzo en el coche —le informo, a lo que él asiente. Ambos nos ponemos de pie y cada quien se encamina hacia su respectivo lado.

Después de hacer mis necesidades y lavarme las manos, abandono los sanitarios y me dirijo hacia la puerta de salida. Sin embargo, al pasar junto a la mesa donde estuvimos sentados momentos atrás me doy cuenta de que la cuenta todavía no ha sido retirada, por lo que discretamente saco un billete de diez dólares de mi bolso para colocarlo junto con el resto de la propina. Escribo «Espero que estés bien y que mañana sea un mejor día» en el reverso de la nota con ayuda del bolígrafo que ha dejado al lado de la misma.

Siempre he creído que enamorarse de alguien implica también enamorarse de uno mismo. ¿Cómo es posible que quieras y aceptes en su plenitud a otra persona si ni siquiera puedes hacerlo contigo? Nosotros somos nuestro primer y más grande amor, o así debería de ser. Y una vez que logramos amarnos de pies a cabeza, ya estamos listos para brindarle esa especie de cariño a otro ser humano.

Mejorarse mutuamente y sumarle algo positivo a esa persona que quieres es básico en cualquier relación. Así como hay quien que cambia a mejor porque otra persona se lo ha pedido, también existen aquellos seres que te hacen querer ser una mejor versión de ti mismo, que provocan que ese sentimiento de superarte nazca en ti sin necesidad de que ellos te presionen. Eso me pasa con Thiago: Me gusta la persona que soy cuando estoy a su lado.

Atravieso la puerta de acceso con una sonrisa y camino hacia el auto donde se encuentra mi chico esperándome.

.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .

Este capítulo lo escribí con la intención de conocer un poco más acerca de nuestros protagonistas y algunos datos curiosos sobre ellos que serán útiles más adelante.

Si crees que alguien está teniendo un mal día, no juzgues, mejor trata de alivianarle el peso un poco. ¡No nos cuesta nada! Recuerda siempre que cada quien libra sus propias guerras internas.

No olvides dejar tu valioso voto :)

Abrazos literarios,
—ℳau♡

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro