Cap. 12: Buenas noticias
Maratón 2/3
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—¿Mi correo electrónico? —inquiero, a lo que el chico asiente—. ¿Para qué quieres mi correo electrónico? Creo que lo normal es pedir el número telefónico...
—No lo quiero para ese aspecto —me interrumpe Noah—. Aunque, pensándolo bien, no estaría mal intercambiar nuestros teléfonos; pero ese no es el punto.
—¿Entonces? —Enarco una ceja.
—Para suscribirte en «Buenos días, Queensland» necesitas ingresar tu correo electrónico.
Mi gesto se acentúa.
—¿«Buenos días, Queensland»? —repito—. ¿Qué es eso?
—Es el blog de noticias más popular del estado.
Hago un ademán, invitándolo a seguir hablando, pero Noah no parece comprenderlo.
—No me lo tomes a mal, ¿pero para qué voy a querer estar suscrita en un blog de noticias?
—Hay un apartado llamado «Ocio y turismo» —pronuncia como si aquello resolviera todas mis dudas.
—¿Y...?
Noah deja salir el aire de su boca de manera sonora y pesada.
—¿Recuerdas lo que te dije hace unos días? —pregunta.
—«Hola, Roxana. ¿Qué puedo ofrecerte hoy?»
Él cruza los brazos sobre su pecho, yo tengo que apretar mis labios para no soltar una carcajada.
—Muy graciosa —comenta negando con la cabeza—. Me refiero a cuando te sugerí que salieras a divertirte y conocieras el lugar.
Mi boca se abre formando un círculo, y cualquier rastro de diversión desaparece de mi rostro.
—El punto es que en «Buenos días, Queensland» suelen hacer actualizaciones constantes sobre los mejores eventos que se llevan a cabo por la zona. —Es ahí cuando entiendo a dónde quiere llegar con todo este tema del blog—. Si estás suscrita, te enterarás de las actividades y puede que inclusive alguna de ellas llame tu atención.
Hago una pequeña mueca antes de desviar mi mirada de la suya. No quiero parecer grosera.
—No lo sé...
—El hecho de que te suscribas no significa que debas de asistir a todos y cada uno de los eventos, solamente se trata de ampliar tus opciones —añade ante mi indecisión—. Al fin y al cabo, la decisión de qué hacer con tu tiempo aquí es completamente tuya. Ya sea que decidas salir cada noche y perderte entre la belleza nocturna que te ofrece el lugar o prefieras quedarte encerrada todo el día en tu habitación viendo la televisión, está completamente fuera de mi incumbencia y mi opinión.
Creo que es la primera vez que Noah deja completamente de lado las formalidades conmigo y me habla sin filtro alguno, lo cual me sorprende y divierte por igual.
—Bien —accedo.
—¿Uh?
—He dicho que está bien —reitero a la vez que saco mi celular de uno de mis bolsillos.
—Espera, ¿es en serio?
Enarco una ceja en su dirección y ladeo la cabeza.
—Has estado los últimos cinco minutos insistiendo en que lo haga, ¿y ahora que he aceptado no puedes creerlo?
—Lo siento —se disculpa—, pero la verdad no esperaba convencerte.
La franqueza con la que pronuncia aquello provoca que suelte una risa.
Un par de minutos más tarde, Noah se ha encargado de suscribirme en el dichoso blog y de que intercambiemos nuestros números celulares, haciendo hincapié en que le gustaría que le informara si decido asistir a alguna actividad un día de estos.
🎤🎤🎤
—¿Diga?
—Noah, hola. Soy Roxana.
—¡Ey! ¿Qué tal va todo?
La emoción que ha adquirido su voz es contagiosa.
—Todo está bien —respondo—. De hecho, tengo buenas noticias.
El chico tarda unos segundos en volver a hablar.
—¿Acaso es lo que creo que es?
—Bueno, lamento decepcionarte, pero aún no controlo a la perfección mi poder de telepatía.
Noah suelta un par de risas falsas, pero al final termina riendo de verdad.
—Dios, eres divertida —comenta con naturalidad—. En fin, ¿vas a contarme ya o me dejarás morir de incertidumbre?
—La segunda opción empieza a sonar tentadora —bromeo.
—Roxana...
—Vale, vale. —Suelto una risilla—. Voy camino a Woodford.
Parece quedarse unos segundos analizando mis palabras.
—¿Woodford?
Emito un sonido de afirmación.
—Hoy en la noche se llevará a cabo el festival Splendour in the Grass.
—¡¿Estás jugando?! —exclama con emoción—. ¿De verdad has conseguido boletos?
En respuesta, y aprovechando que no hay muchos autos a la redonda, hago sonar la bocina de mi vehículo.
—¿Vas manejando? —Ahora suena preocupado—. Si quieres hablamos en otro momento, no quiero distraerte y...
—Descuida —lo corto—, la carretera está bastante tranquila y no voy a más de sesenta millas por hora. Completamente seguro. Además, te tengo conectado a los altavoces del coche.
Vacila durante unos segundos antes de decir:
—Bien, te daré mi voto de confianza. —Hace una pequeña pausa para después adquirir nuevamente su tono de alegría—. ¡Eso es genial! ¿Cómo es que lo has logrado?
—Bueno, alguien se ha vuelto una verdadera adicta a «Buenos días, Queensland», así que podría decirse que fui una de las primeras personas en enterarse de la preventa de los boletos.
—Dios, Roxana. Eso es... increíble. Me alegro de que hayas decidido ir.
—Gran parte del mérito es tuyo, así que gracias por ser tan insistente y persuasivo al momento de convencerme aquel día.
—No es verdad —refuta—. Sí, tal vez la idea fue mía al principio, pero solamente te di ese pequeño empujón que necesitabas. La decisión es completamente tuya.
—Aun así, gracias —reitero—. Seguramente sin ese empujón no me hubiera animado en ningún momento.
—Me alegra que lo hayas hecho. —Tras un corto silencio, cuestiona—: ¿Te falta mucho para llegar?
—Mmm... —Le doy una mirada rápida al reloj—. Una hora, aproximadamente; creo que un poco más. Aunque estoy pensando en detenerme a comer algo en alguna cafetería.
—Eso suena bien.
—Sí... Yo creo que lo haré. Me parece que hay un señalamiento unas cuantas millas más adelante.
—De acuerdo. Gracias por la llamada para informarme de las buenas noticias.
—Gracias a ti nuevamente.
—Me alegra haber sido de ayuda.
—Hasta luego, Noah.
—Cuídate, Roxana.
Es él quien le pone fin a nuestra rápida llamada, lo cual termina siendo acertado ya que unos minutos más tarde termino estacionando mi auto al lateral de la carretera, afuera de un comedor que luce acogedor.
Al ingresar, una pequeña campana que cuelga del techo tintinea anunciando mi llegada al lugar. Un hombre que se encuentra detrás de la barra donde entregan los alimentos me regala una sonrisa antes de volver a lo suyo.
Aprovechando que apenas hay un par de mesas ocupadas, decido sentarme en una de las butacas disponibles. Al cabo de unos segundos, una chica que utiliza el uniforme del lugar se acerca a mí junto con un menú y lo deposita delante de mí.
—Regreso en unos minutos para tomar tu orden —suelta sin mucho ánimo ni amabilidad. Ni siquiera me da tiempo de responder, ya que antes de que me haya dado cuenta la joven se ha marchado.
Sujeto el menú y le echo un vistazo, decidiéndome al final por una hamburguesa y una malteada. Sin embargo, cuando estoy a punto de alzar mi mano para llamar la atención de la chica, me percato de que está hablando por teléfono. Deduciendo por la expresión en su rostro que se trata de algo importante, opto por no interrumpirla y esperar. Al fin y al cabo no tengo prisa debido a que el evento es hasta la noche.
—¿Ya sabes qué vas a pedir?
Su voz me sobresalta por un momento, ya que tenía toda mi atención enfocada en los ventanales de mi derecha.
—Sí —respondo una vez que me he espabilado—, una hamburguesa y una malteada de vainilla, por favor.
—Bien, volveré cuando esté listo. —Agarra la carta que había dejado sobre la mesa antes de volverse a perder cerca de la barra.
Creo que alguien ha despertado con el pie izquierdo el día de hoy.
Mientras espero, me dedico a observar a la gente y el ambiente que se encuentra a mi alrededor, ya que, siendo sincera, no tengo nada mucho mejor que hacer. Es entonces cuando me percato de que la única persona atendiendo en lugar es la joven que parece estar teniendo un mal día, además del señor al otro lado de la barra, quien debe ser el cocinero. A pesar de que la cafetería se encuentra casi vacía, me imagino que no debe ser sencillo atender tú solo a todas las personas que se detienen aquí a comer algo antes de continuar con su viaje en carretera.
De repente, el sonido que provocan mis alimentos siendo depositados sobre la superficie de la mesa me traen de vuelta a la realidad.
—Buen provecho —murmura la chica, limpiándose las manos en el delantal.
—Gracias, Ana —enuncio tras leer el nombre en su placa y hago mi mayor esfuerzo por brindarle una sonrisa.
Visualizo la casi imperceptible manera en que sus labios se curvan hacia arriba antes de que ella vuelva a desaparecer de mi vista.
Fotografío mi comida para después compartirle la imagen a Noah, quien contesta casi al instante deseándome que disfrute mis alimentos y que me divierta en el concierto, agregando que me tiene cierta envidia porque esa hamburguesa se ve realmente buena. Río ligeramente antes de guardar el dispositivo y dedicarme a comer.
Estoy dándole las últimas mordidas a mi platillo cuando un grito proveniente de una de las mesas del fondo provoca que pegue un ligero brinco en mi lugar.
—¡Demonios, mujer! Te expliqué que no quería lechuga en mi hamburguesa —espeta una voz masculina a mis espaldas.
En un acto reflejo, giro mi cuerpo en dirección a la mesa donde se está llevando el altercado. Un hombre está gritándole a la pobre chica sin descaro alguno.
—Lo siento —susurra Ana con frustración—. Ahora mismo se la quito.
Cuando ella está por tomar el plato entre sus manos nuevamente, aquel señor se lo arrebata de las manos.
—¿Estás loca? Quiero una hamburguesa nueva.
Los ojos de Ana se abren irremediablemente, y parece realmente apenada al ver que está siendo el centro de atención de todos los demás comensales.
—Pero, señor...
—¿Qué? —la interrumpe—. No es mi culpa que no sepas entender indicaciones.
Sintiéndome impotente porque nadie parece estar decidido a intervenir en aquella discusión, me pongo de pie. Sin embargo, una tercera persona se une al altercado antes de que yo pueda hacerlo.
—Largo de mi cafetería.
En el momento en que el hombre que se encontraba del otro lado de la barra se planta delante de la chica en una postura protectora, todos nos quedamos pasmados en nuestros sitios.
—¿Perdona? —gruñe el cliente—. Creo que has olvidado cuál es mi lugar aquí. El cliente siempre tiene...
—No en mi cafetería —lo interrumpe el cocinero—. Largo.
El hombre se pone de pie con la sangre hirviéndole en todo el rostro. Le da una mirada cargada de recelo a la joven antes de marcharse dando fuertes pisadas. No es hasta ese momento en el que Ana se permite expulsar el aire de manera pausada.
Como si nada hubiera pasado, todo el mundo regresa a lo suyo en un instante. Ana se dirige a la parte trasera del lugar junto con el señor que acaba de defenderla y los escucho murmurar, solo que no logro entender lo que están diciendo. Sabiendo que no es de mi incumbencia, me dispongo a terminar mi hamburguesa.
—¿Puedo retirar tu plato? —Ana aparece junto a mi mesa unos minutos más tarde, cuando ya no quedan más que migajas en la vajilla.
—Por favor. —Intento no hacer contacto visual con ella, sintiéndome cohibida de repente ante el reciente suceso en el que se vio involucrada, pero mi plan se ve frustrado cuando ella suelta un suspiro y descansa una mano sobre mi hombro.
—Quería agradecerte por lo de hace unos minutos —comenta con un atisbo de sonrisa en su rostro—. Vi cuando te pusiste de pie antes de que Rufus llegara.
Supongo que Rufus es el nombre del cocinero.
—No es nada.
—Y también quería disculparme. —Se pasa una mano por el rostro—. Sé que no fui la persona más amable al principio, y sé que tampoco lo justifica pero... estaba teniendo un mal día.
—Descuida. —Le sonrío genuinamente—. Espero que lo que sea que estuviera molestándote se resuelva pronto.
Mi comentario parece sorprenderla. Suelta un suspiro que no me pasa desapercibido.
—Gracias —responde antes de cambiar de tema—. ¿Gustas ordenar algo más o prefieres que te traiga la cuenta?
—La cuenta está bien, por favor —pido observando el reloj. Es hora de que me vaya.
Ana asiente con la cabeza y se retira. Minutos después regresa y me entrega el pequeño papel.
—Igual ordené una malteada de chocolate —acoto al ver que no me la han cobrado.
—Lo sé, esa va por mi cuenta —asegura ella.
Mis ojos se abren ligeramente y me apresuro a negar con la cabeza.
—No es necesario.
—Por favor.
—Pero...
—De verdad, está bien —insiste.
Muerdo mi labio inferior para después abrir mi boca con la intención de alegar, pero la llaman de otra mesa y tiene que retirarse para atenderla.
Exhalo el aire con pesadez debatiéndome qué hacer, pero entonces una idea cruza por mi cabeza. Saco mi cartera y cojo el dinero correspondiente al valor de mi hamburguesa y lo deposito sobre la mesa junto con una cantidad considerable de propina. Agarro la pluma que ha dejado Ana junto con mi cuenta y entonces escribo al reverso de la misma:
«Que mañana sea mejor que hoy y hoy mejor que ayer.
Nota adicional: leer esto todos los días».
Antes de que la chica pueda darse cuenta de mis intenciones e intente detenerme, me pongo de pie, agarro mis cosas, y abandono el restaurante con una sonrisa.
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Este capítulo es muy «Roxana siendo Roxana».
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
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