Cap. 11: Rosa marchita
Maratón 1/3
. . . . . . . . . . . . . . . . .
—¿Puedo preguntarte algo?
Noah me da una mirada de soslayo antes de asentir con la cabeza.
—¿Por qué...?
—Olvídalo —me corta—, he cambiado de parecer.
Suelto un pequeño bufido.
—Ni siquiera sabes qué iba a preguntar —le reprocho.
—Claro que lo sé. —Al percatarse de mi expresión, añade—: Ibas a interrogarme sobre por qué estoy siendo amable contigo.
Detengo mis pasos en la acera, provocando que él haga lo mismo.
—Bueno, sí —admito—. ¿Por qué no quieres responder?
—Porque la pregunta ni siquiera es necesaria.
—¿A qué te refieres con eso?
—A que no hay una razón en específico por la cual esté siendo amable contigo, Roxana.
Después de enunciar aquello, emprende nuevamente nuestro camino al hotel.
—¿Eso significa que sueles ser amable con todos los foráneos que se cruzan contigo en el Long Pavilion? —inquiero siguiéndole el paso.
—No.
—¿Entonces?
—Ya te lo he dicho.
—¿Podrías recordármelo?
El muchacho suelta el aire antes de girarse hacia mí, deteniendo su andar por segunda vez.
—Porque sé lo que es estar en un país que desconoces, rodeado de puros extraños, lejos de tu hogar y sintiéndote completamente solo —suelta.
Un pequeño suspiro escapa de mis labios, pero Noah se adelanta antes de que yo puedo comentar algo:
—Aquella noche, cuando nos conocimos —aclara—, me recordaste irremediablemente a mí cuando tenía tu edad. —Una sonrisa melancólica cruza por su rostro—. No me arrepiento de tomar la decisión de viajar en cuanto tuve la oportunidad, pero no todos los días fueron buenos. Yo solo... —Se pasa una mano por el cabello, alborotándolo—. Me hubiera gustado tener al menos un amigo.
Aprieto mis labios ligeramente, sintiendo empatía por el chico que acaba de compartir una parte de sus pensamientos conmigo.
—Gracias —menciono—, y tienes razón.
Ladea su cabeza hacia mí, por lo que explico:
—Acabas de describir cómo me siento exactamente. —Empiezo a caminar nuevamente, invitándolo con un gesto a seguirme—. Sé que ya han pasado algunos meses desde que llegué aquí, pero... honestamente, creo que aún no estoy acostumbrada.
—¿Cuánto hace que llegaste? ¿Un par de meses?
—Un poco más, en realidad. Casi tres.
—¿Eres muy apegada a tu familia? Y no lo pregunto como algo malo, cabe aclarar.
Le sonrío tímidamente.
—Bueno, la verdad es que sí —admito.
—Imagino que entonces fue difícil separarte de ellos.
—¿Lo fue para ti?
—Algo así. —No insisto con otra pregunta con tal de no presionarlo, pero, para mi sorpresa, él continúa—. Creo que más que extrañar mi hogar, extrañaba la idea de lo que eso significaba. No tenía una mala relación con mis padres, pero tampoco era la mejor. Aun así, cuando emprendí mi primer viaje, saber que al llegar al lugar donde fuera a pasar la noche mi madre no iba a estar esperándome para charlar un rato o el hecho de que no visitaría más un restaurante con mi padre en sus tiempos libres fue bastante duro para mí.
—¿Mejoró?
—Con el tiempo, sí. —Pareciera perderse un tiempo en sus recuerdos—. Me ayudó mucho mantenerme ocupado, ¿sabes? Buscar actividades en las cuales entretenerme e intentar no estar solo mucho tiempo.
—No estoy muy segura de que eso sea lo mío. —Al percatarme de su ceño fruncido, aclaro—: Socializar, quiero decir.
Noah chasquea la lengua.
—Difiero contigo.
—Hablo en serio —aseguro—. Conversar con desconocidos simplemente no se me da.
—Roxana, te vi charlar durante horas con un grupo de chicos con los que nunca antes habías cruzado palabra alguna.
Ante mi silencio, continúa:
—Y tampoco pareciste tener problemas para platicar conmigo la primera vez, y éramos desconocidos.
—¡Pero tú eres amable! —me excuso—. La mayor parte de las personas no lo son.
Al tener un recuerdo no tan agradable, mi cuerpo se estremece.
—Tienes razón —concuerda—, pero también sé que sí hay sujetos agradables por ahí.
—Prefiero no arriesgarme a averiguarlo y terminar topándome con uno que no lo es.
Al cabo de unos segundos, Noah pregunta:
—¿Cuánto tiempo dices que estarás aquí?
—Hum —vacilo al principio—, un año.
Las cejas del muchacho salen disparadas hacia el cielo.
—¿Un año? —repite.
Asiento con la cabeza. Él suelta el aire lentamente.
—Vaya, eso es...
—Bastante tiempo, lo sé.
—En realidad —comenta—, iba a decir que es genial.
Eso me provoca una ligera sonrisa.
—Hace unas horas... —inicio—, en el hotel, recibí una llamada de mi hermana...
Parece sorprenderse de que esté sacando el tema a colación, pero rápidamente se recompone.
—Sí, lo recuerdo.
—No estoy segura de qué fue lo que provocó mi reacción, pero de repente empecé a sentirme muy...
—¿Sola? —sugiere.
Asiento con la cabeza.
—Sí, y también temerosa.
Esto último parece llamar su atención.
Muerdo mi labio inferior antes de continuar.
—No sé, como si de repente venir fuera una mala idea...
Hace un ademán de detenerse, pero al ver que yo no tengo intenciones de hacerlo, continúa andando.
—¿Por qué piensas eso? —Frunce el ceño.
Me encojo ligeramente de hombros.
—No es tan sencillo estar alejada de todo.
—No estoy diciendo que lo sea —refuta—, pero se supone que ese esfuerzo debería de valer la pena.
—Tampoco me malinterpretes, claro que me alegra estar aquí —aclaro—, pero, como tú dijiste, no todos los días son buenos.
—En ese caso, lo mejor será que te concentres en los que sí lo son.
Cuando Noah se percata de que nos encontramos a unos cuantos metros de la entrada de Qualia, disminuye un poco la velocidad de sus pasos.
—Ya estás aquí —manifiesta, captando nuevamente mi atención—, así que haz todo lo posible para que tu estancia sea de lo más agradable. Sal, conoce, disfruta, experimenta. Está bien sentirse mal algunas veces, pero asegúrate de que los días soleados sean muchos más que los días grises, ¿de acuerdo?
Sintiéndome un poco más aliviada, sonrío inconscientemente y asiento con la cabeza antes de que ambos atravesemos las puertas que conducen al interior del hotel.
🥀🥀🥀
A la mañana siguiente, desde el momento en que despierto siento nuevamente una sensación extraña en el pecho. Me gustaría poder decir que ya estoy acostumbrada a ello, pero la verdad es que no es así. Sin embargo, así como en las ocasiones anteriores, trato de ignorarlo.
Decidida a aprovechar el día soleado que se presenta hoy, cojo mis pertenencias y abandono mi habitación con la intención de dirigirme a la playa a dar una caminata, pero cuando estoy cruzando la recepción, escucho que alguien me llama.
—¡Señorita Moya!
Me detengo abruptamente y giro mi cabeza para buscar al propietario de la voz. Es entonces cuando visualizo al amable chico que me recibió en mi primer día, alzando ambas manos para llamar mi atención desde su lugar detrás del escritorio. No dudo en acercarme a él con una cálida sonrisa.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes, señorita —me devuelve el saludo—. Quería informarle que le ha llegado este paquete hace unos cuántos días.
El joven eleva en sus manos una caja de cartón sellada, de un tamaño considerablemente pequeño.
Mi ceño se frunce.
—¿Está seguro de que es para mí?
El muchacho asiente con convicción.
—En la etiqueta tiene impresos sus datos —me notifica, señalando el trozo de papel pegado al cartón.
Le doy un vistazo, corroborando que lo que dice es cierto. Aun así, hay un detalle que me llama la atención.
—¿No tiene remitente? —cuestiono con extrañeza.
Él niega con la cabeza.
—¿Es eso posible?
—Hay algunas paqueterías que lo manejan de esta manera —comenta.
—¿Y no hay manera de saber quién lo ha enviado?
—Ha llegado con el camión de la paquetería, señorita Moya. —Al cabo de unos segundos, añade—: Pero descuide, todos los paquetes que llegan al hotel son revisados por nosotros para asegurarnos de que sea completamente seguro entregárselo al huésped.
—¿Entonces usted sabe qué es lo que hay adentro? —indago curiosamente.
—Un libro.
—¿Un libro?
—Un libro —repite.
Bueno, eso suena bien y completamente fuera de peligro.
—Hum..., de acuerdo. Gracias... —alargo, intentando recordar el nombre del recepcionista—. Perdona, creo que nunca te he preguntado tu nombre.
—Cenehard —enuncia con amabilidad.
—Vaya, nunca lo había oído antes —admito—. ¿Tiene algún significado especial?
Esboza una pequeña sonrisa antes de decir:
—Guardián audaz.
Una expresión de satisfacción cruza por mi rostro.
—Es lindo —comento con una sonrisa.
—Gracias, señorita Moya.
—Gracias a ti, Cenehard. Que tengas un lindo día.
—Igualmente.
Con el pequeño paquete en manos, abandono la recepción del hotel y me dirijo hacia mi destino original: la playa.
Una vez que mis pies entran en contacto con la arena, me permito soltar un ligero suspiro y esbozar una sonrisa. Acercándome a la orilla del mar, me dejo caer en un punto donde las olas no llegan lo suficientemente fuerte para representar una amenaza. Deposito el paquete sobre mis muslos y empiezo a retirar la cinta que se encarga de mantenerlo sellado, guardando esta en mi bolso una vez que he terminado. Remuevo las solapas de la parte superior, topándome con un libro que aparenta haber sido usado antes; lo compruebo al tenerlo en mis manos. A pesar de encontrarse en muy buen estado, significando que lo han tratado con cuidado anteriormente, no se encuentra envuelto en ningún tipo de plástico ni tiene ese exquisito aroma a hojas nuevas. Dejo la caja a un lado y saco el libro de su interior, dándome cuenta de lo pesado que es.
—El conde de Montecristo —leo el título en voz alta, pasando mis dedos por la cubierta del libro.
Lo abro con la intención de darle una hojeada para ver si encuentro algo fuera de lo normal, y a pesar de que no es así, lo que leo sin duda llama mi atención:
«Hay dos miradas: La mirada del cuerpo puede olvidar a veces, pero la del alma recuerda siempre».
Al terminar de leer, un par de ojos azules aparecen repentinamente en mi memoria, provocando que mi corazón pegue un brinco dentro mi pecho.
La frase está ahí, justo en la página aleatoria que he abierto por casualidad. Siento estragos en mi interior mientras la releo nuevamente, y creo que no se debe al significado tan profundo que tiene ni al momento extraño que acabo de experimentar, sino a que, a pesar de nunca haber leído este libro en mi vida, tengo la extraña sensación de que ya había visto esta frase antes.
Termino mi tarde pasando las hojas que conforman la pieza literaria, observando de reojo cómo el sol desciende en el horizonte hasta que el cielo se vuelve oscuro y las estrellas empiezan a decorar el firmamento. Es entonces cuando decido que es hora de regresar a mi habitación.
Al estar frente a mi puerta, intento ingeniármelas para sacar la llave de mi bolso mientras sostengo todas mis demás pertenencias, incluyendo la caja, pero fallo y la llave termina cayendo al piso. Murmuro una maldición antes de agacharme con la intención de recogerla. No obstante, algo más llama mi atención.
Hay una rosa de color lila desparramada justo a mis pies. A pesar de lo raro que parece esto, lo que realmente me provoca una sensación de extrañeza es que dicha flor se encuentra marchita.
Con el ceño fruncido, me agacho unos centímetros para tomar la rosa y examinarla, como si de esa manera fuera a reconocer su procedencia.
Es entonces cuando mi corazón se acelera por apenas un segundo y el dolor en mi pecho se acrecienta. Inconscientemente dejo que la rosa se resbale de mis manos y aterrice nuevamente sobre el suelo, provocando que mi cuerpo vuelva a la normalidad, hasta que noto un pedazo de papel también. Tomo la nota en mis manos y leo lo que tiene escrito; o al menos lo intento, ya que parece que faltan palabras para que la oración tenga sentido.
Contigo hacer bien, espero orilla sol poniendo.
—T.
Mi cerebro tarda en procesar aquella información, pero por más que analizo las palabras no logro encontrarles ningún sentido. Estoy a punto de depositar el papel de vuelta donde lo encontré, cuando mi mente parece percatarse de un detalle importante: La inicial con la que está firmada.
«Thiago, Thiago, Thiago».
—Es solo una coincidencia, deja de pensar tonterías —susurro para mí misma.
Sin embargo, mi mente se niega a creer eso en el momento en que la presión en mi pecho regresa y mi corazón empieza a latir frenéticamente. Sin detenerme a pensarlo lo suficiente, agarro de nueva cuenta la rosa marchita y me encierro en mi habitación otra vez, con una pregunta rondándome en la cabeza:
«¿Quién demonios es Thiago, y por qué tengo el presentimiento de conocerlo?»
. . . . . . . . . . . . . .
Cada vez estamos teniendo más pistas acerca del «chico misterioso». (Vale, sé que para nosotros de misterioso no tiene mucho, pero hay que ponernos en el lugar de nuestra protagonista).
No olvides dejar tu valioso voto :)
Abrazos literarios,
–ℳau♡
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro