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3🐺

¡Esto era un infierno!

Definitivamente no podía describirse con otras palabras. Dian, a quien estuvo siguiendo por años y obtuvo más rechazos de los que podía contar le dijo que era su compañero.

Aún no sabía cómo es que todo lo que sentía podía ir en el mismo paquete, tenía unas ganas histéricas de reírse y a la misma vez llorar. El aguijonazo de la traición estaba haciendo mella en su coraza, la ira, la decepción y algo que no sabía describir, pero Mark creía que era miedo.

Estaba aterrado de lo que su compañero vio en él. Que lo mantuviese lejos todo este tiempo debía significar algo.

Probablemente Dian no estaba muy conforme con su compañero.

Eso debía ser.

Mantenerlo alejado todo este tiempo fue porque no quería aceptar la cruel realidad de que tenía un compañero como Mark ¿no? Tal vez estuvo esperando tanto tiempo a una Omega que la decepción lo consumió al ver que obtendría un Alfa.

Que lo buscara ahora quería decir que se cansó de negarlo, conformándose con la triste realidad de no poder tener a otro. Eso lo hacía sentir como basura, o algo peor que eso.

A estas alturas no sabía que podía ser más bajo.

Mark siguió caminando por la maleza, corrió tanto que sus patas dolían y no podía identificar dónde estaba, lo más inteligente era dar media vuelta y comenzar a caminar por donde mismo vino siguiendo sus huellas, pero, ¿a dónde volvería? ¿Estaba dispuesto a regresar al lado de un compañero que no lo quería? ¿Tan siquiera valía la pena seguir suspirando por ese Alfa idiota?

Mark achicó los ojos cuando una espesa niebla lo rodeó, eso no era un fenómeno natural.

Aulló cuando su pata quedó atrapada en una trampa, la plata se incrustó tan profundamente que probablemente rompió el hueso. Evidentemente los lazos con su familia lo volvían débil, ya era la segunda vez en la semana que pasaba esto. Lo mejor en estas situaciones era evitar entrar en pánico, debía salir de la trampa, pero sólo podría liberarse si cambiaba a humano otra vez, la plata en su pata quitaba toda posibilidad.

Miró alrededor buscando la procedencia del ruido, el chasquido de las botas contra el suelo, ramas rompiéndose, y finalmente tres humanos se pararon frente a él.

—¿Puedes ver esto? Uno de esos malditos animales traspasó nuestro límite —gruñó con una sonrisa.

—Veamos que tenemos aquí —dijo uno agachándose y tomando la placa de su pecho. Mark dejó que la leyera y hablara por él.

Se suponía que las chapillas estaban ahí para identificar a los cambia-formas. Después de la guerra se firmaron varios tratados, estos incluían que los cambiantes no le harían daño a los humanos de ninguna forma a no ser que fuera en defensa propia.

Si por algún motivo algún cambia-formas se volvía loco era cuando lobos como Dian y él intervenían, ya que no podían mantener a su especie en cárceles humanas. Dicho tratado también hablaba sobre no hacerle daño a los cambiantes.

Era un trato más que justo, pero el humano que leyó su placa abrió los ojos en grande y miró a sus compañeros.

—¿Recuerdan el nombre de esa bestia que hace poco acabó con nuestro acampamento?

—Por supuesto, Orión Lynn, se supone que es el Rey de estos animales —Oh, maldita sea, eso no sonaba muy bien que digamos.

—Bueno, creo que tenemos a uno de sus hijos.

—¿Qué? ¿Es en serio? —se carcajeó uno tratando de leer su chapilla, Mark no cometería el mismo error otra vez, aunque ya era tarde, lo amenazó con sus filosos dientes —. Jeremías, trae el collar especial, este nos dará mucho dinero.

Mark le gruñó.

—Te diría que no lo tomaras personal, pero lo es —sonrió con altanería—. Ese maldito hijo de puta acabó con nuestro campamento anterior, liberó a más de treinta de los tuyos y nos dejó con un montón de deudas y promesas incumplidas —explicó, a Mark no le importaba nada de eso, pero por desgracia no podía moverse—. Pero tú nos ayudarás con eso, ¿sabes cuánto pagarán por tí cuando sepan que eres hijo de ese maldito monstruo?

Jodidos humanos de mierda, estos miserables se encargaban del contrabando de cambia-formas. Ahí fuera había muchos sujetos extraños a los que le encantaría tener a su especie formando parte de una colección, experimentar con ellos, pervertidos e incluso algunos querían diseccionarlos como si fuesen un estúpido trofeo de caza.

Mark se agitó viendo el collar de plata que traían, si se dejaba poner esa cosa sería su fin, tenía al menos dos pulgadas de grosor y ninguna cadena que romper, se cerraba a través de una cerradura digital y sólo podía ser abierta con un código.

—Dime que trajiste algún tranquilizante contigo —el humano sacó una jeringa de su bolsillo, Mark no pudo evitar el pinchazo y en cuestiones de minutos su cuerpo colapsó, la plata lo hirió aún más.

—Debería haberse desmayado a los segundos de ponérselo —el otro chasqueó la lengua mirándolo con molestia.

—De alguna manera no me sorprende.

—Ya no puede moverse, ponle el collar.

—Aún está despierto.

—No puede hacer nada, sí, es fuerte, para su desgracia no tanto como su padre —dijo el humano con burla, otro se agachó dispuesto a colocar el collar y pese a la poca fuerza que tenía Mark se las arregló para clavar las garras en su mejilla, el hombre se apartó gritando, pero otro logró cerrar el collar alrededor de su cuello con un clic.

—Entendido, lobito, no volveremos a subestimarte, en dos días serás el tapete de algún ricachón —eso fue lo último que escuchó ese día.

……

Dian estaba ansioso. La ansiedad era algo malo cuando se trataba de él porque solía hacerlo reaccionar de la forma menos indicada, su lobo estaba inquieto e hiciera lo que hiciera no podía calmarlo. Eso le dijo que algo pasaba con su compañero.

Desde su auto llamó a Orión, Dian se quedó por los alrededores de la casa de Cassandra pensando que Mark regresaría una vez tuviese sed o hambre. No fue así y el culpable era él.

A estas alturas su compañero debía estar odiándole más que nunca.

—¿Dian? ¿Atraparon al mago? —preguntó Orión con recelo una vez contestó, eso le dijo que algo estaba realmente mal.

—¿Puedes sentir a Mark?

—¿Qué está pasando? Hay algo mal con él, pero pensé que estaba contigo y eso podía explicarlo.

—No está conmigo —suspiró.

—Iré para allá.

—No. Yo me encargaré si me dices donde está, yo no puedo sentir mucho, mi conexión con él no es tan buena como desearía —Orión suspiró del otro lado.

—¿Se lo dijiste?

—Sí, y no lo tomó muy bien.

—Lo entenderá, pero asegúrate de traerme a mi hijo sano.

—Te lo prometo.

—¿Recuerdas el último campamento de tráfico que desmantelamos?

—Sí.

—Está a tres kilómetros al este.

—Gracias.

Dian —Dian se abstuvo de colgar y se mordió el labio inferior, ya sabía lo que venía.

—¿Mmm?

—Díselo todo, no te guardes nada.

—Está bien, lo pensaré.

Dian colgó y comenzó a conducir sin pensar dos veces en las palabras de Orión. Necesitaba tiempo.

Llegar al lugar indicado le tomó más de lo que pensaba, seis horas completas y eso casi hacía que Mark estuviese desaparecido por dos días completos. Dian bajó del auto y miró el bosque, si esos malditos traficantes seguían en la zona lo más probable es que tuviesen trampas alrededor, por lo que ir en su forma de lobo sería peligroso.

Tomó la pistola con silenciador que guardaba en el auto y el cuchillo de su cinturón.

¿Todos los humanos eran tan estúpidos como estos? ¿Repetían sus errores una y otra vez?

No pensaba matarlos, si bien estaría avalado por la ley ya que secuestraban a los de su especie merecían podrirse en una cárcel estatal. Antes de adentrarse en el bosque llamó a los servicios policiales alertando de la situación, dijeron que esperara que estarían ahí en veinte minutos.

Dian colgó, era suficiente con que vinieran, no podía esperar más, Mark podría estar en peligro. Las trampas podían notarse con facilidad en forma humana por lo que no le dieron tantos problemas hasta que la neblina lo envolvió.

Era difícil ver e incluso olfatear algo, pero estaba seguro de que no había alertado a ningún humano con su presencia, ellos carecían de buenos sentidos.

Adentrarse aún más fue la opción correcta, la neblina comenzó a ser más ligera y por fin le dejo ver el campamento, desde su posición Dian podía contar veintitrés humanos armados y cinco cambia-formas enjaulados, ninguno de ellos era Mark, pero debía estar en alguna carpa.

Oh joder, si le habían hecho daño a su compañero se olvidaría de toda la gilipollez de dejarles vivir y los desgarraría uno por uno.

Dian desmayó a seis de los que hacían el pobre intento de patrullar y fue desplazándose poco a poco a algunos que estaban solos en el campamento, para evitar que hicieran algo aún si despertaban los amarró, en diez minutos tenía a quince de ellos sometidos. A los ocho restantes podía escucharlos en una carpa con lo que parecían ser el sonido de las carcajadas y copas brindando.

Dian se agachó cerca esperando una oportunidad.  

—¿No se parece a su padre? — preguntó uno de ellos.

—Mucho, pero esa bestia es del triple de su tamaño, ¿sabes cuánto darían por él?

—Oh, sí, eso sería un buen monto —el gemido borracho de uno de ellos se escuchó.

—¿Te lo imaginas?

—¿Qué crees que hagan con estas bestias? —un ruido metálico hizo eco y luego el resoplido de uno de ellos.

—No lo sé, hay todo tipo de locos en el mundo, he visto a los hijos de Orión, debajo de este animal hay un apuesto chico al que no me molestaría follar, una lástima que esté en esa forma.

—¿Es en serio? —se carcajeó uno. Dian ya había escuchado suficiente de ello.

—Muy en serio, y lo mejor es que se parece bastante al padre, sería como estar sometiendo a ese hijo de puta.

—Estás enfermo.

Dian rasgó la lona y entró, lo primero que hizo fue ubicar a Mark para resguardarlo del peligro.

Los ocho estuvieron en el piso y completamente ilesos a los minutos, Mark le gruñó a uno de los que había caído cerca de su jaula, era una para dos cambia-formas, pero aún así era demasiado pequeña para él por lo que estaba echado sobre el suelo.

Luego de amarrar a cada uno de ellos se agachó para poder ver a Mark. Estaba más tranquilo de lo que esperaba. 

—¿Qué pasa contigo? —Mark resopló y ladeó el cuello, lo primero sería sacarle de la jaula y luego quitarle ese collar—. Muy bien, vamos a ver cómo sacarte de ahí, también hay otros fuera, las llaves deberían estar por aquí —murmuró buscando por todos lados, Dian encontró sobre la mesa una hoja con números, pero las llaves no estaban por ningún lado.

—Mark, ayúdame.

El lobo gruñó en dirección a uno de los humanos y Dian rebuscó en sus bolsillos.

—Buen chico, te ganaste una palmada en la cabeza —Mark enseñó los dientes como una amenaza—. Vale, lo siento.

Una vez fuera, Mark se sacudió y estiró las patas, Dian intentó quitarle el collar tecleando los códigos en los papeles, ninguno de los cinco sirvió.

—Joder —gruñó caminando hacia el hombre en el suelo—. Dime la clave del collar.

—Púdrete.

—¡Hijo de puta!

—Señor, deténgase ahora mismo, ellos están bajo arresto, ¿fue usted quien llamó a la policía? —Mark miró al policía con mala cara.

—Sí, ahora me arrepiento de hacerlo.

—¿Señor?

—¿Puede salir un momento? Necesito sacarle algunos números a este imbécil.

—Lo siento, no puedo hacer eso.

—Vámonos —señaló a Mark, el lobo lo miró con recelo—. Está bien, se me ocurrirá una algo para quitar ese collar.

Las llaves y los códigos funcionaron en los otros cambia-formas, al parecer fueron apresados cerca de sus manadas, con un agradecimiento se marcharon.

Mark lo miró.

—Vale, creo que tendremos que llamar a tu padre.

El lobo gruñó su desacuerdo.

—Está bien, veré como lo soluciono yo, ahora vamos a algún lugar tranquilo.

Mark dirigió el camino.

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