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6🐺

Milo gruñó de mal humor, la cafetera que había en ese cuchitril llamado apartamento sólo logró colar un agua acuosa y falta de sabor.

Botó la solución al fregadero haciendo una mueca y regresó al dormitorio. Arrancó las sábanas en las que había dormido toda la noche, porque por supuesto Marcus no había llegado.

Las sábanas estaban ahora completamente manchadas del supuesto “lubricante” Milo se estremeció recordándolo, su cuerpo pidió cosas disparatadas en la noche, pero no haría tales cosas irracionales.

Eso no fue lo que le enseñaron.

Lavó las telas y las tendió en el balcón, luego pasó de largo por el vestíbulo notando su maleta, no había desempacado y por supuesto que la carta seguía burlándose de él como un recordatorio de lo que ya no tenía.

Ignoró la carta como las últimas veces y se sentó en el sofá, al menos viendo su teléfono, ya no tenía una línea que rastrear, así que por lo menos podía entretenerse jugando algo.

A Marcus no le tomó mucho más tiempo volver, dejó la chaqueta por la puerta y entró con los ojos achicados, Milo olisqueó e hizo una mueca de asco.

¿Eso era el aroma de una Omega?

—Ve a bañarte, ahora —gruñó fulminándolo con la mirada, Marcus le frunció el ceño, pero no protestó, se fue directo al baño, agarrando su chaqueta y alejando el aroma.

Milo casi volvió a relajarse.

Sólo casi.

Sus nervios estaban a flor de piel, su lobo, al que apenas conocía, gruñó interiormente haciéndolo saltar.

Corrió hacia un espejo y miró sus ojos, azul pálido se reflejó en ellos, indudablemente el color de un Omega, sus colmillos también estaban más largos y puntiagudos, ahora tendría que creerlo del todo, supuso.

Bufó y se fue a la cocina, al menos algo debía almorzar, ¿no?. Buscó en el refrigerador, sólo envases y envases de fideos instantáneos, bueno, tendría que servir, sacó uno y puso el agua en la estufa.

Pudo sentir la mirada de Marcus sobre él, pero no volteó, que se joda, que no esperara nada de su parte luego de huir como un cobarde.

Él se cruzó de brazos a su lado.  

—¿Estás bien? Por tus ojos parece que tu lobo ya está despertando —Milo lo fulminó con la mirada.

—Estoy bien —gruñó, casi rezando porque el agua hirviera pronto.

—¿Te hice algo? —Milo lo miró lo más ponzoñoso posible, no debió regresar, y así él estaría con su familia.

—¿Qué quieres que te diga?

—¿La verdad? —sugirió con media sonrisa.

Milo arqueó una ceja, ya imaginaba dónde, o con quién, estuvo para volver con tanta felicidad, mientras él la pasaba mal, muy mal considerando todo.

—Vete al infierno.

Agregó el agua al envase de fideos y se retiró al sofá donde podía apoyarse en la pequeña mesita del frente. Milo gruñó al darse cuenta de que dejó su tenedor, pero alguien estaba extendiendo uno para él, alguien que podía desaparecer en ese mismo instante.

Milo lo ignoró y buscó uno en la cocina, Marcus suspiró y se sentó frente a él dejando el cubierto sobre la madera.

Ni siquiera estaba seguro de porqué le importaba tanto.

—Si no me dices que hice no puedo saber…

—Sería mejor si no me hablaras —Marcus gruñó, sus ojos cambiaron a dorado y lo hicieron retroceder.

Milo. ¿Qué te hice?

Milo lo miró con lágrimas en los ojos, por alguna razón su boca estaba obedeciendo, luego lo comprendió, Marcus usó su voz de Alfa con él.

—Viniste con el aroma de una Omega aquí, cuando rechazaste pasar la noche conmigo, estuve dolorido toda la noche y pasando por cosas extrañas que a penas comprendí, pero tú simplemente fuiste a revolcarte con una Omega —dijo a bocajarro, odiándolo por eso.

—No me acosté con ninguna Omega —su voz fue calmada otra vez, lo que pareció sacar a Milo del estupor inducido por la voz Alfa.

—No me importa lo que hagas o no hagas, pero te juro por Dios que si vuelves a usar esa voz conmigo no volverás a verme, me importa un demonio que me maten o no, tomaré mi maleta y volveré con mis padres —gruñó con impotencia y casi con lágrimas en sus mejillas, pero las retuvo el tiempo suficiente como para darle el discurso y correr hacia el baño, puso el seguro, por si acaso.

Se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la puerta del baño, todo su cuerpo estaba tembloroso, pero no del tipo de temblores de ayer, estos eran muy diferentes, era miedo e impotencia, porque lo controló como a un muñeco y eso lo hacía hervir de furia.

—Milo —escuchó desde el otro lado de la puerta, se secó el rostro y le gruñó.

—Vete, déjame en paz —Marcus suspiró audiblemente.

—Escúchame, no fue mi intención, no estoy acostumbrado a socializar y a veces me desespero porque no sé qué hacer o que hice en este caso, tienes que decírmelo claramente —dijo desde el otro lado, Milo casi pudo ver su cara exasperada.

—Vete.

—Lo siento —dijo con la voz rota, Milo acercó las rodillas a su pecho y se refugió—. Siento irme, soy un idiota.

Milo no respondió.

—Siento hacer que  pasaras solo por esto y tener el aroma de una Omega, es alguien que se me pegó en el bar, no estuve con ella.

Tampoco dijo nada, Marcus siguió.

—Siento usar mi voz contigo, fue algo estúpido, que prometo no volver a hacer.

Milo no contestó, lo dejó ser, desde que le dijo que se fuera, por supuesto, lo escuchó todo, pero, ¿qué arreglaba eso ahora?

Nada, esa era la respuesta.

¿Qué le aseguraría que no volvería a hacerlo? Nada, siguió siendo, pero por alguna razón no podía irse a pesar de lo que había dicho anteriormente.

No podía dejar a este tipo, por una razón que no comprendía e incluso era más fuerte que él.

……

Marcus suspiró viendo a Milo en la cocina, el chico no le dirigía la palabra desde que usó su voz y eso lo tenía irritado, empeoraba al no saber qué hacer, ya había intentado muchas cosas. Todas fallaron.

Se levantó del sofá y salió, le daría un poco de tiempo a solas e iría a conseguir algunos consejos, no es que tuviera amigos aparte de Glen y desde que era el padre de Milo se quedaba sin muchas opciones.

Chasqueó y marcó su número en el teléfono público de la esquina, problemas de este tipo suponían medidas desesperadas, se dijo intentando justificarse.

¿Hola? —dijo la voz gruesa de Glen, Marcus suspiró un poco aliviado.

—Glen —el Alfa perdió el aliento desde el otro lado.

¿Marcus? ¿Milo está bien? ¿pasó algo?

—Él está bien, no llamo por eso —tranquilizó con media sonrisa, casi pudo ver a Glen arqueando la ceja antes de su próxima pregunta.

¿Por qué no nos ha contactado?

—Creo que tiene miedo de lo que piensan de él, pero sólo está asustado, hay que darle un poco de tiempo y estoy seguro de que llamará —escuchó el suspiro de Glen.

—Eso espero, entonces, ¿Por qué la llamada? ¿hay algo mal contigo?

—¿Por qué sólo esperas malas noticias? —preguntó con una sonrisa, luego se apagó al recordar el motivo—. Sólo necesito un consejo.

¿Consejo? ¿de mí? Soy mucho más joven que tú ¿recuerdas? —Marcus bufó.

—También recuerdo que has pasado los últimos años tratando normalmente con Milo, mientras que yo no, soy un asco en esto —gruñó encajando sus garras en el teléfono.

¿Qué pasó?

—Me ignora y no sé qué hacer para disculparme, yo…

¿Qué hiciste? —preguntó Glen casi con un gruñido.

—Uh…

Marcus…

—Está bien —aceptó exasperado—. Usé mi voz, pero no fue a propósito, sólo me desesperé, sabes que no tiendo a socializar, y por supuesto, está enojado —explicó dejando salir las palabras en ráfaga, ni siquiera estuvo seguro de que fuesen en ese orden.

Dios.

—No me hace falta escuchar las miles de formas en que la jodí, lo sé bien, solo necesito algún consejo, lo conoces —dijo exasperado, Glen le gruñó.

Mi lealtad está con Milo.

—No te pido que lo traiciones, sólo...

Ya sé, sólo estoy molestándote —Glen se carcajeó.

—¡Glen!

Lo siento, vale. No conseguirás nada usando tu voz, de hecho, creo que eso lo alejaría aún más, lo crié como un Alfa, Marcus, trátalo como uno.

—Ni siquiera le he dicho quién soy —musitó.

¿Por qué?

—Porque creo que lo utilizará como otra excusa para alejarse de mí y no puedo alejarme, ya no, no de nuevo Glen.

Lo sé, lo entiendo.

—Entonces ¿Qué hago? —preguntó exasperado.

No lo sé, le gustan los juegos de mesa, el cine, le encantan las películas de terror con palomitas, intenta algo de eso, pero ¿sabes que más le gusta? —Marcus prácticamente lo pudo ver sonriendo.

—¿Qué?

Tu aroma —dijo, dejándolo perplejo, Marcus arqueó una ceja no comprendiendo realmente el objetivo.

—¿Eso de qué...?

Tengo que irme ahora, espero haber sido de ayuda, y dile a mi hijo que llame —Glen colgó, Marcus miró el teléfono por un momento y lo colocó en su lugar.

Eso prácticamente no le sirvió de nada, caminó hacia el supermercado, quizás lo intentaría, sólo para probar suerte, compró todo y se dirigió a casa, su Omega estaba acostado sobre el sofá jugando en su teléfono.

Marcus respiró profundamente y se fue a la cocina, hizo las palomitas y las sirvió en un tazón, luego fue a encontrarse con Milo.

Antes de hacer algo más puso una película después de dejar el tazón sobre la pequeña mesa, Milo lo miró de reojo, nada más.

Marcus se paró frente a él.

—¿Puedo sentarme? 

Milo intentó ponerse de pie, pero Marcus no lo dejó, se sentó en la esquina y atrajo la cabeza del chico a sus muslos, Milo intentó irse.

—Al menos compláceme en esto, lo estoy intentando, Milo — el Omega lo miró fijamente, sus ojos verdes brillaron.

—¿El qué? ¿Qué estas intentando? —preguntó poniéndose de pie—. Porque lo único que has hecho hasta ahora ha sido separarme de mi familia, gruñir que tenía que venir contigo, decirme que era un maldito Omega y para colmo utilizaste tu voz conmigo —le gruñó el chico, sus ojos azules salieron a la superficie y los colmillos comenzaban a alargarse.

Marcus casi gruñe por el reto, no se suponía que estuviese haciéndole eso cuando era un Omega.

Milo sabía que los Alfas siempre respondían a eso.

Esta vez lo ignoró, tragándose toda su inconformidad.

—Desde que tengo uso de razón hago este trabajo —explicó—. Y trabajar matando te deja poco con lo que socializar, soy un idiota a veces, lo sé, pero es como acostumbro a ser, no me estoy justificando, solo quisiera que tuvieras un poco de paciencia conmigo —Milo suspiró, se dejó caer en el sofá y metió la mano en el cuenco de rositas.

—¿Me dirás porque no me mataste? —preguntó masticando algunas, Marcus tragó el nudo en su garganta.

—¿Realmente quieres saber? —Milo le frunció el ceño.

—¿Por qué no quieres decirme?

—Porque tengo miedo de que salgas corriendo de una vez por todas —confesó con suspiro.

—Si no corrí cuando usaste esa voz, ya no lo haré, créeme —Marcus realmente no lo creía, pero de todas formas lo dijo.

—Eres mi Omega, Milo, yo soy tu Alfa —Milo se quedó de piedra por un momento, luego le frunció el ceño.

—¿Perdón? ¿Es una maldita broma?

—No.

—¿Me estás diciendo que no sólo soy Omega, sino que tú eres mi Alfa? —su tono al preguntar no fue nada bueno, Marcus dejó salir el aire.

—Sí.

—Tiene que ser una puta broma, con tantos malditos Alfas por ahí. ¿Por qué tuviste que ser tú?

Marcus sintió la opresión en su pecho, Dios, esas palabras acabaron con él, realmente el destino debía odiarlo.

Le hizo esperar por su pareja más de setenta años, sólo para encontrarse con un bebé del que estuvo separado veinticuatro años y ahora de alguna manera hizo que el chico le odiara en unos pocos días.

Sí, realmente su vida era una mierda.

Apestaba en esto de las relaciones.

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