2🐺
Glen oficialmente había perdido la cabeza, algo como Omega masculino se estaba pronunciando en la conversación, pero debía haber algo malo ahí ¿no?
Quizás tenía fiebre o era Marcus el enfermo.
Se tocó la frente comprobándose, no, no era él, su temperatura era normal, así que estiró una mano, Marcus dejó de balbucear para fruncirle el ceño, el hombre era una belleza de ojos azules y rubio, pero tenía una personalidad horrible, bueno quizás eso se adquiría con la edad.
—No tienes fiebre —murmuró, Marcus volvió a fulminarlo con la mirada y el bebé se echó a llorar.
Marcus rápidamente cambió su semblante y le sonrió de forma tierna, el bebé se quedó tranquilo otra vez.
—Glen, no estoy enfermo, te estoy diciendo la verdad, no puedes olerlo, pero yo sí, es un Omega, dentro del maletín están las pruebas que le hicieron.
Glen se agachó junto al bolso y sacó los resultados, aparentemente todo era cierto, los documentos afirmaban que era un 80% Omega, el otro 20% no se especificaba realmente.
—Vale, pero, ¿por qué quieren matarlo?
—Porque tienen miedo de lo que podría hacer, cosas absurdas como que es de mal agüero o algo así.
Glen bufó ante esas tonterías, si había nacido un chico Omega era para que lo estuviesen adulando, no para querer matarlo, pero los que formaban parte del concejo eran unos lobos tan arcaicos que tomaron esto de mala manera.
—Puede quedarse aquí, eso no es problema —Marcus negó.
—Es problema Glen, lo están buscando, nadie puede saber que es un Omega —Glen cayó en lo que le había dicho anteriormente.
—¿Quieres que yo lo críe como un Alfa?
—Siento pedírtelo, pero no tengo más opciones, por favor, podrías criarlo junto a tu hijo pequeño como si fueran hermanos.
Marcus se veía mal, parecía no haber dormido desde hace semanas y ahora estaba rogando por un bebé que era su predestinado, en serio el hombre tenía mala suerte.
—Pero, ¿cómo lo explicaría? El niño ya tiene un año —Marcus se golpeó la frente con frustración.
—Yo… no lo sé, Dios.
Glen pensó rápidamente en su solución.
—Puedo decir que es un primo lejano al que se le murieron los padres, supongo.
—¿En serio?
—¿Estás seguro de que esto funcionará? —Marcus asintió.
—Tengo que irme de aquí, hacerles creer que sigue conmigo, te enviaré dinero todos los meses, pero por favor, mantenlo a salvo.
A Glen no le hacía falta el dinero, pero como Marcus no podía hacer nada más por el pequeño, dejarlo poner el dinero era la mejor opción, después de todo era su pareja.
—Está bien, lo haré.
—Gracias. ¿Tienes algún muñeco que parezca un bebé? —preguntó Marcus poniéndole el bebé en brazos, este empezó a llorar en cuanto lo hizo.
—Segunda habitación a la derecha —Marcus corrió hacia allí y bajó con un muñeco del mismo tamaño que el pequeño, luego lo envolvió en las mismas mantas en las que lo había traído, Glen se removió de aquí para allá intentando calmarlo.
—Su nombre es Milo —dijo Marcus acercándose y extendiendo su mano, Milo atrapó uno de sus dedos y se calmó—. Me iré por el momento, pero en cuanto pueda vendré de nuevo, pórtate bien con Glen ¿vale? —para sorpresa de Glen el niño se calmó.
—¿Qué quieres que le diga?
—No le digas nada y tampoco hables sobre mí —dijo desapareciendo por la puerta.
Glen miró al chico, sus ojos verdes brillaron.
—Entonces ¿Qué deberíamos hacer contigo?
……
Milo miró a su hermano mayor y gruñó, era un completo idiota, sólo tenía dos años más que él, pero siempre lo trataba como un niño, ya tenía doce años, podía hacer las cosas por su cuenta, no necesitaba de su ayuda.
Pateó una piedra con el zapato y esta saltó a los arbustos, nunca vino antes por este camino, pero algo llamaba su atención, así que caminó entre los arbustos hasta llegar a una pequeña casa, era tan bonita que parecía una casa de muñecas.
Milo dio dos toques en la puerta, nadie abrió, también miró por las ventanas, pero todo estaba oscuro y herméticamente sellado.
—¡Milo! —llamó su hermano, Milo miró la casa y el camino por el que llegó, volvería, pero antes debía evitar que Dian lo viera.
—Estoy aquí —murmuró cuando estuvo cerca.
Dian lo abrazó fuerte, tanto que si él mismo no fuese fuerte le hubiera quebrado los huesos.
—Lo siento, mamá y papá están preocupados así que regresemos.
Dian tenía el pelo tan negro como papá y sus ojos eran marrones igual que mamá, Milo era el único que no se parecía en nada, pero cada vez que preguntaba le decían que a veces pasaba.
Era extraño, todos los cachorros se parecían a sus padres.
Caminaron hasta la casa y primero se encontraron con su padre, él escondió en su espalda el sobre que acababa de sacar del buzón y les sonrió, Milo era lo suficientemente inteligente para notar que todos los días cinco de cada mes su padre recibía un sobre igual.
—Hola chicos, Milo ¿ya tomaste tu medicina? —Milo hizo una mueca.
—Papá, eso no me gusta.
—Es por tu bien, Dian ¿puedes darle la medicina?
—Por supuesto, papá —gritó Dian ya jalándolo del brazo.
Milo aún no entendía por qué solo él debía tomar pastillas, él estaba tan sano como su hermano y hasta eran del mismo tamaño a pesar de que Milo era menor que él. Su hermano rebuscó en el cajón y sacó las tres píldoras, Milo las miró como las enemigas que eran.
—Milo, si no tomas esto te podría pasar algo malo y no quieres vernos llorando, ¿verdad?
—No, lo siento —Milo dejó de preguntar para qué eran las pastillas a partir de ese momento.
Nada era más importante que su familia y no los quería ver tristes por su culpa.
……
Milo corrió hacia la seguridad del bosque y le dio la espalda a la puerta de la pequeña casa, con diecisiete años era el único que no se había presentado, no tenía ninguna diferencia con los demás, pero aun así no tenía celo alguno, su madre le dijo que estaba bien, que ella lo seguía amando de todas formas, pero eso no lo hacía sentir mejor.
Suspiró poniéndose de pie, se quitó un gancho del pelo semi-largo y lo utilizó para forzar la cerradura de la pequeña casa, por fin luego de cinco años saldría de la duda.
Estornudó debido al polvo y abrió las ventanas, el lugar se iluminó un poco dejándole ver los muebles cubiertos con sábanas, pese al polvo un olor mentolado se filtró por su nariz.
Milo caminó hacia lo que parecía ser el cuarto, nada fuera de lo común, nada que le dijera que la casa aún estaba habitada, retiró la sábana de la cama revolviendo más el polvo, la cama aún estaba perfectamente tendida con el olor mentolado sobresaliendo de ella.
Milo se la llevó a la nariz y olfateó.
Caminó alrededor revisando cada una de las gavetas, lo único que llamó su atención fue el biberón en la mesa de la esquina así que se dirigió al closet, a diferencia de lo demás en la casa la ropa estaba muy bien acomodada y el olor era mucho más fuerte ahí.
Milo cerró la puerta sintiéndose extraño.
Luego de cerrar se dirigió a su propia casa, los nervios crispando su estómago por alguna razón, Milo caminó lo más rápido que pudo, su hermano ya le esperaba a los pies de la escalera de brazos cruzados, el regaño era evidente en su cara.
—¿Dónde estabas? —gruñó, Milo torció los ojos.
—No te importa, deja de tratarme como un niño —Dian le frunció el ceño y le dio un golpe en la cabeza.
—Soy tu hermano mayor y eres un niño ¿crees que por tener esto eres mayor? —dijo tocándole las perforaciones en su oreja, Milo hizo una mueca.
—Bien, lo siento —murmuró entrando, Dian lo siguió de cerca.
—Demoraron mucho, ¿dónde estaban? —preguntó su madre, Milo miró a su hermano como un cachorro y este suspiró derrotado, no importa la edad que tuviese, esa mirada era el punto débil de Dian.
—Sólo perdiendo el tiempo por ahí.
Milo suspiró de alivio y se sentó en el sofá, su padre les sonrió en cuanto los vio, luego puso una mueca de preocupación en su rostro.
—Milo, ¿por qué tienes ese aroma? —Milo olfateó y se dio cuenta que el olor de la cabaña se había transferido a su ropa.
—No lo sé, sólo estuve un rato por el bosque —su padre se levantó y lo agarró del mentón.
—Milo, se perfectamente dónde estuviste, así que no vuelvas —ambos, Milo y su hermano se miraron en shock, su padre nunca le había hablado en ese tono a ninguno de los dos, por lo que Milo asintió pensando que había cometido un error.
……
Milo desobedeció a su padre por los últimos tres años, se acostó sobre el mullido colchón lleno de ropa y se relajó, no entendía el por qué de sus actos, eso sólo lo hacía sentir mejor, por lo que no prestaba mucha atención a los detalles.
Veinte años y aún esperaba una presentación, los demás en la manada lo miraban como un bicho raro, pero, ¿era su culpa?
Desde pequeño hizo exactamente lo que se suponía debía hacer, media más de uno ochenta y cinco, un buen cuerpo como cualquiera de los Alfas ahí, pero era distinto y eso lo molestaba, fue el último pensamiento antes de rendirse al sueño.
Milo despertó frunciendo el ceño, alguien acababa de abrir la puerta, pero nadie conocía este lugar, se sentó intentando ubicarse, la puerta del cuarto se abrió de par en par en par dejando ver a un hombre de más o menos su tamaño, el pelo rubio brillaba, los ojos eran de un azul claro llamativo, la nariz fina encajaba perfectamente en su rostro.
Milo se fijó inconscientemente en su manzana de Adam, el inicio de los músculos del pecho asomándose por el intrincado uniforme que llevaba, todo negro con hebillas y cuero por todas partes, Milo tragó tratando de aligerar su garganta seca.
—¿Alguna razón por la que tengas tu nido en mi casa? —preguntó el extraño con la voz gruesa, Milo se estremeció por algo que no quería ni pensar.
—¿N-nido? No tengo un nido —gruñó poniéndose de pie, pero miraras por donde miraras aquello claramente parecía un nido, Milo enrojeció avergonzado.
—¿Y con mi ropa? —el hombre frunció el ceño, Milo rezó para que la tierra se lo tragara, pero eso no sucedió.
—Yo… uh… puedo explicarlo —balbuceó acercándose, el hombre dio un paso atrás rotundamente sorprendido, Milo se quedó mirándolo como antes.
—¿Milo?
—¿Me conoces? —el hombre se pasó una mano por la cabeza y suspiró.
—Soy amigo de tu padre —Milo enrojeció más avergonzado aún.
—Yo… por favor no le digas que estuve aquí.
—Entonces deberías irte.
Milo se acercó un poco embelesado por el aroma del lobo, era una droga malditamente buena, en los últimos tres años el aroma de la ropa desapareció, pero ahora tenía a la fuente directamente frente a él.
—Milo.
Milo no se detuvo, dio un paso más quedando nariz con nariz, como el hombre retrocedió tanto se quedó sin escapatoria al chocar con una pared, realmente quería algo de ese hombre, pero no sabía qué.
Sin darse cuenta sus bocas ya estaban juntas y devorándose la una a la otra, el extraño que estaba evidentemente renuente al principio comenzó a besarlo de una forma que le hizo temblar las piernas, el hombre le pasó los dedos por el cabello y tiró hacia atrás para tener un mejor movimiento.
Milo sólo perdió la cabeza siendo besado por un extraño, un extraño que era un maldito buen besador.
Dios, había algo realmente malo con él.
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