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Fase 8

Fecha: 30 de junio del año 2134 tiempo Tierra | 52 de marzo del año 2131 tiempo Marte.

Ubicación: Acorazado Anomalocaris, Sistema Eden; a 76 al. de la Tierra.

Status: La salvación del Sistema Solar.

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Tras la brutal batalla que protagonizó el Anomalocaris, la cantidad de daños había dejado a la nave con poca capacidad de combate, razón por la que casi toda la tripulación aceleraba las reparaciones. Su nueva misión: el rescate del Sistema Solar.

Jeremy y Hans trabajaban en el cuarto de máquinas. Hans estaba totalmente concentrado, pero Jeremy estaba ausente. Ambos se hallaban parados frente al panel de control del inyector de las turbinas, realizando el scanner correspondiente.

—No lo entiendo —decía Hans, en voz baja—. Todo parece estar en orden, sin embargo no arranca esta porquería. ¿Alguna idea? —preguntó a Jeremy, pero no respondía, tenía la mirada en el vacío—. Jeremy, Jeremy, ¡oye Jeremy! —gritó en su oreja, haciendo despertar a su amigo de un letargo.

—Qué, qué, dime, qué pasó —respondió, arrebatado como alguien a quien despertaron de golpe de un profundo sueño.

—Te pedí una opinión sobre el inyector, pero tú pareces estar en otro planeta.

—Sí, sí —dijo, mirando de reojo la consola—. Todo parece estar bien —Hans hizo una seña de desaprobación con la cabeza.

—Desde que llegaste de esas ruinas has estado así, me gustaría saber qué te ocurrió allá adentro.

—Ya te lo dije.

—¿Lo de la "revelación"?

—Aunque no me creas, es cierto; sino, ¿cómo explicas que haya sabido los códigos del control de armas? —Hans suspiró.

—Lo siento, Jeremy. Podré ser muchas cosas, pero no supersticioso. Quizás fue una coincidencia.

—No existen las coincidencias, solo lo inevitable —respondió Jeremy y le entregó a su amigo el stick con la información de los Días sin Luz. Hans lo recibió, mirándolo como si le resultara un objeto extraño.

—¿Al fin terminaste? —Jeremy asintió.

—Es muy triste.

—Le daré una ojeada luego —dijo Hans—. Ahora volvamos al trabajo. Voy a ver qué pasa con los reguladores. Pon atención a la consola y avísame si arranca el sistema.

—Sí.

Hans se metió debajo de la máquina y movió algunas conexiones. Luego conectó el cable de poder y le preguntó a Jeremy.

—¿Ya arranca?

—Nada.

—Maldición, no entiendo qué le pasa a esta porquería —comentó Hans, enfurecido. Se incorporó y en cuanto lo hizo vio a Jeremy cuadrado y a la Capitana en frente de él.

—¿Decía algo de la porquería? —consultó Repina.

—Lo... lo siento, mi Capitana, no sabía que estaba aquí —respondió Hans, nervioso.

—Cuál es el problema, Cadete.

—El sistema de los inyectores de turbinas no arranca, mi Capitana.

—¿Ya probaron cambiando la polaridad de la fuente?

—Sí, probamos todo lo que dice el manual.

—Entiendo. ¿Tiene una llave inglesa, Cadete? —Hans la miró algo extrañado. Abrió su maleta de herramientas y le dio una pequeña a la Capitana.

—No, no, necesito una más grande —Repina miró la maleta y señaló una llave inglesa del tamaño de una herramienta para pozos petroleros—. Deme aquella —Hans frunció el ceño y obedeció.

La Capitana miró las lecturas del panel de control, digitó algunos códigos y sonrió. Se paró frente al carburador de potencia, lo miró y empezó a golpearlo con todas sus fuerzas usando la enorme llave inglesa. Jeremy y Hans estaban espantados.

—¡Funciona, funciona pedazo de mierda! —le gritó al carburador y, repentinamente, el sistema arrancó. Hans y Jeremy no lo podían creer—. ¿Lo ven, chicos? A veces esta nave necesita un toque... femenino —dijo la Capitana, sonrió y se retiró. Los cadetes se miraron, perplejos, y levantaron los hombros.

Repina continuó su recorrido por el acorazado, supervisando personalmente las labores de reparación. Hasta los cocineros de la nave estaban en trabajo de reparaciones.

Su recorrido concluyó en los laboratorios, lugar al que habían llevado el objeto verde. Cuando entró se encontró con el Teniente Antonov, siendo revisado por la doctora Cortilliari.

—¿Hubo resultados? —le preguntó Repina.

—Sí, Capitana, y no lo va a creer.

—Adelante, escucho.

—Es increíble, pero los hombres que fueron a las ruinas han regresado... cómo decirlo, muy diferentes.

—Explíquese —pidió Repina.

—Su código genético ha sido alterado por causas desconocidas, o más que desconocidas, incomprensibles. Mire —dijo la doctora y le mostró los mapas genéticos de sus hombres a la Capitana.

—¿Veinticuatro pares de cromosomas?

—Todos los hombres de la expedición presentan este cuadro. Pero el del Teniente Antonov es...

—¡Veinticinco pares, es imposible!

—Aún no tengo idea qué hace el vigesimoquinto par, ni siquiera sé cómo llegó ahí. Es la primera vez que veo algo así. Pareciera que las ruinas hubieran dejado alguna clase de información en el código genético del Teniente, como si los responsables de estas extrañas mutaciones genéticas quisieran decirnos algo —la Capitana suspiró y miró al Teniente.

—¿Cómo te sientes, Marshall? —preguntó, pero el Teniente no respondía, se veía como un autista—. Veo que no ha mejorado.

—En efecto, Capitana. Puede que su actual estado sea una consecuencia del vigesimoquinto par de cromosomas. Todos sus signos vitales son estables, pero su mente parece estar fuera de su cuerpo.

—No lo comprendo. ¿Y qué hay sobre el artefacto verde?

—Oh, sí, el artefacto. Sígame —pidió la doctora, Repina fue tras ella.

Entraron a un cuarto relativamente oscuro. En una especie de vitrina estaba depositado el objeto verde, rodeado de cables y cámaras.

—Ya no tenemos dudas, Capitana, que esta pequeña piedra es las enormes ruinas que vinimos a explorar.

—Pero... ¿cómo pudo encogerse de esta forma?

—Eso todavía no lo hemos descifrado. Lo que sabemos es que, en efecto, ésta es una esmeralda. Sin embargo, su temperatura es constante: 27 ºC. También muestra leves cambios de tamaño, casi imperceptibles. Pero lo más misterioso, Capitana, son las ondas de radio que transmite.

—¿Esa cosa está transmitiendo algo?

—Sí, y parece que su destinatario es la Tierra.

—No me gusta, ¿qué posibilidades hay que sea una trampa del enemigo?

—Ninguna, hemos verificado el carácter del artefacto y ya hemos visto símiles hallados en la Tierra con anterioridad.

—¿A qué se refiere?

—Bueno, como usted sabe, muchos mitos paganos de la antigüedad eran una descripción literal de los hechos y no una interpretación romántica. Fue el caso de la Espada Sabia de Tharsis, la Corona del Rey Kollman o El Arco de Artemisa, entre otros. Esta piedra verde tiene el mismo origen extraterrestre que las esmeraldas de todos aquellos objetos, míticos en teoría. Esta gema, Capitana, es un Graal, una Piedra del Origen, igual que las gemas de la Espada Sabia, de la Corona de Kollman o la del Arco de Artemisa —aseveró la doctora, Repina sonrió.

—Una de las obsesiones de Carlos eran las Piedras del Origen —murmuró la Capitana, hubo un silencio entre ambas mujeres.

—¿Cómo está el SubTeniente Romero? —preguntó la doctora. Laura negó con la cabeza.

—No creo que haya tomado muy bien la muerte de su sobrino —respondió—. Se ha encerrado en su trabajo. Está hace casi doce horas en el cuarto de máquinas, tratando de arreglar el escudo Faser.

—Es lógico, Laura. Ambos tenían un nexo familiar que los unía —suspiró—. Uno muy similar al que tú y Marshall tienen.

—Aún recuerdo los líos en los que se metía de niño —sonrío, levemente, Repina—. Siempre tenía que andar sacándolo de sus problemas.

—Ten calma, las cosas mejorarán —la Capitana se aclaró la garganta y cambió de tema, tratando de disimular su preocupación.

—Dígame, doctora, cuál podría ser el propósito de esta piedra especifica.

—Bueno, tengo dos teorías: una es que la piedra, al reunirse con las demás existentes en la Tierra, nos dará alguna clase de mapa, una ubicación del universo desconocido. La otra es que esta piedra podría causar una especie de... éxodo.

—¿Éxodo?

—Sí, Capitana. Por lo que sabemos, la especie humana no es nativa de este universo, entendemos que una manipulación genética nos ancló en cuerpos físicos y en un plano físico. Sin embargo, el universo es más que solo materia y tampoco es el único universo. Si mi segunda teoría es correcta, la reunión de esta piedra con las demás podría generar un proceso de regresión de la materia, en el cual todos los seres humanos volveríamos a nuestro estado original y regresaríamos al universo del que vinimos.

—No se ofenda, doctora, pero eso suena más a una teoría de religiosos fanáticos que a ciencia.

—En nuestros días, Capitana, las ramas del saber humano ya no dependen solo de una lógica lineal o instrumentalista. Pero más allá de mis teorías creo que nuestra prioridad es llevar esta piedra a la Tierra.

—Primero debemos asegurarnos que siga existiendo un planeta Tierra al cual llevar la piedra.

—Seguirá ahí, se lo aseguro —la Capitana agachó la cabeza.

—Espero que tengas razón, Nílea —respondió y volteó hacia la salida—. Cuida bien a Marshall —dijo antes de irse.

Pasó un día más y tanto el Chevalier como el Anomalocaris quedaron en capacidad para velocidad luz y realizar el salto Hyperbolisch-Raum. La orden fue inmediata, todos fueron a sus puestos y el viaje final inició.

En seis horas, ambas naves ya estaban en boca de agujero de gusano. Se tomaron treinta minutos para preparar el salto y entraron al negro remolino, a la fractura espacio-tiempo, que los devolvería al Sistema Solar.

El viaje en el agujero de gusano tuvo pocas turbulencias y ambas naves lograron arribar a la desembocadura cercana a la órbita de Neptuno. El gigante de hielo, azul y turbulento, se mostraba frente a ambas naves, eclipsando un pálido Sol que quedaba cubierto por la sombra del enorme planeta.

—Capitana, estamos recibiendo una transmisión —dijo Park—. Es uno de los nuestros, el acorazado Excalibur.

—En pantalla, Cabo —ordenó Repina.

Un rostro conocido apareció cubriendo el puente. Era una mujer adulta, rubia, seria y de ojos verdes y dormilones que se proyectó en la pantalla principal de la nave.

—Lo veo y no lo creo —dijo la Capitana.

—Hola, Laura —respondió la mujer.

—La Mariscal del Espacio, Luda Raith, en persona.

—Es bueno verte, Repina. Lamento que sea en estas condiciones. Dime, ¿dónde está el Hypnos y el resto del destacamento? —la Capitana desvió un poco la mirada.

—El Hypnos cayó en combate, al igual que las demás naves —confesó Repina. El rostro de Luda Raith seguía imperturbable, frunció el ceño, suspiró y se persignó—. Carlos Romero murió como un héroe, combatió junto a su tripulación hasta el final.

—Era muy joven, una promesa para la Flota —murmuró Raith—, en fin. Quiero noticias, Capitana.

—Le enviaré el informe completo de la misión por el canal Delta

—Bien, lo analizaré después. Tenemos que irnos rápido, nos necesitan en casa.

—Lo sé, pero, ¿aún tenemos flota suficiente para combatir? —preguntó la Capitana. Luda Raith sonrió.

—Mira afuera —dijo. Laura miró por la escotilla y se sorprendió.

Sombras, cientos de ellas, cruzaban sobre la órbita de Neptuno. Todos en el puente del Anomalocaris vieron a una flota de proporciones descomunales dirigiéndose a la Tierra. Eran tantas naves que su sombra al pasar en frente del sol lo opacaba por breves segundos.

—Carajo —masculló la Capitana.

—Es toda la flota de los sistemas exteriores —dijo la Mariscal—. Vinieron de Alpha, Beta, Pollux y New World. Otras naves más se sumaron cuando éstas llegaron. Vienen desde Vega, Spica, Rigel, Pegasus, Polaris, Regulus, Aldebarán... Creo que ningún ser humano de la galaxia se mostró indiferente cuando supieron que nuestro hogar estaba siendo atacado.

—Verdaderamente impresionante.

—No vayas a pensar que yo organicé sola todo esto. El General Napola hizo todo esto posible.

—Ese viejo lobo del espacio...

—Bueno, es todo por ahora, Capitana. Vayamos a la Tierra.

—¡Su orden, mi Mariscal! —dijo Repina, cuadrándose, y se cortó la comunicación.

—Flores, velocidad luz —ordenó la Capitana, sonriendo involuntariamente.

—Sí, señora —respondió Flores, bastante emocionado.

Debió ser por ver la cantidad de naves aliadas, o el hecho de estar en el Sistema Solar, o la certeza de volver a ver a la Tierra, o el simple frenesí previo a un combate; pero toda la tripulación del Anomalocaris estaba motivada, ansiosa, dispuesta a morir, a alcanzar la gloria.

La Capitana Repina suspiró, se sentó en la silla de mando, sacó un nanodisk de música y lo hizo sonar en sus auriculares personales: Gaetano Donizetti, Lucia di Lammermoor. Mientras la nave avanzaba, Repina se dejó llevar por los recuerdos; "esta era tu canción, Jean. He vuelto a casa", pensó la Capitana.

Miles de naves emprendieron el camino hacia el planeta que por siglos fue hogar de la humanidad. Mientras tanto, en el laboratorio, el artefacto verde empezaba a brillar, a aumentar su temperatura. En la Tierra, varias columnas de luz verde se alzaban hasta la ionosfera, provenientes de todas partes del mundo. Era la respuesta entre las múltiples Piedras del Origen, pues sabían que la última estaba llegando.

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