Epílogo. Días sin Luz
"Solo viven aquellos que luchan; aquellos a quienes llena el Espíritu y la frente una firme aspiración: libertad y verdad; aquéllos que suben a la áspera cima de un alto destino; los que marchan vigilantes, inspirados por un fin sublime, un ideal honorable, teniendo delante de los ojos el día y la noche, trascendiendo más allá de la vida y la muerte y descubriendo que dentro de cada persona se halla la verdadera divinidad del hombre victorioso".
"Prefacios de Batalla", El Arco de Artemisa
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22 años antes de la desaparición de la humanidad
Fecha: 20 de noviembre del año 2112 tiempo Tierra | 54 de agosto tiempo Marte
Ubicación: Colonia Boliviana de Uruhara, Sistema New World.
Mi nombre es Laura Repina. Estoy al mando del acorazado Anomalocaris, una de las naves más importantes de la Flota. Al inicio, la nave estuvo comandada por el Almirante Camoranezzi, quien murió durante un sangriento conflicto en el Cinturón de Kuiper. Luego estuvo al mando del ascendido Coronel Napola, quien comandó al Anomalocaris hasta que se convirtió en General de la Flota Exterior. Entonces yo fui ascendida a Capitana y desde hace seis años comando el Anomalocaris.
El acorazado... mi acorazado estuvo presente en varios procesos de colonización en numerosos Sistemas descubiertos. La cruenta Guerra Solar, que duró ocho años, catapultó nuestra tecnología hasta hacernos capaces de colonizar el espacio interestelar. Con la Federación y el frente Comunista erradicados de la galaxia, nuestra gente se vio libre de empezar de nuevo. La Tierra se reconstruyó, Marte y la Luna se reconstruyeron. Las lunas de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se colonizaron. Venus se convirtió en una avanzada base de investigación científica y Mercurio, de investigación solar. Plutón, Caronte, Hidra y Eris, las colonias exteriores del Sistema Solar, se construyeron como laboratorios para estudiar la Nube de Oort y el cinturón de cometas de Kuiper; así como para el desarrollo e investigación de nuevas armas.
A lo largo de la Guerra Solar, el fantasma del virus Mesiah fue desapareciendo poco a poco. Aún quedaba en el recuerdo de la gente todos los horrores vividos, pero las heridas del pasado empezaron a cerrar cuando la humanidad elevó su mirada al cielo y descubrió nuevos mundos a los cuales huir de la pesadilla del virus. La cura se perfeccionó, el Mesiah desapareció y nadie más enfermó. Pero la cura no vino sola, la guerra la acompañó y manchó de muerte el Sistema Solar durante ocho años. La Sinarquía humana fue mucho más difícil de erradicar de lo que la Alianza pensaba al inicio. Se perdieron cientos de millones de vidas y muchas ciudades desaparecieron del mapa.
A pesar de todas las vidas perdidas, la humanidad, que tanta sangre mutua había derramado, se tropezó con la paz luego que el virus declinara. Los alienígenas que controlaban el destino de la especie humana sufrieron su última derrota en la batalla de Deimos. El saldo fueron ochenta mil humanos muertos en dos horas y casi quinientos alienígenas ejecutados. Pocos de aquellos engendros lograron huir, no sin antes amenazar de muerte y esclavitud a nuestra especie. Y con su cobarde retirada, la victoria de los hombres quedó sellada.
La Alianza desglobalizó la Tierra y las colonias en menos de un año. Se estableció un nuevo régimen de política exterior y se inició la nacionalización de los Estados federados y comunistas. Todos los pueblos se reorganizaron y aglutinaron con sus semejantes de acuerdo a lengua, economía, cultura, origen racial, histórico y genético. Los territorios del Sistema Solar se dividieron y todos fundaron sus propios estados nacionales bajo la línea gubernamental nacionalista que determinó la Alianza como base de las relaciones multinacionales, en contraste al modelo globalizador llevado hasta aquel momento por federados y comunistas. Se estableció una gran alianza entre todos los estados creados, respetando los límites soberanos, y se firmó un tratado de no agresión entre humanos. Aunque no siempre era posible mantener el orden, al menos la raza aprendió a convivir de forma disciplinada.
La conquista del espacio interestelar se hizo una realidad luego que la tecnología de salto Hyperbolisch-Raum se perfeccionó. La primera colonia fue establecida en una estrella no tan lejana a Próxima Centauri. El sistema estelar fue bautizado como New World, y el planeta fue llamado Uruhara. Luego, otras ciudades fueron también fundadas por diferentes países, y con el tiempo se colonizó todo el sistema, y luego otros sistemas más: El Sistema Eden, el Sistema Alpha, el Sistema Beta, el Sistema Pollux, el Sistema Polaris, etc.
Han pasado cuatro años desde el fin de la Guerra Solar y las cicatrices aún duelen. En las colonias interestelares y también en el Sistema Solar los héroes son recordados con mayor patriotismo que nunca. Fueron casi diez billones de vidas humanas sacrificadas para lograr la libertad de la especie, nuestra independencia de los engendros que nos llevaron de la mano por el camino de la evolución, desde el Neanderthalis hasta el Sapiens. Hubieron muchos caudillos de la guerra, guerreros como Adler Tarstein o Hilda Bower, nombres que nadie olvidará jamás. Pero también existieron otros anónimos e incluso desconocidos. Ese fue el caso Jean Paul Reveillere, el soldado que permitió que el virus Mesiah se erradicara.
Todos supieron que la Alianza desarrolló la vacuna en Venus, pero pocos, o casi nadie supo que esa vacuna se extrajo de la sangre de una niña que jamás estuvo en Venus. Ella fue la que llevó en su cuerpo la vacuna; y de no haber sido por Jean Paul Reveillere, es posible que la cura del Mesiah hubiese caído en manos de la Federación o de la China Comunista. Si eso ocurría, la guerra por el poder habría concluido en un holocausto biológico. Esa era la intención de la Sinarquía extraterrestre. Crearían un nuevo humano con la sangre de nuestra especie. Uno que solo sirviera a los fines de la especie que nos controló por siglos. ¿Y para qué? Algunos científicos decían que nos convertirían en carne de cañón para invadir otros mundos. Otros sostenían que seríamos ganado para las despensas de los alienígenas o prostitutas para satisfacer sus necesidades. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que la vacuna contra el Mesiah fue nuestra primera victoria, y ese triunfo se lo debemos Jean Paul Reveillere. Hoy, pocos recuerdan su nombre. Los miembros más antiguos de mi tripulación aún lo rememoran. Aún menos son las personas que recuerdan a Katya Antonova, o que siquiera han oído hablar de ella. Ambos son héroes anónimos; y si existe alguien que lo sabe muy bien, ese es su hijo.
Solo los dioses saben todos los esfuerzos que Jean realizó para rescatar a Kat. Fue hasta al asteroide en el que la Sinarquía la tenía recluida sabiendo que sería una muerte segura, y nadie más que la doctora Cortilliari sabía que Kat estaba encinta. Quizás si Jean lo hubiera sabido no habría podido mantener su mente concentrada en la misión. Lo cierto es que Kat no logró ser salvada, pero su hijo, sí.
Recuerdo claramente cuando la cápsula de extracción llegó al Anomalocaris. Fobos había volado en mil pedazos, al igual que mi corazón cuando pensaba que Jean estaba muerto; lo amaba tanto. Pensé que vería a Kat dentro de la cápsula, pero en su lugar había un bebé con pocas semanas de nacido. Entonces supe del embarazo de Kat, aquello que la doctora había ocultado tan celosamente.
El niño creció rápido y los científicos de la Alianza querían mantenerlo dentro de un laboratorio de por vida, como si fuera alguna clase de raro animal que debía ser puesto en cautiverio para su estudio. Acudí a todas las instancias legales junto a la doctora Cortilliari y luego de un pesado litigio con el Estado Argentino, logramos la custodia del niño. Lo primero que hicimos fue darle un nombre para reemplazar ese horrendo "híbrido aleph" con el que lo llamaban. La doctora lo bautizó como Marshall, y debido a la importancia genética de su herencia matrilineal, el Estado Argentino lo apellidó como su madre: Antonov.
Nos lo llevamos a la base Agartha, en Venus, donde Marshall vivió sus primeros años. El niño jamás conoció la Tierra, la doctora no quería arriesgarse a mezclarlo con la sociedad civil, pero yo tampoco quería que creciera en un laboratorio y terminé llevándolo conmigo en varias jornadas espaciales, en las que no habría batallas. Cuando cumplió los nueve años, Marshall se aferró fervientemente a Francisco Romero, un viejo amigo de Jean, y fue llevado a una de las primeras colonias interestelares establecidas. Allí empezó a llevar la pre instrucción técnico-militar en la Academia Boliviana del Espacio, en Uruhara. Su instructor era un célebre veterano de guerra llamado Enki Condarko, parecía alguna especie de psíquico mitad hombre o mitad máquina, nunca lo sabré; él le enseñó a Marshall misterios que hasta hoy permanecen ocultos para mí. De esa forma, el niño se desarrolló bajo nuestra estricta vigilancia, aunque a pesar de la frialdad de nuestros métodos el parecía considerarnos algo parecido a una familia.
De cuando en cuando el niño me acompañaba en mis viajes espaciales de exploración. Pasó gran parte de su infancia en el Anomalocaris, prácticamente creció en la nave y mostraba gran habilidad para la navegación. Pero había siempre algo que me perturbaba: Marshall era capaz de leer los pensamientos de las otras personas, incluso podía levitar objetos con la mente. La doctora estaba segura que eso se debía a su genética única. Marshall tenía 24 pares de cromosomas, igual que sus padres. Cuando el chico descubrió sus poderes, posiblemente se habría corrompido al ver sus propios alcances si su instructor y la doctora no lo hubiesen orientado adecuadamente.
Era el doceavo aniversario del inicio de la operación Días sin Luz y el cumpleaños de Marshall. Pensé que tendría una jornada tranquila, pero fui llamada nuevamente por el Director de la Academia Boliviana del Espacio. No era la primera vez, era llamada con cierta frecuencia para recibir las quejas de los maestros de Marshall, quienes no podían soportar que la clarividencia del niño los pusiera en ridículo frente a toda la clase. Esta vez sin embargo, la travesura de Marshall no tenía que ver con sus capacidades psíquicas para leer la mente. Se trataba de algo más delicado.
—Tome asiento, Capitana —me recibió el Director.
—Que sea rápido, qué fue lo que hizo Marshall esta vez —estaba apurada, tenía que irme pronto para asistir a una ceremonia de conmemoración por la fecha.
—Le decomisamos este nanodisk —respondió y me entregó el pequeño aparato que tenía el símbolo que representaba al Anomalocaris impreso en la cubierta.
—¿Lo robó? —pregunté, el Director negó con la cabeza.
—Él mismo lo modeló.
—Creo que no entiendo —su respuesta me había dejado confusa.
—Se estuvo metiendo todos estos días en la sala de modeladores informáticos y utilizó los simuladores de estrategia como si fueran generadores de imágenes para una película.
—¿Qué quiere decir?
—Vea el contenido del disco —me respondió y oprimió un botón de su escritorio. Las luces se apagaron, las cortinas se cerraron y una imagen holográfica se proyectó en frente de nosotros.
Quedé fría del asombro cuando vi a Jean en primer plano. Estaba sentado en Fobos y miraba hacia la nada, diciendo cosas que solo alguien que lo conoció podría comprender. Nos quedamos viendo el disco durante tres horas y media; aunque yo ya había perdido la cuenta del tiempo, incluso había faltado al evento al que fui invitada. El contenido del disco era como una película cinemática que relataba toda la historia de los padres de Marshall. Había información íntima grabada, cosas que solo Jean y yo sabíamos. De un momento al otro me puse a llorar de forma involuntaria. La proyección acabó con la muerte de Jean en la superficie de Fobos. Me sequé las lágrimas tan rápido como pude, antes que el Director prendiera la luz.
—Como podrá ver, Capitana, este disco tiene información que no debería salir de esta oficina —me dijo.
—No entiendo cómo... ¡cómo lo hizo! —me costaba hablar claramente, la impresión era muy fuerte.
—Marshall es psíquico, eso lo sabemos todos —respondió—. Me entrevisté con la doctora unas horas antes que usted llegara y me dijo que el niño fue capaz de mirar al pasado con el poder de su mente.
—¿Acaso todo lo que vimos es lo que realmente pasó?
—Eso debería decírmelo usted, Capitana; es protagonista en la filmación de Marshall —tragué saliva.
—Muchas cosas son... —suspiré—. Realmente pasaron, nadie más que yo lo sabía. Pero lo que vimos acerca de Fobos...
—La doctora Cortilliari piensa que todo eso es cierto —replicó el Director—. Ella está firmemente convencida que no existe ninguna versión histórica de los Días sin Luz más verídica que ésta.
Nos quedamos en silencio unos minutos.
—Esta filmación no debe salir de la Academia —le dije.
—Es tarde, Capitana —su respuesta me cayó como un balde de agua fría.
—¿Se la dio a alguien más?
—Así es. No estamos seguros de a quién. Quizás se la haya dado a alguno de los estudiantes. Pero el hecho es que la filmación está circulando en la base de datos pública de Uruhara. Mucha gente duda de su veracidad, pero es de conocimiento público en nuestra colonia.
—Carajo —mascullé—. Ese niño.
—Esa es la razón de mi llamada, Capitana. La falta de Marshall es grave.
—¿Porque dijo la verdad?
—O por especular, si usted desea. Sea como fuere, necesita controlar al niño. Él ya no hace caso a su tutor y aún mucho menos a la doctora. Usted es la única persona que puede controlar este... comportamiento.
—¿Acaso su instructor no lo ha logrado domar?
—El Sargento Condarko no es una persona, si lo podemos llamar así, que le guste "domar" a la gente. Aunque intentamos en reiteradas ocasiones lograr que adopte una actitud más impositiva con el niño, el Sargento ha hecho caso omiso a nuestras directivas y ha continuado con su método habitual.
—Comprendo. ¿Está Marshall aquí? —el Director asintió.
—Aula de retención 4F. Lo dejamos castigado.
Cuando entré al aula de castigo hallé Marshall sentado y con sus ojos fijos en la ventana, mirando al cielo que poco a poco iba oscureciendo. Me le acerqué y me paré a su lado.
—Ay Marshall —le dije—. Tú y tus averías empiezan a cansarme.
—Sé lo que sabes, ya sé lo que viste —me dijo.
—Cuántas veces te he dicho que no leas la mente de las demás personas.
—Piensas con tanta fuerza que no pude evitarlo —respondió—. ¿Por qué estás tan enojada?
—Lo que hiciste es grave, Marshall.
—¿Por qué?
—Está bien que sepas la verdad sobre tus padres, pero, ¿tenías que hacerlo público? —asintió en silencio.
—Era la única forma en que la historia de mis padres llegaría a las mentes adecuadas —lo miré de reojo—. Una de esas mentes formará parte de la tripulación del Anomalocaris algún día y necesitará saber esto para cumplir su rol en el futuro.
—¿Sabes qué pasará en el futuro, Marshall?
—No, pero lo presiento.
—Si la historia depende de tus presentimientos, entonces estamos en serios problemas —me senté en un pupitre, a su lado.
—Sabes, pienso en ellos todos los días —dijo, con lágrimas en su rostro. Era contradictorio verlo, porque sonreía mientras lloraba.
—¿En quienes?
—En mis padres.
—Eran buenas personas.
—¿Acaso el mundo no debería saber qué clase de personas eran?
—Existe una versión oficial de la historia por algo, Marshall —le respondí, algo nerviosa. Temía que el niño leyera mi mente.
—Pero todos se han olvidado de poner a mis padres en esa historia.
—Quizás era lo mejor.
—¿Para quién? —lo miré de reojo.
—Para ti, para mí, para todos. ¿Sabes lo que nos costó evitar que te conviertan en una rata de laboratorio?
—Lo sé. Lo leí de tu mente y de la doctora muchas veces.
—Tus padres te amaban.
Nos quedamos en silencio unos minutos. Marshall parecía haberse calmado, sin embargo su rostro tenía una sombra de pena, como si algo le doliera.
—Me van a castigar, ¿cierto? —preguntó.
—Sí.
—No importa, nuestros años en el universo no van a durar tanto.
—¿Eso ves en el futuro?
—No lo veo, lo presiento —suspiró—. Estoy harto de la luz, Laura. En las noches no puedo dormir. Siempre tengo sueños que están llenos de luz y que no me dejan tener la mente tranquila. Me gustaría que alguien apagara las luces solo un momento. Quisiera dormir a oscuras aunque sea por unas horas.
—Tendrías que apagar el sol para eso —respondí.
—No, solo debería apagar la luz de mi cabeza, y de la tuya, y de todas las personas de la galaxia. ¿Sabes cuánto molesta escuchar los pensamientos de todos, todo el tiempo? ¿Alguna vez te imaginaste lo que es escuchar las voces de todos los humanos de la galaxia de todos los tiempos?
—Debe ser molesto —respondí, aunque no entendía una palabra de lo que decía.
—Esas voces son como luces, muchas luces, tantas como las estrellas. Estoy harto de ellas. Quiero ir a mis Días sin Luz.
—Quizás la doctora pueda darte algo para dormir...
—No quiero pastillas —me interrumpió—. La muerte es el regalo que quiero, porque morir justifica vivir —sonreí para mis adentros.
—Le dije eso a tu padre.
—Y tú lo leíste de un filósofo del siglo XXI.
—Y él lo oyó de un extraterrestre aliado de la raza humana —nos miramos.
—No era un extraterrestre —dijo—. Era su espíritu.
—¿Espíritu? —sonrió.
—Sí, un espíritu que tuvo Días sin Luz y que durmió tanto que se cansó; y despertó de verdad, como mis padres. No como tú, que despiertas pero en realidad sigues dormida.
—Y tú, Marshall, ¿estás despierto?
—No, pero despertaré cuando me canse de dormir. Y solo dormiré cuando apaguen las luces.
Me puse de pie.
—Eres un niño demasiado complicado.
Empezaba a irme, pero él me llamó.
—¡Laura!
Volteé y me dijo la única frase que, a ciencia cierta, me confirmaba que era un niño humano y no un extraño fenómeno genético nacido en el espacio. Después de todo Marshall era un niño inquieto y hambriento, por lo que lo único que me dijo fue:
—Tengo hambre.
FIN
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