9. En fuga
...Hay treinta rosas, más una, clavadas sobre mi cuerpo, y decidí escribir con arte. ¡Oh Virgen!, en verdad hoy quiero escribir con arte. Quiero escribir en estado de encantamiento, con pasión. Quiero escribir con amor, usar mi sangre como tinta y las espinas de las rosas como pluma. Mi hoja blanca y nívea serán los vestigios nostálgicos en mi Espíritu, recuerdos de días maravillosos en mi Aldea Original...
"La Muerte", El Arco de Artemisa
================
Aquella noche que cuidé de Kat empecé a leer el libro que me había obsequiado. Mientras lo leía iba comprendiendo cosas que jamás había imaginado. Entendí que en Kat había hallado algo más que un río de agua dulce. Pensé que el día que muriese iría a un lugar lleno de ríos cristalinos, entonces vi lo que siempre quise, era todo un mar de agua fresca. Mi mente estaba astillada, fracturada en dos mitades que luchaban por encontrar algo más, una causa. Los sentimientos están prohibidos para un Praetorian, pero Kat lograba hacerme sentir las más prohibidas emociones, era algo hermoso y puro, pero no lo podía aceptar, no lo merecía.
Al cabo de dos semanas Kat estaba totalmente recuperada y volvimos a la misma rutina. Todo seguía trazando el mismo camino demencial hasta la inesperada visita del doctor Bernal. Estaba trabajando en la imprenta cuando mi jefe me llamó.
—Oye Jean, te buscan —me advirtió don Rubén desde la oficina.
—¿Quién es? —pregunté.
—El doctor Bernal —dijo sin cuidado.
Dejé las prensas y fui al encuentro del doctor. Él se veía muy preocupado.
—Qué bueno que te encuentro —dijo a tiempo de extenderme su mano derecha—. ¿Cómo está la niña?
—Ya se ha recuperado.
—Eso pensé —dijo con la mirada al vacío, luego me clavó sus ojos llenos de angustia—. Escúchame, Jean. Necesito que me cuentes más acerca de ella, quiero saber si te habló de su familia.
—¿Por qué?, ¿pasa algo?
—Solo te pido que me digas lo que sepas.
—Lo único que me contó es que... —dudé contarle por unos momentos—, ella me dijo que su familia fue acusada de traición por el Frente de Rebelión.
—No creo que hayan sido acusados por los rebeldes —murmuró el doctor.
—¿Puede decirme qué ocurre? —la intriga empezaba a lacerar mi mente.
—Jean —el doctor suspiró—. Pasó lo que tanto me temía, el Mesiah se ha salido de control, la pandemia ha estallado en el golfo del Amazonas y no hay forma de controlarla.
—¿¡Qué?!
—Los controles sanitarios de Brasil fueron rebasados, el virus también aquí se saldrá de control; pero hay más. Cuando trajiste a Kat, le tomé unas muestras de sangre y las envié al laboratorio para saber el diagnóstico. Lo que encontré además de la anemia fue...
—¡Qué!
—Mira esto —sacó un pequeño hológrafo que empezó a proyectar imágenes de lo que parecían ser células—. Estos son glóbulos rojos de una persona normal, ahora mira los de Kat —me mostró otra imagen—. Los glóbulos rojos de Kat tienen un núcleo.
—No tiene sentido. ¿Por qué?
—Yo tampoco lo entendía, por eso investigué —tomó aire, respirando con resignación—. Fui hasta los laboratorios de desarrollo de los rebeldes. Hice algunos experimentos con ayuda de unos colegas biólogos y epidemiólogos. Descubrimos que los núcleos en los eritrocitos de Kat son pequeños depósitos de ADN. Los sometimos al contacto con la cepa del Mesiah, el virus se comportó de la forma que conocemos: ingresó su ADN en la célula, pero ésta no sucumbió, sino que expulsó el ADN de su núcleo y neutralizó la carga de cromosomas del virus.
—Creo que no entiendo del todo —dije.
—Lo que trato de decir, Jean, es que la niña es inmune al virus. Es más, su propio cuerpo es como un manual de instrucciones para generar una vacuna.
Por un instante mi mente se llenó de confusión. Desde niño siempre viví con el temor del virus, como si fuera un fenómeno natural imperecedero, un enemigo que jamás sería derrotado. Pero las conclusiones del doctor me decían lo contrario.
—Se han dado algunos pocos casos de personas inmunes al virus —continuó el doctor—, pero con una diferencia —mi corazón empezó a acelerarse—; la sangre de Kat es mucho más compleja, parece un mapa genético para desarrollar algo. Supe que hace unos años, un grupo de sujetos de laboratorio huyó de los recintos de investigación biológica de la Federación. Creo que los padres de Kat formaron parte de ese grupo. Si fue así, es probable que ella sea el resultado de un experimento genético.
—¿Kat es un experimento de laboratorio?
—Sospecho que sí —respondió—. Tengo un amigo en la Prefectura quien me facilitó los datos genéticos de todos los refugiados, no hallé ninguno que coincida con las características de Kat. Entonces deduje que la Federación los estaba persiguiendo y esparcieron ese rumor de traición para que los rebeldes no les dieran cobijo, es más, no creo que fueran rebeldes los que mataron a sus padres —el doctor me miró con preocupación y continuó la explicación—. Creo que fue la Federación quien ejecutó a los padres de Kat. Es posible que ella tenga la clave para una posible vacuna del virus. Si es así, el Gobierno no tardará en venir por ella.
—No puedo creer eso —dije, tratando de evitar angustiarme por lo que oía.
—Yo tampoco lo creía —replicó el doctor—, pero tomando en cuenta las muestras de sangre y sus antecedentes, es posible que esté en peligro; por eso es totalmente prioritario que abandones la base rebelde, no solo por la seguridad de la niña, sino también por la de todo el refugio.
—Espere, no puedo irme y dejarlos aquí a ustedes. Si la Federación viene yo podría...
—No podrías hacer nada, Jean. Por ningún motivo podemos dejar que Kat caiga en manos de la Federación. Ellos no deben obtener la vacuna, ¿entiendes?
—Y a dónde se supone que debo llevármela.
—Tienes solo dos opciones, Jean —interrumpió el doctor—. Debes ir a Marte o... —nos miramos.
—¿O matarla?
—Las colonias marcianas no entrarán en acuerdos con la Federación ni con los Comunistas; a estas alturas ni la Alianza es confiable —dijo el doctor, rompiendo la tensión.
—Sí, Marte —murmuré.
—Recuerda, Jean, la vacuna no debe llegar a manos de nadie más. Si decides quedarte, no dudes en tomar tu pistola y...
Asentí y regresé a mis actividades.
Al terminar mi horario de trabajo, salí con mil conflictos en mi mente. Me debatía entre la gratitud a los rebeldes y mis insólitos sentimientos por Kat. El Mesiah estaba fuera de control y la posible vacuna, según el doctor, podría estar en la sangre de Kat; sin embargo, no tenía garantía alguna de que el Frente de Rebelión sobreviviera hasta que fuera a Marte y regresara con la vacuna. La Tierra se convertiría en un infierno sin remedio y quizás la forma más fácil de proteger a Kat era evitándole el sufrimiento de la vida, alejarla del dolor para siempre de un solo disparo. Sí, además era una ocasión única para quitármela de encima. Jamás pedí tener una razón de vivir, la muerte era la única que necesitaba. Ella solo había venido a perturbar mi existencia, no la necesitaba, no quería llegar al punto de necesitarla.
Sí, debía deshacerme de ella, por su bien, por el de la Rebelión y por el mío.
La llevaría a las afueras del área de cuarentena y le dispararía sin dudar, luego volvería a casa, listo para el combate o la muerte.
Sin darme cuenta, pasé por la misma calle donde la vi por primera vez. Aún no habían recogido los escombros del último bombardeo. La sangre seguía manchando las paredes de las calles. De repente mi pie se topó con algo blando. Me agaché para ver qué pisé y noté que era una muñeca de trapo. Me irrité y emprendí el retorno.
Kat me estaba esperando con la cena lista. Me recibió con un fuerte abrazo y luego empezó a preguntarme cómo me fue durante el día. Consultó si había comprado mis medicinas y si no había olvidado tomarlas durante la merienda en el trabajo. Apenas le podía responder con alguno que otro monosílabo.
—No debes olvidar tu inyección antes de dormir, a veces te quedas dormitando sin ponértela —me decía Kat.
Miré de reojo a mi cuidadora, en silencio. Sus enormes ojos castaños me escudriñaban el alma.
—Saldremos cuando terminemos de cenar.
—¿A dónde iremos? —preguntó con evidente curiosidad y emoción.
—A dar un paseo.
—¡Yupi!
Alegre, recogió los trastes y lavó los platos de lata. Mientas ella hacía la limpieza, yo saqué la pistola del botiquín, la recargué con balas de mercurio, para que su muerte sea rápida e indolora, y la escondí en mi abrigo. Ella se puso su mejor vestido y me esperó hasta que yo terminara de aplicarme mis medicinas. Salimos con la luna nueva vigilante, resplandeciente con las luces de sus múltiples metrópolis y ciudades, perfectamente visibles desde la Tierra. Kat estaba contenta, era el primer paseo que dábamos juntos por la noche y tenía toda la intención que sea el último. Tomé rumbo a la periferia y empecé a concentrarme en lo que debía hacer.
—Es maravilloso salir de noche cuando no hay balaceras —Kat suspiró, dando vueltas con los brazos extendidos—. Qué bien se siente.
Siguió así durante unos minutos, extraviada en el exterior, hasta que me miró y notó que estaba silencioso.
—¿Por qué estás tan callado?
—Tú solo camina —bajó la mirada ante mi respuesta.
—¿A dónde estamos yendo?
—Estamos caminando, solo caminando —se quedó callada por unos segundos. Se aproximó y me abrazó.
—Te quiero —dijo con voz muy baja.
Aprovechando su proximidad la sujeté de la cintura y, disimuladamente, saqué mi arma, apuntándola hacia su estómago. Empecé a presionar lentamente el gatillo. Kat tenía su rostro pegado a mi pecho, sin sospechar lo que estaba a punto de hacer. La apreté contra mi cuerpo, listo para sostener el cadáver luego que dispare. Mi corazón latía con una fuerza atroz, aún más que durante los combates en mis días de soldado. Cerré los ojos, a punto de disparar, pero no pude hacerlo, así que guardé el arma en mi abrigo y la separé con suavidad.
—Regresemos.
Ella se quedó callada y caminaba tras mío, algo cabizbaja.
Ni bien llegamos a mi cuarto, recogí todas mis pertenencias importantes: mis medicinas, mi pistola, el nanodisk con la grabación de Lucia di Lammermoor y el libro que me Kat obsequió. Ella lucía bastante alarmada y extrañada al verme empacar.
—¿Nos vamos a ir de viaje? —preguntó, confusa.
—Afirmativo.
—No lo entiendo, estábamos bien aquí, ¿por qué nos vamos?
—No hay tiempo, debemos marcharnos ya.
—¿Y a dónde iremos?
—Te lo diré después, recoge tus cosas.
Salimos apresurados rumbo al refugio temporal que había preparado por si se presentaba alguna emergencia. Siempre consideré que podría necesitarlo y tuve el cuidado de preparar muy bien mi plan de fuga, aunque ese plan no contemplaba huir en compañía de una niña. Entramos en un pequeño túnel de desagüe, lo recorrimos hasta llegar a un refugio antibombas abandonado. En aquel lugar había dejado todo listo para mi ocasional llegada.
—¿De qué huimos? —me preguntó Kat, agitada por la carrera.
—Te lo diré luego. Ahora quiero que me hables de tu familia.
—Mi familia...
Una sombra del llanto surcó su rostro y prosiguió.
—Desde que nací, vivimos huyendo de un lugar a otro. Estuvimos en muchas poblaciones. Siempre nos perseguían y yo nunca entendía el porqué. A veces mi mamá se enfermaba, sufría fiebres terribles, botaba un líquido verde por la boca, o por los ojos, sangraba y luego parecía mejorar. Mi papá se hacía cargo de ella y de mí —suspiró—. Hace un par de años llegamos a Santa Cruz y nos establecimos, ya nadie nos perseguía. Pero un día vinieron los rebeldes y... —empezó a gimotear.
—Entiendo —dije.
—Te mentí —replicó ella.
—Explícate.
—Mis padres no murieron por los rebeldes —confesó entre lloriqueos que apenas le permitían hablar—. Fue el Mesiah.
—La merde —murmuré.
—Les pasó lo que a todos; se volvieron monstruos y trataron de matarme. Yo tuve que huir y cuando los rebeldes los encontraron, los mataron y también trataron de matarme porque pensaban que estaba infectada.
Eso lo explicaba todo. Finalmente entendí la razón por la que estaba sola. Pero mi intuición me decía que había algo más, algo importante que debía saber.
—Tenía miedo y frío, Jean, y estaba herida. Mi mamá me mordió antes de que yo huyera. Pero no me enfermé y hasta ahora no entiendo porqué —cuando ella lo dijo, supe que el doctor tenía razón, Kat era inmune—. Anduve vagando por varios días, luego meses. No podía dormir, siempre estaba huyendo de los gendarmes. Hacía lo que podía para comer, y a veces todo lo que encontraba eran cadáveres; y tenía tanta hambre, tanta... —su voz se ahogó con el llanto—. Y yo comía, yo comía
Mi pecho se contrajo cuando entendí lo que pretendía decir. Ella era más parecida a mí de lo que esperaba, después de todo, ambos éramos experimentos de laboratorio. La abracé y le hice un par de cariños en la cabeza, sentí como si me estuviera consolando a mí mismo.
—Ya, ya. No llores más, mon petite. Todo saldrá bien —fue una reacción inverosímil para mí—. Pero no te encariñes demasiado —complementé. Ella me miró, sonrió un poco y asintió.
—¿Para qué querías saber de mi familia? —dijo, soltándose.
Quedé en silencio.
—¿Acaso no me dirás ahora lo que pasa?
—El virus se ha salido completamente de control.
—¿Nos contagiaremos?
—Negativo. Vamos a irnos lejos del virus. Por eso es que salimos tan rápido.
—¿Y a dónde iremos?
—Ya no preguntes y déjame hacer las cosas a mí, todo estará bien —le dije y su rostro se iluminó con una sonrisa cuando me oyó decir que todo saldría bien. El silencio se catapultó en el pequeño refugio y empecé a examinar las armas que había escondido.
—¿Todo eso es tuyo? —preguntó con infantil asombro. Asentí—. ¿Por qué tienes tantas armas?
—Era soldado —respondí y suspiré al ver las empolvadas máquinas de muerte. Esperaba no tener que desenterrarlas jamás.
—¿Qué clase de soldado?
La miré de reojo.
—Primero fui federado, luego me hice rebelde —Kat bajó la mirada y empezó a mirar mis armas.
—¿Y cómo conseguiste todas esas pistolas?
—Robándolas —respondí embargado por una extraña sensación de poder—. Este es un rifle Gauss A-12 Cóndor; una edición especial hecha por la Federación y el Gobierno Militar Boliviano. Es liviano como una pluma y potente como un fusil láser, silencioso y de largo alcance. Su cargador contiene 72 cartuchos, es automática, y la recámara le da aceleración magnética al proyectil, lo dispara a velocidad supersónica y con una enorme potencia cinética. Una obra de arte de la ingeniería de guerra —luego saqué mi pistola—. Esta es la poderosa Sluger. Ideal para derribar blancos de rápido movimiento. Carga 18 balas y puede recargar gran variedad de munición sin casquillo, desde balas de uranio empobrecido hasta balas estándar de infantería con punta de acero-titanio —finalicé la exhibición con mis armas más domésticas, incluyendo la que llevaba oculta en mi abrigo, aún cargada con las balas de mercurio—. Y éstas son pistolas del modelo Beretta3000, muy cómodas. Te enseñaré a disparar con ellas.
—¿Me enseñarás a disparar?
—Si vas a acompañarme no quiero que seas un estorbo. Aprenderás a combatir o te dejaré en el camino —me sonrió un tanto preocupada y asintió—. El resto son municiones, granadas, algunos artículos de logística, provisiones y otras cosas que requeriremos.
—No sé para qué necesitaremos todas estas armas.
—El viaje que realizaremos suele estar lleno de peligros, solo soy precavido.
—¿Viaje?
—Te dije que no preguntaras.
Por unos minutos todo volvió a quedar en silencio. Cargaba las balas en los cartuchos cuando me sentí observado.
—¿Qué ves? —le pregunté, molesto.
—Memorizo tu rostro.
—Para qué.
—Para recordarte si algo nos pasa.
—No va a pasarnos nada.
—Estoy casi segura que no, pero prefiero ser precavida —reí un poco.
—Aprendes rápido —no me di cuenta de cuándo ni cómo, pero el rostro de Kat se había acercado mucho al mío. Sus labios sonrosados brillaban tenuemente, invitándome a...
—Oye, aléjate. Debes dormir, mañana será un día agitado —me miró y sonrió.
—Gracias por todo. Gracias por cuidarme y estar a mi lado.
Cargué mi rifle mientras me miraba, yo trataba de no sostenerle la mirada.
—Jean, ¿qué clase de chicas te gustan? —preguntó, haciéndome pillar el dedo con el percutor.
—Cállate y duerme.
—¿Alguna vez te has enamorado?
—Kat —la interrumpí—, fui un soldado; las emociones son ajenas para mí. Ahora deja de preguntar tonterías y duerme, es una orden —asintió cabizbaja, pero antes de dormirse besó mi frente sin que yo tuviera tiempo de resistirme, luego se recostó y cerró los ojos. Yo la tapé con una frazada que tenía en el refugio y me dediqué a leer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro