25. Te Amo
Aún quedas y me miras profunda; me abrazas, me besas y en tus brazos me arrullas. Alejas de mi corazón la pena inmunda, murmuras silente en tu alfombra de hierba, callas eterna bajo la luz de la luna. Corazón y espada me obsequias, piano y pasión me regalas; porque aún quedas y profunda me miras. Y si aún más allá de las estrellas te estremecieres, con anhelo de pasión profunda, con deseo de melodías eternas, el piano tocas. Y aún bajo la mengua luna, profunda me miras, ni cuan mortal deseo o fulgor nos mate...
"Redención", El Arco de Artemisa
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Antes de abandonar aquella horrorosa sala de incubadoras dejé una bomba al lado del cadáver de Dios y salí por la primera puerta que vi.
Los corredores eran como laberintos, llenos de compuertas y escotillas que llevaban a diversos lugares. Tras varios cuartos di con lo que parecía un cuarto de incubación de embriones. Empezaba a pensar que Kat no estaría lejos y corrí hasta llegar a unas celdas, había cadáveres de hemófagos dentro de ellas.
Caminaba lentamente entre aquellas celdas. Cada cadáver hacía que mis inseguridades se volvieran más palpables. A cada paso sentía más y más temor de llegar al final del corredor. Avancé y di con una puerta que decía en la entrada: "Huésped Nº0". Sentí una profunda angustia cuando leí aquel anuncio. Corrompí el panel de acceso a la compuerta y forcé el código hasta dar con la contraseña de entrada. Un espeso vapor se desprendió desde el marco de la gran puerta metálica y cuando se despejó vi un extraño humanoide recostado en una camilla.
Aquella criatura estaba desnuda, exhibiendo un cuerpo horriblemente escuálido. Sus extremidades eran cadavéricas y su piel se pegaba a sus costillas como un traje de goma. Su iris y su esclerótica se habían fusionado en una sola masa gris y su piel era totalmente blanca, tan blanca como su escaso cabello.
Avancé lentamente hacia esa patética figura humana que apenas respiraba. Era notorio que agonizaba. Había una libreta al pié de la camilla. Al parecer era una persona que había sido incubada con el Mesiah 2. Era demasiado tarde, seguro Kat ya había sido incubada también; tenía que encontrarla. Me dispuse a salir lo antes posible, pero una débil voz me habló.
—Auxilio —escuché. La criatura me había percibido—. Por favor.
Me acerqué nuevamente a esa pobre persona, miré sus ojos, los miré con atención y finalmente la reconocí. Me arrodillé, apreté mis puños con fuerza y aguanté mis ganas de gritar con todo mi ser.
—Aquí estoy —murmuré apenas.
—¿Jean, eres tú? —dijo apenas aquel humanoide.
—He venido a rescatarte.
—Sabía que vendrías —me respondió—. Pero ya es tarde —elevó débilmente los brazos, como tratando de palparme. Empecé a derramar lágrimas cuando noté que estaba ciega.
—Qué... qué te hicieron.
—Nada, nada...
Sostuve su mano, tratando de ahogar mi llanto, y después la cargué en brazos.
—Vámonos, Kat. Te vas a poner mejor
—No —me respondió y empezó a toser. Una extraña baba verde brotaba de su boca—. Es tarde, es tarde...
—No digas eso.
—Tienes que irte. Busca a mi bebé, busca a mi bebé...
Empecé a sentir mareos. Lo que ella me decía no tenía sentido, nada lo tenía. Quise sacarla de aquella habitación, pero parecía indisponerse aún más cada vez que la aproximaba a la salida. La recosté nuevamente en la camilla y empecé a buscar algo con qué cubrirla. Entonces noté que habían unas notas sobre un pequeño escritorio:
Huésped Nº 00
Nombre: Katya Antonova.
Status: Cuarta etapa de incubación.
Informe: El huésped se ha mostrado resistente a la cepa nº 2, pero su cuerpo ya no genera anticuerpos. Su código genético podría ser utilizado para el desarrollo de nuevos agentes biológicos. Pero por la alta agresividad de la nueva cepa, se ha tenido que aislar al huésped en un ambiente ultra-oxigenado.
Observaciones: El embarazo que se le detectó al llegar al laboratorio ha inferido en el desarrollo proteínico de la cadena de ADN. En la segunda fase de incubación parece haber acelerado el proceso del aislamiento de la proteína "aleph". El embrión se ha súper-desarrollado a una velocidad no humana. Sin embargo, la carga genética humana del embrión indica que es un hibrido de clase 6. El feto se terminó de desarrollar en tres semanas y nació con buena salud. Por ahora, el Dr. Sojar dio la orden de mantener el bebé en aislación en la sala nº14.
Ya no podía contener más la agonía que sentía. Caí de rodillas al piso y empecé a golpearlo hasta dejarlo abollado. No llegué a tiempo.
—Te sacaré de aquí —murmuré, me puse de pié y me le acerqué—. Te vas a recuperar, Kat —ella temblaba, seguía botando ese líquido verde de la boca, parecía que ya no me oía.
—Te... te amo... Jean...
—No hables —puse mi dedo en su boca.
—Hazlo...
—No digas nada, es una orden —ya no podía aguantar más el llanto.
—Mátame, por favor...
—¡Cállate!
Su cuerpo empezó a convulsionar.
—Ayúdame... déjame ir... —murmuraba apenas. Yo tomé su rostro entre mis manos y pegué mi frente, cubierta por el casco de mi traje, a la suya.
—Pronto estarás mejor —apenas salían mis palabras, sentía mi boca amarga y mis labios salados—. Pronto mejorarás, ¿entiendes? Te amo, Kat.
Nos miramos un instante, yo sabía que ella no podía percibir mi mirada, pero estaba seguro que podía presentir mi presencia. Mi corazón latía fuerte, más fuerte que nunca; mi mente se inundaba de recuerdos, de imágenes que me llevaban a un pasado cercano, o lejano, qué más daba. Su sonrisa era como un fuego inagotable, perpetuo; la remembranza de sus caricias era la eternidad del tiempo increado en un corazón templado. Ella en sí misma era todo lo que podía sentir y pensar, afuera y adentro, lejos y cerca. Acaricié su rostro y pretendí hacer de cuenta que los meses no habían pasado. Retrocedí a aquel callejón, a aquella Navidad en que nos conocimos. Me reencontré con el bombardeo que nos llevó a juntar nuestros destinos y que nos unió para siempre. Quería ahogar mis lágrimas, quería que el llanto se escurriera en la crudeza de mi sangre, pero me era imposible; no podía dejar de llorar, y llorar; y las ganas de gritar cada vez se hacían más incontrolables.
—Siempre te amaré, Jean —musitó. Yo estaba congelado—. Hazlo por mí...
—Y yo también te amaré, para siempre —cerré los ojos—. Au revoir, Kat.
La abracé y lo hice lo más rápido que pude, antes que el arrepentimiento me ganara la batalla. Fue silencioso, un movimiento veloz y preciso, suave y mortal; mi último cariño para Kat. Su cuerpo dejó de estremecerse, su respiración se detuvo. Su cuello tronó levemente con un sonido ronco apenas audible. El crujir de sus huesos indicó el final de su agonía, el final de absolutamente todo... Oh Kat..., cómo lo siento.
—Pardonne-moi —murmuré, y lo repetí una y otra vez. La culpa me asfixiaba, y es que yo la había matado, pero no en aquel momento, sino en el día que permití que Drakoi la alejara de mi lado, el momento que acepté aquella maldita misión suicida—. Perdóname, Kat; no sabes cuánto lo siento. ¡KAT!
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