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25. Au Revoir

Coloqué el cuerpecito de Kat sobre la camilla. Junté sus manos y le cerré los ojos. Instalé una bomba en una de las paredes de la celda y salí.

Mientras me alejaba de aquella habitación, mi dolor empezaba a convertirse en furia. En mi mente solo había una cosa: buscar al bebé de Kat; no, ese niño era también mío. Debía buscar a nuestro hijo.

Salí a través de los ductos de ventilación hasta dar con la salida principal. Cuando miré mi reloj, noté que tenía poco menos de una hora para salir. Miré el mapa de las instalaciones en el panel de mi traje y ubiqué la sección que buscaba. Tomé rumbo a la sala de aislación.

Recorrí varios pasillos hasta llegar a la compuerta del tercer nivel. Fui recibido con varios disparos. Me cubrí tras la compuerta, fijé los blancos y lancé una granada. Todos cayeron menos uno, y yo ya no tenía más explosivos.

—¡Estás rodeado! —dijo ese último guardia—. ¡Deja tus armas en el piso y sal con las manos en alto!

No respondí.

El guardia empezó a avanzar hacia mí lentamente. Podía percibir su respiración, su miedo. En cuanto lo tuve a mi alcance le quité fácilmente su arma y destruí su mandíbula inferior con la culata del rifle, su muerte fue instantánea. Otros hombres más llegaron, arrastrando una gran caja metálica, parecía que había alguna clase de animal en su interior.

¡Everyone get out from here, I'm going to free it! —dijo uno de ellos, abrieron la caja y se fueron.

Miré de reojo hacia el pasillo, cubierto tras la compuerta. La caja metálica estaba vacía. Empecé a avanzar, presentí la inquietud de un peligro acechante. Me detuve frente a la caja, elevé la vista y vi una bestia de pesadilla colgada del techo. Tenía dos largas patas y brazos escuálidos que terminaban en tres dedos luengos, armados con garras. Su piel y rostro eran horrorosamente humanos, pero su cabeza era enorme, desproporcionada, al igual que sus ojos: dos globos similares a los ojos de una mosca. Su nariz era tan solo un tabique cubierto de piel y su boca, sin labios, era una diminuta hendidura. Aún así, su cara era tan humana, que me generó náuseas. De su espalda, sobre sus vertebras, salían varias protuberancias óseas y el final de su espalda estaba armada con una cola que terminaba en un aguijón.

Retrocedí unos pasos al ver a la bestia, parecía que no me había notado. Pero estaba equivocado.

Yo soy inmortal —la oí decir en mi mente—. Yo soy, el que soy.

En su rostro pude reconocer la misma aura que percibí en el alienígena que maté en el otro cuarto. Eran casi iguales.

La bestia se dejó caer pesadamente en sus cuatro patas y se detuvo frente a mí.

Tu muerte solo será el principio de tu eterno tormento.

—Silencio —respondí. Mi respiración empezaba a agitarse, sentía algo helado recorriendo mis venas sintéticas. Una furia como nunca antes sentí empezó a apoderarse de mi mente. Visualicé a Kat, la vi como antes y, después, recordé como la dejaron. La venganza empezaba a clamar en mi sangre—. Lo que le hiciste a Kat no tiene perdón. Me vengaré por ella —miré al monstruo—, ¡me vengaré!

Salté hacia la horrenda criatura, pateando su rostro. La bestia retrocedió unos pasos, pero no cayó. Cuando se irguió frente a mí, noté que era mucho más grande que yo. Empezó a repartir zarpazos, buscando hacerme trizas. Yo lo evitaba como mejor podía, pero la bestia era rápida. Retrocedí, me cubrí de su zarpa con mi brazo blindado y golpeé su pecho con mi zurda. La criatura retrocedió hasta chocar contra la pared, pero su cola me alcanzó, perforando mi traje con su aguijón. Pensé que también perforaría mi cuerpo, pero el traje me salvó la vida.

Tomé mi rifle y clavé la bayoneta en su pecho, oí un alarido horrible, como de un cerdo, pero su respuesta fue un zarpazo que casi me parte a la mitad. Me levanté, saqué mi cuchillo de campaña y salté a la espalda de la bestia. Ella trataba de clavarme su aguijón, pero lo único que lograba era perforarse a sí misma. Clavé mi cuchillo en la base de su cuello, el monstruo se retorció y empezó a saltar, golpeando su espalda contra el techo y a mí con ella. Los golpes me obligaron a bajarme, caí pesadamente al suelo. La bestia sangraba mucho, pronto noté que yo también sangraba. Una vez más vi zarpazos dirigiéndose a mí, me cubría con mi cuchillo. Su aguijón empezó a perseguirme hasta que me alcanzó, pero mi brazo robótico me salvó.

Tomé su cola y la corté, otro alarido destrozó mis oídos. Con el aguijón de su cola cercenada, corrí y salté hasta colgarme de su cuello. Le metí el aguijón en un ojo y mi cuchillo en el otro. La bestia cayó de espaldas al suelo, ciega; entonces me preparé para mi mejor movimiento. Enderecé los dedos de mi brazo robótico y perforé su tórax con mi mano, buscando entre sus entrañas su negro corazón. La bestia se retorcía y gritaba, y yo seguía metiendo mi brazo en su cuerpo, destrozando sus entrañas cada vez que avanzaba. Llegué al costado izquierdo de su pecho, pero no estaba su corazón allí. Luego pensé que si era parecido a un ángel, entonces su corazón debería estar en el lado derecho. Lo busqué allí y lo encontré, entonces la criatura me habló nuevamente.

Maldito, maldito seas. ¿Reniegas del amor y ahora crees que puedes rehacer tu miserable vida de mortal?

—Asqueroso engendro —respondí, con el corazón de la bestia en mi mano —; Kat era solo una niña y tú la destruiste. ¡Esto es por ella! —sentencié clavando mis dedos en su miocardio.

Un grito ensordecedor invadió el recinto. Jalé mi brazo, arrancando el corazón de la bestia y solo entonces el alarido calló.

Estaba cansado, apenas me bajé de encima del monstruo y traté de incorporarme. Tenía heridas serias, seguramente también me había contagiado con el nuevo virus. Pero no podía rendirme todavía, tenía que hallar al bebé de Kat, a nuestro bebé.

Caminé tambaleándome apenas. No estaba seguro por dónde ir, mi vista se nublaba y cada vez me sentía más débil. Recorrí unos pasillos más y entonces vi una compuerta que tenía pintado un letrero que decía: "Cámaras de aislamiento". Había llegado.

Corrompí el panel de control con el ordenador de mi traje, me costó mucho trabajo abrir la compuerta, pero luego de unos minutos lo conseguí. Avancé por un largo corredor rodeado de puertas. Me detenía en cada una para ver si había algo o alguien allí. Todas las habitaciones estaban vacías.

Casi había llegado al final del corredor cuando vi un cilindro volcado sobre una mesa en medio de una pequeña habitación. Era una cuna y había un niño durmiendo allí. La cuna llevaba una nota colgada al pié:

Embrión A-6

Tiempo de incubación: Un mes.

Informe: El niño goza de gran salud. Su código genético es una hibridación exo-humana con todos sus pares de cromosomas aislados. Es inmune a la gran mayoría de las cepas desarrolladas hasta ahora y presenta comportamientos particulares biológicos y magnéticos, todos ellos poco estables. Su desarrollo fisiológico aún es impredecible.

Observaciones: La madre está agonizante, consecuencia de la fase final del Mesiah. Es posible que el padre también sea portador del anticuerpo del virus; asimismo, se asume la existencia del vigesimocuarto par de cromosomas en el código genético del padre, razón por la que la genética del niño es conmutativa.

No había duda, ese niño era el bebé de Kat; y también mío. Sentí una sonrisa dibujarse en mi rostro cuando vi al pequeño, durmiendo como si nada estuviera ocurriendo. Lo puse dentro del traje que había traído para Kat, lo aseguré y lo tomé en mis brazos; ni siquiera por ello el niño despertó.

Tomé rumbo a la salida, vi por la ventanilla de una escotilla y noté que varios guardias venían en camino. Estaba demasiado herido para enfrentarlos, y ya no me quedaban municiones. Entonces decidí jugarme mi última carta y detoné todos los explosivos que había instalado. Un temblor me desequilibró. En unos segundos, todo había pasado. Reaccioné del sacudón con el llanto del niño.

Regresé tras mis pasos por el pasillo de las Cámaras de aislamiento. Y volví al pasillo principal. Afuera, varios hemófagos se liberaron de sus jaulas y estaban comiéndose a los guardias que habían logrado sobrevivir a la explosión y la posterior contaminación radiactiva. Avancé entre los escombros y la destrucción hasta que di con una compuerta a la salida principal. La escotilla estaba dañada, así que no me costó empujarla. Inmediatamente lo hice, el oxígeno empezó a escaparse al espacio, succionándome con él al exterior de las instalaciones.

Empecé a vagar en el espacio, totalmente fuera de control y con el bebé en mis brazos, que no paraba de llorar. Tenía que pensar en el modo de regresar a la superficie del asteroide. Entonces se me ocurrió una idea. Solté un poco del oxígeno de mi traje para impulsarme de retorno a la roca. Mi idea funcionó, aunque me había dejado con pocos minutos de aire.

Caí cerca de un cráter. No estaba tan lejos del punto de extracción. Así, saltando a contra gravedad, avancé por la superficie de Fobos. Tenía que darme prisa, faltaba poco para que todas las armas de vigilancia se activaran. Un increíble amanecer marciano se asomaba por el horizonte rocoso, me quedaban tres minutos para llegar.

Luego de una agitada carrera, las vi, eran las cápsulas de extracción, listas para el escape.

Me acerqué a la cápsula de rescate, destinada para Kat, y puse al niño adentro. Quité la protección contra el Sol de la máscara de mi casco, el niño pudo ver mi rostro, y dejó de llorar.

—Mi hijo. Al menos tú te salvarás —le dije, el bebé sonrió—. Siempre estaré a tu lado.

Activé el piloto automático, cerré la compuerta y mandé la cápsula de rescate de regreso al Anomalocaris. Luego encendí la cápsula de señuelo y la lancé en dirección opuesta. Eso era todo.

Me senté sobre el frío suelo de Fobos, puse un nanodisk con mi obra favorita en el lector de mi traje, Lucia di Lammermoor, y empecé a esperar mientras me acompañaba la música. Pensé que los torpedos alfa serían lanzados en cuanto viesen la cápsula de rescate, me sentía satisfecho de haber salvado a mi hijo, aunque no podía dejar de sentir el dolor por la pérdida de Kat. Sin embargo, me aliviaba saber que pronto me reuniría con ella. Al final podía sentir que mi muerte tendría algún sentido después de todo.

Por un segundo pensé en la operación Días sin Luz. Sería una guerra sangrienta, pero necesaria. Liberarían a la humanidad del dominio de la Sinarquía. Era gracioso, se llevarían la sorpresa de su vida al descubrir que Dios es mortal.

Vi m último amanecer desde un lugar muy lejano a mi planeta a natal, a Bolivia. Seguí esperando que los torpedos llegaran e hicieran añicos esta roca del infierno. Las armas de Fobos se activaron y, casi de inmediato, dispararon contra la cápsula de señuelo. Cayeron en la trampa.

Mientras esperaba, recordé a Dennis, mi hermano, y a la niña que no pude salvar. Pude evitar su muerte aquel día, mas no lo hice; sin embargo, fue mejor así, me sentía en paz con él. También pensé en don Rubén y en el doctor Bernal. Me sentía en paz con ellos. Pensé en Laura, deseaba que fuera feliz, o que al menos estuviera satisfecha. Pensé en Cisco y en Carlito, su sobrino. Pensé en mis padres, pronto estaría con ellos también. Pensé en mi hijo, cómo me hubiera gustado ser un padre para él. Pero más que todo, pensaba en Kat.

Saqué una foto suya, la que nos tomamos aquel día en la Tierra, y la miré por unos segundos; se veía tan hermosa, tan llena de vida y juventud. Quería recordarla así y no como la vi en esta roca maldita. Puse la foto sobre la superficie polvorienta del asteroide y, sobre el polvo, escribí algunas palabras a su lado: "Morir es lo mejor de vivir, y la muerte es un regalo que justifica el nacer", insólitas palabras para un momento como éste.

Al fin comprendo la finalidad de la humanidad, y también la mía: voy a morir. ¿Morir?, sí, morir. Es tan extraño encontrarme ahora aquí, lejos de la Tierra, sentado sobre la fría superficie de Fobos, una de las lunas de Marte. Allá abajo se ve un espectáculo extraterrestre, y es fascinante; las tres grandes "polis" del planeta rojo son perfectamente visibles desde aquí: Gondwana, Pangea y Laurasia. Es tan extraño estar en este lugar, mirando hacia Marte como si fuera lo más cercano a la humanidad.

De alguna forma, mi cercana muerte representa un alivio maravilloso para mi atormentado espíritu. Vine a este frío asteroide llamado Fobos solo para rescatar a Kat, y al final terminé matándola. El dolor que siento ahora no tiene inicio ni final, es tan intenso que morir es una maravillosa liberación, pero más que otra cosa, es la promesa de volver a verla.

Aunque ella se fue, su recuerdo me hace sentir fuerte, me hace latir el corazón como en aquellos días tan cortos en los que estuvimos juntos. Ella renacerá del caos de mi mente, así es como debe ser. La amé tanto que redescubrí aquello que alguna vez me hizo humano, porque en algún momento dejé de serlo.

Bueno, es el fin. Frente a mis ojos, dos proyectiles se acercan a toda velocidad, es el momento, mi anhelada muerte, y por un momento vuelvo a ser humano. Para quien haya sido testigo de esta historia, solo tengo un último mensaje: "Vive con dignidad y muere con honor"... Au revoir, mon ami...

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