24. Los ojos Invertebrados de DIos
...De pronto sentí una furia que jamás había experimentado. Sentí un frío refrescante en todo mi cuerpo y dejé de sentir o pensar. No dudé, empecé a destrozar todo lo que encontraba. Cuando el ángel se dio cuenta que estaba despierta, me tomó de los brazos y yo luché con él. Entonces vi una mujer rubia con el cabello trenzado acompañada de un lobo. El ángel se volvió loco de furia al verlos y luego un ejército de criaturas horribles apareció de la nada...
"Redención", El Arco de Artemisa
Mi reloj marcaba menos tres horas y contando para el inicio de la operación Días sin Luz. Todo empezaría con la destrucción de Fobos, pero terminaría para mí.
Cubierto bajo la coraza de protección de las cápsulas de extracción, esperé con paciencia a que la lluvia de meteoritos cesara. Al cabo de diez minutos ya no cayeron más rocas. Tampoco tenía ya mucho aire en mi traje. Tomé mi equipamiento, mis armas y me subí al módulo de transporte. Estaba un poco dañado, pero servía.
En diez minutos ya estaba en la zona de descargo de naves. Un par de sensores de movimiento custodiaban la entrada con sus cañones automáticos. Solté los pequeños robots con forma de araña y, automáticamente, fueron hacia los cibernéticos vigilantes. Los picaron con un mortal virus informático y los dejaron fuera de servicio. Activé el camuflaje de mi traje y pasé sin ser visto por las cámaras de seguridad.
La compuerta sería difícil de abrir, pero nunca hubo imposibles para un Praetorian. Usando la terminal informática de mi traje logré corromper la computadora de la puerta y le ordené abrir la escotilla, ya no tenía aire. Entré a la sala de presurización y forcé la salida de aire. Entré por los ductos de ventilación y penetré en los depósitos de suplementos.
Abrí el protector de mi casco y dejé un par de bombas remotas entre la maquinaria. Era una especie de forma de asegurar la salida de Kat si algo salía mal.
Abandonar los depósitos no fue fácil. Estaba a punto de entrar en un tubo de alimentación de energía cuando la alarma se activó. El enemigo supo que un intruso penetró. Tenía que apresurarme.
El tubo de energía me condujo directo al lugar que el mapa señalaba, eran las habitaciones de los guardias. Bajé en silencio del tubo, un soldado vigilaba la salida. Eliminarlo fue sencillo, lo tomé de la espalda y le destrocé la laringe con mi brazo robótico.
Pasé por entre los catres y logré salir al corredor principal. Debía seguir el camino hasta el centro de control de máquinas, un lugar, supuestamente, poco vigilado.
En mi trayecto por el corredor eliminé a otros tres guardias usando el arte asesina de la emboscada. La compuerta del control de máquinas estaba cerrada. Una vez más recurrí a mi talento como hacker para lograr corromper la computadora de la puerta. Me costó un poco más, pero logré el acceso.
El cuarto era muy ruidoso y había muchas computadoras que manipulaban todo a través de una sola terminal vertebral. De acuerdo al informe, la mejor forma de asegurar mi salida era logrando acceso remoto a la terminal principal. Instalé el controlador e introduje el virus para lograr reprogramar la terminal. Una vez que logré acceso a los controladores del sistema operativo, conseguí paso a la mayor parte de las instalaciones desde el ordenador de mi traje.
Salí por la puerta de mantenimiento del cuarto de máquinas y di con el segundo nivel. Había mucho ajetreo de guardias. Una vez más recurrí al camuflaje de mi traje y pasé por los pasillos abiertos, tratando de no ser notado. Sin embargo, al llegar al centro del generador de energía, los niveles de estática interfirieron con el camuflaje del traje. Una cámara me vio en cuestión de segundos y una intensa oleada de balas empezó a impactar cerca mío.
Me cubrí detrás de una de las turbinas de enfriamiento y empecé a fijar mis blancos: cinco, derecha, cuatro, izquierda. Cargué mi Sluger y disparé. Di otra mirada: dos, derecha, uno, izquierda. Otra repasada más y tuve el acceso libre, sin embargo, más guardias llegaron detrás mío. Corrí a la salida del acceso al generador, me cubrí tras los paneles de control. Catorce en frente. Hice un paloteo rápido y comencé a disparar a mis blancos.
Logré barrer con todos mis objetivos, pero se me estaban acabando las municiones. Activé otra bomba y la coloqué en el sistema de refrigeración del reactor. Al estallar, la contaminación radioactiva debería darme ventaja, matando a todos los guardias de la base.
A paso comando logré llegar al elevador. Me subí al techo y desde allí le ordené ir al tercer nivel. En cuanto llegué, las compuertas se abrieron y una ráfaga de disparos acribilló el aire del interior del ascensor. Haciendo un abdominal metí medio cuerpo dentro de él cuando cesó el fuego y limpié ocho blancos. Me elevé nuevamente y hubo más disparos al aire, volví a descender y barrí tres blancos más. Estaba despejado.
Bajé al ascensor, dejando una bomba en su interior, y abandoné la escotilla tan rápido como pude.
Kat debería estar al final de los corredores de los laboratorios. Lo único que se interponía entre el corredor principal y yo era una compuerta. Traté de abrirla desde el control remoto, pero la computadora me negaba el acceso. Intenté corromperla desde el panel de control de la puerta, pero fracasé. Los guardias no tardarían en llegar. Usé mi último recurso y la abrí con fuerza bruta, usando mi brazo robótico. Me costó mucho, pero logré abrir una pequeña rendija por la que pude pasar. Ni bien metí el cuerpo, pasé haciendo fricción, quité el brazo y la compuerta volvió a cerrarse.
Lo que debía encontrar tenía que ser un largo corredor, pero encontré algo diferente, horrible y perturbador.
Había muchos tubos con personas dentro. Parecían tubos de incubación, llenos de lo que, a sospecha, sería líquido amniótico. ¿Serían acaso clones de incubación? No lo parecían, algunos sujetos tenían deformaciones monstruosas. Más adelante, encontré tubos con hemófagos dentro, sentí náuseas. No muy lejos vi más tubos, en su interior había hombrecillos grises; de enormes ojos negros y grandes cabezas, pero sus cuerpos eran como de niños. Sus dedos eran largos y redondeados en las puntas. No tenía la menor duda, no eran humanos, eran alienígenas.
En el centro del cuarto, evidentemente circular, había un enorme tubo. Una criatura casi mitológica estaba en su interior. Era un hombre sumamente grande, con un notorio súperdesarrollo corporal. No tenía genitales, pero eso no era lo realmente impresionante. El bastardo tenía dos gigantes pares de alas saliendo de su espalda, como un ángel. No podía creer lo que mis ojos veían.
Miré mi correaje y noté que solo me quedaba un cartucho de balas, y mi pistola estaba vacía. Recargué y miré el cargador del rifle, solo tenía tres disparos, así que le puse la bayoneta en caso de ser necesario.
Empecé a caminar lentamente por el cuarto, buscando alguna puerta de salida. De repente, una serie de ecos empezaron a resonar por todas partes. Volteé, buscando la fuente de todos aquellos ruidos, pero no podía ver nada. Entonces, una luz brilló detrás de unos tubos de incubación, fue fugaz, pero clara. Caminé hacia el lugar de donde vino la luz, apuntando con el rifle. Di unos pasos y ya no pude caminar más, mis pies estaban pegados al piso.
—Jean Paul, ¿hasta cuándo seguirás peleando? —reconocí aquella voz.
Giré un poco la cabeza y sentí un fastidio insuperable al ver a Ken Drakoi, pero se veía diferente. Estaba desnudo y en su espalda había un par de alas saliéndole.
—Debiste dormir en paz para siempre.
—Es hombre muerto —sentencié, quitando el seguro de mi rifle.
—No creo que estés en posición de lanzar amenazas, Jean.
—Ni usted en posición de ignorarlas.
Alcé mi rifle y le descargué mis últimas tres balas que tenía en el cartucho. Pero sus alas se cerraron, protegiéndolo como si fueran un escudo antibalas.
—Insolente —masculló—. ¡Los traidores van a pagar! —me señaló con el dedo—. Tú los has traído; a esos malditos paganos, nazis, hombres sin Dios. Aquellos que no aceptan la verdad en su corazón, que no entienden la misión del Pueblo de Dios, ni ven la gran compasión del Creador del Universo.
Recargué mi rifle tan rápido como pude y le disparé. Sus alas se cerraron de nuevo, cubriendo el cuerpo de Drakoi. Cuando mi rifle se vació, extendió nuevamente las alas y vi una horrenda mutación. La boca de Drakoi se abrió en cuatro pares de mandíbulas de las que se desprendieron tentáculos. Un chorro de sangre salió de su espalda, seguida de una cola terminada en un aguijón. De sus dedos salieron garras y sus ojos se metieron dentro de sus cuencas.
—¡Pagarás por tu traición! —gritó y se lanzó sobre mí.
Lo esquivé, herí una de sus piernas con mi bayoneta, pero Drakoi ni siquiera perdió el equilibrio. Me golpeó con su cola, salí catapultado en el aire, el monstruo salto y me dio un zarpazo en el hombro. Caí pesadamente, traté de levantarme pero no pude conseguirlo, Drakoi corrió hacia mí y me pisó en el suelo. Elevó su zarpa, en postura de ejecución, y la bajó de golpe. Me cubrí con mi brazo robótico, el choque de sus garras con el blindaje de mi brazo sacó chispas. El monstruo me golpeó varias veces y eso lo obligó a descuidar la guardia. Sostuve su antebrazo con mi mano diestra y golpeé su pecho con mi extremidad robótica. El golpe lo lanzó a un par de metros de distancia. Me paré, tomé mi rifle con la bayoneta, salté y se lo clavé en el hombro. Drakoi se retorció, trató de quitarse la cuchilla y aproveché su confusión para envolver su cuello con mis brazos.
—Morirás, morirás —repetía, con la voz asfixiada por llave que le estaba practicando.
No tenía deseos de seguir escuchando su horrenda voz. Sostuve su frente con mi brazo robótico, puse mi rodilla en su espalda e hice palanca en su cabeza hasta romperle el cuello y la columna. Drakoi dejó de retorcerse, pero seguía respirando. Me senté a descansar un poco a su lado, el monstruo aún me miraba.
—Sabes, Drakoi —le dije—. Odio a los fanáticos religiosos.
Quité la bayoneta de su hombro, le arranqué las alas con mi brazo robótico y le practiqué un par de incisiones en el lugar donde estuvieron sus alas. Metí mis manos en su cuerpo y le saqué los pulmones, dejando que colgaran y se escurrieran en el piso; pero no se los arranqué, su tráquea aún unía sus pulmones a su cuerpo. La criatura respiraba de manera desesperada. Miré sus ojos y descubrí que estaba sufriendo lo indecible. Sonreí para mis adentros.
—Tardarás en morir, Drakoi —le dije—. Tus pulmones están fuera de tu cuerpo ahora, pero no te los he quitado; así tu agonía será mucho más larga.
Me puse de pie con esfuerzo, el combate me había dejado cansado. Entonces un resplandor rojizo brilló en frente mío, cuando la luz se extinguió vi a una criatura alta, de piel gris, enorme cabeza y ojos de insecto. A pesar de su monstruosa apariencia, su rostro era escalofriantemente humano, incluso más humano que el mío. Le apunté con mi rifle, listo para cualquier eventualidad.
—¡Qué has hecho! —oí una voz en mi cabeza.
Retrocedí un par de pasos y entonces oí a Drakoi hablarme.
—Eres muy afortunado —me dijo con la voz ahogada, tosió un par de veces—, tienes el privilegio de conocerlo a Él. A su imagen y semejanza fuiste creado. Te rescató del infierno por amor y te dio un cuerpo para que descubrieras las maravillas de la Creación —intentó levantarse, con los pulmones colgándole de los costados—. Él es nuestro Señor Omnipresente, a quien todas las oraciones de los hombres van dirigidas. Él es el Único, es YHVH, Sebaoth, Adonai, Jehová, Brahma, Alá, Cronos, Pacha y Kami-sama a la vez, Él es tu creador —dijo Drakoi, retorciéndose y haciendo raras contorsiones.
Salté un par de metros atrás, colocándome frente a Drakoi, y le clavé la bayoneta en la cabeza; entró por su ojo y salió por su nuca. Finalmente el monstruo cayó al piso, muerto.
—¿Por qué matas a mis hijos? —escuché de nuevo esa voz en mi cabeza. Entonces elevé la mirada y vi los ojos de la criatura que tenía frente a mí.
Su mirada me escudriñaba, entraba en lugares de mi mente a los que jamás nadie había llegado. Podía sentir como si estuviera detrás de la piel de aquella criatura, recordé al Dios que una vez me describieron cuando niño, en mis días de escuela en el cuartel. En verdad, ese ser era Dios, el creador, o encarcelador, del hombre.
—Deja de una vez tu odio, acepta en tu corazón el fuego de la redención y la bondad —oí en mi cabeza—. No hay razón para luchar, aprende a ser como el cordero, y yo te daré gracia y libertad —un fuerte dolor de cabeza me hizo arrodillar mientras un zumbido, como un panal de abejas, invadía mis sentidos. Me sentía débil.
—No, no...
—Los verdaderos demonios son los humanos que se rebelan sin razón. Nosotros solo queremos la paz del hombre. Queremos que la humanidad sea feliz, un tierno pueblo adorador de quien más los ama: Yo, Su Dios.
Mi mente se rompía, el caos me dolía tanto que empecé a vomitar. Pero luego recordé la razón de mi viaje, algo en mi ser se activó cuando pensé en Kat, cuando la sentí, cuando la anhelé. Todo volvía a mi memoria, y solo entonces lo recordé todo.
—Tratan de engañarme. El ser humano es el extraterrestre en este universo, y ustedes nos secuestraron. Vivíamos felices en nuestro universo de origen, pero ustedes nos necesitaban para darle sentido a su universo.
—¡Los rescatamos! —escuché en mi mente—. El hombre moría y necesitaban un lugar nuevo donde habitar. Yo fui bondadoso, los amo y les di un lugar nuevo, una hermosa Jerusalén, y una Meca, y una Chang-Shambalá y un jardín planetario para que vivan en paz conmigo, con mi ley, y con el universo que hice solo para ustedes. Pero se han rebelado como malos hijos todos estos milenios, haciendo caso a esos demonios que claman saber del Origen del hombre. ¡Qué pueden saber ellos si Yo soy el Origen!
—¡Mientes! Nosotros éramos libres, pero tú nos encerraste en tu universo.
—No odies a quien te ama —oí—. Deja ya tu odio. Nosotros no te odiamos, Yo no te odio, te amo en verdad, más de lo que ningún mortal podría amarte. Lo único que queremos es que dejes de luchar. ¿Quieres a Kat a tu lado?, la tendrás, pero primero deja que cumpla su misión. Allá afuera hay hombres que pretenden matarlos a todos, ellos son los enemigos, deslumbrados por las falsas promesas de Lucifer, de Atenea, no nosotros que solo queremos amarles. ¿Acaso no le temes a la muerte?
—¿Y desde cuándo es algo tan malo morir? —respondí—. Desde que nacemos, sentimos hambre, frío, soledad, sueño, dolor; todo a cambio de unos segundos de satisfacción sexual. Antes de tener cuerpos, nosotros no conocíamos el hambre, el frío, la soledad o el sueño. Ahora lo sé y los Iniciados dejaron testimonio de aquello: "La vida es una ilusión, morir es una puerta de salida, y el que muere sin dejar de existir, es libre".
—¿No recapacitarás?
—Prefiero vivir un solo día como lobo, que una eternidad como cordero.
La criatura gris me miró, podía sentir su indignación detrás de mi piel.
—Has sellado tu redención —oí un susurro en mi mente.
—Así que tú eres Dios —respondí—. Yo nací humano, fui convertido en una máquina, y volví a ser humano —sostuve mi rifle con fuerza—. Hay 24 pares de cromosomas en mi código genético, así que... —salté tan alto como pude, con mi bayoneta dispuesta a clavarla en la criatura—. ¡Yo también soy un Dios!
Estaba por alcanzar mi objetivo, pero algo me golpeó y fui expulsado contra una columna. Me levanté y corrí hacia el monstruo, pero salí expulsado de nuevo. Me incorporé una vez más y él me volvió a tumbar. Entonces, el insoportable ruido empezó a aumentar su volumen, enloqueciéndome; era como el grito de miles de cigarras y el volar de miles de moscas. Los tubos de incubación se rompieron y las paredes empezaron a rajarse; si no hacía algo, mi cuerpo terminaría explotando como una rata que metieron en un horno de microondas. En mi desesperación, noté que la criatura estaba debajo de una línea de energía. Tomé una granada, la arrojé al cable y cientos de chispas y rayos empezaron a electrocutar a la criatura. El ruido cesó y aproveché la distracción para embestirlo. El alienígena cayó pesadamente al suelo. Aproveché su descuido para cargar las últimas células de plasma de mi pistola, corrí hacia el monstruo y pegué el cañón de mi arma en su frente, entonces pude oír una risa siniestra y su voz en mi mente.
—Ja, ja... ¿En verdad piensas que matándome lograrás algo?
—No, pero igual te mataré, solo por el placer de verte morir —dije y vacié el cargador de mi pistola en su rostro.
Abundantes chorros de un líquido verde, que debió ser su sangre, me salpicaron. La criatura debió estar muerta, pero preferí asegurarme cortándole la cabeza. Miré aquel rostro desfigurado por las descargas de plasma y sentí ganas de sonreír.
—Ahora Nietzsche tiene literalmente la razón: Dios está muerto —murmuré, tirando la cabeza al suelo.
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