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20. Anomalocaris

Estábamos a media hora de partir a Marte. La travesía iniciaría con nuestro despegue a la órbita de Venus, donde abordaríamos el destacamento de naves que nos llevaría a nuestro destino final.

La partida fue un poco turbulenta, no resultó tan sencillo abandonar la superficie de Venus. Luego, las densas nubes de dióxido de carbono empezaron a empujarnos hacia el suelo, pero las turbinas de nuestro transbordador tenían la suficiente potencia para despegarse de la presión atmosférica del planeta. Pasados unos minutos logramos abandonar la atmósfera venusina. Miré por la ventanilla del transbordador y me quedé impresionado con el panorama que veía afuera. Venus lucía como una gigantesca esfera amarillenta, rayada con finas líneas blanquecinas que anillaban su atmósfera. Las nubes tenían tanto calor y presión concentrada que brillaban de forma siniestra, como si bajo esas nubes se hallara alguna fuente de radiación.

Me quedé absorto en el planeta unos segundos y luego miré por la otra ventanilla, que daba al espacio sideral. Algo llamó mi atención de repente. Parecía que había una especie de cúmulo de estrellas frente a nosotros, eran demasiadas y se veían muy cerca. Con nuestro avance poco a poco se fueron aclarando las luces y tomaron la forma de naves. En poco tiempo estuvimos lo bastante cerca para notar que eran navíos espaciales militares.

—Por las barbas de Lucifer —murmuró Laura.

—¿Podría explicarme de qué se trata esto? —exigí. Nuestro piloto, Kenji Kazama, me miró de reojo y respondió.

—Lo que tienen en frente es la Gran Flota Principal de la Alianza —respondió.

Kenji nos explicó que desde el estallido de la Tercera Guerra Mundial, la supuesta neutralidad de la Alianza les dio tiempo para organizar una ofensiva contra el verdadero enemigo: La Sinarquía. Así, viendo como los Comunistas y los Federados se mataban entre ellos, la Alianza había iniciado una misión que tenía entre sus objetivos la creación de una gran flota espacial. Pero no se podía realizar dicha flota sin llamar la atención de cualquiera de los bandos en conflicto, así que, en secreto, la misión de colonizadores de la base Agartha de Venus se dedicó a la extracción de recursos para hacer las naves de la Gran Flota Principal. Dado por inhabitado, nadie se tomó la molestia de ver más allá en Venus y durante treinta años se armó la Gran Flota Principal. Kenji dijo que su objetivo era hacer desaparecer a la Sinarquía del universo conocido. El primer golpe lo darían en Marte, en cuanto Fobos sea destruido. Entonces pregunté porque atacarían Marte primero. Kenji respondió que en ese planeta, un grupo de científicos, que actuaban más como ocultistas que como hombres de ciencia, habían acumulado una flota tan imponente como la Gran Flota Principal de la Alianza luego de lo ocurrido en el Complejo Olimpo. La Sinarquía había creado una élite de pilotos, soldados y sacerdotes que se hacían llamar: Neo Illuminatis. Entre ellos estaban los mejores Praetorians de la Federación y los mejores élites Dulong de China. Hicieron su propia flota y cuando llegara la hora de atacar, la Federación y los Comunistas también defenderían el planeta rojo. Esa era la razón de que la Gran Flota Principal fuera tan grande.

La operación de exterminio de la Sinarquía fue bautizada como: Días sin Luz. La razón de aquello era que los sinarcas usaban la luz como el símbolo de su dogma, se llamaron los "nuevos iluminados" a sí mismos. La Alianza tenía el objetivo de "apagarles las luces" a los sinarcas. Y los días que vendrían desde el inicio de la operación serían "Días sin Luz", o sea, días sin illuminatis.

Pasamos por entre una innumerable cantidad de cruceros, acorazados y corbetas, hasta que vimos una nave enorme de tintes rojizos en frente nuestro. El aspecto que tenía era casi como de un insecto, o algo parecido, era la nave más extraña que había visto en mi vida. Laura no dejaba de mirarla, profundamente asombrada.

—Señores, este es el Anomalocaris —aclaró Kenji—. Es la mejor nave creada por el hombre. Aunque todavía está en fase de prototipo, su capacidad es más que suficiente para nuestra misión de demolición.

Nuestro transporte entró por una escotilla de cargo, la compuerta principal se cerró y el aire se despresurizó en la cabina de desembarco de pasajeros. Salimos un poco aturdidos por la diferencia de la gravedad artificial. Un grupo de soldados hicieron una columna y nos dieron saludo militar.

—Descansen —ordenó Kenji. Un hombre mayor, de barba blanca y elegante uniforme militar, se nos acercó y nos dio la bienvenida.

—Bienvenidos al Anomalocaris. Yo soy el Almirante Camoranezzi, oficial al mando de esta nave —le extendí la mano—. Usted debe ser Jean Paul Reveillere —dijo, estrechando mi mano. Asentí.

Luego Laura se presentó e ingresamos a la nave.

Caminamos por pasillos repletos de militares. Fuimos conducidos hasta un ascensor y subimos tres niveles por encima de la bahía de desembarco. Toda la nave mostraba una gran actividad. El acorazado era realmente fascinante, una pieza de ingeniería que parecía sacada de cientos de años en el futuro.

—Este navío es único en su tipo —afirmó Camoranezzi—, toda la información para su construcción fue extraída de una robot de la serie Rubycon que tuvo contacto alienígena.

—¿Con la Sinarquía? —preguntó Laura, el Almirante negó con la mano.

—Existe otra clase de alienígenas aparte de la Sinarquía —dijo Camoranezzi—. Ellos son enemigos acérrimos de los sinarcas y, por lo que sabemos, han estado en contacto con nuestra especie desde los inicios de la cultura. Por alguna razón, estos seres se pusieron en contacto con varios modelos robóticos de la serie Rubycon. La mayoría fueron capturados por la Sinarquía y luego destruidos; sin embargo, uno de ellos se logró salvar. Su disco duro contenía los planos de ésta nave. Nos tomó más de 10 años construirla.

—Eso lo explica todo —dijo Laura, deteniéndose—, los humanos no hemos alcanzado este nivel tecnológico todavía; pero si se trata de tecnología alienígena...

—No del todo, señorita —respondió el Almirante, haciéndole una seña para que avance—. Gran parte de los avances en tecnología naval espacial son bastante viejos. La ingeniería de plasma y la mecánica quántica fueron descubiertas en el siglo XX por los científicos del III Reich. Desde luego, los Nazis del siglo XX no tenían la capacidad tecnológica para poner en práctica varios de sus descubrimientos, su mayor logro fueron los Vimanas de las series Vrill y los cruceros de la serie Andrómeda Gëraat; sin embargo los años nos han permitido hacer lo que nuestros ancestros alemanes solo podían teorizar: el Anomalocaris. Aún así, y a pesar de todo, el III Reich logró gigantescos avances que permanecieron ocultos a la opinión pública mundial hasta el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Luego que los historiadores descubrieran el gran engaño del Holocausto Judío, todos los archivos de la tecnología alemana e italiana fueron desclasificados. Gracias a ello fue posible la creación de la base Agartha en Venus.

—Esta guerra —murmuré, sentía dolor de cabeza—... y la Tercera Guerra Mundial son una copia de la Segunda Guerra Mundial del siglo XX —dije, poco a poco las cosas se me iban aclarando—. Si la Liga Comunista es como la antigua Unión Soviética, y la Federación es como los antiguos Estados Unidos y sus aliados; entonces el papel de la Alianza Antártica es... —el Almirante me miró de reojo.

—Todas las guerras del hombre contra el hombre, Jean Paul, son copias unas de otras —dijo Camoranezzi—. Por lo general, a lo largo de la historia del hombre, existieron siempre dos frentes en conflicto: uno de ellos representando la uniformidad, la otra parte representando todo lo que es sacralizante; el tercer frente, que no siempre está presente en el conflicto bipolar y que funge como árbitro, es la heterodoxia del pensamiento del hombre. Éste solo sale a luz en las épocas más convulsionadas.

Me detuve unos momentos, sentí mareos. Habían ideas extrañas surcando mi mente, miles de ellas, y eran abrumadoras.

—Esto ya lo leí —dije. El Almirante me hizo una seña para que siga caminando.

—A finales del siglo XX y principios del XXI hubieron grandes científicos, historiadores y epistemólogos que predijeron nuestro futuro —afirmó Camoranezzi—. Todo lo que pronosticaron se hizo verdad y la cruzada que estamos por empezar es el final de la Historia. Los Días sin Luz son el fin del camino.

Cuando llegamos al puente de la nave noté que la tecnología usada realmente no podía ser humana. La gran mayoría de los controles y pantallas eran holográficos. Un gran ventanal que cubría las paredes, el techo y el piso nos daba un panorama completo del espacio. Parecía que no había donde pisar, todo el puente lucía como un gran espacio vacío. Pero cuando puse mis píes en aquel cuarto, noté que sí existía un piso, solo que era totalmente invisible.

—Esta nave no solo está diseñada para viajar enormes distancias y soportar duras batallas —dijo el Almirante—; también está adaptada para los saltos espaciales a través de los agujeros de gusano.

—¡Agujeros de gusano! —exclamó Laura, parecía sorprendida—. ¿Que no se supone que los míticos agujeros de gusano no pasan de ser leyenda?

—En realidad no son tan míticos —respondió el Almirante—. La teoría de portales interestelares que permiten transportar materia a través de descomunales distancias es una realidad muy palpable. Hasta hace poco jamás se comprobó que existiera uno de esos agujeros en el Sistema Solar, pero una nave minera ha descubierto uno no tan lejos de la órbita de Neptuno. Todavía no lo hemos explorado, pero cuando las circunstancias sean propicias esta será la primera nave humana en salir del Sistema Solar.

Luego de nuestra visita en el puente un hombre joven, de tez blanca y ojos castaños, se apareció y se reportó con el Almirante. Luego se presentó ante nosotros.

—Bienvenidos a nuestro acorazado. Soy el Teniente de Navegación Diego Napola, síganme por favor —Laura y yo nos miramos, dudando un poco.

—Vayan con el Teniente a instalarse, luego hablaremos —dijo Camoranezzi, retirándose; con un poco más de confianza seguimos al Teniente.

Napola nos llevó hasta un camarote donde dejamos nuestro poco equipaje. Mientras Laura y yo desempacábamos, encontré en mi equipaje una de las fotos que Kat y yo nos tomamos en la Tierra, antes de huir a la Luna. Ella se hallaba de pie, sonriendo y con los ojos llenos de brillo.

—Te morirás de la nostalgia —interrumpió Laura mi meditación y yo oculté inmediatamente la fotografía—. Esa foto es de Kat, ¿no?

Mantuve mi silencio, no era una situación cómoda para mí.

—Vamos, Jean, no estoy acusándote de nada. ¿Puedo verla? —lo pensé dos veces, pero al final la saqué y se la di. Laura se sentó a mi lado, sobre mi catre, y se quedó mirando la foto—. A pesar de ser tan joven es una chica bastante atrayente. Si fuera hombre yo también me habría enamorado.

—No entiendo qué haces aquí —dije.

—Vine a morir, Jean.

—Yo no quiero que mueras por tratar de rescatar a Kat.

—Me importa un carajo lo que tú quieras. Tengo deseos de morir, eso es todo.

Nos quedamos mirando unos segundos. Laura sonrió, me devolvió la foto y tomó mi mano.

—Morir es lo mejor de vivir —dijo ella—, y la muerte es un regalo que justifica nacer

Sus palabras me resultaban extrañamente familiares. Miré a Laura y traté de sonreír, era la primera vez que intentaba hacerlo. No sé si me habrá salido bien, pero ella me devolvió la sonrisa.

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