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17. Misión suicida

Esa mañana amanecí con dolor de cabeza, pero fue pasando durante el transcurso del día. Aún me sentía confundido por todo lo que había descubierto sobre mí mismo. Me costaba concebir que hubiera fallecido, que mi código genético sea anormal o que hubieran construido mi cuerpo como si fuera una pieza robótica. Me miré al espejo y me pregunté con qué partes de mi cuerpo habré nacido y cuáles habrán sido instaladas por los científicos del programa Praetorian.

Casi al caer la tarde tomé la decisión final y me encaminé al bunker de Drakoi. No sentía nada que pudiera parecérsele al miedo, solo había una inquietud en mi mente y el deseo de curar a Kat de ese maldito virus.

—Así que ya decidió —dijo Drakoi, apareciendo por una puerta holográfica e interrumpiendo mis pensamientos.

—Escuche, más le vale cumplir su parte del trato o...

—Descuide, Jean. Soy un hombre de palabra —dijo mi anfitrión. Por alguna razón, le creí.

—Y entonces, lo haré esta noche.

—¿Ha revisado toda la información que le di?

—Afirmativo, hoy a las 22 horas será el momento ideal —dije—. Las líneas de reabastecimiento están fuera de servicio y la vigilancia será mínima hasta las 24 horas.

—Perfecto. Dejé un vehículo para usted en la entrada y todo lo que requerirá para la misión —respondió—. Hay C4, municiones, un scanner y otras cosas que seguro necesitará —asentí y empecé a retirarme, pero Drakoi me llamó—. Monsieur Jean —volteé—. He notado que su pasado lo atormenta terriblemente.

—Usted no sabe nada sobre mí —repliqué, molesto por su comentario.

—Sé mucho sobre usted, Jean —respondió con seguridad—. Sé lo de su amigo de la infancia, lo de sus seres amados muertos y aún más... —me había quitado las palabras de la boca—. Usted lleva un karma muy pesado desde sus anteriores encarnaciones. Le dije que yo sé lo que piensa, incluso antes de que usted lo piense y sé que quiere ir a Marte para conseguir una cura al virus, pero en el fondo tiene otro interés —sus ojos grises me desnudaban la mente sin que pudiera hacer nada, no podía apartar mi mirada de la suya—. Usted quiere salvar a alguien en particular y ama tanto a esa persona que terminará muriendo por ella.

—Qu... ¿qué?

—Le aconsejo que atesore estos momentos como si fueran los últimos. Diga a quienes ama todo lo que siente, demuestre su amor, porque mañana será muy tarde. Y los fantasmas no pueden ser escuchados —las palabras de Drakoi me habían generado un profundo malestar. Asentí y me fui.

Cuando llegué al hábitat encontré a Kat cortando verduras. Laura aún no había llegado.

—Conseguí transporte a Marte —le dije, ella dejó de cortar cuando me oyó. Volteó y me sonrió.

—¿Hablas en serio? —me preguntó, asentí en silencio. Ella dejó el cuchillo y saltó a abrazarme del cuello—. ¡Todo saldrá bien entonces!

—Sí —la tomé de la cintura y la alejé un poco—. Pero tendré que hacer una misión a cambio.

—¿Misión? —preguntó, asentí.

—Es un poco peligrosa, así que necesito pedirte algo —me miró atenta—. Si por alguna razón tuviera que quedarme en este lugar, quiero que tú y Laura vayan a Marte.

—Pero Jean...

—¡Sin peros! —la interrumpí, no quería oír sus protestas. Kat pegó su rostro a mi pecho y me abrazó con fuerza.

—¿Vas a abandonarme? —la tomé de los hombros.

—Jamás.

—Promételo.

Desvié la mirada.

—No puedo prometerte eso.

El rostro de Kat empezaba a inundarse de temor.

—¿Volverás de esa misión, cierto?

No dije nada, ni una seña; no podía dar esa respuesta.

—Jean, dime algo.

"Oh Kat", pensé, "ojalá pudiera decirte cuánto te amo, que daría mi vida y muerte por ti, que eres mi razón de luchar y seguir respirando"...

—Por favor —bajó la mirada, algunas lágrimas empezaban a surcar su rostro.

"No llores, mi dulce Kat. Óyeme, escucha mis pensamientos. Yo te amo"...

—No vayas a esa misión, prefiero quedarme aquí, contigo.

Tenía tanto que decirle, pero las palabras no salían de mi boca. No tenía forma de expresar todo lo que estaba sintiendo en ese instante. Los soldados somos malos para las palabras, pero sentí que mis acciones podían decir todo lo que mi boca no podía. La certeza de mi cercana muerte finalmente había llegado. No temía morir, es más, lo deseaba, pero el horror que significaba para mí estar lejos de Kat me hacía dudar. Entonces, en aquel momento en el que ya nada más importaba y mi corazón volvía a latir con más fuerza que nunca, tomé a Kat entre mis brazos y di rienda suelta a mis acciones. Besé sus labios con ansiedad, acaricié su cabellera, la pegué fuertemente a mi pecho y... la amé. Quizás no volvería de aquella misión, pero al menos ella viajaría y la vacuna le salvaría la vida. Por eso la amé en aquel mismo instante, porque sabía que no volvería. No había razón para esperar un valioso segundo más, quería demostrarle todo lo que sentía antes que la muerte me alcanzara; y lo hicimos, estuvimos juntos en un instante eterno, únicamente abrigados por las penumbras de aquel cuarto. Su silueta empapada de sudor y desnudez hacía que las caricias se convirtieran en una obra de arte, me quedé hipnotizado en una belleza que no podía ser humana. Su voz se transfiguraba con mi respiración, con sus leves y casi imperceptibles gemidos mientras me la comía entera a besos. Sus caricias y su entrega inspiraban en mí el furor del guerrero que le hace el amor a su esposa por última vez antes de partir a la guerra. Realmente la amaba, en silencio, solo con verbo; pero la amaba y ella lo sabía.

Tres horas más tarde Kat había quedado exhausta y cayó profundamente dormida sobre la cama, desnuda, hermosa y descubierta ante mis ojos que la amaban con mayor fuerza a cada segundo. Frotándome algunas lágrimas, besé su frente y la tapé con las sábanas. La contemplé unos minutos más y me retiré para ir al ordenador del hábitat y escribir un mensaje para ella y para Laura. Eran instrucciones en las que le decía a Laura qué hacer luego de mi deceso, cosa que de hecho ocurriría. Con el corazón atado al ombligo abandoné el libro que Kat me regaló sobre el ordenador. Junto a una pequeña nota escrita donde le agradecía por todo. Aquel libro me ayudó a comprender cosas que antes no sospechaba, pero más que todo, me ayudó a entender a Kat y a amarla con todas las fuerzas de mi corazón, de mi sangre y de mi espíritu.

Promediaban las 21 horas, era hora de irme.

Cuando llegué al punto indicado en el informe de misión me encontré un aeromóvil con fuselaje de carbono. Drakoi lo había dejado en uno de los garajes del estacionamiento público. Conduje rumbo hacia el fondo del cañón.

Descendí bajo las múltiples luces que empezaban a alumbrar las laderas del la hoyada. Las intrincadas calles de Sandoria se hacían cada vez más urbanas, más residenciales. Sin embargo, era evidente que los hemófagos habían pasado por varias zonas de la colonia. Habían áreas enteras abandonadas. Unos kilómetros más abajo, varios árboles empezaron a hacer su aparición, metidos en tubos cuya aparente función era servir de invernaderos para las plantas. Aparentemente era el lugar que aún no había sido alcanzado por los hemófagos. La gente caminaba por las calles con tranquilidad.

Tardé poco menos de una hora en llegar al fondo del cañón. El aspecto de aquel lugar me arrancó un suspiro por la impresión. Estar allí era como deambular por alguna de las más grandes metrópolis de la Tierra. Los edificios eran descomunalmente altos, lo cual permitía apreciar la majestuosa envergadura del cañón, que era capaz de albergar tales construcciones. En lo alto se abría un cielo nocturno con una magnífica Tierra Menguante. Cuando llegamos a la Luna y miré hacia abajo, el lugar parecía un solo haz de luz, pero mirando de abajo hacia arriba, todo lo que podía apreciarse era un mundo artificial, lleno de árboles y cubierto por un cielo despejado.

El mapa provisto por Drakoi me daba una ubicación desde donde me sería posible acceder a los cilindros que debía destruir.

Entré en una intrincada red de túneles subterráneos, avanzando hasta que se hicieron demasiado estrechos para ir en el aeromóvil. Me detuve en la entrada de una cueva artificial y continué a pie.

Debí caminar unos veinte minutos hasta que vi los tres cilindros de combustible que debía destruir. Yo imaginaba que serían estructuras de mayor tamaño, pero no eran tan grandes como suponía, tendrían menos de veinte metros de altura por diez de diámetro.

Me abrí paso sigilosamente por las rejas electrificadas, cortando el alambre con un alicate de láser. Usando un escudo de pulso, me camuflé de las cámaras de seguridad. Eliminar a los guardias no fue problema, los desnuqué a todos. La mano se me pasó con uno de ellos, su cabeza acabó separada de su cuerpo.

Coloqué una bomba de fusión en el reactor principal y dos detonantes de C4. Salí tras mis pasos, pero, inesperadamente, la alarma empezó a sonar.

Ya no podía regresar por el mismo camino. Salí por los ductos de ventilación y di con el patio principal, pero me estaban esperando y un sinfín de balas se abalanzaron sobre mí. Me protegí tras unas crestas de concreto ancladas en el piso. Tomé mi rifle, con la munición láser cargada, asomé la cabeza y conté 42 soldados cubriendo la entrada, apoyados por un equipo de asalto mecánico.

Suspiré y salí rodando y disparando, hasta llegar a unas cajas. Avancé corriendo otro poco, sin dejar de disparar. Salí otra vez y corrí hasta llegar a una caseta de vigilancia vacía, en la carrera me cargué a tantos enemigos como pude, quedaban 25 soldados. Ya estaba lo bastante cerca para lanzar un explosivo. Quité el seguro de una de mis granadas de plasma y la lancé hacia los soldados. Conté, 1,2,3,4..., una poderosa explosión me indicó que la salida estaría despejada. Abandoné mi trinchera provisional y corrí hacia la salida. El suelo estaba repartido de tripas, sangre y escombros.

Tenía cuatro minutos para alejarme lo más posible de la explosión. Corrí tan rápido como pude, entonces fui alcanzado por una bala en la espalda. Otra más entró en mi pierna y una tercera por mi hombro. Disparé, dándome la vuelta, pero mi rifle se había quedado sin munición. Saqué la pistola que llevaba y me arrastré hasta unos peñascos. Cuando dejaron de dispararme, asomé el cuerpo y bajé a otros cuatro soldados que venían siguiéndome. Uno de ellos rodó por el suelo, esquivando mis disparos con una agilidad inhumana, no tenía duda, era un Praetorian.

Me levanté del piso como pude y, cojeando, corrí hasta llegar a una de las bodegas de suministros. Subí a un aeromóvil, corrompí su sistema de navegación y empecé a alejarme tan rápido como pude.

La explosión de los cilindros fue de tal potencia que mi aeromóvil salió catapultado hacia arriba. Ascendía como un cohete, rompiendo el aire y acercándome peligrosamente al escudo de la biosfera del cañón; si lo tocaba moriría electrocutado, y si la corriente no me mataba, quedaría vagando en el espacio para siempre. Salté del aeromóvil y empecé a caer. Pensé que me estrellaría sin remedio contra el fondo del cañón, pero en lugar de eso caí sobre un aeromóvil. El vehículo se balanceó por el impacto y derrapó en el aire hasta estrellarse contra una de las laderas de la colonia. El choque me catapultó y me estrellé contra una pared.

Levanté la cabeza y vi el vehículo que me salvó la vida convertido en chatarra. De fondo, una nube verde se elevaba hacia la parte superior del cañón. Había logrado escapar de la explosión por milagro. Me arrastré hasta el aeromóvil sobre el que caí y me llevé una sorpresa.

Arranqué la puerta del vehículo y saqué a Laura. Ella abrió los ojos y sonrió cuando me vio.

—Lo logré —murmuró, luego sacó una jeringa de su bolsillo y se inyectó en un muslo.

—Laura, sacrebleu, ¡qué crees que haces! —la regañé, no sé si furioso, alegre, o indignado.

—Lo siento, salí a buscarte en cuanto vi tu mensaje en el ordenador, pero no pude alcanzarte a tiempo.

—Eres una maldita tonta —casi instintivamente la abracé—. Si vuelves a hacer eso, te mato yo.

—Mientras me mates de un polvo en la cama, yo seré feliz —dijo y se incorporó, no sé qué demonios se habrá inyectado, pero se había recuperado rápidamente del choque—. Estás herido.

—Solo son tres disparos.

—No —afirmó con rostro de angustia—. Fíjate bien, Jean...

—¿Qué? —señaló a mi brazo. Cuando lo vi noté que ya no estaba allí.

—No te preocupes, lo reconstruiremos —me dijo, Laura.

Me levantó apenas y empezamos a caminar, pero un disparo impactó contra ella, ambos caímos. Giré la cabeza para ver de dónde venía y sentí una fatiga insuperable al ver que el Praetorian que me perseguía también había sobrevivido a la explosión, aunque estaba tan herido como yo. Laura quedó enmudecida cuando lo vio.

—Debes irte —le dije a Laura.

—No me iré sin ti.

—Sabes que no podremos irnos ambos. Yo tengo más posibilidades de vencerlo que tú. Vete, Laura.

—¡No!

—¡Largo! —le grité, me incorporé y corrí hacia mi enemigo.

Dos balas más impactaron contra mí, una en mi pecho y la otra en mi estómago. Una tercera salió desviada cuando logré embestir a mi verdugo. Lo golpeé con el brazo que aún existía, cayó al suelo. Enderecé la mano y la introduje por su estómago, buscando sacar el corazón, pero el Praetorian sabía lo que quería y me tomó del cuello para luego lanzarme contra una pared. Alzó su arma del suelo, me apuntó, cerré los ojos, pero entonces el brazo que sostenía el arma cayó al suelo, Laura se lo había amputado con una bayoneta. El Praetorian no tardó en golpear el rostro de Laura; un gran chorro de sangre salió por una de sus cuencas.

Saqué fuerzas de donde no tenía, me levanté, tomé la bayoneta en mi diestra y apuñalé al sujeto por la espalda. El Praetorian volteó rápidamente y me tumbó al suelo, apoyando el muñón cercenado de su brazo contra las heridas de mi pecho. Sostuve su cabeza con mi mano y metí mi pulgar en una de sus cuencas; el sujeto, tuerto, me clavó los dedos en un costado, buscando mi corazón. Yo continúe metiendo mi dedo, hasta que sentí que podía arañar su cráneo. Entonces su cuerpo se hizo ligero y su cabeza quedó prendida de mi mano. Laura lo había decapitado con la bayoneta.

—Tenemos que irnos —dijo Laura.

—Siento lo de tu ojo —murmuré.

—¡Cállate!

Laura casi me cargó y me llevó hasta un aeromóvil estacionado, ella corrompió el sistema, abrió la portezuela y empezó a conducir. A cada momento sentía ganas de dormir, pero Laura me gritaba para que el sopor no me venza. No estoy seguro de cuánto tiempo había pasado, empecé a delirar, oyendo a los fantasmas de la guerra gritarme; nadie me lo dijo, pero sabía que me estaba muriendo. Cerré los ojos unos breves momentos y cuando los abrí descubrí que estaba en The Moon's Middle, no podía entender en qué momento había llegado hasta allí. Doblé la cabeza a un costado y vi a Kat, me hablaba con el rostro lleno de lágrimas, pero no podía oírla. Habían varias personas que me cargaban en lo que imaginé sería una camilla. Pasaron unos segundos y recuperé la audición.

—¡Jean, Jean, no te mueras! —me decía Kat, totalmente compungida—. Te curarán de inmediato, pero debes resistir —con mis últimas fuerzas sostuve una de sus manos y le hice una seña para que aproximara su oído a mí.

—Negativo. Jamás te dejaré. Yo te... yo te... —no pude completar la oración. Unos hombres con bata y barbijo me metieron a lo que parecía un quirófano. Me pusieron una mascarilla y caí dormido.

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