15. The Moon's Middle
...Sabes que no puedes dejarme, tenemos muchas cosas por hacer. ¿Acaso ya olvidaste todo lo que pasamos juntos? No es ésta la primera encarnación que nos encontramos, cuántas veces nos hemos amado a lo largo de los milenios. No puedes rendirte ahora que estamos tan cerca de salir de aquí. Yo vine a rescatarte y no dejaré que te pierdas, no lo permitiré. He sacrificado todo por ti, durante siglos he soportado la ilusión de la vida solo para llevarte de regreso a nuestra Aldea. Vuelve a mí, quiero amarte con el frío fragor de la eternidad...
"La Plegaria", El Arco de Artemisa
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Luego de recorrer algunos kilómetros dimos con lo que parecía un centro de reabastecimiento abandonado. Los hemófagos habían pasado por ahí.
Bajé de la patrulla con mi rifle en las manos, caminando lentamente. La oscuridad imperante no me permitía ver bien y las baterías de la linterna casi se habían agotado. Llegué hasta la parte posterior del centro de reabastecimiento y encontré un generador. Parecía que funcionaba con carburantes. Pocos metros más allá encontré unas latas repletas de gasolina. Llené el tanque del generador y lo puse a funcionar. Algunas luces en el interior de la construcción se prendieron. Entré y corroboré que había sido abandonada, y con mucha premura, la gente que estuvo allí dejó su comida en el horno a medio cocer.
Cargué a Kat y la recosté en una cama que encontré en el interior del edificio.
—Todo saldrá bien —le dije, ella ya no respondía, solo deliraba.
Mojé un trapo con agua fría y lo puse en su frente, luego busqué medicamentos. No hallé nada de lo que necesitaba, pero al menos encontré algunos reconstituyentes que me sirvieron para recuperar algo de fuerzas.
Cuando regresé a buscar a Kat solo encontré el paño mojado en el piso. Había un rastro de baba verde que seguía hasta la parte posterior del edificio. Lo seguí temiendo lo peor. Encontré a Kat arrodillada.
—Debes entrar —le ordené. Ella volteó y me miró, pero su mirada era vacía—. Vamos, entra —repetí la orden, pero recibí un gruñido como respuesta.
Nos miramos unos segundos y empecé a creer que todo estaba perdido. Kat había empezado a mutar. Sentí un dolor atroz en mi pecho, muy similar a lo que sentí cuando vi a Dennis morir. Sabía lo que tenía que hacer para que ella no sufriera más, pero me negaba a hacerlo. Le quité el seguro a mi rifle, con lágrimas en mi rostro, y le apunté.
—Hazlo —la oí decir—. No quiero convertirme en un monstruo.
Mis manos empezaron a temblar. A pesar de todo, Kat aún seguía ahí. Mi cabeza empezó a dolerme como nunca.
—Lo siento Jean —dijo—. Jean...
—¡Basta! —grité, tirando el rifle, y la abracé—. Hallaremos una solución. Te llevaré a Marte y te pondrás mejor.
—No dejes que me vuelva un monstruo.
—No lo permitiré —me costaba hablar, estaba totalmente abrumado por la desesperación—. Vas a recuperarte.
Se había desmayado. La tomé en brazos y la llevé de nuevo al edificio. Tenía que retomar nuestro viaje, era más urgente que nunca llevar a Kat a Marte. Pero luego empecé a pensar más claramente: si Kat estaba mutando, entonces no había esperanzas de una cura y ella no se recuperaría; el viaje no tenía sentido.
Pasaron las horas y su cuadro no mejoraba. La fiebre se había convertido en escalofríos, Kat estaba congelada y temblaba sin parar. Me recosté a su lado y la abracé para darle calor. Quizás sí era el final después de todo, yo también podría estar contagiado. Estaba casi seguro que la hora de morir había llegado, pero sucedió el milagro. La temperatura de Kat se estabilizó, dejó de salir ese fluido verde de sus ojos y su boca, y quedó profundamente dormida. Acaricié su rostro y velé su sueño hasta el día siguiente. El virus no nos mataría ese día.
No sé cuándo ni cómo, pero me había quedado dormido. Desperté con el ruido de sirenas de policía sonando en la lejanía. Me levanté, miré de reojo por una ventana y vi que la luz se había restablecido. Habían varias patrullas revisando la carretera, en busca de hemófagos quizá.
—Kat —la sacudí un poco, ella abrió los ojos y me sonrió.
—Gracias por cuidar de mí —me dijo, tomó mi rostro con sus manos y empezó a llorar—. Estoy contagiada, ¿cierto? —negué con la cabeza.
—Conseguiremos la vacuna y te pondrás mejor —le dije—. Pero ahora debemos irnos. ¿Crees que podrás caminar? —asintió.
Kat estaba por incorporarse cuando una ráfaga de balas empezó a impactar contra las paredes. Me tiré con Kat al piso y la cubrí con mi cuerpo, luego tomé mi rifle y asomé mi cabeza a la ventana para ver quién nos disparó. Se trataba de un pequeño grupo de policías de la Federación. Seguramente nos habían visto y pensaron que éramos hemófagos.
Apunté y le disparé a los policías, pero solo le di a uno de ellos, estaba débil para seguir combatiendo. Me senté tras la pared, cubriéndome, miré de reojo por la ventana frontal y vi un numeroso contingente de policías avanzando hacia nosotros. Tenía que ver el modo de huir, casi no tenía municiones y no podría enfrentar a tantos policías.
Mientras pensaba cómo salir del aprieto un aeromóvil, bastante grande, llegó por la carretera. Varios sujetos vestidos de negro bajaron y acribillaron a los policías que nos tenían encerrados; eran piratas. Cargué a Kat en brazos y aproveché la confusión para salir del edificio. Entonces otro aeromóvil negro apareció y se detuvo frente a mí. Una de sus ventanillas se abrió y alguien que conocía me habló.
—¡Maldición, Jean!, eres el tipo más difícil de encontrar —era Laura—. Vamos, sube —me dijo, abriendo la portezuela.
Entré sin dudar al aeromóvil y nos fuimos a toda velocidad.
Nos introducimos por intrincados pasillos y túneles subterráneos, algunos parecían ser formaciones naturales, otros habían sido hechos por el hombre. En el trayecto le relaté a Laura todo lo que había ocurrido desde la última vez que nos vimos. Ella estaba al tanto de gran parte de mi historia por las noticias, pero no me atreví a decirle que Kat había mostrado síntomas del Mesiah; temí que en un arranque de miedo al virus, Laura le disparase. Durante todo el trayecto Kat durmió profundamente. Ya no se veía tan enferma, pero estaba débil.
Luego de recorrer varios kilómetros de túneles dimos con una gigantesca caverna, repleta de edificaciones incluso en el techo. Aparentemente, todo el emplazamiento se encontraba en una cueva artificial, labrada en roca sólida. El lugar contaba con su propio generador de energía y gravedad artificial. Tenía un motor hidráulico de biosfera, independiente al de Sandoria. No entraba un solo rayo de Sol, así que la iluminación era artificial, una noche eterna. El centro de la cueva mostraba una actividad impresionante. Había mercaderes de toda clase, bares, prostíbulos, armerías y una gran cantidad de talleres para naves espaciales.
—¿Qué lugar es éste, Laura? —pregunté.
—Lo llaman: The Moon's Middle. Es una ciudad oculta donde se refugian piratas, prófugos y los capos de la Mafia Lunar —respondió con cierto orgullo en la voz—. Estarán seguros aquí.
—¿Por qué estás tan segura? —cuestioné con cierta desconfianza ante el escenario que observaba.
—Conozco mucha gente aquí —respondió—. Luego que nos separamos empecé a buscar a aquel hombre que dicen puede ir y volver de Marte. Acudí a mis mejores contactos y alguien me dijo que él merodea por este lugar, aunque no será fácil encontrarlo. Te busqué por todos lados para darte la noticia, pero entonces supe que eras el prófugo más buscado por la policía sandoriana.
—No me preocupa la policía —contesté. Laura me miró de reojo.
—Escucha, Jean —replicó—. Si tú y Kat han estado cerca de los hemófagos, es posible que estén incubando la cepa del virus. Los llevaré donde un conocido que los chequeará a conciencia.
—¿Y si estamos infectados?
—Yo misma los mataré a ambos, naturalmente —respondió Laura, sonriendo con ironía—. Luego cremaré sus cadáveres y, como estuve en contacto con ustedes, me lanzaré a la cámara de cremación también.
Por un instante dudé si Laura hablaba en serio, o solo bromeaba, pero en sus ojos no había nada que me indique que hablaba en broma.
—Todos vamos a morir algún día, ¿verdad? —agregó ella—. No me importaría morir hoy o mañana —sentenció y quedamos en silencio.
El médico que nos examinó no encontró indicios del virus ni en mí ni en Laura; pero lo que más me sorprendió es que tampoco detectó la cepa en Kat. Horas antes la había visto en proceso de mutación, estaba a punto de convertirse en hemófago, pero luego ya no había rastros de su cambio. Estaba totalmente desconcertado, por lo que únicamente pude deducir que Kat realmente era inmune al Mesiah; sin embargo, aún no hallaba una explicación lógica a los síntomas que vi. Ella era todo un misterio.
—El scanner terminó —dijo el médico. Kat salió detrás de él, aún se veía somnolienta—. La niña tampoco está contagiada, pero está débil; parece que su organismo se recuperó de alguna clase de infección reciente, la computadora diagnosticó Gripe Lunar.
—Jean, tengo sueño —dijo Kat y me abrazó.
—¿Es su familiar? —me preguntó el doctor, no sabía qué decir.
—Sí —respondió Laura, tratando de disimular—. Es mi hija.
—Qué bien, cuídenla mucho —respondió el médico y luego me habló—. Me gustaría hablar con usted, en privado.
Asentí y le ordené a Kat quedarse con Laura hasta que saliera de consulta.
Seguí al doctor hasta su consultorio, me invitó a tomar asiento y prosiguió:
—A lo largo de mi carrera médica en este sitio —me dijo— he atendido a toda clase de convictos, piratas, criminales, espías y terroristas. Jamás me inmiscuyo en los negocios de mis clientes, pero usted es un caso especial.
Oprimió un botón de su escritorio y una radiografía holográfica se proyectó a un costado.
—Yo sé quién es usted —dijo el doctor, puse mi mano sobre mi pistola, en caso de necesitarla—. En realidad no me interesa si esa niña es su hija o su rehén, pero estoy en la obligación de mostrarle un par de cosas.
Oprimió otro botón y las radiografías se proyectaron en frente mío.
—Éste, es usted.
Miré aquellos esquemas de mi cuerpo y un horror indecible se apoderó de mí. Quería gritar, pero mi garganta estaba cerrada.
Todo mi tórax estaba repleto de circuitos y aparatos, engranes y microchips. Mi cabeza tenía piezas metálicas repartidas por todas partes, al igual que mis extremidades. En la base de mi cerebro pude distinguir la negra silueta de un chip instalado en el lóbulo occipital. Mi cuerpo entero era una oda de abominaciones mecánicas y robóticas.
—¿Qué... qué significa esto? —balbuceé.
—Usted es cualquier cosa, amigo, menos humano —oprimió otro botón y empezaron a proyectarse "piezas" de mi cuerpo, en detalle—. Bombas hidráulicas musculares, huesos reforzados con fibra de carbono, órganos sintéticos, corazón robótico, sendas positrónicas en el cerebro y... —oprimió un botón y se agrandó la imagen del chip instalado en mi lóbulo occipital—. Un inhibidor. Usted es casi incapaz de usar todo lo que tiene instalado en su cuerpo debido a este chip. He oído de gente como usted. Es un Praetorian, ¿me equivoco?
No sabía qué responder, así que respondí la verdad.
—Afirmativo.
—Usted ha sido convertido en un cyborg —sentenció el médico, sentí escalofríos al oírlo—. Usted ya no es más un ser humano, debido a que la mayoría de las facultades que lo hacían humano ya no existen.
—No soy un cyborg —refuté—. Tengo sentimientos y deseos humanos.
—Esa es la característica principal de los cyborgs. La mayoría de ustedes piensan que son humanos, pero no es así. Seguramente usted falleció en algún momento, lo revivieron y le dieron un cuerpo nuevo, por así decirlo. Pero ya no es la misma persona. Podríamos decir que usted es un ser sin alma.
—Sin alma, pero con espíritu —respondí. El médico suspiró.
—En fin, el otro asunto es referente a la niña que vino con usted —dijo, oprimió otro botón en su escritorio y se proyectó una imagen de las células sanguíneas de Kat—. No pude evitar notar que sus eritrocitos tienen núcleo, algo insólito en cualquier ser viviente. Mire.
Oprimió otro botón y vi una especie de mancha sobre una de sus células sanguíneas. La mancha se introdujo en la célula y esta se marchitó, pero luego expulsó algo y se regeneró casi de inmediato.
—Lo que acaba de ver es el rechazo de una célula a la invasión del virus del Mesiah. La niña está incubando el virus, pero lo tiene controlado dentro de su cuerpo. Es un portador pasivo —diagnosticó el médico—. Se han visto pocos sujetos resistentes al virus, la mayoría son capturados y llevados a los campos de concentración de la Federación; sin embargo —oprimió otro botón. Era otra imagen de las células de Kat, pero éstas estaban muertas—. Controlar el virus tiene un costo muy alto para su organismo. Ella morirá si no se desarrolla una vacuna y, si no me equivoco, ésta podría estar dentro de sus células sanguíneas.
Me sorprendí mucho al escuchar sus deducciones. Coincidía con el doctor Bernal respecto a la sangre de Kat, pero sentí horror al oír que podría morir.
—Debo poner a Kat a salvo —dije—, la vacuna no puede caer en manos de la Federación o de los Comunistas; ellos la usarían solo en su beneficio.
—Es posible, amigo —afirmó el doctor—. Pero no tiene mucho tiempo. Por ahora ella está bien, pero su salud se deteriorará; el proceso ya ha empezado. Si en doce meses terrestres no se desarrolla una vacuna, ella ya no podrá ser salvada; y no solo eso, sino que también se perderán las proteínas para una vacuna. Tome mi consejo y acuda a la Alianza, ellos sabrán qué hacer.
—Negativo —respondí—. No puedo confiar en nadie. Llevaré a Kat a donde ella y la vacuna estén seguras —el doctor negó con la cabeza.
—Si espera demasiado, luego podría ser tarde.
—Esperaré lo necesario, conseguiré esa vacuna aunque me lleve la vida hacerlo —dije y me retiré. La conversación empezaba a ponerme nervioso.
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