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13. Buscados

—Necesito que saques la bala —le dije a Kat mientras ella limpiaba mi brazo.

—Pero no sé cómo.

—No será difícil. Mete los dedos en la herida —negó con la cabeza, bastante asustada—. ¡Hazlo!

Desvió un poco la mirada y me obedeció. Los hábiles y delicados dedos de Kat no tardaron mucho en hallar la cabeza metálica y sacarla.

—Bien hecho, tírala. Ahora tienes que cauterizar la herida —me miró como preguntándome "¿Cómo se hace eso?"—. En mi maleta hay una botella azul, sácala con cuidado —así lo hizo—. Ábrela y vacía un poco sobre mi herida —obedeció—. Bien hecho, Kat. Ahora, trae mechero de la maleta, sácalo y enciéndelo sobre la herida.

Giró la cabeza para no ver, encendió el fuego y prendió mi herida. No pude evitar hacer muecas por el dolor.

—Lo siento —Kat se veía profundamente culpable. Me abrazó y pegó su rostro a mi pecho cuando la herida se apagó.

Con el brazo cerrado, recuperé la precisión de mis movimientos y me suturé yo mismo la oreja. Curé mis múltiples heridas y luego me recosté, tratando de dormir un poco.

Luego de salir del taller de Cisco, Kat y yo logramos instalarnos en un motelucho barato. Por fortuna, el dueño del motel no notó que estaba herido, puse una liga en mi brazo para detener la hemorragia, camuflando así la herida. Me encontraba en estado de alerta, había más personas interesadas en atrapar a Kat de las que imaginaba. Los Comunistas trabajaban conjuntamente con los Federados, entonces, las teorías sobre una Jerarquía Oculta de la Tierra eran ciertas después de todo. Estaba seguro, el mayor enemigo no era la Federación o la Liga de Naciones Comunistas, sino la entidad que manipulaba a ambos; y en medio de esa locura estábamos Kat y yo.

—Jean —Kat interrumpió mis pensamientos.

—Qué quieres, deberías estar dormida.

—Luego del tiroteo, cuando nos encontramos en el taller..., tú..., tú me besaste el rostro, ¿lo recuerdas?

No respondí, no tenía deseos de hacerlo.

—Es lindo saber que sí me quieres después de todo, aunque no me lo digas.

—Duerme —ella sonrío, besó mi frente y se recostó a mi lado.

—Dulces sueños, Jean.

Al día siguiente me levanté temprano. Mi primer deseo fue vomitar, corrí al baño y devolví todo lo que había en mi estómago: nada. Luego me coloqué las medicinas y revisé mis heridas, estaban cicatrizando bien. Abrí el grifo, saqué mi cuchillo y comencé a rasurarme la barba. El espejo reflejaba un "yo" diferente, uno que jamás había visto. Antes, al mirarme al espejo no sentía más que asco. Las múltiples cicatrices de mi cuerpo me recordaban a diario el monstruo en el que me convirtieron. Sin embargo, aquella mañana fue diferente. Ya no sentí asco, sino una leve inquietud, como una incertidumbre palpable.

—¡Jean! —me llamó Kat. Me puse los pantalones y salí apresurado del baño.

—¿Qué pasa?

—Mira —dijo, señalándome hacia la televisión. Había sintonizado un canal de noticias de la red.

Ayer, durante la noche, un tiroteo entre pistoleros aún no identificados acabó con la explosión de un hangar clandestino, dedicado al tráfico de armas y estupefacientes —informaba una reportera en la televisión—. Una hora más tarde, un taller automotriz fue escenario de un nuevo enfrentamiento, atribuido a los mismos pistoleros. El dueño del taller, Francísco Romero, y su sobrino, Carlos Romero, huyeron y ahora están siendo buscados por la Policía para rendir su declaración ante la fiscalía de Sandoria. La Policía maneja la hipótesis de que se trataría de un ajuste de cuentas entre un terrorista terrestre y la Mafia Lunar. Nuestra colega de trabajo se halla en el Cuartel General de Sandoria en compañía del Coronel de Policía, Petter Quiroga McArthur. Adelante Chloe.

—Jean, hablan de nosotros —Kat se veía muy angustiada, puse mi dedo sobre sus labios como gesto para que se callara.

Coronel, se ha hablado de terrorismo terrestre. ¿Qué conexión tiene este hecho con la Mafia Lunar? —preguntaba la reportera.

Es bien conocido que hay una fuerza armada rebelde a la Federación en la Tierra —replicó el militar—. Ellos actúan como terroristas y alimentan su odio irracional con el tráfico de armas, el campeante cáncer de las colonias. Hace unos años han empezado a llegar dichos rebeldes terroristas y han pactado con la Mafia Lunar para transgredir la ley. Nuestra hipótesis apunta hacia un peligroso terrorista rebelde que llegó desde Bolivia, se trata de Jean Paul Reveillere. El sospechoso es un soldado renegado de un escuadrón de élite, nadie debe enfrentarlo. Si lo ven deben reportarlo a las autoridades.

¿Insinúa que el supuesto terrorista es un soldado traidor, entrenado por la Federación, que se unió a los terroristas?

Así es.

¿Y tenía tratos con la Mafia Lunar? —preguntó la reportera, era notoria su intención amarillista.

Sí. Seguramente el tiroteo se dio entre esos mafiosos y el terrorista.

Me hervía la sangre ante tantas mentiras. El Coronel continuó.

Por ahora estamos trabajando para capturar a los cabecillas de la Mafia Lunar, pero nuestra prioridad es Reveillere. Sabemos que tiene a una niña como rehén y es nuestra mayor responsabilidad el garantizar la seguridad de cualquier menor, con mayor razón si está en una situación tan delicada como ésta. Si alguien los ha visto, repórtenlo de inmediato a la comandancia local de su zona, el Ayuntamiento ofrece trescientos mil ameros como recompensa por cualquier información verificable del terrorista —concluyó y una imagen con mi rostro y el de Kat se proyectó frente a la pantalla.

Gracias por la información, Coronel. Vuelvo a estudios centrales. Para Moon News en español, Chloe O'briand.

—Están mintiendo, Jean, son unos mentirosos. ¿Qué haremos ahora? —suspiré profundamente.

—Escucha, Kat. No importa cómo, pero iremos a Marte. Solo allá podremos estar seguros. Ahora tenemos que salir de aquí lo antes posible.

No estábamos terminando de alistarnos cuando unos fuertes golpes empezaron a sacudir la puerta.

—¡Policía, salga con las manos en alto! —gritaron desde afuera.

Miré por la ventana del baño y noté que había un montón de vehículos policiales, seguramente el encargado del motel nos había denunciado ni bien vio la noticia por la televisión; aunque no podía entender cómo llegó la policía tan rápido.

Saqué el rifle de mi maleta, lo cargué, tiré la cama contra la puerta y me llevé a Kat al guardarropa, cubriéndonos tras una pared. A los pocos segundos, un grupo de agentes armados irrumpieron en la habitación. Apunté con cuidado y atravesé el cráneo de dos de ellos de un solo disparo. Entraron cuatro más y descargaron sus pistolas contra nosotros. La pared estaba por caerse con tantos disparos. Me arrastré hacia el baño y vacié mi cartucho en los policías, cuando se acabaron mis balas activé la munición de uranio empobrecido.

Los segundos parecían horas, Kat estaba congelada en el guardarropa, con el rostro empapado de lágrimas. Más allá solo había polvo que me impedía ver. De repente, un sonido, como de una pelota de trapo rebotando sobre un piso de madera, sonó a mi costado; era una granada. La tomé y la devolví por la puerta, una gran explosión retumbó.

—¡Jean, Jean! —me llamaba Kat, temblando por los disparos.

—Estoy bien —respondí y me dirigí hacia ella. Estaba ilesa.

Nos hallábamos totalmente rodeados, pero entonces se me ocurrió algo. Desvestí a uno de los cadáveres y me puse su ropa. Escondí mi armamento, munición y equipo táctico entre los correajes. Luego fui al pasillo y encontré una maleta grande, con una bazuca adentro. Saqué el arma y en su lugar puse a Kat. Ella abrazaba el libro que me regaló como si fuera un objeto muy delicado.

—No hagas ningún ruido hasta que salgamos —murmuré mientras Kat metía la cabeza.

—Jean, no podré respirar.

—Tranquila, saldremos rápido.

Ella me miró y, antes de perderse dentro de la maleta, me robó un beso de los labios, sonrió y se cubrió dentro del contenedor. Sentí algo muy cálido y agradable, me alegré y me dispuse a hacer lo que sea con tal de poner a Kat a salvo.

Bajé por las escaleras, observando los cadáveres tras la máscara de gas que cubría mi rostro, y mi identidad. Entonces me topé con un policía.

—¡Qué pasó, de qué grupo eres!

—Venía con... —miré de reojo las galeras de la manga en el uniforme—, venía con el grupo tres, pero el terrorista está atrincherado. Cayó todo mi grupo.

—¿Estás herido?

—No, en realidad salía a buscar munición y cohetes para la bazuca.

—El Coronel dijo que matáramos al terrorista, no que derribemos todo el maldito edificio.

—Yo creo que el Coronel no lamentará un edificio destruido si lo demolemos con el terrorista adentro —el policía me miró con desconfianza y luego se hizo a un lado.

—Por cierto, ¿entró Fernández con tu grupo? —su pregunta tenía un tono inquisidor.

—Afirmativo —respondí. El policía sacó su pistola, pero le disparé antes que él pudiera hacerlo.

Corrí por las escaleras, mezclándome entre el caos. Habían policías por todas partes, algunos me hacían preguntas que respondía con levedad.

Entré sigilosamente a una ambulancia, maté al conductor y a los paramédicos y empecé a conducir. Me estacioné en un callejón para abrir la maleta. Kat salió, respirando con ansiedad; tosió un poco, miró los cadáveres y me abrazó.

—Tengo miedo.

—Cálmate, todo saldrá bien.

—¿A dónde iremos ahora? —preguntó Kat.

—Lejos, a un lugar más seguro —en realidad no tenía idea a dónde más huir.

—Me hace mucho frío —saqué una de las frazadas de la ambulancia y la cubrí.

Salimos del coche y atravesamos La Hispanola caminando por unas callejuelas vacías, hasta llegar a Fields of Coral, la zona residencial de la ladera Oeste. Nos detuvimos en una vieja posta de construcción, abandonada; empezaba a oscurecer. Con un poco de esfuerzo logré hallar un pequeño generador. Algunas luces se prendieron.

—Estaremos aquí hasta que se calmen las cosas —deduje con seguridad. Miré a Kat y noté que estaba herida en la pantorrilla—. Te lastimaste.

—No es nada, solo me corté con un vidrio cuando escapamos.

Saqué mi botiquín y procedí a limpiar su herida.

—Todo esto es una locura —murmuró Kat.

—Sí —le dije, entonces una serie de dudas vinieron a mi mente—. ¿Estás totalmente segura que ignoras porqué te persiguen? —me miró, llena de incertidumbre.

—Vivo huyendo desde que nací, pero mis padres jamás me dijeron la razón. Quizás haya sido porque estaban infectados.

Desvié la mirada, tratando de no caer en el embrujo de sus ojos color miel, tan cristalinos e inmensos.

—¿Cómo apellidas? —pregunté, solo por curiosidad.

—Antonova...

—¿Kat Antonova?

—No, Katya Antonova.

—Nombre ruso —murmuré, recordando la ascendencia de Dennis—. Sabes, Kat, no he sido totalmente honesto contigo.

—¿A qué te refieres?

—A nuestro viaje. Yo no quiero llevarte a Marte solo para alejarte del virus —me costaba ser sincero, Kat me miraba ansiosa—. Antes de morir, el doctor Bernal encontró algo especial en tu sangre.

—¿Especial?

—Sí. ¿Sabes por qué huyeron tus padres de Europa? —suspiró.

—El virus, ¿no?

—Es cierto. Pero eso no es todo. La razón de que tú y tu familia hayan sido perseguidos es... —me costaba mucho llevar la conversación—. Hace un tiempo, se descubrió que había gente inmune al virus. Cuando era soldado supe por rumores que esa gente era capturada y llevada a los campos de concentración del departamento de Investigación Biológica de la Federación. Algunos de ellos lograron escapar, el doctor Bernal estaba casi seguro que entre los que fugaron estaban tus padres.

Una lágrima cristalina rodó por el rostro de Kat y otras más le siguieron. Proseguí.

—Lo que el doctor halló en tu sangre era la clave de todo el rompecabezas, él estaba firmemente convencido que tú eres el resultado de las investigaciones de la Federación, tú podrías tener la vacuna para el Mesiah.

No recibí respuesta. Pensé que debía decirle algo, lo que sea, un pésame.

—Siento lo que le pasó a tu familia. Pero si no te llevo a Marte, los malditos de la Federación o los propios comunistas podrían usarte para su beneficio, ¿entiendes? Tú tienes la cura, estoy seguro, por eso debo llevarte con gente neutral que usará tu sangre para desarrollar una vacuna para todos y no solo para unos cuantos.

Kat estaba muda, derramaba lágrimas sobre un pálido rostro inexpresivo que contradecía el dolor.

—Entonces era eso —masculló.

—¿Cómo?

—Tú solo me estabas cuidando por tu maldita vacuna. En realidad no me quieres —ambos quedamos callados, pero no era cierto lo que dijo. Lo único cierto era que yo no era capaz de decir lo que realmente sentía.

—En realidad... yo...

—¡Mentiroso, mentiroso! —gritó, golpeando mi pecho en medio de una tormenta de llanto histérico— ¡Creí en ti, pensé que me querías, pero me usaste, me usaste!

—¡Te equivocas! —refuté con energía. Kat se quedó callada, mirándome sin parpadear. Entonces lo supe, ya no había vuelta atrás—. Hay muchas cosas que desconozco sobre las personas, soy un soldado. El libro que me obsequiaste me enseñó mucho sobre los sentimientos humanos, y también me hizo recordar emociones que había olvidado —los ojos de Kat me escudriñaban—. Hay cosas que, por mi entrenamiento, no puedo decir o hacer. Sin embargo, quiero que sepas que no te usé. Para mí no eres una vacuna. Eres importante, lo más importante.

Nos quedamos quietos y en silencio por algún tiempo. Mi mente empezaba a fracturarse, mis medicinas casi se habían acabado. Una vez más oía los latidos de mi propio corazón.

—¿Me estás diciendo la verdad? —me preguntó Kat.

—Afirmativo —le respondí, le hice un cariño en la cabeza, me recosté y cerré mis ojos por unos instantes, quería descansar.

Mi mente se perdía en la oscuridad, tratando de no ahogarse en las tinieblas, y entonces un aliento tibio rozó mi nariz, imaginé que eran alucinaciones mías, pero luego la sensación cambió. Aquel aliento ingresaba a mis pulmones, aliviando mi atormentado organismo. Mi boca seca se saciaba con un dulce sabor a néctar, misterioso e imponente. Mis labios habían sido cubiertos por la suave pulpa de una fruta exquisita y exótica, desconocida para mí. Pensaba en los fantasmas de la guerra, en el pasado, y todo lo que me atormentaba empezaba a diluirse en una felicidad que no pensé que pudiera ser posible. Abrí un poco los ojos y vi el rostro de Kat pegado al mío. Aquella fruta jugosa y exquisita eran sus labios sobre los míos. Yo no dije nada ni opuse resistencia. La abracé y me dejé llevar por todas esas emociones nuevas. Me limité a corresponder la entrega de Kat con la honestidad de mis actos; olvidando por completo nuestra situación, la guerra, las torturas que sufrí y las que sufrió ella. Solo, la amé...

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