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CAPITULO 5

AMANDA

Oía voces y pasos apresurados en el pasillo mientras seguía adolorida tumbada en la cama sin apoyar la espalda por el dolor de los latigazos que Damian me había dado la noche anterior. Al oír el chirrido de la puerta abriéndose sentí mi cuerpo tensarse y el miedo recorrerme completa.

— ¿Niña? —oí apenas la voz de Berta.

—Oh, Berta, que alivio —susurré.

—Soy yo, nos quedaremos aquí hasta que todo pase allá arriba —dijo nerviosa.

— ¿Todo pase? —pregunté confundida intentando sentarme.

—Sí mi niña, quédate quieta y tranquila, las heridas aún no están sanas —susurró acariciando mi cabello.

El lugar en el que me tenía Damian era una habitación doble, ¿Por qué doble? Por el simple hecho de estar dividida por una pared espejada, estando yo del lado invisible por llamarlo de una manera ya que solamente mediante una luz especial se dejaba ver lo que había tras de la misma, o sea, verme. La habitación era utilizada por Damian durante sus fiestas alocadas, así prefería llamarlas para no recordar lo que en ellas sucedía, era una completa tortura, golpes, violaciones y vejaciones de su parte para divertir a los pervertidos que se colocaban tras la pared.

— ¿Qué está pasando Berta? —mascullé ahogando un gemido.

—El dueño del rancho vecino, ha denunciado aparentemente al señor Damian por maltratos y violencia —explicó lentamente.

— ¿Pero? —hablé colocándome algo más derecha en la cama.

—Aparentemente el señor Corven ha visto como la traían la noche pasada hasta la casa —explicó.

— ¿Corven? —cuestioné.

—Bryan Corven, es el dueño de Medaws of Heaven, el señor Damian lleva años queriendo comprar su rancho y haciendo lo posible por quitárselo sin lograrlo, pero la mayor rivalidad ha sido por causa del amor —comenzó a relatar.

— ¿Amor? —la historia además de interesante hizo que dejara de pensar en lo que sucedía fuera.

—No repita jamás esta historia mi niña, por favor —suplicó.

—No lo haría jamás, Berta, eres como mi madre, sería incapaz de ponerte en peligro —sentencié abrazándola.

—Pues bien, siéntate y escucha, el señor Damian tenía un matrimonio previamente arreglado por sus padres con la señorita Cadwell, Sara, ella era un sol, a cada paso que daba su sonrisa iluminaba todo a su alrededor —sonreía al recordarla.

—Y aún lo hace, no había visto esa sonrisa en tu rostro desde que llegué —sonreí uniéndome a ella.

—La verdad es que mientras ella estuvo aquí todo era más soportable, el señor Damian es alguien difícil de tratar, pero hubo una época en la que él era alguien realmente bueno —culminó suspirando.

—Pero si era así, ¿qué lo convirtió en lo que es ahora? —cuestioné intrigada.

—El amor mi niña —susurró nostálgica.

— ¿Sara? —asintió para luego comenzar a caminar hacia la pared espejada.

—Los señores Cadwell comprometieron a Sara y Damian desde pequeños, ambas familias son poseedoras de los Ranchos más grandes de Canadá y decidieron que la unión de sus hijos sería provechosa, ya sabes, el pensamiento antiguo de los padres —continuó narrando perdiéndose en sus recuerdos.

— ¿Se casaron?

—No mi niña, la señorita Sara nunca estuvo enamorada del señor Damian y él lo sabía, aun así, nunca se portó mal con él o le hizo algún tipo de desplante, simplemente aceptaba lo que debía hacer e intentaba llevarlo con los mejores ánimos posibles, de lejos parecían la pareja ideal.

— ¿Cómo era ella? —de pronto la curiosidad me llenó por completo.

—Sus ojos eran celestes como el cielo, transparentes y delicados, eran sinceros y bonitos, sus rizos rojos y alocados eran su marca personal, eran lo que hacían de ella la mezcla perfecta entre inocencia y bravura y ni que decir de la blanca piel que la cubría y aquellas pequeñas pecas que poblaban apenas visiblemente su mejilla —sonreía mientras la recordaba y al imaginarla la idealicé como una mujer difícil de superar.

— ¿Por qué no se casó, Berta?

— Porque la señorita no lo amaba, su corazón pertenecía desde su niñez al dueño del Rancho —sonrió con tristeza.

— ¿Prados del Cielo? —murmuré asombrada.

—Exacto.

— ¿Y ahora está con él? —cuestioné aún más interesada.

—No mi niña, la señora Sara enfermó y falleció hace ya unos años atrás –terminó de narrar secando una lágrima escurridiza.

—Oh no —llevé las manos a la boca al oír el chirrido de la puerta.

Como las luces estaban encendidas, nosotras éramos capaces de ver del otro lado de la pared, pero los demás no podían hacerlo. Un hombre enfundado en unos pantalones vaqueros y camisa a cuadros se abría paso desesperado en la habitación, giraba una y otra vez sobre sus talones en busca de aquello que no era capaz de ver.

— ¿Mi niña? —susurró Berta.

El hombre se giró hacia la pared y no caí en la cuenta de que había llegado hasta allí sino hasta el momento en que aquel hombre se volvió hacia la pared y caminó directo a ella.

—Es peligroso niña, aléjese —susurraba Berta preocupada.

Pero algo me impedía moverme, verlo avanzar hacia la pared con el sonido de sus botas acompañándolo, era todo un deleite verlo caminar con su sombrero cubriendo sus ojos hasta la mitad, un par de rizos cobrizos atados en una coleta y sus hombros anchos lo hacían un hombre digno de admirar.

— ¡Niña! —volvió a susurrar la anciana colocando una mano en mi hombro.

Se detuvo justo frente a mí y levantó su mano levemente pasándola por la pared espejada y no pude evitar alzar la mía y seguir su recorrido del otro lado de la pared. Estaba hipnotizada y juraría que él también pudo sentirme ya que al estar una mano a la par de la otra levantó el sombrero clavando la mirada en la pared dejándome ver sus ojos color miel.

— ¡Bryan! —llamó un hombre.

—Aquí —contestó dubitativo sin sacar la mano de la pared.

—No hemos encontrado nada amigo, debemos irnos por ahora, intentaré conseguir una orden para continuar investigando —habló el uniformado tras él.

— ¡Es imposible! Yo la vi, la arrastraba peor que a un animal, tú no oíste los sollozos de aquella mujer —gruñó acercándose hacia el policía.

—Lo sé, pero será peor para nosotros si seguimos actuando sin apoyo, recuerda que su padre tiene contactos políticos Bryan —insistió el policía colocando una mano en su hombro.

— ¡Maldición James! —golpeó la pared con su puño ¿Frustrado?

—Me está buscando Berta —susurré visiblemente emocionada.

—Ay mi niña, no vaya por ese camino —susurró negando con la cabeza.

— ¿Berta? —la miré pero sin decir más abandonó la habitación al mismo tiempo que Bryan Corven abandonaba la otra habitación acompañado del policía.

Él me está buscando y aquella noticia hizo que algo en mí volviera a nacer, una esperanza de salir con vida de este infierno.

— ¿Por qué me buscas? —susurré haciéndome un ovillo en la cama.

Un portazo fuerte hizo eco en la estancia dejando que el rostro desencajado de Damian se hiciera visible. En un par de zancadas llegó hasta mí tirando de mi brazo logrando que cayera en el suelo húmedo y frío.

—No me quitará este juguete también —masculló mientras me arrastraba hacia la salida.

Entre sollozos y súplicas llegamos hasta la puerta principal, un par de coches estaban preparados como para abandonar el lugar en cualquier momento.

—Todo listo señor —dijo uno de los hombres de Damian.

—Perfecto. Llévatela —dijo arrojándome a sus brazos.

—Señor, ¿Está? —carraspeó apenas sosteniéndome.

—Lo sé, desnuda, es un maldito juguete, si quieres usarlo eres libre de hacerlo —rio irónicamente mientras subía hacia la parte superior de la casa.

—Lo siento señorita —susurró el hombre mientras me llevaba hacia el coche.

Agaché la cabeza cubriendo con mi larga cabellera las lágrimas que caían subiendo al coche evitando que alguien más viera mi desnudez.

— ¿Dónde vamos? —pregunté tímida.

—No puedo decirlo señorita —contestó poniendo en marcha el motor.

El vehículo avanzó haciendo rugir el motor, el sonido de las piedras del camino me indicaban que íbamos a una velocidad bastante alta, dejando una estela de polvo tras nuestro, al cruzar el portal del rancho pude ver una camioneta de la policía y a los dos hombres que había visto antes hablando, luego de haberlos sobrepasado me volví para verlo.

—Por favor, encuéntrame —susurré sin saber por qué lo hacía.

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