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CAPITULO 14

AMANDA

Soportar, debía hacerlo, tenía que hacerlo, pero cada día que pasaba se volvía más difícil, las primeras semanas las visitas de Damián eran más esporádicas, lo que permitía que al menos una parte de mi cuerpo se recuperara de los golpes y ultrajes, pero la última semana había venido a diario y con otros hombres, a veces uno, otras tres, lo único que sentía era un piquete en mi brazo que hacía que mi sangre hirviera y comenzara a delirar.

Como cada noche luego de terminar con su sesión de tortura y sadismo, se retiraban dejándome tirada en el suelo sin fuerza alguna siquiera para ponerme de pie, deseando una vez más que todo terminase de una buena vez.

La puerta comenzó a abrirse y el sonido de los pasos apurados de William devolvían un leve atisbo de esperanza en mi cautiverio.

Midiendo sus acciones, lentamente se acuclilló a mi lado acariciando mi rostro con ternura mientras el suyo se debatía entre el dolor y la ira.

—Soy fuerte aún —susurré colocando mi mano sobre la suya.

—Voy a sacarte de aquí pequeña, esto terminará pronto —afirmó besando mi frente.

Pasó uno de sus brazos por debajo de mi pierna y sentí mi cuerpo estremecerse del dolor, un líquido caliente recorría mis piernas al tiempo que un quejido de dolor abandonaba mi garganta. Oí la ducha abrirse y el sonido del agua cayendo, aún con los ojos cerrados apoyada en su pecho se metió conmigo bajo el agua, y lo agradecí ya que de seguro y no podría mantenerme en pie sin su ayuda.

Con la mayor delicadeza posible iba lavando mi cuerpo de todas las heridas que habían dejado, oía sus gruñidos y una que otra maldición mientras lo hacía, incluso el roce de las pequeñas gotas de agua sobre mí dolía, quemaban.

—Haré que paguen cada una de tus cicatrices —mascullaba lavando suavemente mi cuerpo.

—Solo deseo que esto termine William, nada más —susurré.

-No puede seguir con esto, tiene que terminar, haré que termine –sentenció antes de cerrar la ducha- ¿puedes ponerte de pie?

-Si te quedas a mi lado –afirmé sosteniendo su brazo.

-Está bien, voy a secarte –alcanzó la toalla con una mano y comenzó su delicada tarea.

-Gracias.

—Ni lo digas pequeña, agradéceme cuando estés libre de este infierno.

Odiaba el paso del tiempo en esos momentos, sentirme cuidada, era un lujo en medio del caos de vida que llevaba. Luego de secarme, untar las heridas con un ungüento que su tía le había dado para paliar al menos un poco el dolor, pasó las mantas por encima de mi cuerpo desnudo, no soportaba más contacto que el de las sábanas, el más mínimo roce dolía.

—Mañana pequeña, mañana serás libre, Berta habló con Corven y su gente, ellos van a ayudarnos —comentó acariciando mi cabello.

—Bryan Corven —susurré adormilada.

—Sí, ellos nos ayudarán a sacarte de aquí, descansa ahora —fue lo último que oí antes de verme sumergida en la oscuridad.

El golpe de la puerta contra la pared me quitó de los brazos de Morfeo, asustada me senté en la cama dejando al descubierto mi cuerpo. Al abrir los ojos vi la mirada de mi verdugo cargada de lujuria acercándose hasta mí.

—Hasta que aprendiste como recibir a tu dueño —gruñó subiendo a la cama.

—Por favor —supliqué retrocediendo.

—No supliques zorra —golpeó mi rostro dejándome mareada.

—Por favor —insistí.

El cuerpo realmente dolía por completo, sentía la piel ardida por las heridas que aún seguían abiertas, no soportaría esta vez, los rastros de la droga me mantenían adormilada y sin tener control de mis extremidades.

Lo vi sonreír y sacar de su saco una jeringa, al igual que las demás veces sentí un piquete que al poco tiempo conseguía llevarme a un tiempo donde no existía nada más que oscuridad y dolor.

Algo frío y duro rodeaba mi muñeca, traté de abrir los ojos, pero pesaban demasiado, no podía evitar sentir el dolor de cabeza y un sonido taladraba mis oídos, golpes, estruendos.

— ¿Creían que sería tan idiota para permitir que te llevaran tan fácilmente? —carcajeó presionando mi mandíbula.

Al abrir los ojos vi cómo Damian permanecía frente a mí con la mirada enrojecida por la ira que cargaba, ¿Cómo se había enterado? Alcé la vista y vi mis manos sostenidas del techo por un par de esposas mientras que mis pies apenas conseguían tocar con las puntas el húmedo y frío suelo.

—Damian por favor —sollocé.

—Cierra la boca maldita, hoy me vengaré de todo y todos, ellos pagarán con su vida —gritó dándome un golpe en el rostro.

William no, él no debía pagar por algo así, no, no podía permitir que dañaran a Bryan tampoco, debía de hacer algo, pensar en algo que nos salvara a todos.

—Damian, llévame de aquí, llévame dónde solamente tú sepas, llévame...

No alcancé a concluir mi petición, volvió a golpear mi rostro y sentí la sangre brotar de la nariz.

—No me creas tan estúpido maldita perra, tú no eres más que la carnada, no te creas tan importante —espetó a centímetros de mi rostro.

-Pues si no soy tan importante, déjame libre –seguí tentando mi suerte.

-No lo haré, voy a vengarme, no podrá quitarme todo lo que me pertenece y salir victorioso –gruñó golpeando mi estómago.

Sentí el aire abandonar mis pulmones y un gusto oxidado subir por mi garganta antes de que la sangre brotara de mis labios.

-Eres un maldito cobarde, Damian Blanco –hablé escupiendo restos de sangre.

Giró a verme sorprendido de mis palabras, hacía mucho tiempo que había optado dejar de enfrentarlo y soportar, pero ya no más.

-Esas serán tus últimas palabras –sonrió acercándose.

-Estoy segura que no, pero tú no quieres creerlo –continué provocándolo.

Iba a intentar convencerlo, pero el sonido de puertas abriéndose y pasos acelerados nos distrajo a ambos.

—Llegó la hora del show y aquí estás para verlo en primera fila, cariño —sonrió girando hacia la puerta.

Al segundo ésta se abrió dejando ver a William y Bryan ambos con armas en las manos y tan desencajados como lo estaba Damian. Bryan no se controló y lo ví intentar abalanzarse sobre Damian, pero el muy cobarde siempre atacaba por la espalda.

— ¡No! —grité al ver a los hombres tras ellos golpearlos en la cabeza.

—Malditos imbéciles —gruñó Damian pateando a los dos que yacían en el suelo, inertes.

Repartiendo maldiciones y golpes, continuó de esa manera mientras mi mente buscaba desesperadamente una salida.

—No —sollozaba peleando por liberarme.

Era inútil, las cadenas y las esposas solo conseguían lastimarme, era un peso muerto que en nada podía ayudar a los dos hombres que habían arriesgado su vida por mí.

—Todavía creían que podrían salir de aquí sin un rasguño —continuaba gritando y repartiendo golpes a los cuerpos inertes.

—Ya basta por favor —suplicaba, pero Damian no parecía oír siquiera.

La culpa comenzó a consumirme, el recuerdo de mi padre rodeado en un charco de sangre se paseaba por mi mente repetidas veces. No podía acabar todo de esta manera, no podían ellos morir por mi culpa, otra vez, al igual que papá, por mi descuido, por mi egoísmo.

— ¡Basta! —grité y logré que Damian se volviera hasta mí.

—Tienes razón, basta maldita perra, fin del juego para ti —dijo tomando el arma de William.

-Hazlo maldito, no eres capaz de nada sin jugar sucio –mascullé levantando la mirada hacia él.

-¿Acaso te crees en posición de atacarme? –gruñó acercándose con lentitud.

-¿Acaso tengo algo que perder ya? –volví al ataque haciendo que dejara a los hombres en paz.

-Creo que no –agregó acariciando su mentón con el arma.

-Pues tú si tienes mucho que perder Blanco –sonreí con una seguridad que no tenía en esos momentos.

-No pretenderás que crea que saldrás victoriosa de aquí –sonrió antes de acortar la distancia entre los dos.

-Ni tú, ni yo –terminé de decir sintiendo el frío metal en mi sien.

Su mirada estaba cargada de odio y el miedo comenzó a invadirme por completo, sentía las lágrimas agolparse en mis ojos, no podía llorar, no iba a verme morir siendo una cobarde.

—Hasta nunca Sara —sollozó con una mirada que nunca antes había visto en él.

-Eres un maldito cobarde, Sara no está, la perdiste por ese motivo, por cobarde, por maldito.

Y aquellas con certeza serían mis últimas palabras, un segundo, un golpe, fuego en mi cabeza, en mi mente, nada más que silencio y oscuridad.

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