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CAPITULO 10


Lo vi sonreír con amargura antes de continuar con su relato.

-El padre de Bryan enfrentó a Blanco, logrando que aquello no acabara en una completa tragedia, logrando que me salvara más no así a mi madre –finalizó con un hilo de voz- ella no pudo soportar el último golpe de gracia que Dante Blanco dio en su pequeño cráneo, quitándome lo más preciado que podía tener —contó con voz quebrada.

Mi mente no podía imaginar cuan cruel debió haber sido la golpiza, si mi cuerpo soportó tanto sin sucumbir, lo que sufrió su madre protegiéndolo debió ser atroz. Aquella última declaración dejó una interrogante en mi mente.

—Eso quiere decir que Dante Blanco –intenté preguntar en un susurro.

Suspiró antes de ponerse de pie y sacudir sus ropas, su mirada oscureció tanto que por un segundo temí por mí misma. Gesto al que no fue ajeno al girar a verme.

—No lo sé, Amanda, mi tía no supo en qué momento pudo perder de vista a mi madre, recordó haberla buscado por cada rincón del rancho, sin éxito alguno –negaba tomando sus cabellos- el lugar donde mi madre se hallaba era uno de los lugares a los que solo los empleados que servían en las fiestas de los Blanco tenían acceso y por esos únicos momentos.

-De ser así, no quiero –dudé de decirlo- que te molestes, pero ¿cómo ingresó Berta al día siguiente? –cuestioné curiosa.

-Lo mismo deduje cuando ella me lo contó y la respuesta fue tan básica que hasta sentí vergüenza de mí mismo por dudar de ella –sonrió con tristeza al recordarlo.

Y ese simple gesto hizo que la respuesta apareciera frente a mí.

-Sólo Berta podía acceder a limpiar el desastre al día siguiente –susurré escondiendo el rostro en mis manos.

-Exacto, no te sientas mal, también lo pensé –habló tomando mi mano- dijo que mi madre contó que esa noche estaban Blanco y dos narcotraficantes más, pero los encontraré y me encargaré de destruirlos— masculló.

— ¿Berta? –pregunté aún más interesada que antes.

— ¿Qué con ella? —enarcó una ceja viéndome confundido.

— ¿Te está ayudando?

—En lo que puede, por lo pronto me pidió que cuide de ti y te ayude a escapar —acarició mi mejilla con cariño.

—Y ¿cómo se supone que haremos eso? —pregunté cerrando los ojos.

—Eso...

Un sordo sonido rompió la burbuja de protección que Ben o William había creado para mí. El golpe provocó náuseas en mí, la expectativa, la realidad, todo volvía a mí como cada vez que ese maldito sonido se repetía en mi día a día.

La tensión era palpable en el cuerpo de Ben, se colocó frente a mí, ocultándome de la vista un Damian totalmente fuera de sí.

Su roja mirada, pasos pesados, la botella de whisky caro en una mano y el cinturón en la otra no eran un buen augurio de lo que sucedería a continuación.

Mis manos se aferraron a la espalda de Ben, deseaba fundirme con él, el miedo me consumía conforme Damian se acercaba a nosotros. Las manos de Ben yacían a los costados de su cuerpo, presionadas en puños a punto de romperse.

—Retírate Jones —balbuceó Damian acercándose tambaleando.

—Señor, ¿Por qué...? —habló interponiéndose entre nosotros.

—¡Largo! —gritó enajenado.

Mi cuerpo reaccionó dando un brinco en mi lugar y presionando con más fuerza la camisa de Ben en mis manos.

Sentí como su espalda se tensaba ante mi reacción por lo que opté por soltar lentamente su camisa, deslicé mis manos por sus brazos tratando de llevar calma a su ser hasta llegar a sus puños.

No podíamos permitir que Blanco se diera cuenta de la amistad que habíamos creado entre Ben y yo. Con lo alcoholizado que estaba, nuestro pequeño gesto de complicidad pasaría desapercibido.

—No te dejaré con ese maldito —dijo entre dientes.

—Soportaré —susurré- no permitiré que dañe todo lo que has logrado.

Asintió a regañadientes abandonando la habitación, al salir Damian cerró la puerta de un portazo volviéndose hacia mí, sus ojos desencajados y su carcajada hicieron que las náuseas provocadas por el asqueroso hedor a whisky y tabaco regresaran. Deslizó su mano lentamente sobre su cinturón sabiendo que aquel gesto hacía que mi temor aumentara exponencialmente de uno a mil en segundos y aquello, aquello alimentaba el sadismo en él.

Cortando el aire a ambos lados de mi cabeza con el movimiento de su cinturón, mi cuerpo reaccionó a este movimiento saliendo de la cama de un salto.

Corrí hasta la esquina más alejada donde volví a hacerme pequeña, un ovillo olvidado en un rincón. El temor volvió a tomarme de presa dejándome sin escapatoria. Una vez más iba a ser ultrajada, aquel pequeño momento de paz creado junto a Ben fue tan efímero que allí estaba nuevamente deseando mi muerte.

—Desnúdate— ordenó tomando mi cabello haciendo que lo viera.

Debía retardar todo lo posible, ser obediente, era la consigna, mis heridas aún estaban abiertas en su gran mayoría, era tan contradictorio mi deseo de vivir y morir al mismo tiempo. Las heridas aún me escocían la piel por lo que intenté quitar las ropas lo más lento que pude.

— ¡Rápido perra! —gritó al tiempo que uno de los golpes dio en mi pierna haciendo que cayera de rodillas.

Sentía mi alma morir lentamente, con cada golpe una nueva herida se abría junto con las que ya llevaba en el cuerpo, ardía, dolía, pero hoy era diferente, tenía un motivo para soportar, un motivo para ser fuerte, una pequeña esperanza que hacía la diferencia al día anterior.

Confiaba, quería confiar en él, quería creer en Ben Jones, creer en William Currington, en que pronto acabaría todo, William me ayudaría, tenía puesta mi vida en ello.

Golpe tras golpe se sucedió durante toda la noche, su aliento, un hedor a alcohol y tabaco golpeaba mi rostro todo el tiempo, una vez más ultrajada, una vez más humillada, pero algo me decía que sería la última vez.

—Solo para eso sirves, eres una prostituta con delirios de cantante —habló escupiendo sobre mi magullado cuerpo.

No hice movimiento alguno, simplemente fingí estar dormida o muerta, la segunda opción era más valedera para el estado en el que me encontraba. Abandonó la habitación cerrando la puerta de un golpe, intenté abrir los ojos pero dolían demasiado, sentía como la carne se separaba en mi espalda y los golpes aún recientes no me dejaban ponerme de pie, un líquido caliente corría por mis piernas y el miedo a morir esta vez me estremecía.

Oí el rechinar de la puerta abriéndose y comencé a arrastrarme hacia un rincón, sentí un gruñido cerca de mí y un grito abandonó mi garganta cuando unos fuertes brazos me tomaron.

—Tranquila, Amanda —susurró en mi oído.

—Soporté William —intenté sonreír escondiendo mi rostro en su pecho.

—Lo has hecho bien, pequeña, te sacaré de aquí, mi vida está en ello —fue lo último que oí antes de perderme en la oscuridad.

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