Capítulo 30.
Martha Cross.
Dicen que lo prohíbo es una de las cosas que más te gustaría experimentar. En mi caso, todo empezó en mi adolescencia. No vengo de una familia rica pero sí de una muy religiosa. Económicamente siempre fuimos estables. No nos faltaba nada material. Mi madre era enfermera y mi padre era abogado, y yo fui su primer y único tesoro. Su pequeñita.
Sabía que algo andaba mal conmigo cuando en las misas no prestaba atención a la palabra de Dios, sino a lo guapo que era el sacerdote, incluso algunos de sus monaguillos pero no entendía por qué siempre tenía pensamientos impuros con cada hombre de edad que me llamaba la atención. Era extraño porque para ese entonces no había tenido sexo con nadie, no sabía nada al respecto pero eso no le impedía a mi mente crear escenarios explícitos que por suerte, nadie lo notaba.
1 de diciembre del 1996.
Era mi cumpleaños número quince. El año en el que empiezan a llamar a todas las niñas "señoritas". Como de costumbre, esa mañana fuimos a misa y todas las señoras criticonas me daban sus falsas felicitaciones. Llevaba un bonito vestido negro con cuello blanco, zapatos y una diadema en mi lacio cabello.
...
—¡Beatrice! Tenía tanto tiempo sin verte. — se nos acerca una vieja amiga de mi madre al parecer.
—¡Así es! Que gusto verte de nuevo por aquí. — mi madre le responde con una sonrisa.
—Quien nace en Washington jamás podría escapar de él. Supongamos que tiene su encanto. — me mira. — ¿Y esta hermosura es tu hija? ¡Cuánto has crecido! La última vez que la vi tenía dos años.
—Sí, hoy ya cumple sus 15.
—¡Vaya! Entonces ya eres toda una señorita. — justo lo que esperé que dijese. — Cuídate mucho de los jovencitos. A esta edad comienzan a acercarse demasiado y si te dejas llevar podrían guiarte por mal camino.
—Eso no pasará. Mi hija no tendrá novio hasta la mayoría de edad. Además, estamos pensando meterla al convento, al menos una temporada. — intercede mi padre. De tan solo escucharlo me da escalofríos. No es algo que quiera hacer. No quiero encerrarme en ningún lugar, mucho menos en un convento.
—No es mala idea. ¿Y qué piensan hacer para su cumpleaños? — cambia de tema.
—Ahora la llevaremos a dar un paseo en el parque.
—¿Y después?
—Aún no lo sabemos. — mi madre acaricia mi cabello.
—Bueno, esta noche daré una charla contra las drogas y sobre cómo el amor de Dios puede ayudar a los que se pierden en el camino en un centro de rehabilitación. Me pregunto si dejarían que la ya no tan pequeña Martha me acompañara. — incluso esto suena más interesante que todos los aburridos planes que mis padres tendrían para mí.
—No lo creo adecuado. No es bueno hablar de estas cosas frente a los jóvenes. Martha no conoce ese bajo mundo y quiero que siga así.
—Son charlas educativas específicamente para evitar que caigan en las tentaciones del mundo. Ahora que Martha ya es una adolescente, le vendría bastante bien estar allí. Prometo no aburrirla y traerla temprano. — me sonríe. Está comenzando a caerme bien.
—No estoy de acuerdo.
—Pero yo sí. — mi madre contradice a mi padre. — Es su cumpleaños y además, estará en buenas manos. Permitámosle esto, al menos por hoy. — trata de convencerlo.
—¿Quieres ir? — me mira pero no estoy segura de qué responder.
—Sí, sí quiero ir. — contesto.
—Ahí está. Pasaré por ti a las 6. — me dice, se despide y entra a la iglesia de la que acabamos de salir.
4pm.
Una de mis pocas amigas de la escuela ha venido a pasar unas horas conmigo. Hemos hecho karaoke, hemos visto películas pero nada interesante. Quizás esto sea lo normal para las chicas de mi edad pero no quiero esto. Quiero hacer cosas que me hagan sentir diferente.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? — salta sobre mi cama mientras nota mi ánimo bajo.
—Sí, estoy bien. — deja de saltar y se sienta a mi lado mientras come más donas.
—Te conozco. Sé que eres una especie de Merlina pero es como si ahora quisieras estar en otra parte y no aquí conmigo.
—No es eso, es que...mis padres quieren dejarme en el convento un tiempo y no quiero. — le soy honesta.
—Que horror. ¿Quieren que seas monja o cómo?
—No lo sé y no sé qué hacer para impedirlo. — parece estar pensando en algo.
—¿Y si tienes sexo? He escuchado que para ser monja tienes que ser virgen, quizás si saben que has hecho cosas piensen diferente.
—Es imposible, no puedo hacer algo así. Mi padre me mataría.
—No lo hará, solo te mete miedo para cuidarte pero realmente te quitan tiempo de disfrutar tu sexualidad.
—¿Por qué hablas como si ya lo hubieras hecho? — su sonrisa me responde. — ¿En serio? ¿Y tus padres ya lo saben?
—No tienen que saberlo, a menos que algo te salga mal o que realmente lo necesites. — suena tentador pero tengo mucho miedo. — Piénsalo, será de la única manera en la que ya no podrían obligarte a estar en ese convento.
—Pero no me volverán a tratar igual, quizás hasta me saquen de la casa.
—¿Qué? Tienes 15 años, no pueden hacerlo. Hay una ley que protege a los menores. — lo estoy considerando y no sé si sea un error. — Solo asegúrate de hacerlo con alguien que valga la pena, al menos.
—¡Martha! — me llama mi madre. — Ya vinieron por ti. — apenas recuerdo que tengo que acompañar a aquella señora a las charlas que dará.
La madre de mi amiga también está en la puerta para llevársela y le agradezco mucho que haya venido aunque las cosas que me dijo sigan dándome vueltas en la cabeza de mala manera.
—¿Lista para irnos? — la señora me pregunta, parece estar más emocionada que yo.
—Sí. — les doy una última mirada a mis padres y me marcho.
Esa noche, en la charla, pude conocer a más personas. La mayoría hombres y chicos jóvenes que se enfrentaban a muchos vicios. Pensé que me divertiría pero también fue algo aburrido, por lo que a mitad de la charla caminé un poco por el lugar en busca del baño y al salir, tropecé con uno de ellos. El que tampoco parecía estar disfrutando mucho.
—Te aburriste ¿verdad? — empiezo la conversación.
—Un poco sí. ¿Tú también? — tiene una bonita sonrisa.
—Mucho. Pensé que me divertiría un poco.
—¿Desde cuándo escuchar una charla podría divertirte? — reímos.
—Tienes razón. Es solo que...no tenía muchos planes para hoy. Es mi cumpleaños.
—Ah, ya entiendo. Muchas felicidades. ¿Cuántas vueltas al sol son? — lo pienso por unos segundos. Si le digo que apenas tengo 15 años quizás salga corriendo y la verdad es que...me agrada.
—18. — miento.
—¿18? ¡Vaya! Pensé que tenías menos.
—¿Por qué? — estoy muy nerviosa.
—Por la ropa que usas, la diadema en tu cabeza y la aparente inocencia de tus ojos. — tiene una intensa mirada.
—Ni la ropa ni el diadema definen eso. No tengo nada de inocente. — intento actuar con más madurez.
—¿Ah no? — se acerca. — ¿Y qué puedes hacer para demostrarlo? — una ola de calor recorre toda mi piel.
—Lo que quieras. — realmente no tengo idea pero quiero dejarme llevar.
Esboza una media sonrisa.
—Ven, conozco un lugar. — me toma de la mano y me lleva a otra parte dentro del mismo lugar. Miro hacia atrás para asegurarme de que nadie nos está viendo y afortunadamente, así es.
Abre la puerta de un lavadero y la cierra cuando entramos.
—¿Qué hacemos aquí?
—Un lugar más privado. Tranquila, nadie entra aquí. Solo las de servicio que no vendrán hasta mañana. — me fio pero aún sigo muy nerviosa. — Eres preciosa. — es la primera vez que un hombre me lo dice.
Sonrío.
—¿Y...qué quieres que haga? — sin apartar la mirada de mis ojos, desabrocha su pantalón y cuando logro ver su miembro, desvío la mirada.
—Quítate las bragas. — me ordena y lentamente lo hago. Toma una de mis manos y la coloca alrededor de su pene. Se siente muy raro. Empieza a mover mi mano de arriba hacia abajo hasta que sigo haciéndolo sin su ayuda.
No sé lo que hago pero parece disfrutarlo.
Baja un tirante de mi vestido, dejando mis bubis al descubierto y antes de que pueda desistir, ya las está besando. Siento que debería alejarlo, que está mal pero simplemente me empieza a gustar y lo empiezo a disfrutar. Sigue acariciándome todo el cuerpo hasta que baja su mano a mi vagina. Lo primeros segundos se siente extraño pero luego quiero más y más. Estoy perdiendo el control.
Mete sus dedos dentro de mí y hace que gima de dolor.
—Me dijiste que no eras inocente. — mira la sangre en sus dedos.
—No importa lo que te haya dicho, ahora solo no quiero que pares. — lo beso, de una forma muy desesperada. Finalmente le daré vida a aquellos pensamientos impuros que me hacía con todos los hombres que me atraían y quizás jamás tenga otra oportunidad. Cuando salga de aquí, volveré a ser la niña de papá y mamá.
Luego de un rato acariciándonos por todas partes, me sube encima de la lavadora y abro las piernas para que entre en mí, para que se adueñe de mí y así lo hace solo por algunos cortos minutos, ya que tengo que volver antes de que la señora empiece a notar mi ausencia. Esto es mucho mejor que imaginarlo, hace que todas mis inseguridades se vayan y me libera de todo lo que mis padres me obligan a ser.
...
Así es, mi primer encuentro sexual no fue con el maestro, fue en el lavadero con un drogadicto en un centro de rehabilitación. Después de esa noche volví a casa sintiéndome diferente, sintiéndome libre. Era más feliz y obedecía más a mis padres con tal de que nunca desconfiaran. Como no pude ver a aquel drogadicto otra vez, empecé a hablar con más chicos. Todos de la misma edad o solo dos años mayor que yo pero a la hora del sexo, no superaban mis expectativas. No me llenaban, no me satisfacían lo suficiente. En un momento pensé que la culpable era yo, no ellos, por tener demasiada sed sexual. Hasta que al cumplir los 16, empecé a enfocarme en otro tipo de hombres. En los treintañeros, específicamente.
Les daba señales pero no era tan obvia para no meterme en problemas y con la mayoría fallé. Nadie ponía los ojos en mí porque me veían como eso: una niña. Así que empecé a comprar ropa diferente y a maquillarme más, lo que dio resultado. Al primero que cautivé, fue al falso sacerdote de la iglesia. Pensé que sería el que me delataría con mis padres pero no fue así, se dejó llevar por mis provocaciones y así estuvimos durante todo un mes, hasta que la conciencia empezó a revolverle la mente.
El siguiente fue el padre de mi ex mejor amiga. Una de esas noches en las que iba a su casa con la excusa de hacer tarea mientras su esposa trabajaba, su hija nos descubrió. Fue un caos. Aunque nunca le dijo nada a mis padres sobre lo que pasaba, nunca volvió a hablarme y supongo que a su padre tampoco, al menos por una época. Su amistad tampoco me importaba mucho así que nunca la eché de menos.
Seguía viéndome con hombres casados, cobrando por sexo hasta que ya tenía toda una lista secreta de admiradores. Con un poco de investigación, empecé a protegerme con pastillas anticonceptivas y en un descuido, mi madre las vio. El alma se me congeló cuando llegué del colegio y la encontré con ellas en manos preguntándome: ¿qué es esto? Pero cuando pensé que me castigaría, decidió sentarse a hablar conmigo civilizadamente. Cosa que me sorprendió.
Solo estaba enojada porque no tuve la confianza de contarle pero cuando preguntó quién era el chico del que estaba enamorada, no supe qué decirle. Lo único que tenía claro es que por ninguna razón debía decirle que realmente me estaba prostituyendo con hombres que podrían ser mis padres. Seguía dándome consejos y diciéndome que todo estaba bien, que era algo normal y que ella también había pasado por eso, pero si realmente supiese la verdad no pensaría igual, así que guardé silencio.
Tuve que conseguir que el chico más nerd de la escuela fuera mi novio para usarlo de tapadera y solo porque era hijo de padres ricos y muy respetados, mi padre lo aceptó. Solo por conveniencia. Ahí supe que le importaba más lo que representábamos ante la sociedad que lo que yo quisiera, así que seguí haciendo lo que me diera la gana mientras pudiera.
Fue entonces cuando llegó el nuevo maestro a la escuela, tres años después. Ya tenía 19. Seguía de novia con el mismo chico nerd con el que estaban planeando casarme cuando nos graduáramos y estaba dispuesta a aceptar ese destino. Era demasiado bueno conmigo, sabía que nada me faltaría a su lado pero aún así, yo necesitaba más. Él no me daba la adrenalina que necesitaba, así que un día después de clases me quedé con el profesor, lo seduje e hice que me siguiera el juego.
Si algo aprendí en el camino es que no importa qué tan atada tengan la corbata, donde les des de comer, comerán y no porque le importes, sino porque esa es su naturaleza y ya sabía cómo tenerlos a todos comiendo de mi mano desde los 16 años.
...
Cruzo la puerta del aula en la que está con el examen aprobado en mis manos.
—Buenas tardes, profesor. — sonrío mientras cierro la puerta con seguro.
—Martha. — parece sorprendido de verme. — ¿Cómo estás? — se levanta y se acerca.
—Muy bien. Y después de ver este 98 en mi examen final sin haber estudiado nada, mucho mejor. — le muestro el examen y lo coloco sobre su escritorio. — Estos tres meses de vacaciones fueron una eternidad.
—¿Me echaste de menos?
—Cómo no podría. — me muerdo el labio inferior.
—¿Y qué haces aquí? Las clases terminaron y tengo que corregir muchas tareas.
—Vine a pagarle por aprobar mi examen. — le digo al oído, le muerdo la oreja y lo empujo contra la silla.
Me siento sobre él y comienzo a besarlo.
—No podemos hacerlo aquí. Están remodelando el edificio, podría entrar alguien en cualquier momento. — intenta detenerme.
—La puerta está cerrada y no hay nadie más aquí. — me quito la camisa y coloco sus manos sobre mis pezones. Sigo besándole el cuello hasta que el amiguito se levanta. Me toma de la cintura, me sienta sobre el escritorio y me baja las bragas para entrar en mí. Sostiene una de mis piernas en su hombro mientras gimo de placer tras sus rudas embestidas. Nunca tiene piedad conmigo, por eso me encanta.
Vuelvo a empujarlo contra la silla y me siento sobre él, meneándome cómo lo sé hacer y como a él le gusta mientras sigue tocándome, besándome y haciéndome suya como las otras tantas veces.
...
Lo que no sabíamos era que dentro de la remodelación, estaban las nuevas cámaras de seguridad y todo nuestro encuentro sexual, quedó grabado. Dos días de tranquilidad después, llegó la tormenta. Aquella que cambió completamente el rumbo de mi vida. Todo el consejo escolar llamó a mis padres y le dijeron la verdad. Lo que tanto temía desde hace cuatro años. Lo suspendieron y lo llevaron a prisión, mientras que yo delante de todos, quedé como la víctima. Como la niña de la que el profesor abusó a cambio de subirle la calificación pero mi padre no lo vio así.
Cuando llegamos a casa me golpeó, me encerró en esa habitación por muchos días, sin comida, sin ver la luz del sol, sin nada y mi madre no pudo hacer nada para detenerlo más que darme un vaso de leche con galletas cuando él no estaba. Y luego estaba esa maldita película. La que se repetía una y otra vez durante el resto de los días en los que estuve encerrada. Busqué la manera de escapar pero no pude y el castigo era cada vez peor. Aún llevo en mi espalda las marcas de todos sus golpes.
Cuando no podía resistirlo más, entré en transe. Ya no sentía, ya no me movía, ya no hacía nada y fue entonces cuando empecé a ponerle más atención a aquella televisión. Me sabía todos los diálogos y a veces jugaba en mi mente que estaba dentro de la historia para poder escapar de mi realidad y no sentir nada.
Por raro que parezca, funcionaba.
Pero llegué a un punto en el que perdía el control. Cerraba los ojos y cuando despertaba, habían pasado más días y no recordaba nada. La última vez, fue cuando me culpaban de haberle cortado la cara a mi propio padre pero no recordaba haberlo hecho y por eso siempre lo negué. Me sacaron de la habitación y un sacerdote trató de redimirme con unas bonitas palabras que mis padres creyeron que había funcionado. Pero cuando cerraba los ojos por algunas noches, despertaba de pie sosteniendo un cuchillo sobre el pecho de mis padres. ¿Qué me estaba pasando? Era lo que incluso yo me preguntaba mientras ellos creían que estaba poseída.
Me ataron de la cama e intentaron hacerme un exorcismo pero no se trataba de eso y por más que les gritara que me estaban haciendo más daño, no me escuchaban. Me dejaron así por 12 horas y solo podía escuchar las constantes peleas de mis padres por decidir qué hacer conmigo. Supongo que eso los separó.
Horas más tarde mi madre entró, me desató, me puso ropa limpia y me llevó en su coche hasta el centro psiquiátrico de Walter. Esa fue la primera vez que lo conocí. Le explicó mi situación y empezaron a hacerme estudios pero ni siquiera podía decir una sola palabra. Me odiaba, odiaba todo lo que había hecho y en lo que me había convertido pero ya no había vuelta atrás.
Me dejaron en ese lugar por meses hasta que entre varios especialistas llegaron a la conclusión de que padecía de trastorno disociativo (trastorno de personalidad múltiple) y todo se originó en esa habitación. Por esa película. Me costó entender que compartía mi cuerpo con dos personalidades más pero poco a poco, las empecé a conocer. Entre terapias y medicamentos, el doctor Walter las mantuvo controladas y poco a poco fui mejorando.
Me sentía tan agradecida y de la única manera en la que podía saldar mi cuenta, fue teniendo sexo con él. Como todos, se resistió los primeros segundos pero después cayó y así lo convencí de dejarme libre mucho antes de lo que debería.
En mi última noche fui al baño y me miré al espejo, esperando poder hablar con ellas una última vez.
...
—Si están ahí, quiero pedirles un favor. Sé que será imposible sacarlas de mi cabeza pero...necesito seguir con mi vida y no pueden arruinarla porque... — saco un bisturí de mis bolsillos. — Si hacen algo que no me guste, pasaré este bisturí por mis venas y ustedes desaparecerán junto conmigo. — no sé si esto sirva pero algo en mi interior me dice que están ahí, en silencio y escuchando.
Salgo del baño y me reúno con Walter en el último corredor.
—¿Estás lista? — me pregunta.
—Nací lista. Necesito largarme de aquí.
—Si sales por la puerta principal sospecharán, así que sal por el túnel que hay detrás de las ramas.
—¿Túnel?
—Saldrás en un puente, seguirás en línea recta y cruzarás el bosque. No te preocupes, no te perderás. Del otro lado hay una calle, te mezclarás entre la gente, tomarás un taxi y comunícate con esta mujer. — me da una tarjeta con lo que supongo que son sus datos. — Se llama Judith, es dueña de un bar.
—¿La conoces?
—Ella a mí no pero he ido allí muchas veces. Suficiente para saber que te ayudará. — eso espero. — Toma. Aquí hay suficiente dinero para que puedas sobrevivir las primeras semanas. Del resto, te encargas tú. — me da una mochila con dinero.
—Estaré eternamente agradecida contigo, Walter. Espero que nos volvamos a ver alguna día.
—Yo también lo espero. — acaricia mi mejilla. — Porque me enamoré de ti. — para su mala suerte, yo no siento nada por él. Solo quiero salir de aquí.
—Hasta pronto, Walter. — me alejo.
—Hasta pronto, Martha Cross.
...
Corrí y corrí, pasé el túnel, llegué al puente, atravesé el bosque y tomé un taxi hasta llegar a un hotel. Después de tanto, fue la primera noche que descansé. Al día siguiente vi en las noticias que habían suspendido a Walter y estaban buscándome (algo había salido mal después de todo), así que el miedo me hizo correr hasta el bar de Judith donde vi muchas soluciones a mis problemas. Trabajé como prostituta durante muchos años hasta convertirme en la sensación del bar. Judith y yo fuimos muy buenas amigas y luego conocí a Dexter. Era un político muy importante así que lo cautivé por interés, solo que después se convirtió en algo más. Me enamoré de él.
Dejé de acostarme con más personas pensando que teníamos esperanza y...quedé embarazada. De Junior. Ilusionada le di la noticia pero su solución fue que abortara porque debía entender que tenía su esposa e hijos y no podía tener este tipo de escándalos siendo parte de la presidencia. Con el corazón destrozado le dejé claro que no lo haría. Tendría a mi bebé sola de ser necesario pero me vengaría de él después. Así que cuando Junior nació, empecé a extorsionarlo para que me pasara una fuerte suma de dinero y solo así, no le destruiría su matrimonio, su vida y su carrera. Cosa que hizo siempre.
Con algo de ayuda di con la dirección de la nueva casa donde mi madre vivía. Entre llantos y dolorosos recuerdos la puse al día con mi vida, le mostré a su nieto, le di mucho dinero para que nada le faltara y le aseguré protegerla hasta que la vida me lo permitiera. Solo que las cosas, se salieron de control. Y todo gracias a dos hombres: Bilson y Richard Johnson. Los que hicieron que mis personalidades, volvieran a despertar.
Desde el inicio supe a quién prefería (a Richard) y disfruté hermosos y ardientes momentos con él. Pero estaba viviendo dos vidas diferentes y cuando me di cuenta, parecía ser muy tarde. Venere tenía todo listo para ser feliz al lado de Bilson y como no podía dejar que ganara, le pedí a Richard que me encerrara en su mansión y contactara a Walter para que volviera a controlarlas. Solo que en vez de ser yo, quien aparentemente hizo acuerdos con él fue Perséfone, no nosotras. Así que en mis recuerdos no está esa conversación.
Junior se quedó con mi madre todo ese tiempo y me dejaba más tranquila. Mientras que Richard trataba de entenderme y asegurarse de que todo estuviese bien. Por eso lo amaba. Dexter fue mi primer amor no correspondido. Richard fue el amor de mi vida, pero no tuvimos suerte. Meses después de enterarme que estaba embarazada de gemelas, volví a perder la noción del tiempo y cuando regresé en sí, acababa de asesinar a mi propia madre de una apuñalada en el estómago.
Mi embarazo ya no estaba, no sabía lo que había pasado pero el dolor de haber asesinado a mi propia madre nunca cesó. Corrí lo más lejos que pude y me quedé por más de una hora en el banco de una calle asimilando lo que había pasado. Lo que Perséfone, seguramente había hecho. ¿Junior? ¿Dónde estaba Junior? Me preguntaba y la llamada entrante de un número desconocido me respondió.
...
—¿Bueno? — respondo y empiezo a caminar por las calles sin saber a dónde ir.
—Mamá, ¿dónde estás? Melanie no para de llorar y ya no sé qué hacer. — ¿Melanie? ¿Quién es este niño y por qué me ha llamado mamá? — ¿Mamá?
—¿Quién...quién eres? — estoy temblando.
—Soy Junior, tu hijo. Estamos solos en casa y Melanie no para de llorar. — puedo escuchar sus llantos de fondo.
—¡Junior! — cubro mi boca mientras las lágrimas descienden por mis mejillas. — ¡Oh, por Dios! ¿Cuántos tienes? — es lo primero de tantas cosas que se me ocurre preguntar.
—Tengo 9 años mamá y Melanie tiene 7. — mi pecho se comprime y me cuesta respirar. — Has estado fuera todo el día y no hemos comido nada. Melanie tiene mucha fiebre.
—Tranquilos mis niños, ya voy encamino. ¿Te sabes la dirección amor? — detengo un taxi y me subo en él.
—Sí. — me la dice y es la que le digo al conductor.
Es la primera vez que veo esta casa. No recuerdo haberla comprado pero ya tiene una explicación. Tengo que deshacerme de ellas a como dé lugar, no puedo dejar que sigan adueñándose de mi vida. Cruzo la puerta y ahí están, mis hijos. Después de tantos años, es la primera vez que los veo.
—¡Ay por Dios! ¡Lo siento mucho! ¡Lo siento mucho! — me arrodillo en el suelo mientras me siento tan mala madre.
—Tranquila mami, ya estás aquí. — Junior se acerca y me abraza. — Pero Melanie está muy mal. Tiene mucha fiebre. — después de apreciar lo mucho que ha crecido, corro hasta Melanie, la que supongo que es la hija que tuve con Richard. Pero ¿no eran gemelas? ¿Dónde está la otra? Ahora necesito llevarla al hospital.
Se supone que toda madre debe proteger a sus hijos pero ¿cómo lo hago si se trata de protegerlos de mí?
...
A partir de ese momento, me volví más fuerte. Localicé a Richard y aunque me explicó lo que pasó la última vez, preferí mantenerlo así. No dejaría que mis hijos estuvieran ligados al mundo criminal en el que estaba envuelto, mucho menos Melanie pero aun así, sabía que Perséfone lo había hecho por algo y que Venere seguiría haciendo de las suyas con Bilson. Sabía que tenía gemelas, pero no sabía dónde estaba hasta ahora. Y esto no fue solo culpa de ellas, fue porque preferí guardar el secreto y no complicar más nuestras desastrosas vidas.
Después de todo, sigo luchando contra mí misma para no lastimar a nadie más y me temo que solo podré detenerlo de una manera: con mi muerte. Pero antes, tengo muchas cosas que terminar.
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