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◌ Capítulo 35 (guiño guiño)

Nota de autor: para quienes no les gusta, pueden saltear este capitulo de puro gogogo. No es necesario que lo lean asi que no se presionen porque no cambia en nada a la trama! Por otra parte, para quien si vayan a leer, disfruten puercos, les debía ya uno de estos capítulos

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Al parecer, hoy es día de relajarse.

Era lo que claramente pensaba Seiren. No había tenido trabajo, pasó una tarde-noche con su mejor amiga y ahora estaba sentada encima de su pareja, quien amasaba con desesperación sus glúteos mientras seguían besándose como si hace más de un siglo no lo hacía.

Al separarse un poco para tener algo de oxígeno, el albino le dio un rápido vistazo a su pareja. Y no pudo evitar sonreír arrogantemente al ver como ella llevaba puesto un vestido verde oscuro ajustado, de falda larga y tirantes, un vestido que él le había regalado por el hermosa y sexy que se veía usando.

— Este vestido te hace un trasero increíble, bebé –le susurró dándole un beso en el hombro descubierto– ¿Ves que si tengo buen ojo? No por nada tengo seis de más.

Seiren se sonrojó ligeramente al escucharlo, sintiendo como le dio un apretón aún más fuerte en su glúteo derecho. Y, como siempre hace para salir de la vergüenza, ella quiso reprocharle o pellizarlo; nunca se acostumbra a esos comentarios de él a pesar de llevar más de diez años como novios. Sin embargo, en cuanto estuvo a punto de abrir la boca, esta fue invadida rápidamente por la de él.

Si, no había tiempo de palabras, no cuando estaban en un lugar público.

Seiren dirigió sus manos hacia la camisa de él, desabrochando uno por uno cada botón sin dejar de entrelazar sus lenguas, para luego obligarlo a que se la quite y dejándolo simplemente en su jean. Y mientras tanto, Gojo llevó sus dedos al cierre del vestido que se encontraba en la espalda y, con una lentitud que solo los calentaba más, comenzó a bajarlo.

Una vez el cierre ya no bajó más, el albino fue a por los finos tirantes del vestido, bajándolos hasta que sus pechos quedaron al descubierto. Inmediatamente finalizó el beso con ella, dejando un hilo de saliva que se rompió en cuanto él llevó su boca a uno de sus senos, envolviendo su pezón con la lengua.

Seiren suspiró entrecortadamente y levantó la cadera para que Satoru le levantara la falda, la cual quedó a la altura de su cintura, dejando ver su ropa interior de color negra. La peligris, con la respiración agitada tras el intenso beso y las lamidas en sus senos, tomó la cabeza del ojiceleste y le quitó las gafas de sol, lanzandolas a quien sabe que parte del auto, y volvió a besarlo más cómoda.

Sus lenguas se juntaban mientras que sus respiraciones se mezclaban. Él en ningún momento separó sus manos de ella, sino que parecía soldarse a su piel, sosteniendo su trasero para acompañarla con los movimientos circulares sobre su miembro, el cual hace rato ya estaba erecto, pero le encantaba el juego previo. Provocarla, encenderla, saborearla, era lo que más amaba del sexo.

Pero claro, Seiren no era alguien de extrema paciencia cuando se trata de acostarse con su pareja. Ella, soltando un jadeo suave cuando recibió una mordida en su labio inferior, dirigió su mirada a la palanca del costado del asiento, la tomó y la movió con prisa, provocando que el respaldo donde estaba apoyado Satoru se hiciera para atrás como si fuera una cama.

— Carajo... –susurró el albino viéndola con ojos brillantes.

Seiren estaba jadeando suavemente y su cabello gris estaba algo despeinado, tenía al descubierto ambos pechos con los tirantes a los costados de sus hombros, la falda del vestido la tenía subida por encima de la cadera mostrando su ropa interior, y aquellas largas piernas que solo tenían sus zapatos de tacón se veían geniales.

Y ella también se deleitaba. Satoru estaba acostado en el asiento, su cabello blanco despeinado, tenía un sonrojo en sus mejillas, sonreía agitadamente y aquella fea camisa había desaparecido para dejar su tonificado torso, dejando a la vista sus pectorales y abdominales perfectamente marcados.

Seiren suspiró y apoyó una de sus manos en el pecho de él para inclinarse un poco, evitando golpearse con el techo del auto. Llevó su mano libre al cinturón del pantalón de Satoru, ahi lo desabrochó con agilidad y con prisa bajó un poco el boxer, dejando libre a su miembro erecto.

Lo tomó suave pero firme entre sus dedos y con velocidad moderada comenzó a bombearlo de arriba a abajo. Gojo suspiró entrecortadamente y apretó sus manos contra los muslos de ella, viendo como la punta de su miembro ya comenzaba a gotear líquido preseminal.

La peligris lo soltó por un momento y se apoyó nuevamente en el pecho del joven, levantó un poco la cadera e hizo a un lado su ropa interior. Con algo de perversión, pasó la punta por sus pliegues, moviendo su pene desnudo para adelante y atrás para mojarlo con sus propios fluidos.

— Oh... bebé, vamos –pidió Satoru en un jadeo entrecortado.

— ¿O sino qué? –lo provocó con una sonrisa sin dejar de moverlo.

— Yo...

Sus palabras fueron interrumpidas cuando su miembro fue introducido lentamente en ella. Seiren gimió con suavidad cuando sus paredes lo abrazaron por completo, donde su punta tocó el fondo de su cavidad, llenándola como siempre lo hace.

Y mierda que se sentía genial hacerlo sin protección, sentir aquel trozo de carne invadiendo su interior al desnudo era placentero y cálido, más porque nunca dejaba un solo lugar vacío. Sus juicios estaban nublados por el placer que les daba tener sexo como conejos, así que el condón había pasado a un segundo plano; solo deseaban follar como unos irresponsables, porque incluso los hechiceros más fuertes tienen esos descuidos. Luego lo resolverían.

Y así, no pasó mucho cuando ella apoyó ambas manos en el pecho de Satoru, comenzando a mover su cadera en círculos de adelante hacia atrás para asi estimular bien a los dos. Luego de unos segundos así, ella empezó a dar pequeños saltos sobre él, levantando su trasero con facilidad hasta que la punta sobresalía y luego meterla otra vez hasta que golpeara su fondo.

Pronto, las ventanas del auto se empeñaron, y los gemidos de ellas se entremezclaron con los jadeos y gruñidos de él, quien veía como los pechos de Seiren rebotaban literalmente en su cara a cada salto que realizaba; luego llevó su vista a la unión de ellos dos, dónde podía ver cómo la entrada de ella se abría a cada embestida mientras dejaba bien lubricado su miembro con ambos fluidos.

Satoru, que había tenido las manos aferradas a la cadera de ella, pero llevó una al trasero de ella mientras que la otra a su nuca para atraerla y así acallar esos exquisitos gemidos con un beso, a la vez que le daba pequeños apretones o nalgadas a sus glúteos.

Seiren se terminó por inclinar hasta que sus senos se aplastaron con el pecho de él, y sin dejar de brincar sobre su miembro, se besaron. Sus lenguas se juntaron y los gemidos se silenciaban en la boca del otro; ahora solo se escuchaba el sucio choque entre pieles con el leve chirrido que provocaba el movimiento del auto.

— Bebé, pon tus manos detrás de la espalda –ordenó Satoru contra sus labios, sonriéndole con aquella superioridad que la desarmaba siempre.

Seiren solo asintió con obediencia. Vamos ¿quien en su sano juicio se negaría a una orden de Gojo teniéndolo dentro de tí y besándote como un desquiciado? Nadie, y ella no sería la excepción.

Se apoyó completamente en el pecho de él y llevó ambos brazos a su espalda como si estuviera esposada, quedando con el cabeza apoyada en el hombro de Satoru. Entonces, ya suponiendolo, el albino la abrazó como si fuera una camisa de fuerza.

— Muérdeme si lo hago muy fuerte ¿si, bebé?

— ¿Qué...?

Sus palabras fueron interrumpidas cuando Gojo levantó con fuerza su cadera, embistiendola y ahora tomando el rol de dominante, un rol que siempre será suyo al igual que ella. Seiren soltó un jadeó ahogado ante el movimiento y pudo sentir como la punta de su miembro la golpeaba exquisitamente en el fondo.

Pronto Gojo ajustó agarre en ella, asegurándose que no se moviera ni se escapara mientras subía y bajaba su cadera con una velocidad moderada para penetrarla desde abajo, provocando que sus bolas golpearan contra su trasero. Él sonreía antes el sonido que provocaba el choque entre pieles y sus melodiosos gemidos en el oído.

— S-satoru... yo creo que... –murmuró ella contra su cuello.

Él sabía a que se referiría, podía sentir como las paredes de su interior comenzaba a palpitar alrededor de su miembro, señal que pronto ella alcanzaría el orgasmo.

— Yo también, bebé –sonrió sin dejar de embestirla para luego darle un beso en la cabeza– ¿Puedes sentirlo?

Seiren a duras penas podía asentir, su mente estaba en un completo caos y ya ni siquiera podía pensar, solo gemir o jadear mientras respiraba agitadamente. Él no dejaba de moverse, provocando que su punta golpeara su fondo sin piedad y ella no tenía control alguno sobre la situación.

Satoru la sostenía con los brazos cruzados sobre su espalda, envolviéndola como si sus extremidades fueran una camisa de fuerza, un grillete que él no tenía intención de soltar. Su agarre no era violento, pero sí posesivo, como si temiera que, en cualquier momento, ella pudiera desaparecer de su alcance.

La posición era tan íntima como sofocante, y el albino, con su rostro enterrado en el hueco de su cuello mientras respiraba pesadamente, parecía incapaz de separarse de ella. La idea de soltarla siquiera un poco le resultaba impensable. Ella era suya, y esa certeza se había convertido en el eje de su mundo, en la chispa de una obsesión que no dejaba de crecer.

Cada vez que golpeaba dentro de ella, cada respiración agitada, cada pequeño gemido que escapaba de sus labios, lo hacía aferrarse más a ella. La tenía atrapada, completamente sometida a su voluntad, y en ese momento no existía absolutamente nada más en su universo. Sentirla así, rendida, incapaz de resistirse, lo llenaba de una satisfacción oscura que encendía algo primitivo en su interior.

Bastaron tres embestidas para que Seiren le mordiera el hombro y encorvara los dedos del pie, apretando su miembro con fuerza gracias al orgasmo que la azotó. Y el albino le siguió un segundo después, penetrándola una última vez y soltando aquel espeso líquido blanco dentro de su interior.

— ¡S-satoru, tú...! –quiso protestar cuando sintió su interior lleno de su semen.

Cada vez que lo hacían sin protección, él terminaba afuera para evitar riesgos, al menos bajar las probabilidades de cualquier embarazo y ella luego tomaba alguna pastilla. Pero ahora él había soltado todo dentro suyo, ajustando su agarre en sus brazos para impedir que se aleje.

Pero sus reclamos fueron acallados cuando él la tomó por la nuca y, sin soltarla o sacar su miembro, conectó sus labios, profundizando el beso e introduciendo su lengua.

Si, para Satoru ya no había espacio para dudas, ni para segundas oportunidades. La decisión ya estaba tomada, no por un impulso, sino porque él lo había planeado en algún rincón de su mente desde hacía años.

Desde el momento en que Seiren aceptó ser suya, él había imaginado este instante. Pero ahora, teniéndola atrapada en sus brazos como un prisionero que no tenía intención de liberar, esa fantasía estaba a punto de hacerse realidad.

El peso de ella sobre su cuerpo y como su semilla llenaba su interior sin piedad era el recordatorio de que Seiren no tenía escapatoria. Y entonces, ella comprendió. Ya no había necesidad de palabras de su parte; el silencio y como le devolvía el beso con fervor hablaba por ella.

Ya estaba perdida entre el control absoluto de Satoru y el torbellino de sensaciones que él sabía exactamente cómo desatar. Él lo sabía, y por eso su sonrisa, mientras la besaba, era tan cruel como satisfecha.

Ella lo sentía todo, lo sabía todo, pero no hacía nada para detenerlo. Y eso solo alimentaba la locura del albino. Su gran mano libre se dirigió hacia el trasero de ella, bajándolo para apegarla aún más a su miembro y que su semen se quede más tiempo dentro suyo.

Su mente estaba ocupada de una sola idea: llenar cada parte de ella, marcarla desde el interior, grabar su presencia de la manera más permanente posible. Seiren lo tendría. Su hijo, su sangre.

En su vientre crecería la prueba de que ella le pertenecía, un lazo irrompible que no solo uniría sus vidas más de lo que ya están, sino que sería el símbolo de su control absoluto sobre ella. No se contuvo, ya lo hizo y se aseguró de que no hubiera posibilidad de evitarlo, de que ninguna barrera se interpusiera.

El cuerpo de Seiren temblaba bajo su control, y Satoru, con los brazos aún fuertemente alrededor de ella, sonrió contra sus labios. Sabía que ella lo aceptaba, que no había resistencia en su rendición, y eso lo llenaba de un orgullo oscuro, de un amor tan retorcido como obsesivo. Su hijo nacería dentro de ese vientre perfecto, ese vientre que besó tantas veces y que acarició soñando con que creciera algún día.

Decidiendo que ya debería aflojar su agarre, él tomó la palanca del asiento y lo enderezó, haciendo que ahora ambos están sentados rectamente.

— Despacio, imbécil –se quejó Seiren, estremeciéndose al sentir como se escurría su semen de su interior.

— Lo siento ¿fui muy brusco? –preguntó inocentemente dándole un beso en el hombro.

La peligris frunció el ceño, no podía creer que pregunte eso cuando siempre es duro en la cama, pero decidió ignorarlo solo porque cada vez que tienen sexo la pasa genial. Se arregló los tirantes del vestido, cubriendo nuevamente sus senos, y Satoru le subió el cierre con suavidad.

Y estuvo a punto de salir de encima de él para sentarse en su propio asiento y asi ir como corresponde, pero el albino la tomó de la cadera para detenerla.

— Quédate sentadita hasta que lleguemos a casa –le pido sonriéndole con cariño, aunque sonó más a una orden.

Seiren frunció el ceño con algo de molestia.— No, sabes que los fines de semana hay más controles policiales, y si nos ven, no quiero dar explicaciones.

— ¿Qué tiene de malo decir que cogi...?

— Exactamente eso –lo interrumpió tomándolo por las mejillas.

Gojo hizo un puchero y habló con su pico de patito.— Vamos, bebé. Dejaré subido los vidrios y prenderé el aire acondicionado, también sabes que puedo detectar las presencias, si hay algún control, lo evadiré.

Seiren suspiró rendida, claro que no iba a ganarle ni una sola pelea. Siempre encontraba alguna manera de salirse con la suya y ella no podía hacer nada.

Apoyó su cabeza en el hombro de él y cerró los ojos con tranquilidad.— Vamos a casa, quiero cenar comida china.

Gojo sonrió victorioso y encendió el auto, cumpliendo con su palabra de prender el aire acondicionado y asi bajar la temperatura que había dentro luego de esa sesión acalorada.

— Bebé ¿qué quieres de postre? –preguntó mientras conducía, dándole un beso en la sien.

Seiren se acurró contra él sin abrir los ojos.— Brownie... con helado.

— Oki oki. Le diré a Ijichi que pida y lo envíe al departamento.

— No, lo haces tú, es tu responsabilidad. Y que yo me entere que me desobedeciste.

— ... De acuerdo.


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