◌ Capítulo 34
La habitación donde estaba era iluminada únicamente por la tenue luz de las velas, cuyas llamas parpadeaban con cada leve movimiento del aire. Las sombras que proyectaban sobre los papeles que cubrían cada centímetro de las paredes y el suelo daban la sensación de que esas inscripciones selladas cobraban vida, susurrando quien sabe qué.
Era un espacio diseñado para desorientar y aterrar, un lugar del que cualquiera querría salir corriendo en cuanto pusiera un pie. Pero para mí, era lunes por la mañana.
Dejé escapar un largo suspiro mientras masajeaba mi frente con dos dedos, tratando de aliviar la tensión que se acumulaba tras dos horas en este lugar. La humedad del ambiente y el hedor metálico de la sangre no ayudaban a mi humor, pero ya estaba acostumbrada. Había enfrentado maldiciones con cuerpos retorcidos, dientes que no deberían existir y manos que parecían brotar de las paredes. Esto, comparado con aquello, era casi aburrido.
Frente a mí, el motivo de mi irritación estaba desplomado en una silla de madera reforzada, las cuerdas que lo mantenían atado apretaban su carne hasta dejar marcas visibles. Un hombre de unos sesenta años, calvo, con una barba descuidada que parecía tan desordenada como su conciencia. La sangre goteaba de su frente, siguiendo el contorno de su nariz hasta caer en pequeñas manchas en el suelo, y sus brazos presentaban cortes superficiales que alguien mucho menos paciente que yo había dejado como advertencia.
Lo observé en silencio, notando cómo su pecho subía y bajaba lentamente. No estaba muerto, aunque había momentos en los que desearía que lo estuviera, solo para ahorrarme el tiempo. Sus ojos estaban cerrados, y su cabeza colgaba hacia un lado como si se hubiera rendido ante el peso de su situación.
Moví ligeramente un dedo, un gesto imperceptible para cualquiera que no estuviera atento, pero suficiente para convocar a una de mis mariposas. Ésta apareció de la nada, una figura celeste que revoloteó por el aire hacia su objetivo: los labios entreabiertos del hombre.
La mariposa se posó sobre su boca por un breve instante antes de introducirse lentamente, sus patas delicadas perdiéndose en la cavidad húmeda de su garganta. El resultado fue inmediato. El hombre se despertó sobresaltado, ahogándose y tosiendo con fuerza mientras intentaba expulsar al intruso. Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de terror mientras intentaba recuperar el aliento.
— Ah, menos mal que despertaste –dije fría y carente de compasión. Apoyé mi barbilla sobre mi mano mientras lo miraba con indiferencia– Me estaba aburriendo.
Él tosió nuevamente, desesperado, hasta que la mariposa emergió de su boca en un vuelo perezoso, regresando a mí y desapareciendo en el aire como si nunca hubiera existido. El hombre jadeaba, su cuerpo entero temblando, mientras trataba de procesar lo que acababa de suceder. Su mirada aterrorizada finalmente se posó en mí, y pude ver en sus ojos una mezcla de miedo y desesperanza.
— Tú... –murmuró entre respiraciones, su voz áspera y rota por el esfuerzo
Me recosté en mi silla, cruzando elegantemente las piernas mientras ladeaba la cabeza con una sonrisa que no llegaba a mis ojos.— Si, yo. Ahora volvamos a lo que estábamos haciendo antes.
Él tembló, y no porque la habitación estuviera fría. Su mirada se desvió hacia el suelo, como si temiera que encontrarme de frente fuese el equivalente a mirar la muerte misma. Su cuerpo se encogió ligeramente en la silla, recordando (como yo sabía que lo haría) las últimas dos horas.
Él había llegado a esta habitación con la arrogancia de un hombre que creía estar por encima de todo, protegido por la jerarquía, los sellos y las influencias del Clan Kamizuru. Ahora, esa fachada se desmoronaba como un castillo de arena ante la marea.
Desde el momento en que lo hicieron entrar encadenado, había estado recibiendo pequeñas torturas. No eran las más brutales, no buscaba matarlo rápido ni dejarlo inconsciente. No, mi intención había sido clara desde el inicio: desgastarlo, quebrar su resistencia poco a poco. Los cortes en sus brazos eran superficiales pero insoportables, y ver como yo ni siquiera me inmutaba ante sus llantos y quejidos solo amplificaba su dolor.
Él había resistido al principio, claro, con la tenacidad de quien tiene miedo de traicionar algo más grande que él mismo. Pero incluso los más leales tienen un límite. Ahora, después de haberse desmayado, despertaba nuevamente en esta pesadilla.
Su mirada se encontró con la mía, llena de miedo y desesperación, pero eso no significaba nada para mí. Ese miedo no me detenía, no era la primera vez que alguien me miraba de esa forma, y tampoco sería la última.
Supongo que pasar más de diez años en este mundo de porquería, te hace fuerte.
Me incliné ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en mis rodillas, dándole la sensación de que estaba más cerca de lo que realmente estaba.
— Mírate –dije en un tono bajo, pero firme– Hace unas horas, eras un hombre con poder, con respeto ¿y ahora? Ahora estás aquí, solo, ensangrentado, temblando frente a alguien como yo ¿y sabes por qué?
No respondió, solo bajó la cabeza, sus labios temblando mientras trataba de balbucear algo.
— Porque te traicionaron –continué sin esperar a que respondiera– Los mismos a quienes juraste lealtad, aquellos para quienes trabajaste en las sombras durante años. Esos hombres y mujeres que nunca levantarán un dedo para salvarte ¿dónde están ahora?
Sus ojos me miraron con una chispa de confusión, pero también con la amarga aceptación de que sabía que tenía razón.
— No es verdad... –murmuró, aunque su voz carecía de convicción.
— Oh ¿no lo es? –pregunté con tranquilidad– ¿Entonces por qué estoy aquí, con la orden de matarte? ¿Por qué crees que una hechicera de mi rango, con cosas mucho más importantes que hacer, fue enviada a lidiar contigo?
Volví a recostarme en la silla, dejando que mis palabras calaran.
— Porque ellos son cobardes, porque cuando el sistema se tambalea, siempre buscan a alguien para cargar con las culpas –dije, mi voz volviéndose casi susurrante, pero cada palabra estaba cargada de veneno– Alguien que puedan señalar con el dedo y descartar como un peón inútil. Y tú... tú fuiste lo suficientemente estúpido como para creer que no te tocaría a ti.
Sus hombros se hundieron aún más. Podía verlo procesando todo, encajando las piezas en su mente. Él no era estúpido, eso lo sabía. Nadie llegaba a un puesto como el suyo si no tenía cierta astucia. Pero la lealtad (o el miedo) lo había cegado durante demasiado tiempo.
El silencio que siguió fue incómodo. Él mantenía la mirada fija en el suelo, inmóvil como si quedarse quieto pudiera salvarlo de lo inevitable. Lo observé un momento, estudiando cada gesto, cada resquicio de humanidad que quedaba en él, y decidí que había que apretar un poco más.
— Es muy triste ver esto –me incliné hacia adelante, dejando que mi cabello se deslizara ligeramente sobre mi hombro, y lo miré como si de verdad sintiera algo por él– Un hombre que probablemente dedicó su vida a servir, a proteger algo más grande que él mismo. Y ahora... aquí estás. Solo, herido, abandonado –dejé que mis palabras cayeran con el peso necesario, como si fueran pequeñas dagas que se clavaban en su mente.
Él alzó la vista brevemente, como si quisiera responder, pero el miedo lo mantenía atrapado.
— Debe ser terrible, dar tanto de ti para terminar siendo descartado como una herramienta rota –continué ladeando ligeramente la cabeza y apoyando mi barbilla en una mano– Sería mucho más fácil si solo... hablaras. Eso lo simplificaría todo.
Mi tono era amable, incluso cálido, pero sabía que él lo percibiría por lo que era: una cuerda que colgaba sobre un abismo, ofreciéndole una falsa seguridad. Y funcionó. Porque la ira comenzó a brotar en sus ojos, ahogando su miedo por un instante.
— ¿De verdad crees que puedes engañarme con esa actuación? –escupió finalmente, su voz temblando al principio, pero ganando fuerza a medida que las palabras brotaban– No eres más que una perra, una cualquiera que calienta la cama del gran Gojo Satoru ¿Eso es lo que crees que te hace poderosa? ¿Ser su muñeca, su entretenimiento?
Mantuve mi expresión inmutable, sin un solo parpadeo que delatara que sus palabras me afectaban. Lo dejé continuar, porque sabía que lo necesitaba.
— ¡Eres una esclava, nada más! Alguien que obedece órdenes como un perro bien entrenado, sin cuestionar nada –gruñó viendome con odio– Te crees superior porque puedes jugar a ser dura, pero al final del día no eres diferente a mí. No eres más que un peón, una herramienta ¡Y ni siquiera una importante!
Su voz se alzó, resonando en la habitación, pero no me moví ni un centímetro. Me limité a mirarlo con la misma calma de antes, como si lo que decía no fuese más que el ruido de fondo de un espectáculo aburrido.
— ¿Ya terminaste? –pregunté cuando finalmente se quedó sin aliento, mi tono tan seco como la arena.
Su respuesta fue un gruñido bajo, lleno de frustración.
Me puse de pie con lentitud, dejando que el eco de mis tacones resonara en la habitación mientras me acercaba a él. Mi mano derecha comenzó a brillar con energía maldita, una mezcla de celeste y negro que se movía como un fuego vivo. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el destello y, en un acto reflejo, intentó alejarse, pero las sogas que lo mantenían atado no le permitieron más que un débil movimiento hacia atrás.
— Si no vas a colaborar, no tiene sentido seguir hablando –dije cortante, sin rastros de la calidez que había fingido antes.
Él jadeó, tironeando de las cadenas como un animal acorralado mientras yo levantaba la mano. Mi energía maldita crepitaba en el aire, haciéndolo temblar más con cada paso que daba hacia él.
— ¡Espera! ¡Espera, por favor! –gritó de repente, la desesperación palpable en cada palabra– ¡Te diré lo que quieras, lo que sea! ¡Pero no me mates!
Detuve mi movimiento, dejando que la energía en mi mano comenzara a desvanecerse lentamente. Lo observé por un momento, disfrutando de cómo la balanza de poder había cambiado por completo.
— Bien –dije finalmente, volviendo a mi silla y cruzando las piernas con la misma elegancia que antes– Entonces empecemos ¿Quiénes son los responsables del lavado de dinero? Quiero nombres.
Él tragó saliva, visiblemente tembloroso.— Hay... hay varios, pero los principales son Yamada Kiyoshi y Takeda Aome. Ellos manejan las finanzas y encubren las transacciones ilegales. También... Hay registros en los archivos sellados del edificio principal de la escuela, bajo las salas de reunión. Necesitarás las llaves de acceso de tres miembros para abrirlo.
— Continúa –lo insté, mi voz manteniéndose tranquila, pero con la suficiente firmeza para recordarle que no tenía opción.
— Las pruebas... están codificadas, necesitarás un especialista en sellos para descifrarlas –vaciló, su respiración acelerándose– También hay... un almacén en el distrito sur. Escondieron materiales relacionados con... con armas malditas no registradas...
Asentí lentamente, dejando que cada palabra se grabara en mi mente.— ¿Algo más? Esto aún no me parece suficiente para justificar tu vida.
Su rostro palideció aún más, y comenzó a balbucear detalles adicionales: contraseñas, ubicaciones secundarias, nombres de intermediarios. Cada pieza de información era un clavo más en el ataúd de quienes creían estar a salvo.
Cuando el hombre finalmente terminó de balbucear, su respiración era un eco irregular en la habitación silenciosa. Su rostro estaba desencajado, cubierto de un sudor frío que caía en gotas pesadas desde su sien.
Yo le dediqué una sonrisa dulce, cálida, casi maternal.— Gracias por tu cooperación.
Antes de que él pudiera reaccionar, mi mano volvió a brillar con esa energía maldita característica, y su mirada pasó del miedo a una súplica muda, pero yo no le di tiempo ni espacio para emitir palabra alguna.
Con un movimiento rápido y preciso, lancé mi mano horizontalmente, golpeando su cabeza con toda mi fuerza. El impacto fue seco, brutal. La energía maldita amplificó mi fuerza, y en un instante, la cabeza del hombre se separó limpiamente de su cuerpo.
La cabeza rodó un par de metros antes de detenerse contra la pared, mientras el cuerpo sin vida permanecía sentado, como si aún no entendiera que había llegado a su fin. No me inmuté. Ni un parpadeo, ni un poco de emoción atravesó mi rostro. Esto no era personal, ni siquiera una cuestión de justicia o crueldad. Era un trabajo, y debía cumplirlo.
Los altos mandos habían ordenado su ejecución, y como toda tarea de esta naturaleza, debía seguirse al pie de la letra. Sin embargo, ellos no sabían ni debían saber que había obtenido algo más valioso que el cumplimiento de su orden: información que podía usar en su contra. En el fondo, era un escenario donde todos ganaban, aunque algunos lo hicieran sin darse cuenta.
Suspiré limpiando cualquier rastro de energía maldita de mi mano con un simple gesto. Luego, enderecé mi postura y me dirigí hacia la puerta, dejando la escena detrás de mí como quien abandona un cuarto desordenado que ya no tiene intención de volver a visitar.
Al abrir la puerta, el olor a tabaco me recibió de inmediato. Shoko estaba recargada contra la pared opuesta, con su cabello desordenado cayendo sobre sus hombros y un cigarrillo encendido entre los dedos. Al verme salir, alzó la mirada perezosamente, como si hubiera estado esperando algo más emocionante.
— ¿Ya está? –preguntó llevándose el cigarro a los labios y soltando una bocanada de humo que se disolvió en el aire frío del pasillo.
— Hora de muerte: 22:47. Causa: ejecución por decapitación –dije simplemente, como si recitara una lista de compras– Motivo: traición a quien sabe qué.
Shoko soltó un suspiro, aplastando el cigarro contra la pared con un gesto rápido antes de tirar el resto al suelo.
— Qué fastidio -su voz era una mezcla de resignación y cansancio mientras se apartaba de la pared y pasaba junto a mí– Odio estas verificaciones ¿de verdad creen que alguien podría regenerarse después de un golpe así?
— No les importa lo que creas, solo que lo hagas –me encogí de hombros, dejándole claro que no tenía intención de quedarme para discutir detalles innecesarios.
Ieiri entró en la habitación, y desde donde estaba, la escuché murmurar algo ininteligible mientras se acercaba al cadáver. Era parte del procedimiento, pues después de cada ejecución, un tercero debía corroborar que el objetivo estuviera completamente muerto y, sobre todo, que la cabeza estuviera separada del cuerpo para evitar el uso de técnicas malditas inversas. Era un proceso tedioso, pero necesario según los protocolos.
No me molesté en esperar a que terminara. Sabía que Shoko era más que capaz de manejarlo por su cuenta y yo ya había cumplido mi parte.
Comencé a caminar por los pasillos de la escuela y cerré los ojos, no para descansar, sino para conectar con una de mis mariposas. La sensación era como abrir una ventana en mi conciencia: un flujo de imágenes y sonidos se derramó en mi mente, como si yo misma estuviera allí.
En los recuerdos transmitidos, el escenario era oscuro y húmedo. Una alcantarilla, a juzgar por el eco de las voces y el sonido constante del agua goteando. Dos figuras ocupaban el centro de la escena, caminando lado a lado mientras sus pasos resonaban con un ritmo casi despreocupado.
El primero era un adolescente con el cabello negro desordenado que caía sobre su frente, un mechón grueso cubriendo su ojo derecho. Su postura era relajada pero seguía teniendo toques de incomodidad. Y el segundo hombre tenía cabello celeste y las marcas de costura que recorrían su rostro como cicatrices grotescas eran inconfundibles. Caminaba con una confianza casi insolente, sus manos moviéndose mientras hablaba animadamente con el adolescente.
Abrí los ojos lentamente mientras la sensación de las imágenes se desvanecía de mi mente, como el final de un sueño. Caminé con la misma calma de antes, permitiendo que mi expresión permaneciera neutra.
Sabía exactamente quiénes eran ambos y lo que representaban, aunque sus caminos apenas comenzaban a entrelazarse con los míos. Pero por ahora, los dejaría ser. No porque confiara en ellos, sino porque aún no era el momento adecuado para intervenir. Había un delicado equilibrio en juego, y moverme demasiado pronto podría hacer que todo se desmoronara antes de tiempo.
Suspiré, apartando cualquier distracción de mi mente mientras continuaba avanzando por los pasillos. Había muchas cosas por hacer, demasiadas piezas que mover en este tablero. Y aunque todo apuntaba al caos, yo sabía que la verdadera clave del poder residía en saber cuándo esperar y cuándo atacar.
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『••¡JUJU-CORTOS!••』
En aquel entonces, cuando aún eran estudiantes de secundaria, el salón estaba tan tranquilo como podía estar cuando esos cuatro estaban juntos. Shoko estaba sentada con aire despreocupado y jugaba con un cigarrillo entre los dedos todavía sin encenderlo, mientras Suguru parecía haber dominado el arte de dormir con los ojos abiertos. Seiren, por su parte, bebía jugo de naranja y fingía prestar atención a Yaga, que explicaba las misiones con el cansancio de alguien que sabía que su audiencia no le estaba escuchando realmente.
Gojo, sin embargo, era incapaz de permanecer en silencio durante demasiado tiempo. En un momento aparentemente aleatorio, se levantó de golpe, rompiendo la tranquilidad con su acostumbrado dramatismo.
— ¡Quiero licencia por maternidad! –declaró alzando la mano como si estuviera a punto de revelar algo profundamente importante.
El silencio en la sala fue inmediato. Incluso Shoko, que apenas reaccionaba ante las absurdas ocurrencias de Gojo, arqueó una ceja. Geto ni siquiera se molestó en abrir los ojos, mientras Seiren miraba su caja de jugo como si cuestionara sus decisiones de vida.
Yaga suspiró profundamente, sin levantar la mirada de los papeles que tenía en la mano.
— Satoru, eres hombre.
Cualquier persona normal se habría detenido ahí, pero el albino no era normal. Con la teatralidad de un actor en un drama trágico, se cubrió el pecho con ambos brazos, como si intentara proteger un gran secreto, y bajó la voz en un tono conspirador.
— Eso no importa, sensei. Es que... Seiren me embarazó.
El sonido de Asai escupiendo su jugo resonó en el aula. Tosió, golpeándose el pecho mientras dejaba la caja sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
— ¡¿Cuándo hice eso, Gojo-sama?! –preguntó mirando al albino como si le hubieran salido tres cabezas.
Satoru giró hacia ella con una expresión de falsa indignación, como si su respuesta fuera lo verdaderamente absurdo de la conversación.
— ¡No te hagas la inocente, Seiren! Todos lo saben... –dijo señalándose a sí mismo con dramatismo– ¿¡O acaso negarás a nuestro hijo!?
La peligris abrió la boca para responder, pero entonces su mente captó algo preocupante: ella le había contestado... siguiendo el juego...
Mientras ella se debatía internamente, Yaga parecía al borde de la paciencia.— Satoru, siéntate.
— ¡No, sensei, escúcheme! Esto es serio –Gojo, sin inmutarse, señaló su abdomen inexistente con aire solemne– ¡¿Es que nadie se preocupa por el bienestar del bebé?!
Suguru, finalmente despertando de su aparente sueño, abrió los ojos con lentitud.
— Satoru ¿qué nombre le vas a poner al bebé? –preguntó con una neutralidad tan impecable que parecía genuina.
— Obviamente, lo llamaré "Satoru Junior". Es el único nombre digno de mi descendencia.
Shoko, que había permanecido en silencio todo el tiempo, dejó escapar un largo suspiro.— Si te embarazaste solo para librarte de la misión, al menos hazlo bien. Por cierto, Asai ¿cómo lo hiciste?
Seiren la miró con incredulidad y ofensa.— Dejen de jugar, yo no hice nada.
— Negándolo otra vez... –el albino dejó caer los hombros como si su corazón acabara de romperse– Qué fría, Seiren, qué fría.
Yaga, con un golpe seco sobre el escritorio, puso fin al espectáculo.— ¡Satoru, siéntate y cállate! ¡Y tú, Seiren, deja de seguirle el juego!
La peligris desvió la mirada, todavía tratando de recuperar algo de dignidad mientras Gojo obedecía con un exagerado encogimiento de hombros.
El mayor volvió a hablar de las misiones como si nada hubiera pasado, pero Seiren, hundida en su silla, se hizo una promesa silenciosa: no volvería a caer en las tonterías de Gojo. Claro, se la hacía cada semana, y cada semana, sabía que volvería a romperla.
╰────────➤✎nota de autor
Un capitulo un poco de relleno pero tampoco tanto ajajajaja
Lentamente nos estamos acercando al Arco de Shibuya y espero que lo que tengo planeado salga bien porque realmente no se me da taaaan bien redactar y pensar cambios muy radicales en las historias originales de los mangas, mucho menos como lo es Jujutsu Kaisen que todo tiene un objetivo
Pero tengan en cuenta que esto es un fanfic con el fin de entretener y que podamos ver a Gojo y los demás ser feliz, asi que no me griten si algo no tiene sentido ajajja
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