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◌ Capítulo 28

Al día siguiente, me dirigí de nuevo al hospital. La jornada anterior había sido más agitada de lo que esperaba, y aunque todo parecía estar bajo control, había muchas cosas que resolver.

El hospital estaba mucho más tranquilo esa mañana, con el bullicio habitual de enfermeras y pacientes, pero sin la urgencia de la noche anterior. Cuando llegué a la recepción, la misma mujer que me había atendido antes me reconoció de inmediato.

— Ah ¿busca a los jóvenes que ingresaron anoche? –preguntó con una sonrisa amable.

— Sí ¿podrías decirme en qué sala están? –respondí con un tono tranquilo.

— Claro, están en la sala de recuperación 3B, al fondo del pasillo.

Asentí y agradecí con un leve gesto antes de encaminarme hacia el lugar indicado. Mis pasos resonaban en el suelo y por un momento me sentí casi fuera de lugar en aquel entorno tan limpio y ordenado, muy diferente al caos que suelo enfrentar. Al llegar a la puerta de la sala, la empujé suavemente y entré.

Lo primero que vi fue a una chica de pelo corto y lentes, sentada junto a una camilla. Estaba inclinada hacia adelante, con una expresión de preocupación, observando al joven acostado allí, cuyo rostro estaba cubierto con vendas alrededor de los ojos. Me detuve en la entrada por un segundo, asegurándome de no irrumpir de manera brusca.

— Hola –saludé con calma, cerrando la puerta tras de mí– ¿Cómo están?

La chica levantó la vista, visiblemente sorprendida, pero en cuanto me vio, pareció conectar los eventos de la noche anterior. Sus ojos se abrieron un poco más, y luego de un segundo, se levantó rápidamente de la silla, reverenciándose de manera respetuosa.

— Usted debe ser quien nos trajo anoche –dijo con una voz suave pero cargada de gratitud– Gracias... de verdad, no sé cómo agradecerte. No tengo idea de qué fue lo que pasó...

Me acerqué unos pasos y me apoyé contra la pared, observando al chico en la camilla. Se veía estable, aunque los vendajes alrededor de sus ojos eran un recordatorio silencioso de lo grave que había sido la situación.

— No tienes que agradecerme –respondí tranquilamente– Mi nombre es Seiren, y lo que ocurrió anoche fue algo... inusual, pero no imposible de entender.

La pelinegra se sentó de nuevo, claramente interesada en lo que tenía que decir. Sabía que no iba a ser fácil explicarle todo, pero al menos podía darle una versión simplificada que no la abrumara.

— Mi nombre es Sasaki –se presentó mientras miraba de reojo a su amigo– Él es Iguchi. Ambos... estábamos en el lugar equivocado ¿verdad?

Asentí, cruzándome de brazos mientras pensaba en cómo abordar el tema.

— Algo así, lo que les atacó no era algo que la mayoría de la gente pueda ver, al menos no normalmente –comencé en un tono suave pero serio– Se llaman maldiciones, son manifestaciones de energía negativa acumulada en ciertos lugares y algunas son más fuertes que otras, y anoche... se toparon con una bastante peligrosa –hice una pausa para medir su reacción, pero aunque parecía desconcertada, no estaba en pánico. Un buen signo.

Sasaki asimilaba la información en silencio, mirándome con una mezcla de confusión y curiosidad. Se notaba que no entendía del todo lo que decía, pero tampoco lo rechazaba de inmediato.

— Maldiciones... creo que eso nos dijo Itadori-kun –repitió en un murmullo– Entonces... ¿eso fue lo que nos atacó? ¿Una maldición?

— Exactamente, lo que pasó fue desafortunado, pero por suerte para ustedes, están vivos –dije recordando que antes de que yo llegara, cierto personaje vino– Y pronto vendrá alguien que podrá ayudar más a Iguchi.

Sasaki volvió a reverenciarse, aunque esta vez su gesto parecía más de alivio que de pura formalidad.

— No sé cómo agradecerle... nos salvó la vida, Seiren-san –dijo con la voz algo temblorosa– Si no hubiera llegado, no sé qué habría pasado...

La miré por un momento, sopesando si debería pedirle el favor ahora o esperar. Al final, decidí que no había razón para posponerlo.— En realidad, hay algo que podrías hacer por mí.

Sasaki me miró con una mezcla de curiosidad y expectativa, sus ojos brillaban con interés, aunque la sombra del miedo no era del todo invisible.

— ¿Qué es lo que quiere que haga? –preguntó inclinándose un poco hacia adelante, como si esperara que la respuesta fuera algo grande, algo importante.

Sin decir nada al principio, alcé la mano y le tendí unos documentos que había llevado conmigo. Los papeles crujieron levemente al moverse, rompiendo el silencio de la habitación. Ella los observó con intriga, frunciendo el ceño mientras los tomaba con cuidado. Podía ver que no sabía qué esperar, pero cuando empezó a leer, sus ojos se ensancharon de inmediato.

— Me enteré por Itadori que te gustan estas cosas... ya sabes, misterios, casos sin resolver, lo paranormal y todo eso –dije en tono casual, dándole un respiro para que procesara la información– Así que pensé que tal vez te interesaría echarle un vistazo a esto.

Sasaki hojeó los papeles con rapidez, claramente enganchada. La mayoría de los casos que había documentado eran sobre desapariciones de personas y casos de homicidios misteriosos, todos ocurridos en lugares donde hay maldiciones débiles, lo suficiente como para despertar curiosidad, pero no tanto como para causar un verdadero peligro. La idea era mantenerla interesada, sin ponerla en riesgo.

— Espere... –murmuró ella levantando la vista de los documentos– ¿Quiere que investigue estos lugares?

Asentí cruzándome de brazos mientras observaba su reacción. Parecía cautivada, pero también estaba luchando con el inevitable temor que acompañaba el descubrimiento de lo que realmente había ahí afuera.

— Sé que puede sonar un poco... espeluznante –continué manteniendo mi tono sereno– Pero te aseguro que no hay nada de qué preocuparse, ya me encargué de investigar esos lugares antes. Las maldiciones que aparecen allí son débiles, no te harán daño.

Sasaki me miró de nuevo, evaluando mis palabras. Sabía que había una parte de ella que quería rechazar la idea, huir de cualquier cosa que tuviera que ver con esas entidades. Pero al mismo tiempo, su fascinación por lo desconocido la retenía, la mantenía curiosa.

Y era justo lo que necesitaba.

— Entiendo si te da miedo –añadí suavizando mi postura para que no sintiera que la estaba presionando– Pero te puedo asegurar, de verdad, que no te va a pasar nada. Ya me aseguré de que no hubiera peligro real.

Por un momento, la habitación quedó en silencio. Ella miraba los papeles en sus manos, sus dedos tamborileando sobre ellos como si estuviera procesando cada posibilidad. Finalmente, dejó escapar un pequeño suspiro y asintió.

— Está bien... lo haré –dijo con una leve sonrisa nerviosa– No estoy segura de qué tan buena sea en esto, pero si dice que no es peligroso, supongo que puedo intentarlo.

Sonreí de vuelta, aunque sabía que había más que discutir. Era una cosa investigar los lugares, pero había una segunda parte que era igual de importante.

— Hay algo más –dije viendo cómo su expresión se tensaba ligeramente.

— ¿Más? –preguntó arqueando una ceja mientras me observaba con cautela.

— No es suficiente con que simplemente vayas y tomes notas. Necesito que también lo documentes... con videos –hice una pausa para dejar que lo procesara– Quiero que los subas a la red, pueden ser anónimos o no, eso lo dejo a tu elección. Lo importante es que llamen la atención de la gente.

— ¿Subirlos a la red? –repitió como si no estuviera segura de haberme entendido bien– ¿Quiere que la gente vea esto?

Asentí lentamente.— Necesito que esos videos se vuelvan lo suficientemente populares como para que las personas comiencen a ir a esos mismos lugares por curiosidad. Lo que quiero es atraer más atención hacia esas maldiciones.

Sasaki me miró fijamente, sus pensamientos eran un misterio para mí en ese momento. Estaba pidiendo algo grande, algo que implicaba exponer una parte de lo desconocido al mundo, y aunque sabía que la idea la desconcertaba, también podía ver que algo en ella se encendía con la posibilidad.

— ¿Y eso por qué? –preguntó finalmente, con una mezcla de confusión y recelo– ¿Por qué querrías que la gente se acerque a las maldiciones?

Sonreí levemente, anticipando esa pregunta.

— Digamos que es parte de un plan más grande –dije manteniéndome vaga a propósito– Confía en mí, no será peligroso para ellos, y tú no tienes que preocuparte por los detalles. Solo asegúrate de que los videos llamen la atención.

Sasaki pareció dudar por un momento más, pero luego volvió a asentir, esta vez con más determinación.— Lo haré. Haré lo que pueda para que estos videos se vuelvan virales.

— Perfecto –respondí sintiendo que las piezas comenzaban a caer en su lugar– Si tienes cualquier duda o te encuentras con algo inesperado, házmelo saber, en el primer documento está mi correo y mi número de teléfono. No estarás sola en esto.

Me separé de la pared, sintiendo que la conversación había llegado a su fin. Sasaki seguía mirando los documentos con atención, claramente ya pensando en cómo llevar a cabo lo que le había pedido. Me acerqué a la puerta y, antes de salir, me volví para darle una última advertencia.

— Recuerda, Sasaki, sé discreta. No todos están listos para saber lo que realmente pasa en el mundo.

Ella asintió, y sin decir una palabra más, me giré y salí de la habitación. Sabía que había plantado una semilla, y solo era cuestión de tiempo antes de que comenzara a florecer.

Salí del hospital sintiendo que todo estaba en orden, al menos por el momento. Sasaki aceptó mi propuesta, lo que significaba que mi plan para hacer que más personas tomaran conciencia del mundo de las maldiciones iba en marcha.

Al llegar a mi auto, subí y dejé los documentos sobrantes en el asiento del pasajero. Luego, me puse en marcha hacia la escuela de hechicería. Conduje por las calles, observando el paisaje que pasaba rápido mientras mi mente volvía a Itadori.

Sabía que Satoru estaba en la escuela con él, y aunque confiaba en su habilidad para manejar la situación, no podía evitar sentir una pizca de preocupación. Tenía que asegurarme de que las cosas no se salieran de control, especialmente en lo que respecta a Itadori y a los dedos.

En unos minutos llegué al complejo que albergaba la escuela de hechicería. Estacioné y bajé del auto, inhalando el aire ligeramente más fresco de los jardines que rodeaban el lugar. Sin prisa, caminé por los pasillos silenciosos, guiada por las indicaciones que Satoru me había dado previamente. El sonido de mis pasos sobre la piedra resonaba suavemente mientras avanzaba por los pasillos.

Después de unos minutos de recorrer el terreno, llegué al primer patio, una amplia extensión abierta rodeada de árboles y césped bien cuidado. No tardé en divisar a ambos chicos. Satoru, como siempre, se destacaba por su energía vibrante y despreocupada, mientras que Itadori parecía más concentrado, aunque su expresión reflejaba algo de confusión.

— Buenos días –dije en un tono casual mientras cruzaba el patio hacia donde estaban.

Itadori, al verme, me saludó de inmediato con entusiasmo.— ¡Asai-sensei!

No pude evitar sonreír suavemente ante su saludo tan formal, aunque la familiaridad con la que me llamaba "sensei" me resultaba un poco extraña. No es que me incomodara, simplemente no era un título que soliera llevar con mucha frecuencia.

Y antes de que pudiera responder, sentí a Satoru pegarse a mí como una garrapata. Me envolvió con su energía habitual, enredando un brazo despreocupadamente alrededor de mis hombros mientras me daba muchos besos en la cabeza.

— ¡Ah, bebé! Siempre llegas en el momento justo –dijo con una sonrisa radiante, acercándose más de lo necesario.

Me lo quité de encima con un gesto suave, pero familiar, como quien aparta una hoja del hombro.— Hola, Satoru.

Él rió, manteniendo esa actitud despreocupada de siempre, mientras caminaba a mi lado como si fuera una sombra imposible de despegarse. Decidí no darle más importancia y volví mi atención a Itadori.

— ¿Cómo te sientes? –le pregunté observando su expresión con más atención esta vez. Quería asegurarme de que estaba bien tras lo sucedido recientemente.

El pelirosa se encogió de hombros ligeramente, su rostro mostraba una mezcla de confusión y aceptación.

— Es raro y repentino... pero no me disgusta –admitió frotándose la nuca con una mano– Solo es que todo ha pasado tan rápido, todavía estoy asimilándolo.

Asentí, comprendiendo su situación. Para alguien como Itadori, que hasta hace poco no tenía ni idea del mundo de los hechiceros y las maldiciones, la transición debía sentirse como una montaña rusa emocional. A pesar de su actitud relajada, no dejaba de notar la carga que pesaba sobre sus hombros, y él solo es un niño.

Mientras seguíamos caminando en dirección a la oficina de Yaga, me quedé observando con detenimiento la energía maldita que emanaba de Itadori. Había aumentado, sin duda, tal vez no en grandes niveles pero se notaba demasiado.

Había comido otro dedo de Sukuna, eso estaba claro y no me sorprendía; era el siguiente paso lógico y lo sabía por el manga. Sin embargo, había una parte de mí que desearía haber estado presente en el momento en que lo hizo. No solo para observar y monitorear el proceso, sino porque tenía ciertos planes en mente para él. No podía permitirme que las cosas se salieran de control, al menos no todavía.

Mi intención inicial de permitirle consumir el primer dedo de Sukuna había sido calculada. Sabía que, como no-hechicero, Itadori no podía acceder naturalmente a la energía maldita, y sin ella, nunca podría entrar formalmente en la escuela de hechicería. Era un requisito básico. Sin embargo, al consumir ese primer dedo, obtendría la energía maldita necesaria para ser admitido como estudiante y sobrevivir en este mundo. Mientras mantuviera solo ese dedo dentro de él, las cosas estarían bajo control.

Pero más allá de eso... las cosas comenzaban a ponerse complicadas. El poder de Sukuna crecía con cada dedo que consumía, y aunque confiaba en la fuerza de voluntad de Itadori para mantener al Rey de las Maldiciones bajo control, no era algo que quisiera dejar al azar. Necesitaba estar presente cada vez que consumiera un nuevo dedo. No solo para monitorear su progreso, sino para asegurarme de que no tomara más poder del que yo había planeado.

A pesar de todo, no le había permitido comer el segundo dedo sin razón. Sabía que esto solo aumentaría su fuerza y le daría más herramientas para enfrentar lo que estaba por venir. Sin embargo, había un límite. Itadori debía tener suficiente poder para ser útil en la batalla contra las maldiciones, pero no tanto como para perder el control ante Sukuna.

Cada dedo debía ser una decisión calculada, y no podía permitirme errores. Tenía un objetivo en mente y cada movimiento de Itadori formaba parte de ese plan.

Seguimos caminando por los pasillos hacia la oficina de Yaga, Yuji estaba a mi lado, con esa mezcla de serenidad e incertidumbre que lo caracterizaba últimamente, mientras Satoru, como siempre, estaba tomandome la mano, pegado a mí con una sonrisa que lo hacía parecer completamente ajeno a la seriedad de todo.

De pronto, algo cambió en el aire. Sentí una ligera alteración en la energía maldita que emanaba de Itadori, y antes de que pudiera decir algo, una voz rasposa y burlona rompió el silencio, resonando desde la mejilla del pelirosa.

— Tú eres rara... –murmuró Sukuna, su boca emergiendo en la piel de Itadori, torciendo sus labios en una sonrisa de desprecio– No eres de aquí ¿verdad? Hay algo mal en ti, algo... fuera de lugar.

Mis pasos vacilaron por un momento, la tensión se apoderó de mi cuerpo antes de que pudiera controlarla. Sabía exactamente a qué se refería, aunque lo ignoré de inmediato. No iba a darle el placer de saber que había tocado una fibra sensible. Itadori, por su parte, reaccionó rápido y, con un movimiento brusco, se golpeó la mejilla, intentando hacer callar a la maldición que lo habitaba.

— ¡Cállate! –gruñó Itadori, avergonzado por la repentina aparición de Sukuna– Lo lamento, Asai-sensei.

No dije nada, pero el eco de las palabras de la maldición seguía resonando en mi mente. Él había percibido algo, claro que lo había hecho. El Rey de las Maldiciones no era estúpido; podía sentir lo que los demás no, y la verdad era que no podía creer que realmente puso percibir que yo no era de este mundo.

Y antes de que pudiera procesar más, una boca emergió nuevamente, esta vez en el dorso de la mano de Itadori, sonriendo con una mueca aún más perversa que antes.

— Eres realmente interesante, mujer... –continuó Sukuna, su tono lleno de malicia– Esa energía que llevas dentro... es extraña, gigantesca, retorcida. No eres como los demás. Cuando recupere mi cuerpo, tú serás la primera a la que devore.

El aire parecía hacerse más denso con cada palabra que pronunciaba. La amenaza era palpable, pero no me inmuté. En lugar de sentirme intimidada, lo observé con calma, evaluando cada palabra. Decidí que no iba a dejar que Sukuna me intimidara, y si quería provocarme, tendría que enfrentarse a algo más que simples palabras.

Sonreí ligeramente, una sonrisa arrogante que se extendió lentamente por mi rostro mientras lo miraba directamente.

— ¿Es eso lo mejor que puedes hacer? –dije con un tono calmado, pero afilado como una hoja– Qué decepcionante. Llamar la atención de alguien tan... débil.

Sukuna, que había estado sonriendo con esa mezcla de superioridad y desprecio, se tensó de inmediato.

— ¿Qué... dijiste? –gruñó, su voz más baja, cargada de furia contenida.

Lo miré, manteniendo mi sonrisa arrogante mientras ladeaba la cabeza ligeramente.— Lo que oíste. No puedes hacer nada por ti mismo, dependes de otros para tener poder. Ni siquiera eres capaz de recuperar tu cuerpo sin poseer el de un adolescente –mis palabras eran veneno puro– Eso, Ryomen Sukuna, es lo que llamo... debilidad.

La ira en Sukuna era palpable. Podía ver cómo la rabia se agitaba en su interior, cómo cada una de mis palabras lo hería donde más le dolía: en su orgullo. Antes de que pudiera responder, la boca desapareció de la mano de Itadori, dejando solo un rastro de tensión en el aire.

Yuji soltó un suspiro aliviado y, una vez más, se disculpó torpemente.— Lo siento otra vez, Asai-sensei... No sé por qué sale así de la nada.

— No te preocupes por eso –respondí con un tono más suave, volviendo a mi compostura habitual. Me acerqué un poco más a él, sacando un par de guantes de mi bolsillo y extendiéndoselos– Toma esto.

— ¿Guantes? –preguntó soprendido mientras los tomaba.

— Están impregnados con mi energía maldita –expliqué señalándolos– No se romperán fácilmente y te ayudarán a mantener a Sukuna bajo control, al menos lo suficiente como para que no aparezca sin previo aviso. No es una solución permanente, pero podría ayudarte a que no interrumpa de repente como lo ha hecho.

Itadori sonrió, visiblemente aliviado mientras se ponía los guantes.— ¡Gracias, Asai-sensei!

Antes de que pudiera responder, escuché un pequeño puchero a mi lado.

— ¿Y a mí no me das nada? –dijo Satoru fingiendo una expresión de tristeza exagerada mientras inflaba las mejillas como un niño mimado.

No pude evitar rodar los ojos con diversión. Con un movimiento rápido, coloqué mis manos en sus mejillas y apreté, formando un "piquito de pato" con sus labios. Gojo se quedó quieto por un segundo, sorprendido, mientras yo mantenía una pequeña sonrisa divertida.

— Te di un pastel y una camisa esta mañana –dije en tono suave, pero con un aire burlón– No hagas escenas, Satoru.

— Está bien... –respondió aunque sus labios seguían en esa forma ridícula de pato. Luego, con un tono aún más infantil, añadió– Pero quiero un bechito.

Solté un suspiro profundo, incapaz de evitar sentir cierta ternura por lo absurdo que era. Me incliné hacia él y le di un beso rápido en los labios antes de empujarlo suavemente hacia la puerta de la oficina de Yaga.

— Vamos, entra ya, sabes que a él no le gustan las tardanzas –le dije mientras lo empujaba, su sonrisa recuperada y su energía como siempre desbordante.

Gojo entró en la oficina con su característico aire despreocupado, e Itadori lo siguió después de hacerme una reverencia respetuosa. Las puertas se cerraron tras ellos, dejándome sola afuera.

Negué con la cabeza, sonriendo ligeramente. Me alejé unos pasos de la puerta y me crucé de brazos mientras me disponía a esperar. Y mientras lo hacía, sentí una presencia familiar acercándose.

Levanté la mirada justo cuando cierto pelinegro apareció a la vuelta del pasillo, caminando con la mano en el bolsillo de su pantalón y la otra levantada en un gesto despreocupado de saludo.

— Yup ¿qué tal, Asai? –dijo Geto con su voz calmada, agitando la mano libre.

Le devolví el saludo con una leve inclinación de la cabeza.

— ¿Cómo vas todo? –pregunté directa pero con un tono que mostraba mi curiosidad por el "asunto" en el que ambos estábamos involucrados.

Él sonrió, con esa expresión tranquila y segura de siempre.— Genial, como siempre –respondió mientras se acercaba más– Nanako y Mimiko han sido de mucha ayuda, y los niños se han portado excelente.

Asentí, sintiendo una ligera satisfacción al escuchar eso. Ambos compartíamos un proyecto que pocos conocían, solo quienes estaban involucrados en lo que veía planeado desde hace diez años: una escuela secreta para niños con habilidades especiales, un lugar donde pudieran aprender a controlar su poder lejos de las estrictas normas del mundo de los hechiceros. Era un proyecto arriesgado, pero hasta ahora todo iba según lo planeado.

— Me alegra oírlo –dije con sinceridad, relajando los hombros.

Geto me miró por un momento, su sonrisa despreocupada intacta.— Si, los niños están en buenas manos. Además, con Nanako y Mimiko ahí, todo va como debería.

Las chicas eran clave en este proyecto. A pesar de su juventud, ambas chicas eran increíblemente capaces y, más importante aún, leales. Habían demostrado ser un apoyo invaluable, tanto para mí como para Geto.

La conversación continuó un poco más, una conversación que para otros no era nada, pero si sabías leer entre líneas los mensajes secretos, no estarías tan seguro que tan normal era hablar sobre un maldito golpe de estado. Pero bueno, todo seguía en marcha, tal como debía ser.

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••¡JUJU-CORTOS!••

Dentro de la oficina, el ambiente estaba tan serio como se esperaría. Yaga, sentado en una silla, trabajaba en lo que parecía ser uno de sus numerosos peluches, su expresión concentrada mientras cosía con precisión. A su alrededor, la atmósfera estaba cargada de una extraña mezcla de profesionalismo y el peculiar toque de la escuela de hechicería.

Itadori, con una energía desbordante, se adelantó tras una breve reverencia y se presentó de inmediato.

— ¡Soy Itadori Yuji y me gustan las mujeres como Asai-sensei! ¡Un placer conocerlo! –soltó sin pensar dos veces.

El comentario resonó en la habitación como una bomba. Yaga detuvo su costura por un segundo, alzando una ceja mientras lo miraba incrédulo, y en ese mismo instante, Gojo, que estaba a su lado, no perdió la oportunidad de responder.

— ¡Tienes muy buenos gustos, Yuji! –dijo el albino esbozando una sonrisa burlona mientras levantaba una mano.

Pero, de inmediato, su expresión se endureció y, con un rápido movimiento, le dio un suave golpe en la nuca a Itadori.

— Pero ni se te ocurra volver a decir algo así o verla de esa manera ¿entendido? –agregó con una sonrisa juguetona, aunque su tono llevaba un matiz de advertencia.

Itadori se frotó la cabeza, riendo tranquilamente.— Eh... sí, entendido, Gojo-sensei.

Yaga observaba la escena con una mezcla de exasperación y cansancio, dejando de lado el peluche por un momento. Se llevó una mano a la frente, masajeándose las sienes como si eso pudiera aliviar el dolor de cabeza que empezaba a formarse.

— Pobre Seiren... –susurró casi para sí mismo, sacudiendo la cabeza con resignación– Siempre atrayendo a los locos...

Satoru sonrió de oreja a oreja, fingiendo no haber escuchado el comentario, mientras Itadori intentaba disimular el calor que subía a sus mejillas.

— ¡Vamos, Yaga! –exclamó Gojo, con su usual tono despreocupado– No puedes culparnos. Seiren es increíble, preciosa, bellísima, inteligente, fuerte, poderosa, asombrosa y además. Aunque, claro, solo hay lugar para uno en su corazón.

Itadori asintió rápidamente, apoyando con fervor a su profesor.— ¡Sí, sí! ¡No lo dudo! Solo era una presentación... no lo decía en serio... ¡Bueno, tal vez un poco, pero no de esa manera!

Yaga simplemente negó una vez más, con la mirada cansada, y volvió a centrarse en su peluche, deseando que la reunión terminara rápido.




╰────────➤✎nota de autor

Buenaaaaas ¿como andan? Les subo capitulo más largo para disculparme por dos cosas:

1) Por atrasarme y no subirlo ayer jejeje

2) Y porque este lunes no va a haber capitulo pero el viernes que viene si, esto porque tengo que hacer un informe y pues no hay tiempo

Pero bueno, diganme qué tal les ha parecido el capitulo, como va la historia, etc

Nos vemos lindos, que su semana sea bonita!


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