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◌ Capítulo 27

La noche estaba cargada de tensión y el aire alrededor estaba impregnado de esa energía maldita que se sentía casi asfixiante.. El ambiente era de todo menos tranquilo, pero eso no parecía importarle a cierto muchacho.

Lo observé de reojo, aterrizando justo a mi lado, como si no tuviera un solo temor en el mundo. Con una expresión preocupada, se giró inmediatamente hacia Fushiguro.

— ¿Estás bien? –preguntó con preocupación, aunque su atención cambió casi de inmediato cuando me vio de pie junto a ellos– ¡Oh! ¡Señorita, corra!

No pude evitar sonreír por lo bajo, divertida por su instinto protector mal dirigido. Fushiguro se quejó de inmediato, molesto.

— ¡Eres tú quien debería correr! –gruñó evidentemente irritado por la situación– ¡Te dije que te fueras!

Pero Itadori no pareció inmutarse ante las palabras de su compañero. Con determinación en los ojos mientras observaba a la maldición frente a nosotros, replicó.— ¡Tendría pesadillas si huyera ahora! Además... ¡yo tengo mi propia maldición!

Justo cuando el chico de cabello rosa iba a lanzarse hacia la maldición, impulsado por su propio sentido de la responsabilidad y el heroísmo, lo agarré por la capucha de su sudadera, deteniéndolo con un tirón suave pero firme.

— Eso fue muy conmovedor –dije en un tono seco y burlón– Pero deja que los adultos se encarguen de eso.

Lo solté con suavidad, colocándolo junto a Fushiguro, que observaba la escena con una mezcla de resignación y cansancio. No esperé respuesta alguna. Sabía que Itadori no era del tipo que se quedaría quieto por mucho tiempo, pero al menos debía asegurarse de que no se lanzara imprudentemente a una pelea que aún no podía ganar.

Di un paso hacia adelante, y sin más preámbulos, salté directamente hacia la maldición. Aterrizando con precisión, giré sobre mi eje y le propiné una patada directa que la alejó varios metros, enviando un eco de su rugido de dolor a través del lugar. Sin invocar a mis mariposas, mis puños y piernas se impregnaron de energía maldita, brillando ligeramente en la oscuridad mientras me lanzaba sobre la criatura.

No era que no pudiera usar mi técnica maldita, más bien, no quería hacerlo. Necesitaba que Itadori me viera luchar, que observara cada movimiento, que aprendiera algo de mi estilo de pelea, uno que heredé del clan Asai. No era un prodigio en las artes marciales, pero había aprendido lo suficiente para defenderme, sin contar con mis conocimientos de mi vida pasada. Y enfrentarme a esta maldición de primer grado era la oportunidad perfecta para probarlo.

La maldición rugió, moviéndose torpemente hacia mí, pero no le di tiempo de reaccionar. Me lancé de nuevo, conectando puñetazos y patadas con precisión calculada. La energía maldita amplificaba cada golpe, haciendo que la sangre violeta de la criatura salpicara en todas direcciones con cada impacto.

Sentí la resistencia de su carne deformada ceder bajo mis puños, pero me contuve antes de dar el golpe final. Justo cuando estaba lista para liberar toda la energía maldita en mi siguiente puñetazo, escuché la voz de Itadori detrás de mí, interrumpiendo mi concentración.

— ¡Ella necesita ayuda! ¡Es solo una chica! –gritó con una mezcla de preocupación y determinación- Y tú dijiste que solo necesitaba usar energía maldita ¿verdad?

Me detuve por un instante, lo justo para verlo. Se estaba metiendo un dedo en la boca, uno que conocía perfectamente.

Fushiguro, claramente frustrado, gritó alarmado.— ¡No lo hagas, idiota!

Pero claro, fue inútil. Vi cómo Itadori tragaba el dedo, ignorando el grito desesperado de su compañero. En lugar de dejarme distraer por esa escena, aproveché el momento. La maldición estaba debilitada y no iba a darle tiempo a que Itadori interviniera. Giré rápidamente, enfocándome de nuevo en la criatura.

Concentré toda mi energía maldita en mi puño y le propiné un golpe directo a la cabeza. Sentí cómo la maldición cedía por completo, explotando en un estallido de carne y sangre oscura, sus restos dispersándose en pedazos frente a mí.

Caí elegantemente frente a Fushiguro, mis zapatos tocando el suelo con suavidad mientras observaba cómo las líneas negras comenzaban a surgir en el rostro de Itadori. Y de repente, una risa desquiciada escapó de los labios de él mientras se arrancaba la sudadera de un tirón, revelando su torso y brazos, también marcados por aquellas líneas oscuras.

— Vaya... –murmuré con calma, mis ojos fijos en él– Una probabilidad de un millón.

Fushiguro, sin embargo, no compartía mi tranquilidad. Su voz sonó urgente y alarmada a mi lado.— ¡Asai-sensei, el objeto maldito...!

— Sí, lo sé –respondí con la misma serenidad– Ha encarnado.

El chico de cabello rosa, no, aquel que lo estaba poseyendo ahora, sonrió de manera sádica mientras miraba a su alrededor, como si estuviera saboreando el caos que estaba a punto de desatar.

— Ah, lo sabía... ¡la luz se aprecia mejor en carne propia! –exclamó casi con deleite– ¡La carne de una maldición no es divertida! ¡¿Dónde está la gente?! ¡¿Las mujeres?! –su mirada se desvió hacia el barrio cercano y su sonrisa se amplió aún más, sus ojos brillando con una malicia feroz– ¡Ah, qué maravilla! ¡Maravilloso! ¡Será una masacre!

Justo cuando parecía que estaba por hacer algo, la propia mano de Itadori lo agarró por el cuello, interrumpiéndolo. Era un contraste chocante: la mano firme de Yuji luchando contra la voluntad del ser que lo poseía.

— ¿Qué crees que estás haciendo con mi cuerpo? ¡Devuélvemelo! –gruñó Itadori, forzando el control sobre sí mismo.

Observé el intercambio con una mezcla de curiosidad y paciencia. Claramente sabía lo que estaba ocurriendo, asi que no me sorprendía, ya lo había anticipado desde el momento en que vi esas líneas aparecer en su piel.

Fushiguro aprovechó el momento de distracción para susurrarme, con evidente preocupación.— Asai-sensei, debe exorcizarlo. Solo usted, una hechicera de grado especial, puede terminar con una maldición de este nivel...

Levanté una mano y la apoyé suavemente en su cabeza, sintiendo su nerviosismo.

— Tranquilo –le dije con voz firme pero apacible– Solo mira.

— Esperen, no es un problema –interrumpió Itadori, levantando las manos en son de paz mientras nos miraba con una expresión de calma– Aún más importante, Fushiguro y yo estamos bastante lastimados... Necesitamos ir a un hospital.

Mientras hablaba, las líneas negras que antes cubrían su rostro comenzaban a desvanecerse poco a poco, señal de que el Itadori de siempre estaba regresando.

Asentí ligeramente, ya sabiendo lo que ocurría y lo que vendría a continuación.— Sí, creo que tienes razón –respondí sin molestia alguna.

Fushiguro, en cambio, no compartía mi tranquilidad. Su expresión de alarma creció de inmediato, abriendo la boca para protestar o cuestionar la situación, cuando, de la nada, sentí un brazo envolver mi cuello con una familiaridad descarada.

— ¿Cuál es la situación? –preguntó una voz despreocupada y juguetona cerca de mi oído.

El pelinegro, sorprendido, soltó un jadeo al reconocer al recién llegado.

— ¡Gojo-sensei! –exclamó con incredulidad– ¡¿Qué hace aquí?!

Satoru sonrió ampliamente, su tono divertido mientras me atraía más hacia él, restregando su mejilla contra la mía como si fuera lo más natural del mundo, completamente indiferente al caos que acabábamos de vivir.

— Extrañaba a mi bebé, nada más –declaró exagerando su afecto mientras corazones literalmente salían de su aura con un brillo travieso.

Suspiré, acostumbrada a este tipo de comportamiento, e ignoré sus muestras excesivas de cariño. Ya sabía cómo era Gojo y lo poco que se tomaba las cosas en serio cuando podía salirse con la suya. En lugar de responder a sus tonterías, me centré en el asunto real.

— Encontramos el objeto maldito, pero... hay un pequeño problemita –dije pasando de largo los besos que me daba en la cabeza.

Gojo levantó una ceja, su expresión cambió a un leve interés al escuchar mi tono, aunque seguía manteniendo ese aire despreocupado.

— ¿Y cuál es el "problemita"? –preguntó con curiosidad.

Itadori se aclaró la garganta, y todos los ojos se volvieron hacia él. El chico levantó la mano tímidamente, como si estuviera en medio de una clase de secundaria, y señaló su propio pecho con una expresión avergonzada.

— Lo siento... –dijo con voz baja y un gesto de disculpa– Me lo comí...

El silencio que siguió fue casi palpable, la incomodidad colgando en el aire como una nube pesada. El peso de esa declaración dejó a todos congelados por un momento, hasta que Gojo se separó de mí, acercándose lentamente hacia Itadori.

El albino inclinó su cabeza ligeramente, acercando su rostro al del pelirosa, sus ojos ocultos tras la venda negra, pero claramente analizando al chico con detenimiento.

— Vaya... No estás mintiendo, de verdad están combinados –Satoru se quedó un segundo en silencio, evaluando al chico tal cual una radiografía, y luego, con una pequeña sonrisa de puro interés, preguntó– ¿Cómo se siente tu cuerpo?

Itadori, aún algo desconcertado por todo lo que acababa de pasar, se miró a sí mismo, flexionando los brazos y moviendo los dedos como si estuviera buscando algún cambio significativo en su estado.

— Creo que estoy bien... –respondió con un tono sorprendentemente tranquilo, como si acabara de pasar algo mundano y no acabara de comerse un dedo.

Gojo esbozó una ligera sonrisa despreocupada, como si la respuesta fuera exactamente lo que esperaba.

— Bien, entonces, dime –continuó el albino estirándose perezosamente, como si todo esto fuera una simple rutina matutina– ¿Puedes cambiarte con Sukuna?

— ¿Sukuna? –repitió ladeando la cabeza sin comprender de inmediato a qué se refería.

— La maldición que te comiste –aclaró con un tono casual.

Itadori reaccionó, asintiendo lentamente como si acabara de comprender la magnitud de lo que había sucedido.

— Oh... sí, probablemente –respondió rascándose la nuca con un poco de incertidumbre.

Gojo estiró sus brazos hacia el cielo, como si estuviera preparando su cuerpo para una actividad física ligera, y asintió con una actitud despreocupada.— Diez segundos... Dale el control a Sukuna por diez segundos y después recupera tu cuerpo.

— No estoy seguro de que sea tan fácil... –frunció el ceño, dudando un poco.

Satoru lo interrumpió con su sonrisa característica, esa mezcla de seguridad y despreocupación que irradiaba tanto poder como arrogancia.

— No te preocupes. Soy el hechicero más fuerte.

Me crucé de brazos mientras él pronunciaba esa frase con tal ligereza que era difícil no creerle, incluso en una situación tan caótica. Yo observaba la escena con calma, como si fuera un simple espectador en algo que sucedía todos los días. Ya había aprendido que cuando Gojo decía algo con esa seguridad, era mejor relajarse y dejar que ocurriera.

Justo cuando iba a volver mi atención a Itadori, un objeto voló hacia mí. Extendí mi mano instintivamente y lo atrapé en el aire, siendo esta una bolsa. Me di cuenta de quién me la había lanzado antes incluso de ver su sonrisa satisfecha.

— Mira, bebé, te traje algo rico –me dijo Gojo con una sonrisa enamorada.

— Gracias –respondí sonriéndole un poco.

Al abrir la bolsa, me encontré con unas gomitas ácidas. Pero no eran cualquier tipo de gomitas. Estas eran de una tienda especializada que estaba en la otra punta de Tokyo, conocidas por ser casi imposibles de conseguir sin hacer una fila de horas.

No pregunté cómo había logrado obtenerlas ni cómo había tenido tiempo de ir tan lejos, solo me enfoqué en lo que estaba a punto de pasar con Itadori. Además, conocía demasiado bien a Gojo como para saber que las explicaciones, en su caso, solían ser tan ridículas como improbables.

Mientras revisaba las gomitas, mi pareja hizo un pequeño puchero fingido mientras me señalaba.— No te las comas todas, tienes que compartir conmigo.

Lo ignoré por completo, aunque una pequeña sonrisa se formó en mi rostro. Sin embargo, el momento de tranquilidad se interrumpió cuando detrás de él, noté que Itadori volvía a ser cubierto por aquellas líneas negras que marcaban su piel.

Con un movimiento rápido, Sukuna saltó hacia Satoru con una risa maníaca, sus ojos llenos de una sádica emoción mientras alzaba las manos con garras, listo para atacar.

Pero justo cuando sus uñas largas estaban a milímetros de tocar a Gojo, el albino simplemente desapareció. No hubo ningún sonido, ni señal de esfuerzo. Él se desvaneció de su lugar, y en un parpadeo, apareció justo detrás de Sukuna.

— Mi estudiante y mi mujer están mirándome –habló despreocupadamente, sin una pizca de tensión en su voz– Así que espero que no te moleste si presumo un poco.

Sukuna, con la furia irradiando de cada músculo de su cuerpo, se abalanzó hacia Gojo con una sonrisa cruel. El pelirosa lanzó un ataque directo, pero antes de que pudiera siquiera tocarlo, el albino se movió con una velocidad impresionante. Con un solo golpe, un puñetazo limpio y preciso, envió a Sukuna volando hacia atrás, alejándolo sin esfuerzo.

— No importa la era –gruñó Sukuna mientras se recuperaba– Ustedes siempre son un fastidio... ¡Estúpidos hechiceros!

Con una expresión llena de rabia, él alzó sus manos, concentrando su energía maldita en las palmas antes de lanzar un ataque, dirigido directamente hacia mí y Megumi.

El pelinegro cerró sus ojos detrás de mí, pero yo no me inmuté. Me quedé completamente quieta, observando la trayectoria del ataque como si no me preocupase en absoluto. El golpe impactó de lleno, creando una explosión de polvo y tierra que envolvió todo el espacio a nuestro alrededor.

El silencio reinó por unos segundos, hasta que la nube de polvo comenzó a disiparse lentamente. Y allí, en medio de lo que debería haber sido un ataque devastador, apareció Gojo, de pie frente a mí y Megumi. Una sonrisa traviesa jugaba en sus labios, su cuerpo relajado mientras una barrera invisible había bloqueado todo el impacto.

— Nueve... –susurró suavemente mientras seguía contando– Bien, debería ser ahora.

Y justo cuando sus palabras terminaron, las líneas negras en el cuerpo de Itadori comenzaron a desaparecer, desvaneciéndose lentamente hasta que su piel volvió a la normalidad.

— ¿Eh? –parpadeó sorprendido mirando a su alrededor– ¿Todo estuvo bien?

Gojo soltó una carcajada despreocupada mientras se acercaba a Itadori, completamente divertido por la situación.

— ¡Qué sorpresa! –dijo con una sonrisa– De verdad puedes controlarlo ¿eh?

El menor se golpeó la cabeza suavemente con el puño, como si intentara despejarse.— Sí... pero es un poco molesto, puedo oír su voz todo el tiempo –admitió con una mueca incómoda.

Gojo lo observó aún con esa sonrisa pícara en el rostro.— Es un milagro que ese sea el único efecto adverso.

Y sin previo aviso, en un movimiento inesperado, colocó suavemente dos de sus dedos sobre la frente de Itadori. Antes de que el pelirosa pudiera siquiera reaccionar, sus ojos se cerraron al instante y se desplomó desmayado, cayendo en los brazos de Gojo como una muñeca de trapo. El albino lo sostuvo con facilidad, como si cargar a un cuerpo inerte fuera la cosa más sencilla del mundo.

Mientras Gojo acomodaba a Itadori, me arrodillé al lado de Megumi, quien aún parecía estar procesando lo que había ocurrido. Le ofrecí una mano para ayudarlo a levantarse, y él la aceptó, aunque con su habitual expresión seria.

— ¿Estás bien? –le pregunté con calma.

Fushiguro asintió brevemente, aunque su mirada permanecía en el cuerpo inconsciente de Itadori. No había acabado de comprender todo lo que había pasado, pero estaba claro que su preocupación estaba más enfocada en su compañero.

Me levanté, volviendo mi atención a Satoru, quien ahora sostenía a Itadori como si fuera una carga ligera.

— Yo me encargaré de los chicos que siguen en la escuela –dije con voz firme– Llévate a Fushiguro e Itadori.

Gojo giró su cabeza hacia mí, su sonrisa relajada pronto cambió a una más emocionada como cada vez que se dirige a mi.

— Tranquila, bebé, lo tengo cubierto –su tono seguía siendo despreocupado, pero sabía que, pese a su actitud relajada, tomaría esto con la gravedad que merecía.

— Satoru... –le llamé capturando su atención por un momento más– Asegúrate de que Itadori Yuji no muera ¿de acuerdo?

Él sonrió ampliamente, aquella expresión juguetona que solía dedicarme cuando quería parecer despreocupado, pero había una promesa implícita en sus palabras.

— Sí, bebé –y con una leve inclinación de su cabeza, agregó– Nos vemos luego.

Sin más que decir, me giré, escuchando cómo su voz se desvanecía a lo lejos, mientras me dirigía hacia la escuela. Sabía que podía confiar en él para proteger a los chicos. Después de todo, mi novio era el hechicero más fuerte, y aunque su despreocupación a veces resultaba exasperante, siempre cumplía con lo que prometía.

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••¡JUJU-CORTOS!••

Seiren caminaba con paso firme y sin esfuerzo aparente, cargando sobre sus hombros a dos estudiantes heridos, una chica y un varón. El hospital más cercano estaba a solo unas cuadras, pero la escena que ofrecía era tan peculiar como impactante: a pesar del peso de los cuerpos inconscientes que llevaba, su expresión permanecía serena. Parecía como si en lugar de dos personas, estuviera simplemente llevando bolsas de compras después de una tarde de paseo.

Al entrar al hospital, la puerta automática se deslizó suavemente a su paso. Seiren avanzó directamente hacia la recepción, su presencia imponente pero relajada. La recepcionista, una mujer de unos treinta años, levantó la mirada de su pantalla y, al ver la imagen frente a ella, abrió los ojos de par en par.

— ¿Hay un doctor disponible? –preguntó la peligris tranquilamente.

La recepcionista tardó unos segundos en reaccionar, procesando lo que estaba viendo ¿Dos adolescentes heridos? ¿Y una joven que los cargaba como si no pesaran más que un par de almohadas?

— Eh... sí, sí, claro, ahora mismo... por aquí, por favor –respondió la mujer, visiblemente aturdida mientras se apresuraba a levantarse y guiarla por el pasillo.

Seiren la siguió con tranquilidad, sin hacer una mueca ni mostrar cansancio. La recepcionista, aunque caminaba delante, no podía evitar lanzar miradas furtivas por encima del hombro.

Llegaron a la sala de primeros auxilios en cuestión de minutos. El lugar estaba moderadamente lleno, con médicos y enfermeras ocupados atendiendo otros casos menores. La recepcionista señaló dos camillas vacías.

— Puede dejarlos aquí, el doctor de turno vendrá en un momento –dijo con voz aún algo temblorosa.

Seiren asintió en silencio y, con una facilidad sorprendente, dejó suavemente a los estudiantes sobre las camillas designadas. Los colocó con cuidado, asegurándose de que estuvieran cómodos a pesar de su estado inconsciente. Luego, se hizo a un lado, cruzándose de brazos mientras observaba cómo el doctor llegaba apresurado y comenzaba a examinar a los chicos.

Mientras el médico realizaba su trabajo, a unos metros de distancia un pequeño grupo de enfermeras no dejaba de mirarla, susurrando entre ellas. A pesar de que intentaban ser discretas, Seiren podía escucharlas claramente.

— ¡Qué fuerte debe ser! ¿Viste cómo cargaba a esos dos sin siquiera pestañear? –comentó una de las enfermeras, visiblemente impresionada.

— Además, es muy linda... –añadió otra con una sonrisa algo soñadora– Pero tiene un aire tan serio ¿crees que pertenezca a la yakuza?

— No lo sé, pero aunque lo fuera, no me importaría, parece amable ¿no? –intervino una tercera, con un tono que reflejaba más curiosidad que miedo.

— ¿Tú no estás casada?

– Si, bueno, hay excepciones.

Seiren, que había estado escuchando los comentarios, sintió cómo una ligera incomodidad se apoderaba de ella. Nunca le había prestado demasiada atención a lo que la gente decía, pero esta vez no pudo evitar rascarse la nuca, algo incómoda.

Tal vez llevar a los estudiantes sobre sus hombros no había sido la opción más discreta después de todo.






















╰────────➤✎nota de autor

Gente me estaba por ir a dormir y no les había subido capitulo jajajaja pero bueno aquí estaaaa

Nos vemos el viernes que viene! (si estoy viva porque la facultad me mata)

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