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◌ Capítulo 20

Nota: capítulo larguísimo para alimentarlos vvs, luego me agradecen 💋

˚ ༘✶ ⋆。˚➷

El amanecer trajo consigo una continuación incesante de la lluvia, golpeando las ventanas y empapando el suelo lleno de barro. Geto estaba apoyado en la barandilla de un pasillo que daba al campo de entrenamiento, observando cómo la lluvia caía sin cesar. Sus ojos, que antes brillaban con determinación, ahora reflejaban una fatiga y tristeza que parecía haberse instalado en él desde hacía tiempo. Su mente, habitualmente activa y alerta, se encontraba atrapada en un vacío, incapaz de concentrarse en nada.

Había estado ahí inmóvil durante lo que parecían horas, perdido en sus propios pensamientos cuando sintió una presencia familiar a su espalda. A pesar de no haber escuchado ningún sonido, sabía quién era. Esa energía inconfundible, esa arrogancia palpable incluso sin verlo, solo podía pertenecer a una persona. Gojo, su mejor amigo y ese hombre que había desaparecido sin previo aviso la tarde anterior y que ahora, un día después, regresaba.

Geto no se giró de inmediato. Permaneció de espaldas mirando la lluvia, intentando ordenar sus pensamientos antes de enfrentar a su amigo. Había planeado regañarlo por haberse ido sin decir nada, por haber dejado a todos preocupados en un momento tan delicado. Pero cuando finalmente se dio la vuelta, las palabras se congelaron en su garganta.

Allí, al final del pasillo, estaba Gojo, pero no era el que conocía. Su ropa, habitualmente impecable y cuidada, estaba ahora empapada y sucia, con manchas de sangre seca y frescas en varias partes. Su cabello, usualmente esponjoso y brillante, estaba pegajoso y caído por la humedad, mezclándose con el barro y la sangre.

Pero lo que más llamó la atención de Geto fueron los ojos de su amigo. Esos ojos, que siempre habían brillado con una mezcla de burla y poder, ahora estaban apagados, sombríos.

Geto sintió un escalofrío recorrer su columna.— Satoru...

El albino avanzó hacia él, cada paso resonando en el pasillo vacío. Sus manos estaban escondidas en los bolsillos de su abrigo, que también estaba arruinado por el barro y la sangre. No dijo una palabra mientras se acercaba, su mirada fija en el pelinegro como si estuviera evaluando su reacción, como si estuviera esperando algo.

Cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca, Geto pudo ver la expresión en su rostro con mayor claridad. Era una mezcla de cansancio extremo y algo más, algo que no podía identificar.

— Satoru, tú... –comenzó, pero las palabras se le escaparon

¿Qué podía decirle? Su amigo, el hombre que siempre parecía estar por encima de todo, el hechicero más fuerte, estaba ahí, frente a él, roto de alguna manera. Y aunque no entendía exactamente lo que había ocurrido, sabía que algo había cambiado para siempre.

El albino permaneció en silencio, su mirada perdida en la lluvia que caía implacable frente a ellos. El peso de lo que había hecho parecía colgar en el aire, haciendo que cada segundo que pasaba se sintiera como una eternidad. Finalmente, abrió la boca, pero las palabras parecían resistirse a salir, como si fueran demasiado pesadas para ser pronunciadas.

— Seiren... –empezó, su voz casi inaudible sobre el sonido de la lluvia– Seiren pagó 150 millones de yenes... –hizo una pausa, su mandíbula tensándose– Le pagó a ese hombre para que no se metiera con algunos hechiceros.

Geto frunció el ceño, confuso por un momento, pero dejó que su amigo continuara.

— Pero él...él la atacó de todos modos –apretó los dientes, sus puños temblando ligeramente– ¿Sabes quién era? Toji Fushiguro, o mejor dicho, Toji Zen'in.

El nombre cayó como una bomba entre ellos. Geto se quedó estático, sus ojos se abrieron con sorpresa y su respiración se detuvo momentáneamente. No podía creer lo que estaba escuchando. Toji Fushiguro, el hombre sin energía maldita, el asesino conocido como el error y terror del Clan Zen'in, uno de los tres grandes clanes de hechiceros. Era una leyenda en su propio derecho, un monstruo entre los hombres, conocido por su habilidad para matar hechiceros a pesar de su aparente desventaja.

— ¿Te enfrentaste a él? –preguntó Geto incrédulo.

Gojo asintió lentamente, sus ojos permanecían fijos en el suelo, como si estuviera reviviendo cada segundo de ese enfrentamiento.

— Lo encontré en la madrugada, saliendo de un casino.. y lo maté –la frialdad en sus palabras era palpable, pero detrás de esa fachada había algo más, algo roto– Yaga seguramente se está encargando del cuerpo ahora... de lo que queda de él.

El pelinegro sintió una oleada de emociones que lo golpeó como una marea. La sorpresa, la preocupación, el miedo... y luego, una comprensión dolorosa. No podía culpar a Satoru. No después de lo que había pasado, de lo que había estado en juego. Toji Fushiguro había sido una amenaza para todos ellos y había sido la causa de que Seiren estuviera en ese estado ¿cómo podría reprocharle a su amigo por haber acabado con el hombre que casi le había arrebatado lo más preciado?

Las palabras que había preparado, las reprimendas que había pensado en decirle a Gojo, se evaporaron en el aire. En su lugar, Geto dio un paso hacia adelante, acortando la distancia entre ellos. Sin decir una palabra, extendió la mano y tomó por la nuca al ojiceleste, atrayéndolo hacia él. Lo abrazó con toda la fuerza y el cariño que podía ofrecerle, un abrazo lleno de comprensión, de apoyo.

— Está bien, Satoru –murmuró contra su hombro– Está bien...

Por un momento, Gojo se quedó inmóvil, como si no supiera cómo reaccionar. Pero luego, casi de manera automática, sus brazos rodearon a Geto con una fuerza que reflejaba toda la tensión y el dolor que había estado conteniendo. Era un abrazo desesperado, uno que hablaba de todas las cosas que no podían decirse en voz alta, de todas las emociones que no podían ser expresadas.

Geto sintió el peso del cuerpo de su amigo contra el suyo y lo sostuvo sabiendo que, en ese momento, él necesitaba ese contacto más que cualquier palabra. Sabía que aunque Satoru no lo admitiría, el haber tenido que matar a alguien, incluso a un enemigo como Toji, había dejado una marca profunda en él. Y en ese abrazo, en ese simple gesto, Suguru le ofrecía todo el apoyo que podía darle, todo el amor y la amistad que habían compartido durante esos dos años.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Gojo aflojó su agarre, pero no se apartó por completo. El ojivioleta tampoco se movió, permitiendo que su amigo se tomara el tiempo que necesitaba para recuperarse, para encontrar las palabras que, sabía, llegarían eventualmente.

— Gracias, Suguru –susurró casi inaudible, pero lleno de una sinceridad que Geto rara vez escuchaba en él.

El pelinegro simplemente asintió, manteniendo a su amigo cerca, sabiendo que, aunque el camino por delante sería difícil, lo recorrerían juntos.

Luego de unos segundos más, Geto aflojó el abrazo, palmeando suavemente la espalda de Gojo antes de apartarse un poco. Con una media sonrisa, señaló la ropa sucia y desordenada de su amigo.

— Anda, Satoru, ve a bañarte antes de que apestes la habitación de Asai –dijo intentando aliviar el ambiente con un poco de humor.

Por primera vez en días, Gojo dejó escapar una ligera risa, aunque tenue, era un sonido reconfortante. Se pasó una mano por el cabello empapado, dándose cuenta de lo desaliñado que estaba.

— Está bien, está bien –respondió con un toque de resignación– No quiero que Seiren me regañe por traer agua de lluvia a su habitación.

Geto sonrió mientras observaba a Gojo alejarse. Ver a su amigo reír, aunque fuera solo un poco, le dio un pequeño rayo de esperanza. Sabía que no era mucho, pero cualquier signo de mejora, por pequeño que fuera, era bienvenido en esos momentos.

Por su parte, el albino se dirigió a los baños con pasos lentos pero firmes. Al entrar, dejó que el agua caliente de la ducha cayera sobre él, relajando sus músculos tensos y permitiéndose, aunque solo fuera por un momento, dejar de lado el peso que cargaba en sus hombros.

Luego, mientras se secaba el cabello con una toalla, su mente vagó hacia los recuerdos que compartía con Seiren. Recordó aquellos días cuando ambos tenían catorce años, las veces en que ella lo regañaba por no secarse el cabello adecuadamente después de bañarse, de entrenar bajo la lluvia o cuando llegaba empapado de alguna misión.

— Joven maestro, si sigue así va a terminar enfermo –solía decirle, con esa mezcla de preocupación y severidad que siempre le había parecido tan peculiar en ella– Ya no es un niño, deje de ser tan rebelde.

Un suspiro escapó de sus labios al recordar esas palabras. Era extraño cómo esos pequeños detalles ahora parecían tan importantes, tan dolorosamente entrañables. Pero, como hacía siempre, apartó esos pensamientos antes de que pudieran torturarse más.

Con la toalla aún en su cabello y ya cambiado con un conjunto largo gris, salió del baño y se dirigió a la habitación de Seiren. No tenía muchas ganas de secarse el cabello por completo, pero sabía que ella lo regañaría si no lo hacía, incluso en su estado. Aquella costumbre suya de preocuparse por todos los detalles, por más insignificantes que parecieran, era algo que Satoru había aprendido a apreciar más con el tiempo.

Mientras caminaba por los pasillos, dejó que su mente se centrara en lo que haría a continuación. Pensó en que tal vez se tomaría un momento para descansar, después de todo no había dormido desde la mañana del día anterior.

Finalmente, llegó frente a la puerta de la habitación de la peligris. Se detuvo por un momento, su mano en el picaporte, antes de soltar un suspiro largo y cansado.

Giró el pomo lentamente, sin siquiera prestar atención a su alrededor mientras empujaba la puerta y entraba en la habitación. Cerró la puerta detrás de él en un gesto automático, no tenía ganas de pensar, no tenía ganas de enfrentarse a la realidad que le esperaba detrás de esas paredes.

Pero cuando levantó la cabeza, todo su mundo se detuvo.

Frente a él, iluminada por la luz tenue que entraba por la ventana, estaba la figura de Seiren, de pie. Estaba de espaldas a él, mirando hacia el exterior.

El cuerpo de Gojo se quedó estático, y en ese instante, sintió que su corazón y su respiración se detenían también. Un frío helado recorrió su columna y por un segundo eterno pensó que era una ilusión, un truco de su mente agotada por la falta de sueño y el estrés acumulado.

Esto no puede ser real, pensó, pero no se atrevió a moverse ni a parpadear, temeroso de que el mínimo movimiento pudiera hacer que la visión desapareciera.

Sin embargo, cuando ella se giró lentamente al escucharlo entrar, él supo que no era un sueño, que no era una ilusión. La respiración de Gojo se volvió entrecortada mientras sus ojos se fijaban en la peligris, observando cada detalle, como si quisiera grabar esa imagen en su memoria para siempre.

Seiren lo miró con una mezcla de cansancio y sorpresa en su rostro. Se notaba que acababa de despertar y su expresión mostraba el agotamiento, la falta de energía que la había consumido en esos días. Pero a pesar de todo, se esforzó por esbozar una diminuta sonrisa, una sonrisa que, aunque débil, era para él.

— Hola, Gojo-sama...

El alma del chico se estremeció al escucharla, una oleada de emociones lo golpeó con una intensidad que no esperaba. A pesar de la voz ronca y el cansancio evidente en ella, él reconoció ese tono, esa manera de decir su apellido que no había cambiado; no importaba cuántos años pasaran, él siempre la reconocería.

— Seiren... —susurró, su voz quebrándose ligeramente al pronunciar su nombre, como si temiera que decirlo en voz alta pudiera romper el momento.

Gojo sintió que sus piernas se movían por cuenta propia, acercándose a ella con pasos lentos y cuidadosos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera desvanecerla. Su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho en un ritmo descontrolado mientras sus ojos no se apartaban de los suyos, buscando en ellos la certeza de que lo que veía era real.

— Tú... estás aquí –murmuró incapaz de formar frases completas mientras la emoción lo embargaba.

Seiren lo observó, su diminuta sonrisa apenas sostenida por la fuerza de su voluntad. Su cuerpo estaba débil y cada movimiento parecía costarle un esfuerzo enorme, pero no se apartó de la mirada intensa de Gojo. Sabía que él necesitaba verla, que necesitaba esa confirmación tanto como ella necesitaba dársela.

— Estoy aquí, Gojo-sama –respondió con suavidad.

El chico sintió una presión en su pecho, una mezcla de alivio, alegría y angustia que amenazaba con desbordarse. La alcanzó finalmente, y sin pensar, extendió una mano temblorosa hacia ella, rozando con delicadeza su mejilla fría.

Era real. Ella estaba realmente allí, delante de él, viva.

Antes de que pudiera procesar completamente la magnitud de ese pensamiento, el cuerpo de Gojo se movió por sí solo, como si un impulso más allá de su control lo guiara. Sintió sus rodillas ceder bajo el peso de las emociones que lo abrumaban y en un instante cayó al suelo frente a Seiren. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza, aferrándose a sus piernas como si temiera que en cualquier momento ella pudiera desvanecerse como una ilusión. Enterró su rostro en su regazo, su respiración temblando mientras intentaba contener el torrente de sentimientos que lo invadían.

Seiren se tambaleó ligeramente por el impacto inesperado, pero rápidamente se apoyó en los hombros de Gojo, intentando mantener el equilibrio.— Gojo-sama, despacio.

Iba a seguir regañándolo por su impulsividad, por ser tan brusco incluso en un momento así, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando un sonido sordo llegó a sus oídos.

Sintió algo cálido y húmedo empapar su ropa, y en ese instante, comprendió lo que estaba sucediendo. Gojo estaba llorando, sus sollozos silenciosos se filtraban a través del silencio de la habitación mientras sus brazos se aferraban aún más fuerte a sus piernas, como si temiera que ella se desvaneciera si la soltaba. Era un llanto desesperado, que parecía surgir de lo más hondo de su ser y cada lágrima que derramaba llevaba consigo el peso de todo el dolor y el miedo que había estado guardando en su corazón.

Seiren quedó muda y su pecho se apretó al darse cuenta de lo mal que él estaba. Sabía que Gojo era fuerte, que siempre había sido el pilar de todos, pero verlo así, tan vulnerable, tan destrozado, la hizo darse cuenta de que él también tenía sus límites, que él también podía romperse.

Quiso decir algo, cualquier cosa que pudiera consolarlo, que pudiera aliviar el dolor que lo consumía, pero antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, él habló con su voz rota y llena de una desesperación que nunca antes había mostrado.

— Entiendo si no me correspondes, Seiren –comenzó, sus palabras saliendo con dificultad entre sollozos– Si solo me ves como un niño, como tu maestro... ni siquiera me importa si me ves como un insecto o como algo insignificante... –su voz se quebró aún más, sus manos temblando mientras se aferraban a ella con más fuerza– Pero por favor, no vuelvas a hacer eso... no me dejes así, Seiren. No soy fuerte para soportarlo... yo... no soy fuerte sin ti...

Gojo levantó ligeramente su rostro, sus ojos enrojecidos y húmedos buscando los de ella con una desesperación palpable, como si cada palabra que decía fuera un ruego, una súplica desde lo más profundo de su alma.

— Te lo ruego... nunca me dejes –susurró con su voz quebrándose por completo al final.

Seiren se quedó paralizada, sus ojos aún pesados por el sueño mientras intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Apenas había tenido tiempo de recuperarse del shock de estar de pie nuevamente y ya se enfrentaba a una realidad mucho más compleja y abrumadora de lo que nunca podría haber imaginado.

Mientras él continuaba hablando, Asai sentía que el suelo bajo sus pies se desmoronaba, dejando al descubierto una verdad que nunca había querido enfrentar.

— Seiren... no entiendes lo que significas para mí –continuó, su voz ronca y temblorosa mientras la miraba, sus ojos inundados de una mezcla de desesperación y devoción que la desconcertaba– No puedo... no quiero estar en un mundo donde no existas. No importa que yo sea el hombre más fuerte y poderoso de este mundo, eres la única que tiene este poder sobre mí, que puede hacerme sentir así, como si todo en mi vida dependiera de ti. No hay nadie más, no habrá nadie más.

El corazón de la chica se apretó mientras escuchaba sus palabras, tan llenas de intensidad que apenas podía respirar. Había momentos en los que había dudado de cómo Gojo se sentía por ella, pero siempre había descartado esas ideas como meros caprichos, pensamientos tontos de un joven que la veía como su compañera de juego y nada más.

Para ella, su relación siempre había sido clara: amo y sirviente. Nunca había contemplado la posibilidad de cruzar esa línea, de permitir que algo más naciera entre ellos.

Pero ahora estaba allí, viendo a Satoru, el hechicero más fuerte del mundo, arrodillado frente a ella, rogándole que no lo dejara, profesando un amor tan intenso que rozaba la obsesión.

— No eres un capricho, Seiren, jamás lo fuiste –dijo casi como si pudiera leer sus pensamientos– No puedo ni siquiera soportar la idea de que alguien más te toque, que alguien más esté cerca de ti. Eres mía, siempre has sido mía, y yo... –tragó saliva, su voz temblando mientras sus ojos se clavaban en los de ella– Yo soy tuyo, completamente. Tienes el poder sobre mí, Seiren, y eso no va a cambiar, jamás. No puedo y no quiero vivir sin ti, así que te lo suplico... no vuelvas a hacerme esto.

Ella abrió la boca, pero las palabras se negaron a salir. Se quedó allí, mirándolo sin saber qué hacer. Una parte de ella gritaba que esto estaba mal, que Gojo debía estar confundido, que todo esto no era más que un malentendido. Pero otra parte, una más profunda y oscura, se deleitaba en lo que él decía, en la forma en que la necesitaba tan desesperadamente.

No podía evitar sentir una satisfacción perversa al escuchar que él no podía vivir sin ella, que él, el hechicero más fuerte, rogaba por su presencia, por su amor.

Estás enferma.

Una pequeña chispa de orgullo se encendió en su interior, un calor que se extendía por su pecho al saber que alguien la amaba con tanta intensidad. Ella, que siempre había sido rechazada y traicionada en su primera vida, que había vivido una vida de desprecio y odio, ahora tenía a alguien que la miraba como si fuera una diosa, alguien que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa solo para que ella siguiera respirando.

Su vida pasada la había dejado marcada, destrozada en lo que respecta al amor. Su familia la había odiado, su propio hermano la había matado sin remordimientos y la gente se le acercaba por interés. Luego había renacido en este mundo, en Jujutsu Kaisen, tratando a las personas como meros personajes, figuras ficticias en una historia que ya conocía.

Pero ¿cómo podía seguir viéndolos de esa manera cuando ya había cambiado toda la historia? Cuando tenía a su personaje favorito, no... a este chico, este hombre tan hermoso, de rodillas frente a ella, amándola con una devoción que solo podría describirse como veneración.

Todo se había ido al infierno desde que puso un pie en la mansión de los Gojo. Los planes, las reglas que había intentado seguir, la distancia que había intentado mantener... nada de eso importaba ahora. Y aquí estaba ella, con el poder absoluto sobre el corazón de Gojo Satoru, y con ello, sobre su vida entera.

Sabía que lo correcto sería alejarse, poner fin a esto antes de que fuera demasiado tarde, pero no podía. No quería. Ya había tomado una decisión, consciente o no, desde el momento en que se permitió acercarse a él, desde el momento en que sus destinos se entrelazaron.

— Satoru... –susurró mientras movía la mano para acariciar su cabello, su toque suave y lleno de una extraña ternura que ella misma no comprendía por completo– Yo... nunca quise esto, nunca pensé que llegaría tan lejos. Pero ya no puedo dar marcha atrás, ya no puedo dejarte, porque... porque ahora soy yo quien no puede vivir sin ti.

Las lágrimas continuaron cayendo por el rostro de Gojo, pero ahora había algo más en su mirada. Ella era la dueña de ese corazón roto, y aunque una parte de ella sabía que lo correcto sería liberarlo, dejarlo ir, la otra parte, la parte más oscura y egoísta, lo abrazó con fuerza, sin intención de que él se aleje.

— No te dejaré, Satoru –susurró acariciando la mejilla de él– Estoy aquí, contigo, y aunque todo se haya ido a la mierda, me encargaré de que nunca más estés solo.

Era una promesa tanto para él como para ella misma, una promesa que sabía que cumpliría con gusto, sin importar las consecuencias. Porque, en este mundo donde todo era incierto, donde las líneas entre la realidad y la ficción se habían difuminado, solo una cosa era clara: Satoru Gojo le pertenecía así como ella a él, y se aseguraría de que siempre fuera así.

La peligris observó aquellos preciosos ojos celestes, que comenzaban a brillar con una intensidad renovada. Su llanto se había calmado y solo quedaban unos pocos rastros de lágrimas en sus mejillas.

Con un suspiro tembloroso, Seiren se inclinó lentamente hacia él. Sus labios, tan cerca de los de él, sentían el calor de su respiración entrecortada. Ella cerró los ojos un momento, permitiéndose sentir la fragancia familiar que emanaba de él, y luego, con un atrevimiento que no había mostrado antes, rozó sus labios con los de él.

— Bésame, Satoru.

Gojo, al escucharla, pareció despertar de un trance. Como si hubiera estado esperando este momento durante toda su vida, sus labios se encontraron con los de ella con una suavidad hermosa.

Seiren sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras sus labios se movían en perfecta sincronía con los de él. Era un beso lleno de todas las emociones que habían estado reprimidas, una mezcla de desesperación, amor y deseo. La calidez de sus labios, el toque de su lengua explorando con delicadeza, todo lo que hacía este momento era indescriptiblemente hermoso.

El mundo exterior parecía desvanecerse, dejándolos en su propio universo de sensaciones y sentimientos. No había más dolor, no había más dudas, solo estaban ellos.

Finalmente el beso terminó, aunque sus labios permanecieron cerca compartiendo el mismo aire. Seiren abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de Gojo que ahora estaba llena de una adoración sincera y un deseo que parecía no tener fin.

Ella sonrió con ternura, su corazón rebosante de una emoción que solo él podía provocarle. Se inclinó hacia él una vez más y le dio un suave piquito en los labios.— Vamos a dormir un poco.

Gojo asintió, su rostro todavía iluminado por una sonrisa que parecía no querer desvanecerse. Se levantó lentamente, sin apartar la vista de ella o sin soltarla de la mano, y juntos caminaron hacia la cama.

Seiren se acomodó entre los cobertores y él inmediatamente se aferró a su torso, escondiendo su rostro en su pecho. Ella suspiró ligeramente y los arropó, abrazándolo con más delicadeza.

En ese instante, rodeados por el sonido de la lluvia y la presencia del otro, se permitieron cerrar los ojos con tranquilidad después de mucho.













╰────────➤✎nota de autor

QUE VIVAN MIS PAPÁS, DE ESTE AMOR NACÍ YO

Y ven que no soy tan malvada como parezco? Solo necesitaba un buen drama para desarrollar su relación muajajajaj

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