Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

◌ Capítulo 19

La lluvia caía con un ritmo constante y monótono, creando una cortina de agua que envolvía la ciudad de Tokyo en un manto gris y provocando que los habitantes de la ciudad buscaran refugio en sus hogares.

En la capital de Japón la vida cotidiana había disminuido su ritmo habitual. Pero en un lugar en particular, la atmósfera parecía más densa, más pesada, como si el clima hubiera decidido reflejar el estado de ánimo de aquellos que allí vivían.

La escuela de hechicería, que solía estar llena de vida y actividad, ahora parecía carente de su vitalidad característica. Los pasillos, que antes resonaban con risas y bromas, estaban silenciosos, y el patio, normalmente con estudiantes practicando sus técnicas o simplemente charlando, estaba desierto.

Era como si el colegio mismo hubiera perdido su esencia. Las clases continuaban, pero la ausencia de esa chispa que siempre encendía el ambiente era evidente. Y esa chispa, esa energía inagotable, siempre había provenido de dos personas en particular: Satoru Gojo y Suguru Geto. Ellos eran el alma de la escuela, sus risas y bromas eran contagiosas, capaces de levantar el ánimo de cualquiera. Pero ahora, esa energía se había apagado, reemplazada por una gravedad que no se podía ignorar.

¿Cómo podrían divertirse o continuar como si nada cuando una de las suyas estaba debatiéndose entre la vida y la muerte? Seiren, su compañera, su amiga, y para algunos, mucho más que eso, estaba en el límite, luchando por mantenerse en este mundo. Y esa lucha había drenado no solo a quienes la rodeaban, sino también a la propia escuela, que parecía reflejar el dolor y la incertidumbre que todos sentían.

Y un dormitorio en específico parecía un mundo aparte, ajeno a la lluvia incesante y al caos emocional que azotaba el resto de la escuela. Seiren estaba sobre su cama, su rostro sereno como si estuviera disfrutando de un sueño profundo y reparador. Su largo cabello gris se extendía sobre la almohada, creando un contraste suave contra las sábanas blancas. Vestía un pijama blanco con dibujos de bananas, un regalo de cumpleaños de Shoko, quien la había convencido con su humor ácido de que era un atuendo esencial.

A pesar de la tranquilidad que su semblante transmitía, su cuerpo estaba conectado a varios monitores. Una intravenosa en su brazo derecho suministraba los fluidos necesarios para mantenerla con vida, mientras que en su otro brazo, los sensores registraban sus signos vitales, y su débil respiración era facilitada por una máscara de oxígeno que cubría parte de su rostro.

A su lado, cierto albino estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la cama. Había pasado una semana y media desde que Seiren había caído en ese estado y él, desde que despertó horas después del golpe de Geto, no se había apartado de ella más que para lo esencial: comer, bañarse y ocuparse de sus necesidades básicas. Pero cada vez que cumplía con esas tareas, volvía inmediatamente a ese lugar, al lado de ella, esperando con una devoción inquebrantable que abriera los ojos.

El silencio en la habitación era realmente molesto, roto solo por el suave pitido de los monitores que indicaban que el corazón de Seiren seguía latiendo, aunque de forma tenue. Gojo observaba esos números con una concentración que rara vez mostraba, como si su fuerza de voluntad pudiera influir en la estabilidad de ella.

Su sonrisa arrogante había desaparecido, reemplazada por una expresión de vulnerabilidad que nadie más habría reconocido. Era como si hubiera sido despojado de su capa de invencibilidad, reducido a un hombre que simplemente no podía aceptar la idea de perder a la persona que le había mostrado que incluso él, el hechicero más fuerte del mundo, era más que una simple herramienta o un arma.

Los recuerdos de los momentos compartidos con Seiren pasaban por su mente en un bucle interminable, porque le encantaba torturarse con eso. Las bromas, las peleas amistosas, las noches en las que ella le regañaba por su actitud despreocupada y las sonrisas que ella reservaba solo para él. Seiren había sido su ancla, la única persona que lo veía por lo que realmente era, no por lo que representaba. Y ahora, el miedo de perderla era un peso insoportable.

Gojo bajó la mirada hacia sus manos, notando cómo temblaban ligeramente. Él, que siempre había sido un pilar de fuerza, ahora se sentía impotente, incapaz de hacer algo más que esperar. Había intentado todo lo que estaba en su poder, pero la verdad era que su fuerza no significaba nada en esta situación.

Shoko había hecho todo lo posible, y aunque Seiren estaba estable, no había garantías. Cada día que pasaba sin que ella despertara, el nudo en el pecho del albino se apretaba un poco más. No podía evitar preguntarse si había hecho lo suficiente, si había algo más que pudiera hacer.

No... Sí, en realidad sí había algo más que podía hacer, algo que podría aliviar, aunque fuera un poco, la carga que sentía en su pecho.

Tomó su teléfono por décima vez en la última hora, había estado esperando, revisando una y otra vez, casi con desesperación, en busca de alguna señal, de alguna respuesta. Pero ahora sus ojos brillaron al ver que finalmente había un mensaje.

Lo encontré, decía el mensaje seguido de una ubicación. Aquellas dos simples palabras le dieron una satisfacción inmensa.

Gojo guardó su teléfono, sintiendo cómo la tensión en sus hombros disminuía ligeramente. Se puso de pie con cierta dificultad, ya que su cuerpo estaba agotado por la falta de descanso y el estrés constante. Su mirada se posó en el rostro sereno de Seiren, quien parecía estar en paz, ajena al caos que su estado había desatado en aquellos que la querían.

Con delicadeza, acarició la mejilla de la chica, sus dedos recorriendo suavemente su piel. Se inclinó hacia ella, apoyando su frente contra la de ella, sintiendo el frío de la máscara de oxígeno entre ellos.

— Volveré pronto, Seiren –susurró con voz ronca– Lo haré rápido, solo espérame ¿sí?

Con una última caricia, se apartó con cuidado, como si temiera romperla. Sabía que tenía que irse, pero era como si una parte de él se resistiera a abandonar su lado, aunque fuera por un corto período. Aun así, se obligó a dar la vuelta y salir de la habitación, dejando a Seiren en su aparente descanso.

Mientras caminaba por el pasillo se encontró con cierta peliazul, quien lo miró con sorpresa reflejada en su rostro.— Gojo ¿dónde vas?

El albino se detuvo un momento, mirando a la chica con sus ojos normalmente despreocupados, ahora oscurecidos por la seriedad de la situación.

— Ya vengo –respondió vagamente– Ponte a estudiar, Amanai.

No tenía tiempo para explicaciones y tampoco quería preocuparla más de lo que ya estaba. Mientras pasaba de largo, le dio una palmadita en la cabeza, un gesto que solía ser juguetón, pero que ahora tenía algo de consuelo.

Amanai bajó la cabeza, sintiendo una tristeza abrumadora asentarse en su corazón. No podía evitar pensar que todo lo que estaba ocurriendo era su culpa. Si no hubiera necesitado escolta, si no hubiera sido el objetivo, tal vez Seiren estaría despierta y todos estarían felices. El peso de esa culpa la aplastaba, especialmente sabiendo que tanto Gojo como Geto habían tenido problemas por su decisión de no entregarla al Maestro Tengen, eligiendo en su lugar proteger su vida.

Pero Riko no se permitió hundirse demasiado en esa tristeza. Recordó un momento que compartió con Seiren en el acuario, un día que ahora parecía tan lejano, pero que estaba grabado a fuego en su memoria.

— Verte disfrutar es relajante –le había dicho la peligris mientras ambas miraban a los peces nadar con gracia en los tanques gigantes– Espero que siempre sigas así, Amanai.

En aquel momento, la menor había pensado que Seiren se refería a su futuro, después de la asimilación con Tengen. Había creído que esas palabras eran un deseo para el futuro, para el tiempo en que ya no sería la misma, cuando su cuerpo se convirtiera de alguien más, pero era porque Asai sabía lo que pasaría después.

Seiren había influido mucho más de lo que Amanai se había dado cuenta tras su decisión de no entregar su vida a Tengen. Y ahora, con ella luchando por su vida, ella entendía que debía honrar esa influencia, debía vivir con la misma determinación que la mayor había mostrado.

— Por ti, nee-san... viviré mis días con alegría –murmuró para sí misma– O al menos, lo intentaré...

Con ese pensamiento en mente, Amanai siguió caminando por los pasillos de la escuela de hechicería. Sus pasos la llevaron directamente hacia la habitación de Seiren, un lugar que se había vuelto su refugio en los últimos días. Cuando llegó a la puerta, inhaló profundamente antes de entrar, su sonrisa era algo pequeña pero genuina.

Riko se acercó despacio a la cama, casi como si temiera despertar a su amiga, pero no pudo evitar sonreír ligeramente al ver el pijama blanco con bananas. Con cuidado, se sentó a la orilla de la cama, observando a Seiren por unos momentos en silencio, como si estuviera recopilando las palabras adecuadas para decir. Finalmente, con una sonrisa suave, tomó la mano derecha de la chica, acariciándola con cariño.

— Nee-san, hoy fue un día largo, como siempre –susurró Amanai– Pero quería contarte todo, necesito hacerlo si no me quiero volverme loca... incluso si no puedes responderme ahora.

La joven tomó aire antes de continuar, su voz adoptando un tono más animado al recordar sus experiencias del día.

— ¿Sabes qué? Descubrí algo emocionante... ¡Finalmente aprendí a usar mi energía maldita! –rió orgullosa de lo que logró– No es gran cosa aún, pero al menos ahora sé cómo manipularla un poco, me siento un poquito más útil. Aún no sé qué técnica tengo, pero sé que la descubriré pronto, es solo cuestión de tiempo ¿verdad?

Los ojos de Amanai brillaban con una mezcla de orgullo y nerviosismo mientras seguía acariciando la mano de Seiren, sintiendo que, de alguna manera, su amiga podía escucharla.

— Ayer, durante uno de mis entrenamientos, sin querer romí una de las ventanas de la oficina de Yaga-sensei –confesó riendo mientras recordaba la escena– Nanami-senpai me dio uno de esos sermones largos sobre la importancia de la precisión y el control. Pero... ¿sabes? A pesar de todo, Nanami-senpai es un gran maestro, tiene tanta paciencia conmigo, incluso cuando soy lenta para aprender.

Amanai dejó escapar un suspiro contento, sus pensamientos vagando hacia otros momentos de su día.— Y Haibara-senpai ha mejorado tanto cocinando. Hizo un estofado hoy que estaba delicioso, estoy segura de que te encantaría.

La joven hechicera se quedó en silencio por un momento, mirando con tristeza la intravenosa en el brazo de Seiren y la máscara de oxígeno que cubría su rostro. Pero rápidamente, recuperó su sonrisa, decidida a mantener el ánimo.

— Espero que despiertes pronto, nee-san –dijo suavemente, apretando un poco la mano de la peligris– Quiero mostrarte todo lo que he aprendido. No ha sido fácil, pero he mejorado... y sé que te sentirías orgullosa de mí.

Finalmente, Amanai soltó un suspiro y se levantó de la cama, sintiendo que se acercaba la hora de cumplir con sus otras obligaciones. Con una última caricia a la mano de Seiren, la peliazul se despidió con una sonrisa, aunque sus ojos reflejaban la mezcla de esperanza y dolor que sentía. Salió de la habitación con pasos suaves, cerrando la puerta tras de sí, y apenas unos metros más se encontró con cierta castaña de pelo corto.

Ambas se saludaron con un leve asentimiento de cabeza y Shoko continuó su camino hacia la habitación de Seiren, consciente de que le tocaba hacer su rutina diaria de revisiones. Cuando abrió la puerta, se encontró con el silencio familiar, roto solo por el suave murmullo de las máquinas que monitorizaban a su amiga.

Ieiri se acercó a la cama, revisando con precisión profesional los signos vitales de Seiren. Era un procedimiento que había repetido tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados, pero hoy, como siempre, cada lectura le provocaba una ligera punzada de ansiedad. Afortunadamente, todo parecía estar en orden, o al menos, tan en orden como podía estar para alguien en coma.

Terminada la revisión, ayudó a Seiren a cambiarse, tratando de ser lo más cuidadosa posible para no incomodarla, aunque sabía que la peligris no sentiría nada. Una vez que terminó, Shoko dejó escapar un suspiro y se dirigió a las ventanas corredizas de la habitación para luego abrirlas.

Se sentó en el suelo junto a la ventana, donde el marco la protegía de la lluvia, y sacó un cigarrillo. Lo encendió con un movimiento automático, inhalando profundamente antes de soltar el humo hacia afuera. Sabía que Seiren detestaba que su habitación oliera a cigarrillo y Gojo posiblemente la regañaría si dejaba algún rastro de su hábito, así que prefería evitarse esos problemas.

Desde su posición, tenía una vista clara de la cama de Asai. Era extraño pensar en cómo habían cambiado las cosas desde que su amiga había caído en coma. Seiren había sido parte de su vida desde que comenzaron en la escuela, y ahora verla en ese estado intermedio entre la vida y la muerte, le generaba una sensación de incomodidad que no sabía cómo manejar.

Sabía bien lo que la situación estaba haciendo a todos. Los altos mandos estaban nerviosos, pues perder a una hechicera de primer grado, casi especial, era una posibilidad que no podían permitirse. Gojo estaba a punto de explotar en cualquier momento, su ausencia de las clases y las misiones era un reflejo claro de su estado emocional. Geto estaba más apagado que nunca y Yaga ni siquiera se molestaba en aparecer para dar clases, consciente de que sus estudiantes no estaban en condiciones para nada.

¿Y ella? Shoko no estaba segura de cómo sentirse. Claro, Seiren era su amiga y verla así le dolía, pero había algo en su propia personalidad que le impedía conectar completamente con esos sentimientos. Incontables veces le había dicho a Seiren que debía dejar de meterse en problemas que no le incumbían, y ahora, ahí estaba su amiga, postrada en una cama precisamente por hacer eso, por querer el bien de todos.

Mientras exhalaba otro trago de humo, sus pensamientos se fueron hacia un recuerdo específico, una tarde de entrenamiento en la que Seiren la había pillado escapándose, como solía hacer.

— No deberías ser tan desinteresada, Ieiri –le había dicho mientras la observaba con esos ojos que siempre parecían ver más allá– Entiendo que es agotador, pero es necesario que aprendas a mostrar interés. Si sigues así, la gente empezará a alejarse de ti, te verán como alguien a quien no le importa nada. Y no importa la relación que tengas con ellos, todos tienen un límite.

Shoko había resoplado en ese momento mientras bostezaba, claramente despreocupada.— Eso suena demasiado complicado para mí. Prefiero dejar que los demás se encarguen, no veo la necesidad de involucrarme en todo.

Seiren la había observado en silencio por un momento antes de responder, su voz suave pero seria.— Quizás no sea una necesidad para ti, pero a veces, estar al margen no es lo mejor. Llegará un día en que la gente no te tomará en cuenta por eso, la indiferencia tiene un precio. Yo te quiero mucho y eso nunca va a cambiar, pero es por eso que te lo digo, Ieiri... No quiero verte sola cuando yo no esté, especialmente en el mundo en el que vivimos. Tal vez algún día me des la razón, pero espero que no.

Ahora, sentada en el suelo, con la lluvia de fondo y el cigarrillo consumiéndose entre sus dedos, esas palabras resonaban en la mente de Shoko. Apagó el cigarrillo con un suspiro, aplastándolo contra el marco de la ventana antes de tirarlo hacia afuera.

Se levantó lentamente, estirando los brazos por encima de su cabeza mientras sentía cómo sus músculos se relajaban después de estar sentada en el suelo. Las palabras de Seiren seguían presentes en su mente, revoloteando como un molesto insecto que no podía espantar. Y aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que aquellas palabras habían calado hondo.

Sin embargo, por más que Asai insistiera, aún no lograba entender por qué su amiga se arriesgaba tanto, por qué sentía esa necesidad de involucrarse en todo, de poner su vida en peligro por los demás. Tal vez era su propia personalidad despreocupada y desinteresada lo que le impedía comprender esos sentimientos. No podía imaginarse actuando de la misma manera, ni siquiera quería intentarlo. Al fin y al cabo, mantenerse al margen siempre había sido más fácil, menos doloroso.

Con un último vistazo a la figura inmóvil en la cama, Shoko se dirigió hacia la puerta. Mientras salía de la habitación, soltó un suspiro cansado y agregó en voz baja, casi para sí misma.

— Tú sí que eres una problemática, Asai.

Al final, mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas, Shoko decidió que, por ahora, era mejor no pensar demasiado en ello. Después de todo, mantenerse fuera de todo había funcionado hasta ahora ¿por qué debería cambiar?















╰────────➤✎nota de autor

Un capítulo para mostrar algo de como se sienten algunos personajes con toda la situación

O

tra cosa, tengo planeado cambiar los días de actualización: lunes y viernes. Serían dos por semana lo cual me parece bien, claro que va a haber uno que otro día que no actualice porque estoy ocupada, pero les aseguro que un capitulo por semana va haber!

Ahora, debería subirles capitulo mañana? 😈

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro