◌ Capítulo 12
Parada sobre la azotea de un edificio, sentía el viento revolver mi cabello gris mientras observaba el panorama de la ciudad bajo mis pies, ciudad que pronto anochecerá. Mantenía las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón cuando una de mis mariposas se acercó volando hasta posarse en mi dedo extendido.
Sus pequeñas patas hicieron cosquillas en mi piel y cerré los ojos por un momento, permitiendo que la información que traía fluyera a través de mí. En mi mente, la imagen se fue formando lentamente: un chico de cabello marrón con corte de hongo y a su lado otro chico rubio, los dos tenían el mismo uniforme azul y eran de la misma edad. Ambos caminaban juntos, conversando en voz baja alejándose en un auto.
Abrí los ojos tranquilamente, pero la seriedad de mi expresión se intensificó. Sabía perfectamente quiénes eran esos chicos y la importancia de sus movimientos no podía ser ignorada.
Le di una orden silenciosa a la mariposa, pidiéndole que me guiara rápidamente al lugar donde se dirigían. La mariposa alzó el vuelo, sus alas batiendo suavemente mientras se alejaba de la azotea; sin perder tiempo, me lancé tras ella, saltando de un edificio a otro con agilidad y precisión.
Al llegar al borde de un cartel publicitario, me detuve por un instante, observando desde arriba el gran Velo negro que se formó en un orfanato abandonado. Tras escuchar un fuerte estruendo, di un salto hasta caer al suelo.
— ¡A-asai-san! –se asustó Ijichi.
— ¿Hace cuánto están? –pregunté sin quitarle la mirada al frente.
— Unos quince minutos –respondió– ¿Por qué?
— Voy a entrar –sentencie caminando.
Escuché como Ijichi se negaba, pero no me interesó y atravesé el Velo sin problemas. Delante de mí estaba la estructura de un orfanato, sus paredes estaban con múltiples grietas y el suelo repleto de maleza.
Podía sentir la energía maldita de dos jóvenes y una maldición, recordándome que debía apurarme o todo se iría por la borda. Avancé con cautela y estaba por entrar al orfanato cuando una pared cercana fue destruida por completo, lanzando escombros y polvo en todas direcciones. Instintivamente, me cubrí el rostro con el brazo, esperando a que la nube de polvo se dispersara.
Cuando la visibilidad mejoró, lo vi perfectamente: aquel chico de cabello castaño que vi antes estaba desmayado entre los escombros. Sin perder tiempo, corrí hacia él y me arrodillé a su lado, evaluando rápidamente su condición. Estaba herido, demasiado, pero respiraba. El alivio inicial dio paso a una preocupación más profunda mientras miraba a su alrededor, buscando señales de la maldición.
— Haibara ¿puedes oírme? –dije en voz baja, aunque sabía que no obtendría respuesta inmediata.
Con cuidado, lo levanté de entre los escombros y lo aparté, asegurándome de no agravar sus heridas. Mi mirada se dirigió instintivamente hacia la dirección de donde había salido disparado. Allí, a unos metros de distancia, pude ver la figura de cierto estudiante rubio luchando desesperadamente contra la maldición.
Estaba herido, su ropa rasgada y manchas de sangre cubrían su piel. A pesar de su condición, seguía atacando a la maldición con determinación, usando todas sus fuerzas para mantenerla a raya. La maldición era imponente, una figura grotesca y oscura, su energía maldita emanando con una intensidad casi palpable.
Decidí intervenir. Me acerqué rápidamente, acompañada por múltiples mariposas que aparecieron de la nada, sus alas brillando con una energía tenue y tranquilizadora. El rubio, agotado pero sin bajar su arma, no pareció notar mi acercamiento hasta que coloqué una mano firme sobre su hombro.
— Está bien, Nanami, deja que yo me encargue –dije con mi voz calma y autoritaria.
Kento me observó con sorpresa y cansancio visible en sus ojos, dando un paso atrás para recobrar el aliento. Extendí mi mano y con un simple gesto ordené a mis mariposas que atacaran a la maldición, volando con suma rapidez hacia su nueva comida.
La maldición, si bien era de clase uno, rugió al sentir la presencia de los insectos alados, los cuales la envolvieron como si fueran un tornado para impedirle escapar, solo asi comenzaron a devorarla lenta y dolorosamente. Invoqué a otras cien mariposas para que terminaran el trabajo más rápido y seguro, como era de primera clase no podía tomarla a la ligera.
La maldición dejó escapar un último rugido de agonía antes de ser desaparecida hasta el último centímetro de carne. Una vez me aseguré de que no había rastro de esa cosa, me di la vuelta para encontrarme a Nanami afuera del orfanato mientras revisaba a Haibara.
El rubio estaba concentrado en evaluar la condición de su compañero, su expresión seria pero aliviada al ver que estaba vivo. Me acerqué a él con paso seguro, y sin perder tiempo, saqué mi teléfono y marqué el número de Shoko; la voz de mi amiga sonó al otro lado de la línea y le expliqué rápidamente la situación, pidiéndole que viniera urgentemente para tratar a dos estudiantes heridos.
Ieiri llegó poco después, su expresión cansina como siempre mientras usaba su ritual inverso en los menores. Observé en silencio mientras ella trabajaba; sentí un leve alivio interno, pues aunque no tenía un lazo personal fuerte con Haibara, sabía por mi conocimiento del manga que su destino era la muerte. Salvarlo significaba mantener un aliado valioso para el futuro, alguien con habilidades y determinación que podrían ser cruciales en las batallas que vendrán en unos años más.
Una vez que Shoko terminó de atender a los heridos, se acercó a mí con paso firme mientras encendía un cigarrillo.— ¿Todo en orden?
— Si, gracias por venir tan rápido –respondí sinceramente viendo a Ijichi llevarse a Nanami y Haibara hacia el auto– ¿Tú?
Shoko asintió con gesto despreocupado, suspirando levemente antes de continuar.— Sabes que los altos mandos no tolerarán que hayas intervenido ¿verdad? No les gusta cuando los hechiceros se meten en misiones que no les corresponde.
Guardé silencio por un momento, procesando sus palabras. Era cierto que los protocolos y las reglas eran estrictos en el mundo de los hechiceros y que mis acciones podrían ser vistas como una infracción.
Como si me importara.— No le digas a Gojo-sama.
Shoko, al ver que no iba a contestar a su pregunta, me miró por varios segundos hasta suspirar con cansancio.— Tu sabes dónde te metes, Asai, solo espero que estés preparada para las posibles consecuencias.
Asentí en respuesta, aceptando la advertencia. Nos dirigimos hacia donde Ijichi había estacionado su auto, una señal silenciosa de que era hora de irnos de ese lugar y regresar al colegio de hechicería.
El viaje de regreso fue silencioso en su mayor parte, solo interrumpido por el suave murmullo del motor y el zumbido del aire acondicionado. Nanami y Haibara estaban dormidos mientras que Shoko veía su teléfono, por mi parte yo observaba por la ventana.
Cuando finalmente llegamos a la sede, bajé del auto junto a los tres, y antes de irme decidí conversar con cierto rubio.— Quédate tranquilo, yo me encargaré de entregar el informe y explicaré lo que sucedió.
Nanami pareció dudar por un momento, como si quisiera decir algo, pero mi expresión seria y mis palabras no le dieron espacio para replicar. Asintió finalmente con gesto resignado, confiando en mi, como su superior, para manejar la situación.
Sin esperar más, me adentré en el edificio hacia la oficina personal de los altos mandos. Sabía que enfrentaría preguntas y quizás críticas por mi decisión de intervenir en la misión, pero a este punto de mis dos vidas no me importaban las palabras de viejos que se sentaban sin hacer nada y mandaban a chicos de quince años a morir, justo como hoy.
Al llegar a la puerta de la oficina, toqué suavemente y esperé unos momentos antes de que la puerta se abriera por si sola. Con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, ingresé calmadamente; el interior era igual al que mostraban en el manga, donde había un círculo en el centro mientras que los hombres estaban detrás de paredes de papel.
Me posicioné en el centro y, a pesar de saber lo que podía venir, seguí como si nada.— Asai Seiren, hechicera de primera clase, segundo año de la escuela de hechicería. He exterminado a una maldición de primera clase con ayuda de Nanami Kento y Haibara Yu, ambos estudiantes de primer año y hechiceros de cuarta clase.
A pesar de no verles la cara, sé que me estaban observando con expresiones serias y reservadas. El silencio se prolongó por un momento antes de que uno de ellos hablara, siendo seguido por otros.
— Comprendemos la gravedad de la situación y la amenaza que enfrentaron. Sin embargo, tu intervención directa y sin autorización es algo intolerable.
Fruncí el ceño, pensando en lo imbéciles que parecían al regañarme por salvar dos vidas ¿no es para eso que existe la hechicería?
— Lamento si mi intromisión estuvo fuera de lugar –dije con pequeños tonos sarcástico– Pero no me pareció lógico que estudiantes de primer año, más encima siendo de cuarta clase, sean enviados a exterminar a una maldición de primera clase.
— ¡Insolente! –gritó uno con furia– Si Gojo-sama fue capaz de eliminar hasta una clase especial siendo estudiante de primer año, esos niños también.
— No se atreva a comparar a Gojo-sama con otro hechicero, todos sabemos que nadie le llega a los tobillos, claramente para él no es nada –dije molesta de que siempre lo metieran en todo– Pero para Nanami Kento y Haibara Yu seria todo un desafío siquiera salir vivos en un enfrentamiento hasta con una maldición de segundo grado.
— No podemos ignorar el hecho de que tu relación con el Joven Maestro Gojo ha influido en tu decisión –comentó otro– Te has vuelto tan altanera y orgullosa, pensando en que puedes hacer lo que quieras.
— Es momento de darte una lección, solo asi podrás entender tu posición.
Ni siquiera me dieron tiempo a defenderme cuando varias cadenas emergieron del suelo, estas se enrollaron en todo mi torso, aprisionando como si fuera una camisa de fuerza. Solté un quejido ante la presión en mis costillas y brazos, obligando a que me arrodille en el suelo.
— Eres una buena chaman y sería una pena perder a alguien como tú, pero tu arrogancia es un gran defecto que debemos eliminar.
Mis palabras quedaron atascadas en mi garganta cuando, de repente, comencé a sentir mi cuerpo hirviendo. Apreté mi mandíbula, el dolor comenzaba a intensificarse cada vez más, haciéndolo insoportable.
Era la misma sensación que tuve cuando aparecí en este mundo, no sé qué era, pero me estaba quemando de pie a cabezas desde mi interior. La cabeza me daba vueltas y mi respiración estaba irregular, pero me negué a soltar una palabra. No les daría el gusto de verme doblegada, no importa la tortura, lo iba a soportar.
Y como si ellos me leyeran la mente, aumentaron el castigo, esta vez sacándome un gemido de dolor pero mordí mi lengua para evitar soltar otro ruido. Unas cuantas lágrimas se asomaron por mis ojos y estuvieron a punto de caer de no ser por alguien.
Las puertas de la sala se abrieron abruptamente y un silencio tenso llenó la habitación cuando cierto albino entró con su característica sonrisa desvergonzada.
— ¿Qué está ocurriendo aquí? –preguntó con su tono despreocupado y una mirada curiosa mientras recorría la habitación con sus ojos.
La sensación tortuosa se detuvo abruptamente y pude percibir cómo los altos mandos intercambiaron miradas, evidenciando cierta incomodidad por la presencia de Satoru. Y para evitar responder, soltaron las cadenas que me retenía, dejándome libre.
Con lentitud me puse de pie y fingí todo lo que pude el temblor de mi cuerpo y el sudor que bajaba por mi frente.— ... Traeré el informe más tarde.
Sin querer estar más tiempo ahí dentro, caminé hacia la salida y pasé de largo de Satoru. Lo que menos quería es que él me viera en este estado, no podía creer que justo tuviera que aparecer.
Escuché sus pasos detrás mío seguido de las puertas cerrarse y como si me hubiera dado un respiro, mis piernas cedieron ante el dolor. Sin embargo, antes de que pudiera tocar el suelo, unos brazos firmes me sostuvieron y me alzaron en el aire.
— ¿Qué... está haciendo, Gojo-sama? –pregunté completamente adolorida– Por favor, bájame, puedo caminar sola.
Claramente mi tono frío y de reproche no sirvieron, porque él solo sonrió traviesamente.— Pues no parece que puedas, pero está bien, este humilde maestro se encargará.
Desestimando mi petición, decidió avanzar con paso decidido hacia los jardines de la escuela, haciendo que me resigne. A medida que caminábamos, el aire fresco y el aroma de las flores me rodeaban, proporcionando un contraste calmante con la tensión que había sentido momentos antes.
Miré a Gojo, su expresión relajada y despreocupada como siempre, aunque a mi no me podía engañar, no he pasado dos casi tres años a su lado por nada.
Esos preciosos ojos que tiene no brillaban con diversión, directamente no había brillo en ellos. Estaban vacíos, carentes de emoción.
Decidí callarme por el momento hasta que finalmente llegamos a un banco en medio del jardín. Gojo se detuvo y con suavidad me bajó, asegurándose de que estuviera estable antes de soltarme.
— Gracias, Gojo-sama –dije rompiendo el silencio.
Él, parado enfrente de mí, no respondió, extrañándome por completo. Satoru siempre tiene algo que decir, no importa la situación, él va a soltar alguna tontez... pero ahora no.
Busqué su mirada, pero tenía la cabeza abajo, asi que solo veía su cabello blanco. Dirigí mi vista a sus manos, haciendo que me sorprenda al verlas apretadas con tanta fuerza que se marcaban sus venas y sus nudillos se pusieron blancos.
— Gojo-sama... –quise hablar, pero él me interrumpió.
— ¿Debería matarlos?
En el momento en que capté sus palabras, me quedé sin habla. Me quedé mirándolo, sin saber qué decir. Sus palabras resonaron profundamente en mí, dejándome vulnerable y sin respuestas.
Su tono fue completamente frío y ahora me estaba viendo a los ojos, su expresión indiferente. Ya no había rastro del juguetón Satoru, y eso me recordaba al panel del manga donde le hace la misma pregunta a Geto.
— ¿Usted está... enojado?
Él se arrodilló frente a mí y ocultó su rostro en mi regazo, abrazando mis piernas con fuerza.— ... Si, demasiado.
— ¿Por qué? –me atreví a preguntar, sintiendo algo burbujear dentro de mi.
Satoru se quedó callado por un momento para luego girar su cabeza, aun recostada en mis piernas, y apoyar sus labios en el dorso de mi mano.— Porque alguien se atrevió a hacerte daño... ¿cómo podría no estar enojado si alguien tocó algo mío?
— ¿Q-qué...?
Sus palabras resonaron en mi mente, provocando una sensación inesperadamente cálida en mi pecho. No podía creerlo, pero me sentí inmensamente bien al escucharlo, y aunque sabía que Gojo probablemente lo decía porque me veía como su subordinada, no pude evitar que lo que dijo me gustara.
Sus labios aún estaban sobre mi mano, su contacto enviando una corriente de electricidad a través de mí. Pensé en todas las veces que había mantenido mis emociones bajo control, en la máscara fría y distante que siempre llevaba. Pero en este momento, con Gojo mostrando una vulnerabilidad y una preocupación tan profundas, sentí que todo eso se había ido al carajo.
Gojo Satoru, mi favorito, estaba arrodillado diciendo que estaba enojado porque me tocaron; y eso me estaba gustando más de lo que creí.
Me permití disfrutar de esa sensación, sabiendo que, por ahora, tenía su atención y su preocupación completamente centradas en mí.
╰────────➤✎nota de autor
Antes que nada, ya sé que Haibara muere despues del Arco del Recipiente de Plasma Estelar, pero me di cuenta de eso despues de que terminé de escribir este capitulo. Pero no importa, por que Seiren lo iba a salvar de una u otra manera jajajsa
Ahora si GOJO POSESIVO Y SEIREN ACEPTANDO ESO mis papiiiis
¿Que opinan del capitulo?
Nos vemos la proxima semana, bbcitos <3
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