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Capítulo 19.


─┈ꗃ ▓▒ ❪ act one ― chapter nineteen. ❫ ▒▓



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NO SABÍA EL TIEMPO QUE había estado inconsciente, pero cuando los rayos de sol le molestaron al abrir, gruñó. Llamó la atención de sus hermanos; iban en un coche, antiguo, hacia. . . ¿Chicago? No sabía si lo había leído bien, pero eso decía en un cartel.

― ¿Hm?

―Buenos días, princesa.

La voz de Klaus era todo lo que necesitaba para saber que estaban bien. Recordó los últimos segundos antes de desvanecerse en los brazos de Nik, la había salvado de morir en la ópera. Recordó a Mikael. Todavía no podía responderse a la pregunta más importante: ¿Cómo les había encontrado?

Y recordó a Marcellus. Atado en ese poste, en el escenario. Seguramente ahora estará muerto, murió carbonizado a manos de Mikael. Como todo lo que su padre tocaba. Acababa matando a las personas que más amaban los mellizos Mikaelson.

Llevó su diestra a su cabeza, masajeando la sien con delicadeza. La cabeza le dolía todavía, pero no tanto como cuando perdió el conocimiento. Se levantó con cautela y se sentó, apoyándose en el respaldo de uno de los asientos de atrás.

― ¿Chicago? ―cuestionó, frunciendo el ceño, cuando el cartel de "bienvenidos a Chicago" se hizo presente delante de ellos―. ¿Lograron dejar atrás a Mikael?

―Eso espero, Aggie ―contestó su hermana, desde el copiloto―. ¿Estás bien? ―añadió, mirándola a través del retrovisor.

―Creo que sí. . . solo utilicé demasiada magia ―murmuró, encogiéndose de hombros―. ¿Qué planeáis hacer en Chicago, hermanos?

―Vivir, hermana. Vivir.

Las palabras de Rebekah fueron la sentencia definitiva. Agnetha sonrió orgullosa, esperaba disfrutar de aquella ciudad. Y quizás, tras su estancia ahí, también dejaría a sus hermanos para ver mundo, como hizo Elijah antes de su vuelta de Mystic Falls.


( . . . )


Cuando parecían tener todo lo bueno de nuevo, en aquel bar de carretera abandonado a su suerte que era dirigido por una hermosa bruja, todo cambaría. . . aunque todavía no lo sabían. Agnetha fue la primera el chocar con él, con aquel chico que le robó el corazón en 1864, pero también unos años atrás, cuando había apagado su humanidad. Fue una mañana de finales de septiembre. El cabello castaño de Stefan Salvatore, junto a esas orbes que tanto le gustaba, eran inconfundibles. Sus hombros chocaron y ella alzó la cabeza, conteniéndose las ganas de gritar y arrancarle el corazón a esa persona. Inconscientemente, sonrió al verle.

― ¿Stefan? ―preguntó, dudando, para después fijar la mirada en el chico.

― ¿Agnetha? ―preguntó él, sorprendido―. ¿Cómo? ¿C-Cómo es posible? ¿Qué haces aquí?

―Parece ser que el destino si existe ―murmuró, ladeando una sonrisa―. No esperaba encontrarte, precisamente, aquí. Aunque.... Me temo que estoy atando cabos.

Agnetha recordaba haber escuchado sobre un destripador que se sentía solo y huyó a la ciudad. Precisamente, en esos tiempos, se conocía como era de la prohibición, por ende, muchas de las cosas que antes se realizaban en Norteamérica, actualmente no se permitían.

― ¿Te invito a una copa y te cuento? ―la rubia asintió, cogiéndose de su brazo―. Sígueme.

La chica Mikaelson asintió y le siguió, todavía cogida del brazo, con una sonrisa imborrable en su rostro. Rodearon el bar entero, para sentarse en la barra, con dos vasos de bourbon a su abasto. Por ahí venían sus hermanos, que no tardaron en hacerse presente.

―Déjame presentarte a mis hermanos, Stef ―le dijo al chico Salvatore, señalando con su cabeza en dirección por donde avanzaban ambos―. Mi hermano mellizo, Niklaus, y mi hermana pequeña, Rebekah. Hermanos, él es Stefan Salvatore.

― ¿Tan rápido te dejas amarrar, hermana? ―bromeó, rodando los ojos, su mellizo.

―Eres un impertinente, hermano ―gruñó la rubia, acusándole con el dedo―. Conozco a Stefan desde hace varias décadas, de cuando estuve de viaje en Mystic Falls.


Después de esa conversación, aunque la mirada de Rebekah era de deseo, bastó con un gruñido para que se alejara, Stefan era de Agnetha, así como Agnetha era de Stefan. Nadie se interpondría en su relación. . . quien sabía si ahora podían tener una. Les dejaron solos y, mientras los dos acompañaban sus charlas con esas copas de bourbon que se iban rellenando de a cada poco, se pusieron al día. Y así siguieron por las siguientes semanas, contándose historias. Besándose como si no hubiera un mañana.

―Así que el destripador de Monterrey eres tú ―comentó la vampira casi milenaria, cuando escuchó las palabras de su alma gemela―. ¡Es fascinante, Stefan! Había escuchado rumores, pero es increíble. Nunca pensé que serías capaz. . . fuiste tan bueno y bondadoso conmigo cuando estuve en tu casa, tan hospitalario, tan amable. No lo hubiera dicho nunca. ¡Por eso le caes tan bien a Nik! Él es un depredador mucho peor que yo, créeme.

―Tu hermano también me cae bien, Aggie, pero la que me gustas eres tú ―dijo, riendo, mientras la besaba―. ¿Por qué hay tanto jaleo por ahí detrás? ―preguntó.


Agnetha Mikaelson frunció el ceño. Visualizó a su hermano en la puerta de entrada del local, haciéndole señas para que se fuera con él. Rebekah ya no se encontraba entre los presentes, lo que la hizo dudar. ¿Qué habría pasado entre esos dos? ¿Y por qué Rebekah no estaba bebiendo o besándose con alguno como de costumbre desde que llegaron a Chicago?

Sin embargo, al ver quien entraba al local por la otra entrada, se estremeció. Tuvo un ligero escalofrío.

Mikael les había encontrado. De nuevo.

Se llevó a Stefan a velocidad vampírica de aquél lugar, hasta salir del bar. Mediante magia, selló temporalmente la puerta, para que solo ella, como bruja, pudiera quitarlo. Le daba miedo. No quería hacerlo. Pero entendió el gesto de su hermano. Era lo mejor para él. Por su seguridad.

Primero fue Niklaus quien dio el paso, dándole unos minutos a su hermana melliza, para que pudiera despedirse de Stefan.

Le cogió de las manos, apretándolas con cariño, fijando su mirada en él.


―Es por tu seguridad, vida mía, pero te prometo que la próxima vez que nos reencontramos, será para siempre ―musitó, notando como una lágrima traicionera recorría su mejilla, sintiendo un profundo dolor por lo que estaba por hacer.


Llevó su diestra a la mejilla impropia, murmurando un hechizo del grimorio de Esther.

"Memoriam tuam accipiam ut aliquando tibi reddatur."

(Tomaré tus recuerdos que algún día serán devueltos."

Los recuerdos que Stefan Salvatore y Agnetha Mikaelson compartieron durante semanas, incluso aquellos que pertenecían a la corta estancia de la vampiresa en Mystic Falls, salieron de la mente del varón, introduciéndose en el interior de la híbrida, que serían almacenados ahí hasta que pudiera devolvérselos.


―Olvidarás que estuvimos aquí, vida mía, y no recordarás nada de esto hasta que yo te lo diga ―dijo, mirando fijamente al vampiro, que lo tenía bajo el don de la compulsión, pues al ser una Original, al igual que Klaus y todos sus hermanos, podía obligar a otros vampiros.


Para despedirse, la fémina se puso de puntillas y depositó un casto beso en los labios impropios.

A partir de ese día, no volvieron a verse. . . hasta dentro de muchos y muchos años, habiendo rehecho sus vidas por su lado, sin saber de la existencia del otro (por parte de Stefan Salvatore, en realidad).




* *

n/a. kaboom, stefan volvió a aparecer. casi no he cambiado nada del capítulo original, pero les puedo adelantar que quedan, a lo sumo, un par o tres de capítulos más para terminar la edición el primer acto! eso significa que, como siempre, luego me tomaré unos días antes de seguir con el segundo, por lo que me centraré en mis otros fics para ir avanzándolos, también.


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