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Capítulo 18.



─┈ꗃ ▓▒ ❪ act one ― chapter eighteen. ❫ ▒▓


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Varios años más tarde.


1919. La primera guerra mundial terminó unas semanas atrás. Pese a que Estados Unidos no había participado, directamente, en ella, las dos hermanas Mikaelson sí se postularon como enfermeras para ayudar a los soldados caídos y heridos. Habían aprovechado esos duros momentos para seguir con aquellos estudios de medicina que empezaron un siglo atrás y que nunca terminaron, mas tampoco los continuaron cuando terminó la guerra. En el caso de Agnetha, aquello la ayudó a superar ese periodo sin humanidad que tanto daño le había hecho, y no solo a ella misma, sino el dolor causado en sus hermanos con sus palabras hirientes y sus actos llamando tanto la atención.

Ambas hermanas llegaron unas horas atrás cuando no había nadie en el Complejo, por lo que Aggie decidió volver a salir tras dejar sus cosas en la habitación, acercándose al Rousseau's, donde pidió un plato de gumbo para comer ahí, junto a un vaso del mejor bourbon que tuvieran. Estuvo por casi dos horas ahí, leyendo en el periódico local las últimas noticias, intentando despejarse de todo por un rato. Y, entonces, tras dejar una buena propina para los empleados, la Mikaelson volvió a su hogar, encontrándose con un Niklaus Mikaelson algo preocupado. Su rostro le delataba. A pesar que éste intentó ignorar la mirada de su hermana melliza, Agnetha se acercó a su hermano, que se encontraba apoyado en la barandilla mirando al horizonte, con un atardecer que parecía ser el mejor escenario.


― ¿Qué ocurre, Nik? ―preguntó la rubia, mirando al frente también―. Esperábamos una bienvenida, un abrazo o algo después de semanas sin vernos.

―Tengo un mal presentimiento, Aggie ―murmuró, suspirando―. Como cuando huíamos de padre, ¿recuerdas? El mismo mal presagio.

Le miró estupefacta, pensando en qué decir. Durante los últimos días, había tenido el mismo pensamiento. La imagen de Mikael persiguiéndolos durante siglos volvió a su mente ―aunque en realidad nunca la había abandonado, formando parte casi siempre de sus pesadillas―, pero pensó que era causado por el cansancio de curar a los soldados caídos que había en el sanatorio.

―He tenido el mismo presentimiento durante días ―susurró, para después mirarle―. ¿Crees que esté cerca?

La mirada de su hermano lo decía todo. Agnetha cerró sus ojos, dejando que Niklaus rodease su flacucho cuerpo. Por unos instantes, deseó que todo se quedase así. Que la felicidad que habían encontrado en Nueva Orleans no se fuera, o esa casi falsa felicidad, como había dicho en sus peores momentos. Pero sabía que no sería posible.

―Desearía que la felicidad que encontramos aquí, permaneciera siempre ―musitó la fémina, para después besar la mejilla de su hermano―. Mañana hablamos, descansa.

―Descansa, enana.


Se fue, enfurruñada, a su habitación. Como había extrañado sus lujos, ese espacio que tanto amaba. Aunque odiaba que siempre se metieran con ella por su baja estatura, ese abrazo era el aliento de vida que necesitaba en esos momentos.


( . . . )


Tres días más tarde, los tres hermanos Mikaelson y Marcel Gérard acudieron a la ópera. Eso era algo que unía mucho a la familia Mikaelson, desde hacía mucho tiempo. Disfrutaban del arte que tenían a su mano, fuese ópera, teatro o música en vivo. Acudieron elegantes al teatro donde se realizaría la función.

Niklaus, con su traje impoluto negro y blanco, siendo Marcellus prácticamente una copia suya, vistiendo igual. Rebekah, quien había optado por un vestido blanco de flecos, lo acompañó con unos guantes de seda que llegaban a sus codos, en los que reposaban un bonito anillo de compromiso, que Marcel le había otorgado antes de partir a la guerra, y una eslava de oro bañado en plata, perteneciente a un antiguo monarca de Inglaterra. Agnetha, a diferencia de su hermana menor, llevaba un vestido largo y negro que cubría sus piernas hasta el suelo, con unos tacones que se veían hermosos. Era de tirantes, la espalda libre. Lo acompañó de un colgante de rubíes, siendo éste un costoso regalo de Enrique VIII.

―No sé si esto será buena idea, hermano.

El mal presentimiento fue a más desde la conversación que los mellizos tuvieron en el Complejo. Era como si Mikael fuese una sombra, acechando la muerte de sus hijos. El cazador de vampiros que se alimentaba de vampiros iba tras de ellos de nuevo; después de tantas décadas sin tener que huir. Y esa noche, cuando la ópera iba a dar comienzo, se dio cuenta que faltaba alguien en el palco en el que se encontraban. Frunció el ceño ante la ausencia de Marcellus, pues no hacía mucho que estaba junto a ellos.

La voz que tanto odió durante su vida humana se hizo presente. ¿Cómo les había encontrado?

―Espero que no les moleste los cambios que hice en la obra, engendros del mal ―se burló Mikael, dejando algo paralizada a Agnetha, con esas palabras.

―Mikael ―gruñó Klaus―. Llévate a Rebekah de aquí, Agnetha. Esto es asunto de padre y mío.

Ni loca lo dejaría ahí. Pero su mirada era firme, iba a actuar desde las sombras. A velocidad vampírica, a la par que el telón se alzaba. Ese niño que se había convertido en hombre, al que llamaba ahijado cuando se refería a ella como madrina, estaba colgado de un poste en el escenario. Ahogó un grito cubriendo su boca entre sus manos, Rebekah corrió hacia la salida, pero fue demasiado tarde. Mikael había incendiado la ópera.

―Corre, Bex. ¡Huye! ―le gritó a su hermana, mientras intentaba detener el fuego con su magia―. ¡Corre! Te prometo que nos encontraremos fuera.


Un sollozo se escapó de los labios de su hermana, pero finalmente accedió. Lo que no sabrían nunca es que ella era la culpable de la aparición de Mikael. Por eso, ignorando todo aquello, Agnetha no permitiría que la menor sufriera más y si ella tenía que dar la vida por salvarla, lo haría mil y una veces.

Su magia no era suficiente para alcanzar todo el lugar, y no ver a Niklaus no ayudaba. Notaba como sus fuerzas flaqueaban, usar tanta magia después de tanto tiempo tenía sus consecuencias, así como sabía muy bien que las brujas de Nueva Orleans no la querían ahí y, por ende, los ancestros tampoco la ayudaban.

Siempre dijeron que una aberración.

Pero Agnetha Mikaelson siempre respondía que era una maravillosa aberración.

Sintió como un líquido con sabor a plata caía de su nariz. Estaba sangrando debido al poco autocontrol que tenía en ese momento. También sabía que era peligroso.

Y entonces, cuando pensó que todo había acabado, ya estaba por desfallecer por el cansancio, sintió unos brazos que la cogían.

―Te tengo, mi mitad.


La dulce voz de su hermano mellizo que tanto la había calmado en las noches de tormenta, tanto a ella como a Rebekah, fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro.



* *

n/a. y volvieron los capítulos habituales, quedan pocos capítulos para terminar el acto. Creo que van a ser un par, como mucho tres, para que veáis la relación de agnetha con los labonair (aunque se irá desarrollando, mediante flashbacks, en el tercer acto) y la llegada al mundo de los gemelos aleksander y jane (spoiler: aparecen a mitades del segundo acto, ahre).


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