~XXVI~
Deborah no podía esperar a que este maldito curso se acabara.
Se había pasado todo el año preocupada, cansada, asustada y ahora sola, pues sus amigos cada vez actuaban más raro.
Gracias a que no hablaba mucho, ella se había vuelto una persona perspicaz, podía notar las miradas que intercambiaban y como se ponían nerviosos cuando ella estaba cerca.
Temía que se iba a quedar sin amigos, pues suponía que ese comportamiento se debía a que no sabían como decirle que no querían juntarse más con ella.
Cuando pensaba en esas cosas se sentía como en su primer año, sola, perdida y con unas inmensas ganas de volver a casa y jugar a las cartas con Regulus mientras tomaban un chocolate caliente.
Echaba mucho de menos a Regulus, no le veía desde navidades y aunque se mandaban cartas no se había atrevido a contarle lo que le ocurría.
A pesar de saber que él la aconsejaría y ayudaría, sabía que si le contaba lo que ocurría sonaría como si se estuviera quejando, y ella no quería quejarse, no con el hombre que le salvó la vida.
Así que reprimir lo que sentía era la mejor opción. Durante un tiempo pensó en hacerse con un diario y escribir, pero la simple idea de que alguien pudiera encontrarlo le hacía echarse para atrás.
En todo eso pensaba Deborah cuando se dirigía hacia la clase de Snape para su último día de castigo.
Al ser el último el hombre había decidido que sería oportuno adelantarlo unas horas, por lo que ella sabía que se quedaría sin cenar.
El hombre ya estaba allí cuando entró, sentado en su escritorio y con la mirada odiosa que solía dedicarle.
-Llegas tarde Potter.
Debbie rodó los ojos, pues solo había sido un minuto y se dirigió a los estantes, en los que se había pasado las últimas tres semanas ordenando.
Unas horas pasaron y cuanto más se acercaba la puesta de sol, más nervioso parecía Snape.
El hombre estuvo unos minutos pasando su mirada de la chica al caldero, preguntándose que hacer.
Acabó por enfrascar la poción y ponerse de pie.
-Sígueme Potter, tengo algo que hacer, pero tu castigo aún no ha terminado y nunca te dejaría sola en mi aula.
La chica suspiró y de mala gana siguió a Snape hasta el despacho del profesor Lupin.
El hombre tocó la puerta mientras que Deborah se preguntaba qué demonios hacían allí.
Al ver que Lupin no iba a contestar Snape y ella entraron al despacho, pero lo que vio les dejó paralizados.
Era un mapa, en el que indicaba que Harry, Hermione, Ron y Lucy estaban encerrados con Lupin y Sirius Black.
Deborah sacó su varita y se dispuso a dejar la sala, pero el brazo de Snape la detuvo.
-De eso nada Potter, ve a avisar a Dumbledore, yo iré.
La chica se apartó de su agarre y le miró desafiante.
-No. Harry es mi hermano y si se piensa que le voy a dejar allí, con el hombre que causó la muerte de mis padres está usted muy equivocado.
Tras unos segundos de mantenerse la mirada Snape pareció reaccionar.
-De acuerdo, pero irá usted detrás de mi en todo momento.
El hombre agarró el mapa y ambos salieron del castillo, pasando por el sauce boxeador y gateando hasta la casa de los gritos.
Al llegar allí Snape susurró.
-Espera aquí Potter, te avisaré si necesito refuerzos.
Y dicho esto se colocó la capa que habían recogido por el camino y entró en la habitación en la que todos estaban.
Deborah esperó tras la pared, escuchando las conversaciones que tenían lugar dentro.
Solo comprendió que Lupin era un licantropo y que Snape no había resuelto sus traumas de la adolescencia.
Cuando el profesor amenazó con llevar a Black a los de mentores y hacer que expulsaran a los niños allí presentes, Deborah se decidió y entró varita en alto.
Todos en la sala se giraron a mirarla.
Snape con fastidio, los niños con miedo y Lupin, desde el suelo, algo aliviado.
-¡Deborah, tienes que ayudarnos! ¡Haz que Snape se detenga, ellos nos lo van a explicar!
La chica apuntó a Sirius y se colocó delante de los niños, ignorando la sugerencia de Lucy.
-¿Qué escuchemos a un asesino y a su cómplice los cuales quieren matarnos? No gracias.
Ante esto Snape soltó una carcajada.
-¿Ves esto Black? Potter debe estar riéndose de ti desde el infierno.
Sirius, furioso intentó andar hacia él, pero la Potter le detuvo.
-¡Quieto ahí! Si te vuelves a mover te juro que no lo cuentas.
Deborah llevaba evitando la mirada de el hombre desde que entró en la sala, pero cuando Sirius se giró hacia ella, con una mirada melancólica, no pudo evitar que todos sus recuerdos con aquel hombre volvieran.
Ella dio un paso hacia atrás algo intimidada cuando el hombre frente a ella sonrió triste.
-Debbie, cuanto has crecido pequeña, aún recuerdo el día en que naciste y como a Cornamenta casi le da un ataque o el primer día que tuve que cuidar de ti....
Un suspiró siguió a esas palabras, en los que el brazo de Deborah comenzó a temblar, debido a todas las emociones que sentía en aquel momento.
Sirius intentó dar un paso hacia ella, pero le detuvo lanzando una maldición a sus pies.
-Te he dicho que no te muevas, no seré tan amable la próxima vez.
La voz le tembló un poco al finalizar la frase y se maldijo por ello.
-Por favor Debbie, esto es todo un gran malentendido, deja que te lo expliquemos. No vamos a haceros nada, ni siquiera vamos armados.
La cabeza de Deborah dolía, no sabiendo que decisión tomar.
-¡No lo hagas Potter! ¡Solo está jugando contigo!
Las palabras de Snape penetraron en su cabeza. Era lo que tenía que hacer, aquel hombre que la enseñó a usar la escoba de juguete y que siempre le daba galletas no existía, solo había un asesino, tenía que derribarlo, por su bien y por el de Harry.
Pero justo cuando iba a hechizar a Black una mano se posó en su hombro.
-Por favor Deborah, quiero saber que está pasando.
La chica se desestabilizó ante la mirada suplicante de su hermano.
Nunca pensó que él la miraría a los ojos otra vez ni la tocaría de nuevo, pensó que todo eso de tener un hermano se fue con sus padres.
Los Potter se mantuvieron la mirada un tiempo, ambos dándose cuenta de que no era tan incómodo como había pensado.
Deborah rompió el contacto y suspiró para bajar la varita, lo haría por Harry.
Sirius sonrió, pero Snape no estaba tan contento, subió su varita dispuesto a aturdir a uno de los Potter.
Pero ambos reaccionaron rápido y pensando que iba a herir al contrario soltaron maldiciones que mandaron a volar al profesor.
Unos segundos de silencio se instalaron tras eso, en los que Sirius desataba a Lupin y Deborah se arrodillaba frente a la pierna de Ron, murmurando algunos hechizos para detener el sangrado, mientras Lucy tomaba la mano del pelirrojo y Harry y Hermione vigilaban a los adultos.
Una vez Lupin estuvo libre ambos se incorporaron para encontrarse con la fría mirada de Deborah.
-Tenéis cinco minutos para explicaros y luego os hechizaré a ambos si no me convencéis.
Lupin y Sirius tragaron saliva preparándose para lo que venía.
Aquella no era la niña dulce, alegre e inocente que ellos una vez conocieron.
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