Prólogo
Nota de la autora: el prólogo va al principio, lo sé, decidí ponerlo temporalmente al final como un experimento, solo para ver si hay alguna diferencia en las lecturas que recibe la novela si comienza directamente en el capítulo 1.
“A menudo encontramos nuestro destino
por los caminos que tomamos para evitarlo”
Jean de la Fontaine.
Prólogo
Las Piedras Sagradas fueron el origen y el fin de todo.
Su impacto en la superficie de Eloah provocó una explosión radioactiva que barrió con todo ser viviente en miles de kilómetros a la redonda. El consecuente invierno nuclear extinguió incontables especies del ecosistema planetario y las sobrevivientes experimentaron una inevitable mutación. Así fue la génesis de los eloahnos, que en la lengua de los antiguos quiere decir “vuela hombres”.
Aeviniah, la Piedra de la Vida, prolongaba indefinidamente la existencia de quien permaneciera cerca, mientras que Potenkiah, la Piedra de la Muerte, la sesgaba inmisericorde con su mortal descarga de energía. Juntas eran el tesoro más codiciado del planeta, el símbolo máximo del poder, motivo de guerras y traiciones, de explotación e iniquidades.
Cambiaron de manos en innumerables ocasiones, hasta que cayeron en las de quienes las utilizarían como centro neurálgico de la religión dominante y más tarde en el corazón de su vasto imperio: los Elohin, Sacerdotes de las Piedras.
Fueron separadas cuando, en un intento por poner fin al yugo imperial, un grupo de libertadores comandados por Erol, el Sabio, tomaron por asalto el templo que las resguardaba.
Aeviniah, la Piedra de la Vida, desapareció sin dejar rastro, posiblemente robada durante la batalla; Potenkiah sería engarzada en la empuñadura de una espada antes de resguardarla en una bóveda subterránea.
Pero un misterioso portento ocurrió. Potenkiah, sin su par, se volvió inestable, impredecible, indómita, más mortífera que nunca. Había sido roto un delicado balance energético del que no se había tenido conciencia hasta entonces y que se puso de manifiesto al momento de colocar la gema en la guarda de la nueva espada: una descomunal descarga energética rasgó la hoja por la mitad, la deformó y enrolló en sí misma, hasta que adoptó la curiosa forma de una gargantilla.
Durante los siguientes mil trescientos beltas fue imposible volver a tocarla sin recibir a cambio un rayo que, si no mataba en el acto, dejaba a sus víctimas con muy pocas probabilidades de sobrevivir.
Excepto en una ocasión, el día que Potenkiah escogió a su propietaria, el día que fue escrita la Profecía.
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