Ducado de Blasterier

07.08.5112 (hace 40 días)

—¿Está seguro de que no es un yacimiento de goldranium? —preguntó Vanessa de Blasterier, retorciendo las manos en el vestido—. Todos mis árboles frutales, todas mis flores, todas las cactáceas ornamentales que sembré… Y todo de la noche a la mañana. 

—No, mi señora, la buena noticia es que no es goldranium, su propiedad no está sobre un yacimiento de ese isótopo. No hay peligro de radioactividad.

La duquesa suspiró. Blasterier no corría el riesgo de convertirse en una zona muerta. Sin embargo, ver toda la vegetación sin vida le provocaba un hueco en el estómago. Hasta las aleias habían huido en busca de árboles más tiernos, en lo profundo del bosque.

—¿Y entonces? ¿Qué hay con todos esos microsismos que sentimos? Ya son muchos días.

—Ya te dije que los vecinos construyen un refugio antiatómico, madre —dijo Isele.

—No seas tonta, no se sentiría hasta acá —refutó su hermana Juliete—. Además, no creo que los ulohneses nos ataquen con atómicas, los expulsarían de la Comunidad Galáctica. Si quisieran eso no se habrían esforzado tanto en lograr esa dichosa firma de la Ley de No Intervención.

—Silencio, niñas, no es momento para esas discusiones. Vayan y practiquen el plan de evacuación. Les dije que no las quería aquí.

—Demonios, odio esto de la guerra, primero cancelan el baile de selección y ahora esto —masculló Juliete, señalando el traje antirradiación que tras el incidente de los árboles su madre las obligó a usar—. ¿Cómo se supone que conseguiré un esposo digno en estas circunstancias?

Las hermanas se retiraron volando a la mansión.

El experto acompañó a la duquesa hasta una de las salas para visitas, donde analizó las muestras de suelo con un sofisticado aparato que llevaba en un maletín. Iba vestido en un sobretodo verde, con guantes y casco. Un guardia los acompañó.

—Su jardín está muriendo porque hay una saturación de dióxido de carbono bajo tierra —informó.

—¿Y eso a qué se debe? —la duquesa dio un paso adelante, se le formó una arruga entre las cejas al juntarlas. Su rostro, de un pálido enfermizo, tenía profundas ojeras.

—No me lo explico —el hombre rascó su barbilla—. Ese elemento solo puede provenir del manto freático…

La duquesa se le quedó mirando, como si estuviera procesando la información y sus implicaciones.

—¡Qué plumas! —exclamó—. No hay un solo volcán activo en mil ochocientos kilómetros a la redonda.

—Lo sé, por eso no me lo explico.