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0.1

PRÓLOGO

Ciudad de Eneviah 

22.14.5110 (hace dos beltas)

«Al menos no es otra de esas fiestas de sociedad», pensó Terry Blasterier mientras entraba al Novartus, el centro nocturno elegido por los cadetes de su tropa para relajarse tras la ceremonia de graduación.  Acomodó el cuello de su uniforme y resopló, resignado. 

Después de localizar las rutas de evacuación y descartar posibles peligros —presencias indeseables, sobre todo— fue a sentarse en la barra.

—¿Qué le sirvo? —al otro lado del mostrador había un humano de cabeza rapada excepto por una franja de cabello morado que atravesaba de la frente a la nuca. Tenía perforaciones en la nariz, la ceja y hasta en la lengua.

—Galacticox, muy picante, por favor.

—En seguida va.

Terry miró sobre su hombro. El salón tenía tres pisos, los dos superiores rodeaban la pista central donde un grupo de músicos amenizaban la velada. El entarimado y los altoparlantes se elevaban sobre un pilote neumático que surgía de una piscina sobre la que volaban aleias. Soltó una maldición, esas criaturas bioluminiscentes le traían recuerdos incómodos. Parecían los favoritos para provocar efectos de luz en fiestas, como la del baile donde se desveló la identidad de Bridget.  

Otros cadetes, en ropa de civil, bailaban o conversaban en pequeños grupos. En la mesa más próxima había dos melecianos y en un rincón se encontró unos cuantos ulohneses. 

—Su bebida —junto al vaso, el barman le ofreció una oblea plateada donde depositaría su huella, para lo del cobro.

—¿Clientela extranjera? —Terry preguntó mientras alargaba la mano hacia el vaso.

—Es normal por aquí. Ya sabe, es por la proximidad de Eneviah con el puerto espacial.

—Claro.

—Señor, permiso para sentarme, señor —dijo una voz femenina a su derecha.

“Señor”, eso se ganaba por no hacer una parada en la mansión ducal para cambiarse, pero preferible eso a llegar sobrio a casa, ¿no? Si tan solo el Coronel Stambas le hubiera dado otra opción…

Terry dio un largo trago a la bebida, miró en dirección a la voz y le señaló el banco con una mano. Era Lilien Sirauh, la única chica de su escuadrón. La miró de soslayo. Traía el cabello castaño suelto, despeinado y las mejillas arreboladas. Verla vestida de manera elegante era inusual, lucía casi… seductora.

—Llámame Blasterier a secas, por favor, estamos de vacaciones.

—Como guste, señ... Blasterier.

—¿Qué tomas?

—¿Lo mismo que tú? —se encogió de hombros.

—¡Otro Galacticox! —ordenó Terry.

—Gracias—La joven se sentó y, tras abanicarse con la mano, preguntó—: ¿Bailas?

—Me temo que no.

—Menos mal, sería el colmo perder otra apuesta.

—¿Han apostado que no vendría? —miró sobre su hombro y encontró varias miradas puestas en él. Les dedicó una sonrisa y un ademán de brindar—. Bueno, tampoco me sorprende.

—Su bebida, señorita —el humano deslizó el vaso y siguió atendiendo a otros clientes.

Ella dio un trago y aprobó el nivel de picante sacudiendo la cabeza. Terry no pudo evitar una amplia sonrisa. Ella dijo:

—Por cierto... Te quería agradecer por lo de la última simulación de combate.

—No es nada —Terry minimizó el asunto con un ademán—. Ya sabes, habría preferido conservar a los prisioneros durante las vacaciones, pero…

—Nos sacaron con una patada en el trasero —completó ella.

—Remodelación, mis plumas… —Terry puso los ojos en blanco.

Lilien Sirauh emitió una risita.

—¿Tu ojo cómo sigue? —preguntó Terry.

La cadete señaló el derrame ocular y el morado del párpado que había disimulado con un poco de maquillaje.

—Ya veo. Un par de días más y estará como nuevo —la consoló—. No te preocupes, el próximo ciclo le haré pagar.

—No te metas en más problemas. Por mucho que ese imbécil se lo merezca, no puedes probar nada. 

—Sirauh, Blasterier —Terry escuchó otra voz a sus espaldas. Se giró—. ¡Qué sorpresa!

—Maestra Gáritih —saludó Sirauh.

—¿Señorita Gari…? —Terry tragó grueso. No pudo evitar echar un vistazo al inesperado escote de su vestido naranja. Por lo general la abogada cubría su escultural cuerpo con prendas cerradas hasta el cuello. Tenía su lógica si se plantaba a dar cátedra a grupos de cuarenta jóvenes cadetes en pleno despertar sexual—. ¿Qué hace aquí? Me refiero…

—Probablemente cometer el mayor error de mi vida, o el segundo mayor, no sabría decir… 

—Me quiere tomar el pelo, maestra —aseguró Terry—. ¿Alguien con su perspicacia e inteligencia?

—Qué dulces palabras, bombón, pero nadie es perfecto —respondió la abogada lacónicamente.

—En cualquier caso, estoy seguro de que usted es de las que capitaliza los errores y los convierte en oportunidades. No hay en Eneviah quien compita con su buró de asesoría legal.

El elogio le arrancó una sonrisa. Sin embargo, fue desangelada y breve, como si algo la mortificara. Para animarla, Terry alzó su copa y brindó:

—Por Gáritih, Suther y Asociados. 

Sirauh y Gáritih levantaron sus vasos, bebieron un sorbo, golpearon la barra.

—Por otro ciclo escolar que termina—dijo la joven cadete. 

—Amén —dijo Gáritih. Copa arriba, trago, golpe en la barra. El barman volvió a llenar sus copas—. Por las vacaciones.

—Sobre todo las vacaciones —convino Sirauh. Copa arriba, trago, golpe en la barra: risas—. ¿En qué caso trabaja ahora si se puede saber, maestra? 

—Oh, algo triste. Una joven que fue asesinada en Menantroad. Era empleada en un bar. Se llamaba Karla Bueno. 

—¿En Menantroad?

—Mi socio, Ian Suther, se está encargando —Ariadna apuró su bebida hasta el fondo de la garganta, soltó la peineta de su cabello y como si le urgiera cambiar de tema preguntó a Terry—: ¿Es cierto que la escuadra de Kendrich tomó prisioneros de tu escuadrón en el último ejercicio de combate?

—Así es —confirmó Terry—: se llevaron a Yang, Harp y Sirauh —la señaló con el pulgar. 

Le hervía la sangre solo de pensar en eso. 

—Contra las reglas,  nos dispararon bolas de caucho en pleno vuelo —explicó Sirauh.

—Sí, me contaron también eso, junto con un impresionante cuento de la operación de rescate: Blasterier acercándose a negociar por los rehenes, luego desplomándose por un supuesto disparo a traición que provocó un tiroteo entre ambos bandos mientras él se escabullía en la confusión al interior del cuartel enemigo...

—Bueno, yo...

—¿Falsa modestia, Blasterier? 

—Eso fue lo que pasó... más o menos.

—Junto con la destrucción de propiedad de la escuela y el derroche de arrogancia e insubordinación en los baños cuando el coronel fue a visitarlos más tarde. Me temo que si Stambas no hubiera tenido esa remodelación programada te habrías quedado otro verano castigado —dio un trago—. Y esta vez en la dulce compañía de Kendrich, Reyes y el resto de su tropa.

Terry se alzó de hombros. «Lo que sea con tal de no ir a la mansión ducal», iba a decir. Por lo menos no habría sido el único que pasaría un mal rato. La maestra pidió otra bebida más y cambió de tema:

—¿Ya sabes de qué harás tu tesis? 

Terry se aclaró la garganta.

—Una… propuesta recaudatoria alternativa y las áreas de oportunidad de la propuesta económica de la Corona… 

A su derecha escuchó la risita de Sirauh. Terry se volvió, ceñudo.

—¿Qué es tan gracioso?

—Perdón, si fueran propuestas de la corona, tal vez el mundo sería distinto, Blasterier —opinó la joven—. La Asamblea coarta sus ideas, yo comenzaría por hacer ajustes al sistema legislativo. Por mis plumas que no se sabe si en verdad representan los intereses planetarios o nada más se sientan a cobrar un sueldo. 

—Pues haz una tesis al respecto.

—Lo haré, tenlo por seguro.

—Así que tú eliminarías la Asamblea…

—Claro que no, solo haría cambios.

—Y eso es taaaaan fácil… —el sarcasmo escapó de la boca de Terry antes de que la razón le frenara la lengua. Su compañera arrugó el entrecejo. 

—Por lo menos han frenado ideas estúpidas de algunos reyes inútiles —comentó el barman sin apartar la vista del vaso que secaba—. Aunque… aún si la Asamblea no existiera, dudo que las ideas provengan de quien se sienta en el trono. 

—¡¿Qué?! —gritó la maestra.

—No me malinterpreten, su pequeña heredera es una adolescente adorable y la rodea ese mito de Potenkiah y la diosa, pero apenas ha cumplido los diez beltas. ¿Qué puede saber de política a su edad? Seguramente repite de memoria todo lo que sus asesores le dictan.

—¡Acaba de perder su propina! —espetó la abogada con un golpe sobre la barra que derramó parte de su bebida—. No patrocino hombres de mente obtusa. 

—Señorita, no quise ofender…

—Blasterier, ¿acaso no obtuviste el mando de tu escuadra a los diez?

—Sí, señorita Gáritih.

—Sirauh, tus medallas de distinción académica, ¿desde qué edad las obtienes?

—Desde los siete, señorita.

—También tuve diez beltas una vez y ya ganaba juicios y debates... y sabía reconocer a los necios machistas que discriminan a… ¡Bah! ¿Para qué me molesto? Si no eres más que un visitante humano —Apuró otro trago hasta el fondo—. En verdad fue un error haber venido. Buena suerte, Blasterier. Señorita Sirauh, mis felicitaciones, la veré el próximo ciclo escolar.

Soltó la copa y se alejó tambaleándose.

—Yo escuché hablar a la reina una vez, cuando vino a la base —dijo Lilien Sirauh, indiferente a la partida de Gáritih—. Más te vale que no fundamentes tu tesis en esa premisa tonta de que ella no es más que la que da voz y rostro a las ideas de otros, Blasterier: caerías del pedestal en el que todos te tenemos.  

Terry lo meditó por un momento. Cierto, su tesis había comenzado como un reto personal por vencer a Bridget, de quien ya tenía formada una larga lista de prejuicios, algunos de los cuales habían resultado erróneos. «Quizá debería considerarlo —pensó mientras seguía con la mirada a Ariadnah Gáritih, acalorado—, ¡Qué monumento de mujer!».

***

—Demonios, solo a mí se me ocurre. ¿En qué estaba pensando? —murmuró Ariadnah Gáritih mientras salía al callejón lateral—. Buscar olvido en un bar y conversando con alumnos diez o doce beltas menores… 

Tenía los ojos nublados de lágrimas, lo que le molestaba tanto o más que el desengaño en sí. 

«Por no exponerme, por no convertirme en “secuestrable” —soltó una risita irónica— maldita sea, por no exponerse a sí mismo al hipotético caso de tener que decidir entre traicionar a la corona para salvarme… ¿qué clase de excusa es esa?», pensó. 

Se sentía devastada. Por un brevísimo momento había llegado a considerar abandonar su firma de abogados y aceptar el trabajo de Fiscal General en el palacio por estar cerca de su amado, estuvo también dispuesta a llevar una relación de lejos, pero de eso a fingir que no se conocen y verse a escondidas, como si se tratara de una mujer de la calle, jamás.

Pocos vehículos se desplazaban flotando sobre la calzada más cercana, algunas risas y ecos de música estridente sonaban en las cercanías, luces multicolores prendían intermitentemente en las fachadas de otros establecimientos. Los gigantescos elambures que adornaban el centro de la avenida cada pocos metros proyectaban sombras tan negras que parecían pozos sin fondo. Se detuvo, llevó una mano a la cabeza. «Uou —pensó— esa última copa…». Parpadeó un par de veces, luego se agachó para ajustar los lazos de la falda en las botas, antes de volar hacia el área donde dejó su VeL: la punta de una navaja apareció frente a ella. Un brusco tirón por las alas la retuvo con una fuerza avasalladora.

—Hola, bonita —el de la navaja la tocó en la barbilla con el filo, sin cortar, pero obligándola a levantar el rostro.

—¡Diosa! ¿Es en serio? —se rio—. No traigo… —El puñal se movió en un instante. Ahora presionaba suave contra la garganta. Ella contuvo un gemido—. Está bien, está bien… —Prefirió mostrarse cooperativa. Levantó ambas manos lentamente. Sus anillos relucieron bajo la tenue iluminación urbana—. Tómalos, y si gustas puedes llevarte el VeL también.

—Eres muy amable, pero mi amigo y yo buscamos otra clase de tesoros. 

La empujaron hacia atrás, hasta topar con pared. El atacante había hablado con la voz pastosa y el aliento a alcohol, mientras levantaba su falda. Resoplaba excitado tras su oído.

—¡Diosa! —en el instante en que el empujón despegó la navaja de su cuello, Ariadnah forcejeó para liberarse, aterrorizada. Su atacante no podría controlar alas, falda y ropa interior con solo dos manos. Soltó un puntapié e intentó arañarlo—. No te saldrás con la tuya —ella le lanzó un escupitajo—. Tengo cinco hermanos y nunca he… 

—Oye, quietecita, ¿quieres? —el de la navaja volvió a tocarla con la afilada punta y le sujetó las manos. 

El ardor que siguió al roce la obligó a frenar su defensa. Miró de reojo, jadeando. 

Una mano se cerró sobre la muñeca del de la navaja. Antes de que Ariadnah o cualquiera de los hombres pudiera manifestar su sorpresa, Terry Blasterier lo golpeó con el codo, con una patada tras la pantorrilla lo sacó de balance, le arrebató el puñal y se lo clavó sin reparos en un ala. Dos, tres, cuatro veces. El asaltante herido lanzó un aullido agónico, trastabilló y cayó de nalgas. El otro se quedó inmóvil, resollando. La abogada reaccionó y le propinó una patada con el tacón de su bota. Le dio en los testículos. El hombre se dobló por la cintura. Tenía los ojos muy abiertos y el gesto de dolor desfiguraba su rostro. 

—Tú, hija de pájara —masculló, apretando los puños. En ese instante se percató de que su compañero herido se arrastraba de espaldas, llorando e intentando sacarse el arma del ala. Vio que le temblaba la mano, mientras sus ojos le suplicaban ayuda. Vio que vomitaba sobre sí mismo, víctima de uno de los más terribles dolores que un eloahno podía sufrir; que se desmayaba. Luego vio a la mujer, quien repuesta de la impresión parecía planear el siguiente golpe, y al uniformado que la había rescatado, que se erguía triunfal y ahora dirigía su atención a su persona. 

Ignorando el dolor en la ingle despegó en un frenético aleteo y se alejó en el calor del verano. 

—¿Se encuentra bien, maestra?

Ary se llevó la mano al cuello y palpó la sangre pegajosa. Sufrió un vahído. Blasterier se adelantó para impedir que se desplomara al suelo y sin pensárselo la levantó en brazos. 

***

Cuando abrió los ojos, la abogada se encontraba en su propia cama, oyó ruidos a su izquierda, donde Terry Blasterier salía del baño con gasas y desinfectante en las manos. Sonrió mientras lo observaba acercarse, se adivinaba un cuerpo nervudo y atlético bajo el uniforme. Se veía endiabladamente sexy. Si no fuera su alumno…

—¿Se encuentra mejor, señorita ruda? 

—Gracias. Fue muy impresionante eso que hiciste, aunque imprudente ¿y si llevaban otra arma, si tenían otros cómplices?

—Yo también tenía los míos a la mano —guiñó un ojo—. No obstante, en seguida vi que ese par estaban pasados de copas. 

Ary se estremeció al recordar.

—¿Lo dejaste a ahí? Me refiero al que heriste…

—No tardará en pasar alguien que lo lleve a un hospital. Mmm —se rascó una ceja—, en cuanto a eso, me imaginé que usted no querría…

—Hiciste bien. No querría tener que declarar al respecto. Lo único que me preocupa es que llevan en la piel mis arañazos.

—Y mis huellas en la navaja. Espero que no haya sido usada en otro asalto, con las prisas por sacarla de allí, la olvidé por completo.

—Si así fuera llámame, guapo. Sé pagar mis deudas.

Terry le acercó una toalla húmeda y el desinfectante. Ella se dejó curar. Sentía un profundo alivio de haber escapado ilesa, pero, a la vez, conforme repasaba el asalto en su mente, emergía  en ella un sentimiento de enojo consigo misma, por no haber tomado mayores precauciones.

—¿Mejor?

—Gracias —murmuró todavía atontada. Quería explicarle que no se había desvanecido por la sangre, sino a causa de la borrachera, pero su lengua pastosa se negaba a obedecer y sus ojos volvían a cerrarse.

—Por cierto, su VeL está en la cochera, reconoció a su dueña en cuanto la trepé al asiento. 

—Tú siempre tan pragmático...

—Sentido de oportunidad es mi segundo nombre —bromeó Terry—. Que disfrute sus vacaciones, señorita Gáritih, la veo el próximo ciclo escolar. 

Salió por la ventana.

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