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Las minas de energón

En el segundo en que entraron a su destino, ambos Hunters registraron la señal que intentaba comunicarse con ellos.

X, Zero, habla Trinity, ¿pueden oírme? – preguntó la voz de la navegadora pelirrosa a través de sus unidades de audio.

– Fuerte y claro. – respondió Zero.

– Te escuchamos. – agregó X.

El Hunter rubio inspeccionó el área, observando sus alrededores. Los muros de piedra irregular en el vasto túnel que llevaba hacia las profundidades de la mina era mayormente de un color marrón arenoso apagado, pero había brillos ligeros de ciertos materiales dentro de la roca. Zero se aproximó hacia una de las paredes y comenzó a despejar un poco de la tierra. En efecto, había un mineral brillante dentro de las paredes de esta mina.

– ¿Qué es eso? – preguntó X, siguiendo a su amigo y recién nombrado comandante. Fue entonces que notó el brillo en medio de la cobertura de tierra marrón. – Eso es... ¿plata?

– Eso creo. – dijo Zero, antes de dirigirse a la reploide estacionada en Abel City. – Trinity, ¿qué información puedes darnos sobre este lugar?

Un momento. – Tras algunos instantes de silencio, la navegadora finalmente respondió una vez que encontró lo que buscaba. – Actualmente, ustedes se encuentran en las minas de energón de la isla, específicamente las minas de Zalts.

– Sí, estoy al tanto de eso. – respondió Zero. – Tiene sentido que aquí haya energón, ¿pero cómo es que también hay plata en las paredes?

– No es sólo eso. Mira. – dijo X de repente, atrayendo la atención del otro Hunter. El reploide azul guio a su amigo hacia otro rincón para encontrarse con un fragmento de amarillo brillante incrustado en la superficie de piedra, en el lado opuesto del enorme túnel. X apenas podía creer lo que acababan de encontrar. – Trinity, ¡en este lugar hay oro! ¡Oro de verdad!

¿Oro? – Aunque estaba igual de conmocionada que X, la otra reploide no se expresaba de manera tan emocional. – Hm... déjame ver.

El período de silencio subsiguiente fue ligeramente más largo que el anterior, pero la información que Trinity tenía que retransmitir tenía que llegar a su destino, aunque fuese sólo para preparar mejor a los dos para lo que podría esperar adelante.

Según los registros que detallan la formación de la isla, esta tierra se formó gracias al suelo que inicialmente se encontraba bajo el agua.

– ¿Bajo el agua? – preguntó X. – ¿Es decir que todo esto alguna vez estuvo en el océano?

Muy probablemente. – respondió Trinity. – El proceso de construir islas artificiales ha estado en marcha desde el siglo pasado, pero luego de que los niveles marítimos comenzaron aumentar, se volvió muy claro que había que tomar acciones decisivas, o de lo contrario las naciones podrían empezar a quedar cubiertas por el agua. Tras muchas inundaciones considerables, específicamente en naciones isleñas como Japón, los gobiernos mundiales decidieron trabajar para construir y acumular recursos para incrementar la cantidad de tierra no sumergida, para combatir el creciente problema de inundaciones en masa potenciales.

Zero pareció no verse afectado por las noticias, pero notó que su compañero estaba visiblemente perturbado por ellas. Seguramente estaba pensando en las terribles consecuencias que surgirían de un desastre inminente y prácticamente imparable como ese.

– De acuerdo, entonces todos comenzaron a hacer islas propias. – dijo Zero. – ¿Es posible que parte de esa tierra contenga metales o materiales preciosos?

No es un fenómeno muy común, aunque no significa que no pueda suceder. – reportó Trinity. – Ya hay antecedentes de hallazgos similares a diferentes niveles del mar, así que decir que parte de la tierra adquirida podría contener algo valioso es una posibilidad remota, pero existente. Aunque de ser ese el caso, eso presenta otros problemas.

– ¿Como qué? – cuestionó X.

Si hay minerales como el oro aquí, este lugar sería un punto atrayente para excavaciones. Y dado que el oro sigue considerándose de alto valor, incluso en esta era, es muy probable que Sigma podría desear utilizar esta área para ganar beneficios que podría usar como fondos de guerra.

– Lo cual explicaría por qué querría tomar control de este lugar. – pensó Zero en voz alta. – Trinity, ¿alguna novedad de si esta mina es o no territorio Maverick?

Desafortunadamente, aparte del cuartel general, el resto de la ciudad y la isla ya son territorio Maverick. Pero si ese criminal al que estaban siguiendo vino aquí, es probable que, o planee convertirlo en un escondite, o que sabe que tiene protección.

– Bueno, eso no le hará ningún bien. – dijo el Hunter rojo. – De acuerdo, te mantendremos informada de nuestra situación.

Entendido. – replicó Trinity. – Aunque estén atentos, si se separan, sólo podré mantener contacto con uno de ustedes. Otra navegadora tendrá que ser asignada si esto ocurre.

– Relájate, Trinity. Me aseguraré de que X no se meta en problemas. – Zero le echó una mirada a su compañero, y una ligera sonrisa cruzó por sus labios al ver que este se avergonzaba.

De acuerdo. Tengan cuidado. Trinity fuera. – El enlace se cortó, dejando a ambos solos en la mina una vez más.

– Puedo evitar meterme en problemas por mi cuenta. – murmuró X.

– Sí, claro que puedes. – replicó Zero. – Sólo que no eres muy bueno en ello.

X quiso replicar algo, pero en última instancia no fue capaz. El reploide rojo tenía razón, por mucho que odiara admitirlo.

– Bueno, ¿supongo que debemos seguir ahora?

– Yo iré primero. – dijo Zero, avanzando adelante, mientras X lo seguía como si se tratara de un hermano mayor. Un rol en el cual X a veces se sentía atrapado.

...

Allí estaba, de pie enfrente de él. Llamándolo, atrayéndole, arrastrándolo hacia ese lugar. Sólo para recordarle a través de la imagen de un hombre muy anciano manifestándose, cada vez que trataba de poner una mano sobre el objeto.

No. Tú no eres el elegido.

Eso era lo que cada una de las cápsulas decía, antes que el anciano desapareciera de la vista. Aunque se tratara de una respuesta programada, Vile encontraba el mensaje casi como una burla, de cierta manera. Como si el anciano le estuviera diciendo directamente que no tenía permitido recibir lo que la cápsula contenía.

– ¿Todavía no te das por vencido?

El Maverick de armadura violeta se giró, para ver una silueta mucho más grande acechando desde las sombras. Había logrado colarse por sorpresa detrás de él pese a su corpulencia.

– ¿Por qué es tan difícil descifrar estas cosas? – cuestionó Vile, mirando la cápsula de nuevo. – Sería mucho más sencillo si sólo pudiéramos romper este maldito sistema de seguridad.

– Aunque así fuera, eso no es para ti. – le dijo el reploide más grande en las sombras al ex-Hunter más pequeño. – Me lo entregaron a mí para resguardarlo, así que yo decidiré lo que haremos con él.

– Suena a que estás preparándote para el fracaso. – dijo Vile. – SI no lo supiera mejor, diría que realmente QUIERES que X y Zero te encuentren.

– Cuento con ello. – dijo el otro. – La confrontación ya es inevitable en este punto, pero necesito más tiempo para prepararme. Entonces, podremos enfrentarnos en un duelo apropiado. – Se giró para marcharse. – Ve y supervisa con Goldminer la sección B-13 con el resto de los trabajadores. Asegúrate de que sigan siendo productivos, pero no los hagas trabajar en exceso ni abuses de ellos.

Vile cruzó sus brazos. – ¿Desde cuándo te importa el confort de nuestros rehenes?

– Ellos son víctimas de las circunstancias, pero ya no se puede evitar. Por ahora, servirán un propósito más allá de extraer los minerales. – replicó la figura, antes de empezar a marcharse. – Ahora vete. Es una orden.

Con eso, se marchó, dejando a Vile a solas con la cápsula. El Maverick púrpura siseó de rabia.

– Maldito idiota. ¿De qué sirve hacer esto? Dárselo a él como si fuese un premio de constelación. – Alargó la mano, recorriendo con los dedos el borde de la sección superior. – Como yo lo veo, si Light quería que sus creaciones sirvieran a otros, eso debería incluir a los que encuentran sus proyectos.

No le hacía ningún bien quejarse, y no era como si la cápsula pudiera responder, pero Vile necesitaba expresar su frustración de otra manera.

– Tal vez todavía no hayamos descubierto cómo, pero lograremos descifrar alguna de ellas, y tomaremos lo que queremos por la fuerza.

Aunque no quisiera hacerlo, tenía órdenes que seguir, así que el reploide púrpura se dirigió hacia la sección designada de la mina. Una vez que abandonó la cámara, cuyo único propósito era almacenar las cápsulas que habían recuperado, la imagen de un hombre anciano y con barba se manifestó en la oscuridad, siendo la única fuente de luz en una completa oscuridad.

Ven... – dijo la proyección. – Te necesitan. Hay almas en este lugar que cuentan contigo...

...

Los Hunters azul y rojo continuaban su camino por los túneles, sin estar totalmente seguros de a dónde ir, así que buscaron direcciones de parte de sus camaradas en Abel City.

– Trinity, ¿hubo suerte en sacar algo?

Logré encontrar los esquemas del interior de la mina, si es a lo que te refieres. – respondió la navegadora. – Por lo que puedo ver, esta mina está dividida en varios sectores, pero en su mayor parte, todo está distribuido en dos áreas que se conectan en algún lugar cerca de la entrada.

– ¿Sólo en la entrada? – cuestionó X. – Ya hemos recorrido varios kilómetros, y todavía no hay señales de ninguna bifurcación.

Usualmente, los carros mineros y otros medios de transporte se ocuparían de llevar a quienes trabajan aquí hacia los sitios de excavación designados, pero por lo que ustedes han reportado, no parecen estar funcionando ahora. Me temo que tendrán que ir a pie todo el camino hasta allá.

– No hay problema. Te lo haremos saber cuándo lleguemos a la bifurcación, y podremos continuar desde allí. Zero fuera. – El enlace se cortó, dejand su compañero rojo a solas de nuevo. – Bien, ¿nos vamos?

– Oh, sí. Claro. – dijo X, y los dos continuaron con su viaje. Por supuesto, mientras continuaban avanzando, Zero pudo detectar un cambio en el humor de su compañero.

– ¿En qué estás pensando? – preguntó. – Y no te molestes en decir que no es nada.

X maldijo mentalmente, ¿de verdad era tan fácil de leer? A pesar de todo, quedó muy claro que no iba a salir de esto sin darle a Zero lo que quería.

– Supongo que, considerando a dónde hemos tenido que ir, y lo que hemos tenido que hacer... – Hizo una pausa. – ... Es sólo que... me hace preguntarme si se podría haber hecho algo.

– ¿A qué te refieres? – preguntó Zero.

– Bueno, quiero decir, es inútil pensar en ello ahora, pero... tal vez, si yo hubiera estado más atento, podría haber descubierto, o ayudado a descubrir lo que estaba planeando Sigma. – resumió.

– En otras palabras, te preguntas si hubieras podido detenerlo. – dijo Zero, y X asintió en respuesta. – Tienes razón, es inútil lamentarse por ello ahora. Pero... entiendo tu posición.

X ladeó su cabeza. – ¿Qué quieres decir?

Zero suspiró y se mordió el labio. – La verdad es que... tenía la extraña sensación de que Sigma y Fujiwara tramaban algo.

Los ojos verdes del Hunter azul se ensancharon. – ¿De verdad? ¿Desde cuándo?

– Cuando los mecaniloides comenzaron a ponerse violentos. – replicó el reploide rubio. – Parecía ser un flujo constante y repentino de caos en masa, pero también parecía ser una distracción para ocultar algo más que estaba sucediendo. La fuga de Vile fue el primer punto de inflexión que me hizo sospechar que algo más estaba sucediendo detrás de las escenas, y deduje que el culpable tenía que ser alguien dentro de los Hunters. – Hizo una pausa, y suspiró. – Por supuesto, Sigma era un candidato, pero... yo no dije nada.

– ¿Por qué? – preguntó X, aunque luego se sintió muy tonto por hacerlo, al darse cuenta de a lo que Zero se refería.

– ¿Qué valor tendría mi palabra? – cuestionó Zero. – ¿Recuerdas que yo inicialmente fui traído aquí como un Maverick y estuve encerrado en una celda? Y también, me permito recordarte que nuestro primer encuentro no fue exactamente amistoso.

– ¡Eso fue hace más de diez años! – argumentó X. – Y el propio Sigma lo dijo, que tus habilidades beneficiarían a la causa de los Hunters. Probablemente no planeaba exterminarte.

A pesar de estas palabras, no sirvieron de mucho para que ninguno de los Hunters viera a su antiguo comandante en una luz más positivas.

– Exacto. – replicó Zero. Luego miró a X, que estaba sin duda alguna a punto de no estar de acuerdo con lo que dijo. – Niégalo todo lo que quieras, pero la única razón por la que no estoy encerrado en una jaula es porque soy demasiado útil para cualquiera que desee utilizarme. Fui un Maverick al que forzaron a convertirse en un exterminador de ellos.

X pensó en algo más. – ¿Todavía no recuerdas nada de antes de despertar en Abel City?

– No. – confesó Zero, negando con la cabeza. – Si no fuera por el daño que sufrió mi cristal, jamás habría sabido que me estaba enfrentando en un duelo a muerte contigo. Lo primero que hicieron fue volver a sellarlo, pero no antes de hacer algunos escaneos. Pero independiente de eso, el punto es que, me guste o no, no tengo un historial muy limpio. Así que ¿qué valor tendría mi palabra?

– Zero...

– Por todo lo que cualquiera sabe, yo podría haber sido el responsable, y estaría usando a Sigma como chivo expiatorio debido a su posición y evidencia circunstancial.

– Nadie creería que tú caerías tan bajo. – argumentó X.

– Bueno, ¿tú me habrías creído?

X se quedó congelado. Cuando habló de nuevo, empezó a tartamudear. – Yo... quiero decir... no creo que seas un mentiroso, pero...

– No me creerías. – terminó de decir Zero por él. – No es algo por lo que pudiera guardarle rencores a nadie. Así son las cosas. Aunque tuviese pruebas firmes o no, no habría diferencia. Y si Sigma defendiera su inocencia, sus palabras tendrían más peso sobre todos que las mías.

X se quedó en silencio. Aunque tenía mucho que deseaba decir y demostrarle a Zero que se equivocaba, tuvo la sensación de que sus palabras no harían mucho bien de todos modos.

– Pero lo hecho, hecho está. – dijo el comandante de largos cabellos. – Por ahora, debemos enfocarnos en recuperar la isla y encontrar la fortaleza de Sigma.

– ¿Tienes alguna pista? – cuestionó X.

– Ninguna todavía. – confesó Zero con un deje de vergüenza. – Pero hubo reportes de un trozo de tierra que se desprendió de la isla, y que desapareció poco después de que inició el ataque de los misiles. Ocurrió en algún momento durante la noche, pero debido al levantamiento de Sigma, se vio opacado por el golpe a gran escala.

– ¿Crees que podrían estar conectados de alguna manera? – preguntó X.

– Es una posibilidad. – respondió Zero. – Pero todavía no tenemos nada. Como sea, lo mejor que podemos hacer es tratar de deshacer el daño que Sigma ha hecho aquí, junto con todos los demás lugares donde tenga alguna clase de control.

– Claro. – asintió X.

Los dos continuaron avanzando, aunque las palabras del Hunter rojo seguían pesando severamente en la mente de su compañero. Deshacer el daño que Sigma había hecho. Era un ideal que deseaba que pudieran cumplir, y en efecto, X se aferraba a la creencia de que era posible. Pero aun así, aunque hubiese una esperanza tan pequeña a la cual aferrarse, no tenía idea de cómo hacer que sucediera.

Mucho menos, si estaba siendo tonto al pensar que había alguna esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes.

...

Los ecos de taladros y picas golpeando contra la endurecida tierra resonaban por toda la caverna, llevando hacia una enorme y expansiva área que se extendía por varias yardas, a pesar de lo estrecho de otras porciones de la mina. Aquellos que utilizaban y mantenían las herramientas eran tanto humanos como reploides, todos en la misma posición y atrapados aquí abajo.

Todos habían sido empleados de las minas de Zalts, extrayendo mayormente el energón, ya que ese era el propósito inicial de haber construido la mina, pues los cristales podían cosecharse artificialmente en ciertos entornos. Pero cuando descubrieron que minerales valiosos, tales como metales preciosos e incluso algunas gemas raras se encontraban en las paredes y el suelo, las ya espaciosas montañas se agrandaron aún más, separando secciones de los cristales que se cosechaban de lo que se podría desenterrar de la piedra que los rodeaba. Al llegar el cuarto día del séptimo mes, la isla fue tomada por las fuerzas de Sigma, y aquellos que alguna vez vinieron por beneficio y trabajo ahora sólo servían el rol de prisioneros.

– ¡Muy bien, muévanse! – gritaba un Maverick de color dorado, dándoles órdenes a la fuerza de trabajo para que continuaran su productividad. – ¡Sólo hemos cubierto un veinticinco por ciento de esta sección, y todavía nos queda setenta y cinco por ciento por delante! ¡Así que sigan excavando!

Estuvo a punto de ladrar más órdenes cuando de repente se dio cuenta que no estaba solo. Al darse la vuelta, se encontró cara a cara con un ex-Hunter de armadura violeta.

– ¿Hm? Oh, eres tú. – dijo el otro reploide con desdén. – ¿Qué estás haciendo aquí?

– El sujeto a cargo me dijo que viniera aquí abajo y me asegurara de que todo va marchando sobre ruedas. – dijo Vile, cuyos ojos rojos observaban al conjunto de rehenes, tanto humanos como reploides. – ¿No están causando problemas al menos?

– Por el momento no. – respondió Goldminer. – Pero trabajan demasiado lento.

– ¿Quiénes? – preguntó Vile. – ¿Los humanos, o los reploides?

– Ambos. – dijo Goldminder. – Cierto, cuando nos encargamos de los primeros que protestaron, parecía que les llegó el mensaje, y que si querrían seguir con vida, harían lo que les decimos. – Retiró un fajo de moneda y comenzó a mover sus dedos por los billetes. El sonido que hacían al apilarlos de vuelta lentamente dejándolos caer en su lugar era casi tranquilizador. – Pero los humanos no pueden trabajar tanto como nosotros.

– Bueno, por supuesto. – dijo Vile. – Le dije a Sigma que mantenerlos vivos era una pérdida de tiempo.

– Yo también lo creo. – Goldminer estaba de acuerdo. – Pero él es quien da las órdenes, nos guste o no.

– Y hay varias de sus reglas respecto a manejar las cosas que todavía NO me gustan mucho... – gruñó el ex-Hunter púrpura.

– Aun así, Sigma tuvo una idea correcta al apoderarse de este lugar. – dijo Goldminer. – Todos saben que, si tienes acceso, el dinero equivale a poder.

– ¿Cómo así? – cuestionó Vile.

– Bueno, piénsalo así. – explicó Goldminer. – Aunque Sigma tenga éxito en deshacerse de los Hunters, ¿qué podrá hacer si no tiene los medios para expandir su dominio? Necesita influencia para eso. ¿Y qué mejor manera que tener un dominio sobre las dos cosas que tanto humanos como reploides desean más que nada?

– ¿Y para qué querrían los humanos el energón?

– ¡No el energón, idiota! ¡El oro!

Vile, aunque no estaba intimidado, se sorprendió por la repentina declaración del otro reploide. – ¿Qué dices?

– Oro, plata, platino. – Goldminer comenzó a listar los metales preciosos. – Rubíes, esmeraldas, diamantes, todas estas cosas han sido encontradas en esta mina. Y esta tierra una vez estuvo en el fondo del mar.

– Bueno, tuvo que venir de alguna parte. – admitió Vile. – Pero ¿cuál es tu punto?

– El punto es, Sigma sabe que el poder no sólo reside en la fuerza bruta, o lo bien que te vaya en lo que sea que los Maverick Hunters decidan que es valioso. – explicó Goldminer, mirando de nuevo los billetes en su mano. Si tuviera la capacidad de hacerlo, ahora el reploide estaría sonriendo. – Él sabe que el poder también reside en lo que puedes ganar, lo que puedes obtener para ti. Muchos de nosotros no lo entienden, porque lo consideramos una preocupación humana, pero cualquier cosa, desde el dinero hasta lo que excavamos aquí, es valioso a los ojos de quienes conocen su valor. Y eso por sí solo es otra forma de poder. Una que puede mover a cualquiera, sea hombre o máquina.

Vile se quedó en silencio, absorbiendo las palabras de su camarada, pero aun pensaba que Goldminer estaba poniendo demasiado énfasis en las formas equivocadas de poder. Después de todo, el dinero se podía quemar o romper en pedazos. La verdadera fuerza venía en la destrucción de tus enemigos, la libertad de mostrar tu verdadero ser. Tu poder, tu deseo, lo que realmente eras.

Un instrumento de destrucción.

– ¡AYUDA!

Ambos Mavericks fueron sacados de sus pensamientos al oír un grito desesperado de una voz femenina. Al girarse, vieron a una reploide de cabello violeta con uniforme de trabajo corriendo frenéticamente hacia ellos.

– ¡¿Qué demo...?! – dijo Goldminer, en shock. Era una de las quejicas más molestas, una reploide de construcción llamada Samantha. – ¿Qué crees que haces? ¡Creí haberte dicho que dejaras de jugar y volvieras a la excavación!

– ¡Alguien ha colapsado! – respondió una reploide. – ¡No está respondiendo! ¡Hemos intentado todo lo posible para reanimarlo!

– ¿Qué? ¿Otro más? – El otrora ladrón en fuga hizo una pausa, y luego maldijo entre dientes. – Maldita sea. Es un humano, ¿verdad? De acuerdo, ¿dónde está?

...

– ¡Mira allí! – gritó X.

Zero vio lo que su compañero había captado por visión periférica. Los dos Hunters habían encontrado lo que parecían dispositivos de transporte con ruedas fijas en un par de vías separadas.

– Deben haber sido utilizadas para transportar cosas por la mina. – especuló Zero. Se aproximó a uno de los dispositivos y deslizó sus dedos por la plataforma lisa, sintiendo que literalmente una fuerza tiraba de él. – Hay magnetos bajo la cubierta de metal. Tal vez así sea como evitan que la carga se caiga.

– Aun así, no hace ver el sitio menos abandonado. – reflexionó X en voz alta. De repente, escuchó un objeto sólido aterrizando encima de algo, y al darse la vuelta, se sorprendió de ver a Zero montándose en uno de los transportes. – Hey, ¿qué estás haciendo?

– Creo que ya hemos caminado lo suficiente. Así que deberíamos usar estos. – respondió Zero. Luego dirigió su atención hacia X, y señaló el transporte que estaba en el lado opuesto al suyo. – ¿Y bien?

Entendiendo lo que su amigo quería que hiciera, X abordó el transporte, y los magnetos dejaron su cuerpo bien centrado sobre la plataforma, manteniéndolo en su lugar. – ¿Estás seguro de esto?

– Estos llevan a las profundidades de la mina. – replicó Zero, mirando hacia adelante en el túnel que se extendía frente a ellos. – E incluso si nada sucede, todavía estamos cortos de tiempo.

– Claro. – X asintió. – Cuando usted lo ordene, Comandante.

Zero sonrió. – Eso me hace sonar viejo.

– No tan viejo como Roll. – bromeó X. – No le digas que dije eso.

– Mis labios están sellados.

Los dos transportes comenzaron a moverse lentamente, pero con el tiempo, comenzaron a acelerar. Pronto iban moviéndose por las vías, llevando a los dos Hunters hacia las profundidades de la mina.

Más cerca de cualquier peligro potencial que aguardara frente a ellos.

...

El viaje hacia la fuente de la conmoción fue muy corto, pero la situación resultó ser cualquier cosa menos ligera. Uno de los humanos mayores que tenían cautivos había colapsado, y ahora estaba bajo el cuidado de unos cuantos otros humanos y reploides, todos con el mismo uniforme que Samantha. Al llegar a la escena, Goldminer y Vile examinaron lo que estaba sucediendo, separando a la pequeña multitud para echarle un mejor vistazo al humano caído.

– ¿Cuánto tiempo ha estado así? – preguntó Goldminer a Samantha.

– Unos cuantos minutos. – respondió la reploide de pelo morado. – Alguien ya fue a buscar un kit de emergencia, pero no sé si le hará algún bien. Ya ha pasado un buen rato y no hemos detectado pulso...

– ¡Ya lo tengo! – gritó una voz. Un humano, un hombre de edad mediana, venía corriendo hacia la aglomeración con una caja blanca en las manos. Al llegar con el humano colapsado, abrió el pequeño kit y sacó un desfibrilador, colocándole los electrodos en el pecho al anciano. – ¡Muy bien, todos retrocedan!

El trabajador encendió el dispositivo, y el anciano sufrió un ligero espasmo, pero no hubo reacción. Segunda vez, tampoco hubo respuesta.

– Estás perdiendo tu tiempo. – dijo Goldminer, empujando a Samantha fuera del camino y acercándose a la multitud. – ¡Ya déjenlo! Ahora no es más que una reacción innecesaria.

– ¡¿Qué?! – El trabajador que intentaba resucitar al anciano se puso de pie, furioso. – ¡Eso es inhumano! ¡No puedes hacer eso!

– No somos humanos, así que podemos. – respondió Goldminer. – Y más les vale que obedezcan, si saben lo que es bueno para ustedes.

– ¡¿Qué derecho tienes de mantenernos aquí?! – gritó el humano, mientras otro tomaba su lugar tratando de darle choques al corazón del viejo. – ¡Nosotros los creamos a ustedes! ¡¿Dónde está tu sentido de la lealtad, maldito ingrato de...?!

– ¡CUIDADO!

Mientras el humano continuaba hablando, el cañón sobre el hombro de Vile se posicionó para apuntar en su dirección, dirigiendo el disparo directo hacia sus ojos. Por supuesto, esto no llegó a ocurrir, ya que un reploide saltó para atravesarse y recibió el disparo, junto con varios otros más cuando cayó al suelo. Vile procedió a llenar el cuerpo del reploide exterminado con balas de energía hasta que su arma se quedó echando humo al vaciar su carga, junto con todos los agujeros de salida en su víctima.

– Tú... – Samantha tenía la voz quebrada del horror. – Lo... mataste. ¡Lo mataste! ¡¿Por qué?!

– Porque uno de ustedes fue lo bastante estúpido para recibir un disparo en lugar de estas inútiles bolas de carne. – respondió Vile. – Además, si todavía te adhieres a esas estúpidas leyes, ¿no es mejor que muera uno de ustedes en su lugar?

Samatha no respondió, pero en ese momento, se oyó un jadeo débil. El anciano había sido exitosamente resucitado, pero aún no estaba en buenas condiciones. La reploide intentó suplicar con sus dos captores. – Tenemos que llevarlo a un área de descanso. O podría...

Vile no podía entenderlo. ¿Acaso esta idiota no acababa de ver lo que le sucedió a uno de los suyos? ¿Por qué deberían importarle los humanos? En su lugar, sin embargo, Goldminer decidió responder a sus súplicas.

– ¿Quieres que lo lleven a descansar? – preguntó el Maverick, mirando al anciano, ya despierto, pero respirando pesadamente.

– S-sí. – respondió Samantha, insegura de qué decir.

– Entonces ven. – le ordenó Goldminer. – Tengo un trabajo para ti.

Antes que ella pudiera protestar, el Maverick la agarró del brazo y la arrastró, dejando a VIle a solas con los todavía sacudidos trabajadores humanos y reploides.

– No se pongan cómodos ahora. Sólo porque haya una sola víctima humana en el registro de Sigma no significa que ninguno de ustedes esté a salvo. – les advirtió. – Después de todo, no habríamos tenido que dispararle a ese viejo fósil para que dejara de respirar. – Dirigió su atención hacia los rehenes mecánicos que lo rodeaban. – Y ustedes, si son inteligentes, se darán cuenta de lo que tienen aquí y tomarán su oportunidad. ¡Serán libres de todas las ataduras que estos seres inferiores pusieron en ustedes! ¡Tenemos esa libertad ahora, tenemos ese derecho! Y más importante aún, tenemos el poder para hacerlo. Tenemos el poder para hacer cualquier cosa.

Los reploides se quedaron en silencio, algunos parecían perturbados o asustados por lo que Vile había dicho. Sin embargo, otros parecían estar pensando en ello, como si le dieran algo de consideración a sus declaraciones. A pesar de todo, nadie dijo una palabra, ni estando de acuerdo ni en protesta. Vile por su parte, se dio la vuelta para irse.

– Ahora, ¡muevan sus traseros y sigan trabajando! – les ordenó. – Cuando esta mina ya esté vaciada de todo lo valioso, les daremos la oportunidad de elegir si serán o no parte de este nuevo mundo.

Con eso, se fue, dejando a los trabajadores, tanto hombres como máquinas, en la misma posición exacta que estaban antes: atrapados, aislados del mundo exterior, y en algunos casos, a punto de perder sus últimas energías de vida.

– ¿Qué creen que nos harán? – preguntó una trabajadora mujer.

– Mientras hagamos nuestros trabajos, no nos lastimarán. – respondió un hombre. – Por ahora, creo que eso es motivación más que suficiente.

– ¿Pero qué pasará cuando todo termine? – intercedió un reploide. – ¿Entonces qué? ¿Qué pasará con ustedes?

En efecto, ¿qué sucedería con los humanos?

– Ellos... no pueden deshacerse de nosotros. – dijo un hombre. – Nosotros los creamos. ¡Diablos, ellos nos deben toda su existencia a nosotros!

– Pero ya han demostrado que sí pueden. – replicó otro. – ¿Recuerdas lo que pasó con Fujiwara?

– ¡Pero no han hecho nada así desde entonces! – añadió alguien más.

– ¡Eso no quiere decir que no lo harán de nuevo! Si un perro prueba la sangre, no importa cuánto lo entrenes para que te obedezca. Siempre recordará esa sensación cuando mató, cuando despedazó algo que descubrió que era más pequeño y débil que él. – El hombre se quedó en silencio por un momento. – Los animales... especialmente los perros, aunque sean mansos, a veces les gusta matar. Matar cosas que son más pequeñas, fáciles de atrapar y morder. – Sus ojos miraron alrededor, dándose cuenta que estaban rodeados de reploides. – Pero... eso no sólo se aplica a ellos. Creo que se aplica a todo.

– ¿A todo? – preguntó una mujer.

– Sí, a todo. – respondió el hombre. – Cualquier cosa que se dé cuenta que es más grande y más fuerte que su vecino puede utilizar esa fuerza. – Miró a los empleados robóticos que los rodeaban, junto a los otros humanos. Se codeaban con ellos, pero seguían muy separados. – Si creen o no que pueden hacerlo o no es irrelevante. El hecho de que puedan hacerlo es suficiente.

– ¿Suficiente para qué?

El hombre bajó su cabeza y se cubrió con su casco de seguridad. – Suficiente para que algunas personas decidan que ninguna forma de vida mecánica es segura, ni tampoco que sean dignas de confianza.

Esta historia continuará...


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