Cap 1: Ciclos de dolor
La oscuridad lo envolvía, opresiva y fría, pero también familiar. Sunny flotaba en un vacío interminable, sus pensamientos girando en espiral como las sombras que lo rodeaban. Un eco distante resonaba en su mente: un violín desafinado, un grito ahogado, la cuerda rota.
Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Era como si estuviera atrapado, no solo físicamente, sino en el peso de su propio ser. Cerró los ojos, esperando que el vacío lo consumiera por completo.
"Siempre vuelves."
La voz era suya, pero no lo era. Abrió los ojos y allí estaba Omori, su reflejo monocromático. Sin emociones, sin debilidades.
—¿Pensaste que podías escapar? —preguntó Omori, con su sonrisa gélida.
Sunny quiso responder, pero no tenía palabras.
—Esto es lo que eres. Esto es lo que siempre serás.
De repente, una luz cegadora lo envolvió, y todo cambió.
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Sunny despertó con un sobresalto. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de su habitación, iluminando los posters desgastados en las paredes y el desorden en el suelo. Durante un instante, no pudo reconocer dónde estaba.
—¡Sunny, despierta ya! —La voz de Mari rompió el silencio, llena de energía.
El sonido lo sacudió como una bofetada. Su respiración se aceleró mientras trataba de asimilar lo que acababa de escuchar.
Mari.
Se levantó de la cama con torpeza, sus pies descalzos rozando el suelo frío. El calendario en la pared le devolvió una verdad imposible: el círculo rojo sobre la fecha de ese día. El recital.
La puerta se abrió, y allí estaba Mari, sonriéndole con la misma calidez de siempre. Su coleta alta, la blusa impecable, los ojos llenos de expectativa.
—¡Finalmente! Creí que tendría que venir a levantarte —dijo ella, cruzando los brazos con fingida exasperación—. Hoy es importante, ¿recuerdas?
Sunny no dijo nada. Se limitó a mirarla como si estuviera viendo un fantasma. Cada detalle de su rostro le parecía demasiado perfecto, demasiado real.
—¿Sunny? ¿Estás bien? —Mari inclinó la cabeza, preocupada.
Él asintió lentamente, incapaz de hablar.
—Bueno, entonces date prisa. Hay mucho que hacer antes de que llegue la tarde. —Le dedicó una última sonrisa antes de salir de la habitación.
Sunny permaneció allí, inmóvil, mirando la puerta por donde ella había salido. Su mente estaba atrapada en una espiral de incredulidad. Esto no podía estar pasando. No después de todo lo que había hecho.
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El reloj de la cocina marcaba las 8:00 AM cuando Sunny bajó las escaleras, su mente aún envuelta en niebla. Cada paso se sentía como una eternidad, los sonidos de la casa pareciendo más fuertes de lo normal: el crujido de la madera, el tintineo de platos.
Mari estaba en la cocina, con el delantal puesto y una espátula en la mano. Había una pila de panqueques en el centro de la mesa, junto con un tarro de miel y una jarra de leche.
—¡Buenos días! —dijo Mari, con una sonrisa radiante.
Sunny se sentó en una de las sillas, mirando los panqueques como si nunca antes los hubiera visto. Todo le parecía... demasiado. El olor dulce, la calidez del ambiente, la forma en que Mari se movía con tanta naturalidad.
—¿No tienes hambre? —preguntó ella, sentándose frente a él con su propio plato—. Hice tus favoritos.
Sunny levantó el tenedor con torpeza y cortó un trozo de panqueque, llevándolo a su boca. El sabor le resultó extraño, como si estuviera probando algo por primera vez.
Mari lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Te sientes bien? Has estado muy callado.
—Estoy bien... —murmuró él, apenas audible.
Mari lo miró por un momento más antes de encogerse de hombros.
—Bueno, será mejor que comas rápido. Tenemos que practicar mucho antes del recital.
La palabra "recital" golpeó a Sunny como una ola fría. Bajó la vista, evitando los ojos de Mari.
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Más tarde...
La sala de música estaba bañada por la cálida luz de la tarde. Mari estaba sentada al piano, ajustando las partituras con precisión. Sunny estaba a su lado, el violín en sus manos temblorosas.
—De acuerdo, empecemos desde el principio —dijo Mari, con esa mezcla de firmeza y amabilidad que siempre usaba durante las prácticas.
Sunny colocó el arco sobre las cuerdas y comenzó a tocar. Las primeras notas resonaron en la habitación, pero eran vacilantes, carentes de vida.
Mari lo detuvo.
—No, así no. Escucha cómo lo hago yo.
Tocó la misma sección en el piano, sus manos moviéndose con gracia. Luego lo miró con una sonrisa alentadora.
—Tu turno.
Sunny intentó imitarla, pero las notas que producía eran torpes y desafinadas.
—Más despacio —sugirió Mari, su tono paciente.
Él asintió y volvió a intentarlo. Esta vez sonó mejor, pero todavía estaba lejos de ser perfecto.
—Bien, pero necesitas ponerle más emoción. Recuerda que la música cuenta una historia.
Sunny asintió de nuevo, aunque no estaba seguro de haberla escuchado realmente. Su mente seguía envuelta en una niebla espesa, luchando por entender lo que estaba pasando. Cada vez que miraba a Mari, sentía una mezcla de alivio y angustia.
"Esto no puede ser real."
La práctica continuó, y Mari seguía corrigiendo cada pequeño error. Su voz era amable al principio, pero a medida que avanzaban, su paciencia empezó a agotarse.
—Sunny, estás distraído otra vez —dijo finalmente, cruzando los brazos—. Necesitas concentrarte.
Sunny bajó el violín, mirando al suelo.
—Lo siento...
—No puedes simplemente decir "lo siento" y esperar que todo salga bien —replicó Mari, su tono más severo ahora—. Este recital es importante. No solo para mí, sino para ti también.
—Estoy intentando... —susurró Sunny, aunque ni él mismo estaba seguro de que fuera cierto.
—¿De verdad? Porque no lo parece.
Sus palabras eran como una bofetada. Sunny sintió que su pecho se apretaba. Quiso decir algo, pero las palabras no llegaban.
Mari se levantó del banco del piano y caminó hacia él.
—Sé que esto no es fácil, pero tienes que esforzarte más. Esta música es especial, ¿recuerdas? Es lo que nos une.
Sunny cerró los ojos, deseando estar en cualquier otro lugar. La presión, el peso de sus palabras, todo era demasiado.
—Mari... no sé si puedo hacer esto —dijo finalmente, su voz apenas un murmullo.
Ella se detuvo, su expresión suavizándose por un momento.
—Claro que puedes. Solo tienes que intentarlo de verdad.
—¿Y si no quiero? —La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera detenerla.
Mari lo miró, atónita. Su expresión cambió rápidamente de sorpresa a una mezcla de frustración y tristeza.
—¿Qué estás diciendo, Sunny? Esto es importante. Pensé que significaba algo para ti.
Él negó con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.
—No puedo... No quiero ser perfecto todo el tiempo.
Mari retrocedió un paso, como si sus palabras la hubieran golpeado físicamente.
—Sunny... yo solo quiero que hagas lo mejor que puedas.
—¡No es suficiente! —gritó él, sorprendiendo incluso a sí mismo.
La habitación se llenó de un silencio tenso. Mari lo miró con los ojos llenos de una mezcla de dolor y confusión.
—Si no te importa, ¿por qué estás aquí? —susurró finalmente.
Sunny no respondió. En su lugar, dejó el violín en el suelo y salió corriendo de la sala.
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El aire fresco de la tarde golpeó su rostro mientras corría por el vecindario. Sus pensamientos eran un torbellino. Cada paso que daba lo alejaba de Mari, pero no podía escapar de las palabras que resonaban en su mente.
"Esto no cambiará nada."
No sabía a dónde iba, solo que tenía que seguir corriendo. El mundo a su alrededor parecía desdibujarse, como si no fuera real.
Mientras cruzaba una intersección, un claxon lo sacó de sus pensamientos.
Un impacto. Y luego, todo se desvaneció.
Oscuridad otra vez.
Sunny estaba de vuelta en el vacío, rodeado por las sombras familiares. Y frente a él, Omori.
—¿Ves? —dijo Omori, su voz suave y carente de emoción—. Te lo dije. Esto es un ciclo. Siempre vuelves aquí.
El vacío pesaba en su pecho como una losa de mármol. Sunny no podía moverse, no podía hablar. Apenas podía pensar. Todo lo que podía hacer era mirar a Omori, que permanecía impasible, mirándolo con esos ojos que eran los suyos, pero al mismo tiempo no lo eran.
—¿Por qué sigues intentando huir? —preguntó Omori, inclinando ligeramente la cabeza—. Ya sabes cómo termina esto. Sabes que no puedes cambiarlo.
Sunny cerró los ojos, deseando que el vacío lo tragara por completo. Pero las palabras de Omori seguían resonando en su mente, implacables y crueles.
—Esto es lo que eres. Esto es lo que siempre serás.
Las imágenes comenzaron a inundar su mente: el violín cayendo al suelo, las lágrimas en el rostro de Mari, el sonido del impacto. Cada detalle era tan vívido que sentía que estaba reviviéndolo una y otra vez.
"¿Por qué estoy aquí otra vez?"
Intentó aferrarse a algo, cualquier cosa que lo sacara de ese ciclo interminable. Pero cuanto más luchaba, más se hundía.
Omori dio un paso hacia él, su silueta monocromática destacándose contra el fondo de sombras.
—¿Lo ves ahora? No importa lo que hagas, siempre volverás aquí. Siempre.
Sunny quiso gritar, pero no pudo. Su voz estaba atrapada en su garganta, ahogada por el peso de la culpa y la desesperación.
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Luz otra vez.
El sonido de voces lejanas lo trajo de vuelta. Al principio, eran apenas murmullos, como si vinieran de otro mundo. Pero poco a poco se volvieron más claras.
Abrió los ojos con dificultad, la luz del sol cegándolo momentáneamente. Estaba acostado en una cama, rodeado de paredes blancas y un olor antiséptico.
Un hospital.
Trató de incorporarse, pero un dolor agudo en su costado lo detuvo. Su cuerpo se sentía pesado, como si cada hueso estuviera hecho de plomo.
—Sunny...
La voz era suave, pero temblorosa. Giró la cabeza lentamente y vio a su madre sentada junto a la cama. Sus ojos estaban rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando durante horas.
—Estás despierto... gracias a Dios.
Él no dijo nada. Apenas podía procesar lo que estaba pasando. Su mente seguía atrapada en el vacío, oscilando entre la realidad y las sombras.
Su madre tomó su mano, apretándola con fuerza.
—Te encontraron en la calle. Dijeron que... que casi no lo logras.
Sunny apartó la mirada, incapaz de soportar la intensidad de su expresión.
—¿Por qué, Sunny? —preguntó ella, su voz quebrándose—. ¿Por qué hiciste algo tan imprudente?
Él no respondió. No tenía una respuesta.
Mientras su madre seguía hablando, sus palabras se desvanecieron en un zumbido lejano. Sunny cerró los ojos, deseando volver al vacío. Al menos allí, no tenía que enfrentarse a nada.
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El ciclo había comenzado de nuevo. Y esta vez, no estaba seguro de si podría romperlo.
LES DIJE QUE ESTABA COCINANDO PERRAS
Ahora enserio, me da mucho gusto darles la bienvenida al nuevo y mejorado post mortem, está vez no ando chambeando solo, ando con unos compás que prefieren mantenerse anónimos pero solo digo que hacen esto mucho mejor que yo xd, sin más que decir, nos vemos en la reescritura del cap 2
OYASUMI
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