[05]
El sol se asomaba por la ventana de Tristan, su miraba bicolor paseaba por cada detalle de su cuarto, tan ordenado como siempre, tan normal como cada día, a excepción de un pequeño o más bien notable detalle.
A su lado, tal como el mismo sol al medio día, brotaba con desorden una melena rubia qué trataba de esconderse entre los suaves hilos de las sábanas de manera inútil pues se podían igualmente divisar asomados por todos lados y en todas las direcciones.
Su piel, algo más bronceada que la del otro príncipe hacia juego con la propia, sin ser tan brutal el cambio y más bien combinando como siempre lo ha hecho.
Aquellas largas pestañas negras y cejas rubias que casi siempre permanecían inexpresiva o burlonas.
Aquella figura fornida qué a pesar de su edad, parecía haber tenido toda una vida de entrenamiento, ahí, justo en su cama yacía el caballero de la guerra, Lancelot.
Aquel que estremecia la joven generación de guerreros, ese chico a quien el mismo rey de Liones le había encargado las más importantes misiones sin fallar en ninguna. Sin dejar enemigos por donde caminaba, siempre cumpliendo con su deber.
Ese que fue abandonado por su maestra y ha alcanzado el absurdo nivel de poder de un pecado y quien sabe si mayor a algunos de los ya mencionados.
Lancelot era un caballero de temer, nadie que haya peleado contra él vive para contarlo.
Tan poderoso.
Tan temible.
Tan solo.
Tan... Miserable...
Aquel chico quien tuvo unos primeros años normales, viviendo bajo el manto de sus padres, resguardado por el bosque y cuidado por su maestra.
Joven caballero con el peso de décadas en tan poca edad, perdido por años, separado de su realidad, forzado a entregarlo todo a cambio de poder.
Pobre Lancelot
Estigmatizado como guerrero inquebrantable y forzado a dejar su niñez.
Tristan lo sabía, sabe mucho de él. Sabe que pese a parecer alguien muy frío y siempre serio, el joven rubio tenía un lado juguetón, un lado que no podía salir a flote fácilmente. Tenia ya un yugo encima, debía ser la espada y escudo del grupo. La voz de la razón y la fortaleza de los cuatro.
Amado varios, odiado por muchos, admirado por todos.
Con aquella mirada filosa qué en onde la inocencia de un niño tras ella. Tristan había sido testigo de aquel lado infantil, aquel lado de un niño que posiblemente fue forzado a no salir.
Lo veía divertirse con pequeñas cosas. Jugar con animales, hacer figuras con materiales de la naturaleza como si de juguetes se tratara.
Algunas veces cantar, otras solo saltar libremente por ahí, comer cosas a escondidas y ser él mismo cuando Percival, siendo tan inocente e infantil, sacaba su mejor cara.
Entiende por que le tiene tanto afecto al chico de cabello verde.
Es la ternura de un crío en el cuerpo de un joven, tan limpio y puro como el amor mismo y siendo tan ingenuamente amable hasta con sus enemigos.
Percival es alguien que no juzga, no odia de corazón y siempre espera lo mejor de los demás.
Logra sacar lo mejor incluso del peor. Algo que ni el mismo Tristan logra hacer algunas veces.
Sabe, lo sabe bien. Hay destinos que han sido peores, gente que ha pasado más calamidades, personas que en ese momento deberían estar deseando morir por el sufrimiento.
Pero también quiere ser egoísta, ¿no debería ser la vida de un príncipe lo que se espera de ella?
Él es un príncipe, vive a su manera, pelea por deseo propio, su madre es amorosa, comprensiva y capaz al igual que su padre.
Tiene lujos, seguidores qué darían su vida por él, hace lo que quiere cuando quiere y aun así tiene quejas.
El príncipe de Benwick por su parte debería estar en una situación similar. Debería porque ambos son príncipes y la vida que están supuestos a tener tiene que estar al alcance de una orden.
Pero aquel joven, príncipe, a pesar de tenerlo todo, no tiene nada. Noches en vela protegiendo seres que podrían traicionarlo a cambio de su propia libertad, días de misiones con enemigos cada vez más poderosos, teniendo la fina línea del SI podría o no regresar con vida, la responsabilidad de ser el más fuerte y tener que demostrarlo.
Para un príncipe el cual podría tenerlo todo, ¿Cuál es la diferencia entre él y cualquier aldeano si ninguno podrá nunca aspirar a la tranquilidad que brinda el dinero para vivir de ello? Ninguno está a salvo de la violencia porque ambos son su propia guardia, ninguno sabe donde estará mañana.
—Deja de mirarme con pena— a penas dijo aquello, sus rubies chocan con aquellos bicolor cual zafiro y amatista —¿Qué te ha dado el derecho de ver en mi a un necesitado? ¿Quién te hizo entender que necesito un palacio para ser feliz? Soy un caballero, uno como cualquiera en este reino, mi vida, como caballero es insignificante y cuando decidí portar dicho mérito entregué mi vida al verdugo qué logre hacer rodar mi cabeza.
La sabana cae, Tristan puede ser el cuerpo semi desnudo de su amigo. Ambos en la cama, uno aparentemente enojado y el otro avergonzado.
—Soy un caballero, Tristan. Un príncipe fuera de su reino retira de su cabeza la corona y se convierte en uno más de su entorno.—
Su adormilada voz, recién pudiendo pronunciar palabras por haber estado en reposo, es algo casi calmante para el albino quien deberia recibir ese regaño de otra manera pero prefiere concentrarse en cosas que para él, son más satisfactorias.
¡Vaya descaro!
Desconocía su imagen y mente, pero al final del día no había arrepentimiento en su accionar.
—No estarías molesto reclamando mi pensar, si en primer lugar, no me metieras en mi mente cuando se te viene en gana. Mi percepción de ti es algo que no te revelaria honestamente ni aunque se me aplicase una tortura. Pero soy transparente como el agua para ti, es tu culpa por no respetar lo que mis labios no quisieron decir.
Girando los ojos, el rubio vuelve a tomar su posición inicial en la cama, esta vez, hace a un lado las sábanas dejando espacio al otro príncipe para que se acerque. Obedientemente, el heredero del reino lo hace, pegando si cuerpo al ajeno y cerrando los ojos cuando un suave beso fue depositado en su cabellera larga.
—No quiero que sientas tristeza al pensar en mi. Estoy orgulloso de lo que soy, no tengo tantos seguidores como tú y definitivamente la gente espera el mínimo de perfección siempre de mi. Pero este es el camino que he elegido —mirando el resplandor que entra por el ventanal, recuerda como la noche anterior había irrumpido en aquel aposento sagrado— más deberia temer. Mi cuello el yugo de la espada del tío Meliodas cuando se entere esto.
—Mnh... Sí, yo también estaría preocupado de ser tú. Pero no soy tú y he decidido dejar las cosas fluir. —
Un bufido, eso es lo único que escucha Tristan ahora soltando libres carcajadas al mismo tiempo que se da la vuelta y sin pensarlo demasiado, hace que sus labios se unan tranquilamente a los ajenos. De una forma lenta, suave y dulce, no tenían nada que hacer por el momento y aún era bastante temprano, lo sabe por el sol quien a pesar de tener ya rayos visibles, no estaba del todo fuera.
—Lance...
—Dime.
—Si llegamos al siguiente paso, quiero ser el de arriba.
La brutalidad con la que salió aquello sin siquiera pensarlo dejó abrumado al rubio, el shock total mientras sus ojos se expandian tanto que sudaba poder cerrarlos luego.
—Eres imbécil, Tristan.
Pero entre risas, jugueteos y uno que otro beso robado, ambos se descuidaron bajando bastante sus señales de alerta y desde un lugar muy lejano, la risa de un rey se asomaba junto al terror de una reina.
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