PRÓLOGO
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Oscuridad.
Silencio.
Pánico.
Dos corazones palpitaban aceleradamente sin rumbo por el centro del bosque en una búsqueda llena de esperanza, como si no tuvieran miedo. Pero las emociones en un lugar como este eran perfectamente un descontrol.
—¿Estamos perdidos? —Preguntó el pequeño niño a su hermana mayor.
Davina, una niña traviesa y aventurera sabía la respuesta, pero no quería asustar a su hermano. Después de todo esto fue su culpa, si jamás hubieran salido al bosque en busca de la criatura que produce sus pesadillas, mintiendo con la excusa de que iba a buscar manzanas para el pastel del cumpleaños de su madre, su situación sería diferente.
Como respuesta le brindó una sonrisa tranquilizadora llena de falsedad, pero que cubría el miedo que estaba manifestándose en su cabeza.
Ambos hermanos tomados de la mano caminaron algunos metros más, hasta que hallaron un jardín lleno de flores y en medio, un camino que los llevó directo a una cabaña.
—Podríamos preguntar aquí —Davina se emocionó al ver que habían llegado a un lugar donde podrían ayudarlos.
Aceleró el paso dejando a su hermano atrás. Y cuando estuvo a punto de tocar la puerta, ésta se abrió de inmediato. Ella no sospechó nada, solo entró antes que su hermano y comprobó que la casa parecía estar abandonada. Aunque eso no explicaría el jardín vivo.
—Davi... tengo miedo —Murmuró aterrorizado su hermano.
—No permitiré que nada te pase hermanito.
Davina abrazó a su hermano para mantenerlo calmado, pero dentro de sí estaba asustada. Esa cabaña parecía estar vacía. Las telarañas que se trepaban en las esquinas y el polvo sobre los muebles contradecían lo bien que estaba el jardín.
Nadie podría vivir en medio de tanto polvo y mantener un jardín impecable. Había algo que no estaba bien, fue entonces cuando la puerta se cerró a causa de una ráfaga.
La oscuridad invadió la cabaña y como su hermano tenía mucho miedo, inspeccionó la casa hasta conseguir un fósforo que encienda las velas sobre una mesa desnivelada. En el trayecto se dio cuenta que no habitaba absolutamente nadie.
—Vámonos Ascián —Murmuró la castaña aún no convencida.
Se dirigió a la puerta de salida dispuesta a correr, pero por más fuerza que ocupe para jalarla no logra abrirla. La vela que sostenía se apaga, las cortinas polvorientas se baten como si hubiera un huracán y el piso tiembla.
Los niños gritaron del susto y antes de que se pudieran abrazar, una nube negra descendió entre ellos, de la cual salió una figura delgada con ropa oscura y apretada a su cuerpo, sus párpados estaban cerrados, pero cuando los abrió desearon jamás haber visto sus ojos. Efectivamente era una mujer, de cabellos negros, labios hinchados muy rojos, una pequeña nariz y ojos de color violeta por completo, casi en un brillo, no tenía pupilas más que sus ojos fijos hacia Ascián
La mujer de negro comenzó a caminar frente a Ascián, mientras el niño retrocedía asustado y llorando. Parecía no estar en sí misma pues sus pasos eran lentos y casi torpes.
—No le hagas daño —Davina gritó asustada.
—Por favor déjalo —Repitió esperanzada.
Sin embargo, la mujer no la escuchó, con una sonrisa en sus labios continuó su paso lento hacia el inocente niño.
Sacó una daga de entre sus manos, y la sostuvo frente a Davina para que retrocediera. Y así fue, no tuvo elección, la mujer de negro perdida en sí, no utilizó ni el 50% de su poder oscuro aquel día. Su objetivo fue fácil.
Con su mano derecha de uñas largas y punzantes atravesó el pecho del pequeño niño, que gritó de terror al sentir el dolor que le ocasionó.
La sangre salpicó en la vestimenta de la mujer, haciéndola sonreír. Davina que presenciaba la escena llorando, intentó acercarse al inmovible cuerpo sin vida de su hermano, pero la mujer de negro arrojó el corazón del niño y elevó a la niña unos centímetros sin siquiera tocarla.
—Davina, Davina...
Habló claro y con voz fuerte, ocasionando que la piel de la niña se erice.
—¿Cuántas veces debo demostrarte que nunca lograrás derrotarme?
Davina no entendía de lo que estaba hablando, pero le resultaba muy familiar, como si esas palabras fueran algo que ya había escuchado. Mientras escuchaba se centró en la cicatriz de la mejilla izquierda, parecía como si recién se la hubiera hecho.
—En cualquier vida, siempre serás mi presa y yo tu cazadora.
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