Ethos.

Miro de soslayo a las familias que abrazan a sus hijos mientras esquivo las maletas que están cerca de pisarme los pies, suspirando.

Mis padres no podían venir a despedirme. Mi madre estaba atrapada en otra jornada de trabajo interminable, como siempre, y mi padre... Bueno, mi padre vive cómodamente a kilómetros de aquí, en el Distrito Norte, con su amante. No he visto a ese hombre desde que tenía dieciséis años, cuando decidió que mantenernos con un cheque mensual era más fácil que ser parte de nuestras vidas.

Desde entonces, somos solo mi madre y yo. Ella es la única familia que siento tener de verdad. Su trabajo la tiene explotada, pero siempre ha hecho todo por mí. Le debo mucho, y aunque le insistí que no se preocupara por no estar aquí, no puedo evitar sentir un vacío al no verla.

Mi hermana mayor, Jessica, vive con él. Desde el divorcio, dejamos de hablar. No sé si fue decisión suya o simplemente algo que ocurrió, pero al final ni ella ni yo hicimos mucho para arreglarlo. 

Sigo avanzando por el Distrito Sur hacia la gran nave frente a mí. Es la academia. Me espera. Mis ojos se desplazan de un lado al otro mientras me muerdo las uñas, un hábito que intento dejar pero que siempre vuelve cuando estoy nervioso. Sé perfectamente que, una vez que suba allí, toda mi vida cambiará.

Nueva rutina, nuevas personas, nueva academia. Nueva vida. Y creo que estoy listo para esto.

El ascensor está a la vista, y con él, la promesa de lo que está por venir. No me detengo a mirar más, mi objetivo está claro: llegar rápido y ponerme en marcha.

—¡Eh, tú!

Mi reacción es automática, pero sigo caminando, no pienso detenerme. A nadie le importa un novato como yo.

—¿Eres sordo o qué?

Alzo una ceja. Alguien me agarra del hombro, girándome sin previo aviso. Un tipo alto, con una mirada que podría cortar el aire y con un aire de desdén que me da la sensación de que está buscando problemas.

—¿Qué? —le suelto, un poco molesto, pero trato de mantener la calma. No estoy aquí para pelear con desconocidos.

—Súbete al ascensor.

Una orden, claro. Como si me estuviera haciendo un favor. Mi mirada se endurece. Esto ya me está empezando a joder.

—¿Quién te crees que eres para hablarme así? —Mi tono no es suave, y su mano sigue sobre mi hombro. La retiro de golpe y lo miro fijamente, desafiante.

—Seven. —El tipo responde con total calma, como si no le importara lo más mínimo lo que pienso.

—¿Seven? ¿Como el número? —No puedo evitar soltar una risa baja, casi burlona. Es un nombre raro, y algo en eso me hace reír.

—¿Te estás burlando de mí? —su voz se tensa. Ya no está sonriendo, y sus ojos ahora parecen más fríos. 

Me encuentro con su mirada, y por un segundo siento la tensión en el aire. Pero no soy de los que se quedan callados si alguien me está dando esa actitud.

—No me estoy burlando, pero si no te gusta mi risa... mejor no la tomes tan en serio. —Me acerco un poco más, sintiendo cómo la tensión aumenta—. La próxima vez que me pongas una mano encima, no va a ser tan fácil que te la quite.

Su rostro se endurece aún más, pero no dice nada. Solo me observa en silencio, cruzando los brazos como si estuviera evaluando si me hace falta algo más para callarme la boca.

—Tienes carácter, novato. Pero no creas que aquí va a ser tan fácil. —Sus palabras son frías, y la amenaza está clara, aunque no la dice de forma directa.

No puedo evitar sonreír un poco. Esto no va a ser fácil, pero no busco que lo sea.

El ascensor llega y las puertas se abren. Estoy a punto de entrar cuando escucho una última cosa.

—La vida aquí no va a ser fácil, Ethos.

Me quedo mirando las puertas cerrándose con una mezcla de desconcierto y algo de interés. ¿Cómo sabe mi nombre? Lo único que sé es que este lugar no va a ser tranquilo, pero algo me dice que eso solo hace que lo quiera más.