Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5.

La entrada a la Zona Mental es un hervidero de miradas. Las siento sobre mí mientras me escoltan hacia mi habitación. Camino sin reparar si Selene está entre la multitud. No quiero cargarlo con mis problemas; seguramente ya tiene suficientes propios.

Al llegar, paso mi huella dactilar por el lector y entro, girándome para dirigir una mirada severa a quienes me escoltan.

—Váyanse —ordeno, aunque mi furia inicial cede, dejando paso a un malhumor aplastante.

—Órdenes son órdenes —responden al unísono los guardias, sin siquiera mirarme. Son hombres asignados a la puerta de la Zona Física para prevenir conflictos, y ahora parecen parte de mi sombra.

—Joder —murmuro mientras cierro la puerta con un golpe seco. Seguro se quedarán afuera hasta que mi estado de "peligrosidad" desaparezca, según las palabras del entrenador.

Apenas entro, libero mi frustración pateando todo a mi paso. Finalmente me desplomo boca abajo en la litera, gritando contra la almohada para exorcizar el eco de la risa burlona de Seven en mi mente.

Pasados unos minutos, una voz familiar interrumpe desde la puerta:

—¿Qué pasa aquí? Esta es mi habitación, y vi a mi compañero escoltado... —La voz de Selene carga preocupación y urgencia—. Por favor, permítanme entrar. Lo conozco y puedo calmarlo.

Tras un murmullo de los guardias, escucho el sonido de la puerta al abrirse y pasos ligeros acercándose. Me giro de costado, pretendiendo dormir. Suspiro, intentando mantener la farsa.

Los pasos se detienen frente a mí. Un aliento cálido roza mi rostro, acompañado de un aroma dulce que no logro identificar del todo.

—Sé que no eres así —dice Selene en un murmullo—. Algo tuvo que haberte enfurecido mucho para reaccionar de esa manera. También sé que me escuchas. No estás dormido; sólo lo finges.

» Pero no voy a obligarte a decir nada, Skye. Aunque me gustaría que confiaras en mí como yo comienzo a hacerlo contigo.

Abro un ojo, mi curiosidad superando la resistencia. Selene está frente a mí, su cabello más corto cayendo grácilmente sobre su rostro. Sus rasgos relajados me inspiran una calma inesperada.

—No tienes ningún rasguño —continúa, su tono tornándose más serio—. Bueno, salvo por el labio cortado. Dime, ¿qué ha pasado?

Me incorporo, sentado al borde de la cama. Me molestaría ese tono analítico si viniera de otra persona, pero no de Selene. Me quito la camiseta de entrenamiento de un tirón, lanzándola lejos. Su mirada ansiosa sigue cada uno de mis movimientos.

—Te equivocas —digo, señalando un par de rasguños en mis brazos, justo debajo de los hombros—. No se notaban con la camiseta, pero los siento porque arden. —Fuerzo una sonrisa apagada—. Le pegué a Seven. Se pasó de la raya con sus comentarios.

—¿Un golpe o más? —pregunta con una mezcla de incredulidad y humor.

Lo miro irónico, provocando una risa ligera en él. Su risa me desarma un poco.

—Empezó a joderme contigo —admito, bajando la mirada—. Decía idioteces sobre que yo... fantaseo contigo. Me quiso tomar como si fuese uno de ellos enfrente de los inútiles del gimnasio que solo observaban.

Mis palabras cuelgan en el aire, y Selene no responde de inmediato. Su mirada permanece fija en la mía, penetrante pero tranquila. Suspiro profundamente, incapaz de sostener el contacto visual.

—No soy gay—mascullo—. Perdí la cuenta de las mujeres con las que estuve, y cada una demuestra más mi heterosexualidad. Pero sus burlas... ¡joder! Me quiso tomar como si fuese uno de ellos enfrente de los inútiles del gimnasio que solo observaban.

El silencio se rompe cuando Selene se acerca más. Antes de que pueda reaccionar, me envuelve en un abrazo firme, su rostro apoyado en mi pecho.

—No tienes que devolverme el abrazo —murmura. Su calidez me desarma. Rodeo su espalda con mis brazos de manera instintiva, hundiendo el rostro en su cabello.

Un toque húmedo roza mi hombro. Intento alejarme para verlo, pero Selene mantiene el abrazo, reteniéndome.

—Siempre estaré junto a ti como un amigo, pase lo que pase —dice, su voz apenas un susurro—. Jamás te juzgaré, Ethos.

Sus palabras se clavan profundamente. Por un instante, el caos se disipa. Por un instante, todo está bien.

💫

Días después, la calidez del abrazo de Selene aún persiste mientras me acomodo en el borde de la cama, intentando ordenar mis pensamientos. Lo observo moverse por la habitación, recogiendo su mochila con una quietud que me resulta desconcertante. No sé por qué me fijo en estas cosas, pero lo hago.

—¿Alguna vez has pensado en cortarte el pelo más corto?—pregunto de repente, sin planearlo. Mi voz suena más seria de lo que pretendía.

Selene se detiene, parpadeando con sorpresa antes de mirarme.

—¿Qué?

—Nada en contra de cómo lo llevas ahora—añado rápidamente—, pero... creo que te vendría bien algo más práctico. Algo que encaje mejor aquí.

—¿Qué quieres decir con "encajar mejor"?—pregunta, ladeando la cabeza.

Esa pequeña inclinación, junto con su tono tranquilo, me desarma. Desvío la mirada, cruzándome de brazos.

—No es por ti, Selene. Pero aquí, las cosas son... distintas. A veces tienes que pasar desapercibido. Y creo que un corte más varonil te ayudaría con eso.

Selene frunce ligeramente el ceño, pero no parece ofendido. Su calma habitual parece envolver cada palabra que dice.

—Supongo que si lo sugieres, tienes una idea de quién podría hacerlo, ¿no?

—Sí. Mi amigo Zen. Es barbero, entre otras cosas.

—¿Entre otras cosas?—pregunta con una sonrisa, el destello de humor en sus ojos más evidente que nunca.

—Lo entenderás cuando lo conozcas—respondo, desviando la conversación antes de que me pierda en esa sonrisa.

Selene parece reflexionar por un momento, pero finalmente asiente.

—Si crees que me ayudará, confío en ti.

El camino hacia la habitación ciento setenta y ocho transcurre en silencio, aunque no incómodo. Selene camina a mi lado con su paso ligero, casi despreocupado. No sé por qué lo noto, pero lo hago. Es algo en la forma en que camina, como si todo el peso del mundo pudiera aplastarlo, pero él seguiría avanzando con esa serenidad suya.

No puedo evitar pensar que un corte de pelo lo cambiará. Lo hará menos... él. Más varonil, más acorde a lo que debería ser. Quizás, con ese cambio, este interés extraño que siento por él desaparecerá. Porque tiene que desaparecer.

Al llegar, aprieto el ícono del timbre varias veces.

Abren la puerta, y Zen aparece al instante: alto, casi como yo, con cabello rojo desordenado y ojos claros llenos de chispa. Su sonrisa relajada y despreocupada lo hacen parecer ajeno a cualquier problema.

—¡Ethos!—Acompaña su éxtasis con una palmada en mi hombro que es más camaradería que protocolo.—. ¡Pensé que te habías caído del mapa, cabrón!

—Ni que fuera tan fácil deshacerte de mí—respondo, apartándome ligeramente cuando se acerca demasiado—. Necesito un favor.

Zen me mira con curiosidad, y luego sus ojos se posan en Selene.

—Ah, ya veo. ¿La chica necesita un cambio de look?

—Exacto—respondo, ignorando la mirada incómoda de Selene—. Solo un corte. Algo que lo haga pasar más desapercibido.

Zen se cruza de brazos, evaluando a Selene como si fuera un lienzo en blanco.

—Puedo hacerlo. Siéntate ahí—dice, señalando una silla frente a su espejo improvisado.

Selene obedece en silencio, y yo me apoyo contra la pared, observando cómo Zen trabaja con rapidez y precisión. Sus manos parecen bailar mientras corta mechones desiguales, y Selene mantiene los ojos cerrados, relajándose poco a poco.

—Ethos apareció por Hampton Street cuando tenía dieciséis—comienza a narrar Zen. Lo miro con advertencia, pero él hace caso omiso—. Venía con su madre, recién llegados a un departamento de mala muerte después de que su viejo los despojara de toda la riqueza. Aunque ahora no parezca, lo que desencajaba allí... no te lo puedes imaginar.

Zen parece sonreír, como si estuviera rememorando aquellos días con cierta nostalgia, pero cuando finalmente me ve, su tono cambia a uno más bajo.

—Recuerdo que los primeros días fueron jodidos. El tipo no tenía idea de qué hacer, pero su madre, Jane, ella... ella siempre estuvo ahí para mantenerlos a flote. Entonces, empezamos a hacer unos trabajos por ahí. Nada espectacular, trabajos de esos que no te cambian la vida, pero que te dan para sobrevivir. Éramos jóvenes, ¿sabes? Recuerdo que hacíamos reparaciones, cortábamos césped, hacíamos mudanzas, e incluso cosas más demandante. Pero Ethos... siempre era el tipo que trataba de mantener la cabeza fría con tal de ayudar a su madre.

Zen da un paso atrás, mirando a Selene en el espejo mientras continúa con el corte, pero antes de que pueda seguir, lo interrumpo.

—Eso es suficiente, Zen—Mi tono se hace más firme, y clavo la mirada en él—. No es necesario que le cuentes todo.

Zen, sonriendo de forma casi inocente, se encoge de hombros y me lanza una mirada cómplice, como si me desafiara a decir algo más. Suspiro.

—Tranquilo, no estoy diciendo nada que no sepa ya, o que no se vaya a enterar eventualmente.—dice, continuando con su trabajo, pero con una sonrisa pícara que parece dejar en claro que sabe lo que hace.

No respondo. Solo lo observo en silencio, y Selene, que está inmóvil mientras Zen sigue cortando su cabello, parece absorber cada palabra, aunque su rostro permanece impasible.

Intento no mirar demasiado, pero mis ojos parecen tener vida propia. Me fijo en cómo su rostro empieza a tomar una nueva forma a medida que el cabello cae al suelo, en cómo cada línea de su expresión se hace más nítida. Hay algo sorprendentemente... atractivo en su apariencia, y ese pensamiento me golpea como un balde de agua fría.

Zen termina con una sonrisa triunfante y da un paso atrás.

—Listo. Ahora sí que encajas.

Selene abre los ojos y se observa en el espejo. Por un momento, parece sorprendido, pero luego una pequeña sonrisa se asoma en sus labios.

—Gracias... —murmura con un tono que casi no reconozco.

—Te queda bien—digo sin pensar, y me arrepiento un poco por decirlo.

Selene me mira, y hay algo en sus ojos que me desarma. Asiente ligeramente antes de levantarse de la silla.

—Gracias a los dos—dice, su voz más firme esta vez.

Salimos de la habitación, y mientras caminamos de regreso, no puedo evitar notar que nada ha cambiado. Y el peso de ello me acompaña en cada paso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro