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Capítulo 4.

El entrenamiento comienza con una presencia arrolladora.

—¡Buenos días, futuros soldados! —la voz del jefe de entrenadores, Draco, corta el aire con autoridad. Su mirada gris como un diluvio amenaza con calarnos hasta los huesos mientras inspecciona a cada uno de nosotros.

Draco no necesita gritar para imponerse. Su cabello rubio, peinado impecablemente hacia atrás, contrasta con su piel pálida y su ceño severo. Dicen que sus ancestros vinieron de un lugar llamado Alemania, un "país" del que apenas tenemos registros. Lo único claro es que este hombre vive para forjar soldados, no para recordar.

—Ethos Skye, Jacob Müller, Wes Jacobson y Alessandro D'Angelo... —su voz pronuncia mi nombre con un tono que suena más a juicio que a reconocimiento. Camino hacia el grupo asignado, agradecido de no estar junto a Seven. Por poco tiempo.

—... Seven Clark a Boxeo.

Mi estómago se hunde. Siento su mirada fija en mí mientras se acerca. Ignoro el peso de su presencia y me concentro en la bolsa de boxeo más cercana, lanzando golpes controlados. Es mi refugio, desde que mi madre me regaló una bolsa a los doce años para canalizar la ira que me dejó el abandono de mi padre. Sin embargo, incluso ahora, esos recuerdos se cuelan entre los golpes.

—Ya veo que Skye ha empezado —dice Draco, con un tono mezcla de firmeza y aprobación—. Busca unos guantes si no quieres lastimarte, hijo.

Asiento y voy por los guantes. Al regresar, una figura se interpone entre la bolsa y yo. Seven. Su expresión altiva y su sonrisa burlona hacen que mi paciencia tambalee.

—Estaba usando esta bolsa —digo, tratando de sonar tranquilo.

—Lárgate de aquí, Skye —responde, pronunciando mal mi apellido a propósito.

—Se pronuncia Skyé, por si no te diste cuenta —mi voz se endurece.

—No me importa, Skye. —Sonríe de lado, como si disfrutara verme perder el control.

Doy un paso atrás, intentando calmarme. Pero entonces se inclina un poco hacia mí, lo suficiente para que su voz sea un susurro tenso.

—Selene, tu compañerito de cuarto... Parece que te metiste en un territorio que no te corresponde.

Mi corazón da un vuelco. Frunzo el ceño, intentando leer su expresión, pero su burla es como una pared impenetrable.

—¿De eso se trata? —suelto, con sarcasmo—. ¿Te siguen moviendo las braguitas porque vivo con él y tú no?

Su carcajada resuena en el gimnasio, atrayendo miradas.

—Tal vez. Aunque me pregunto si a ti también te calienta convivir con él. ¿Acaso no serás gay tú también? —su tono burlón es lo suficientemente alto como para arrancar risas y silbidos de los demás.

La tensión explota cuando sus palabras retumban en mi cabeza. El gimnasio parece hacerse más pequeño, sus murmullos se mezclan con mi respiración acelerada. Siento el calor en mis mejillas y el latido ensordecedor en mis oídos.

—¿Qué dijiste? —mi voz es baja, peligrosa, pero Seven no se inmuta.

—Lo que escuchaste. —Su sonrisa burlona se ensancha, y la chispa en sus ojos es un desafío que no puedo ignorar.

El aire a mi alrededor se torna denso. Miro a mi alrededor, esperando que alguien intervenga, que Draco diga algo, pero el entrenador observa con los brazos cruzados, sin moverse. Siento que el mundo entero me empuja a reaccionar.

Doy un paso hacia adelante, mi puño se cierra con fuerza, pero aún trato de contenerme.

—Tienes un problema conmigo, dilo claro. No uses a Selene como excusa —suelto entre dientes.

Seven inclina la cabeza, fingiendo considerar mis palabras. Su expresión cambia, de burla a algo más oscuro, más peligroso.

—¿Un problema contigo? SAkye, no me interesa quién eres, lo que haces o lo que piensas. Pero sí me interesa ver cómo pierdes el control. Y parece que ya estoy logrando eso. —Su tono es suave, calculado, pero cada palabra es una provocación cuidadosamente dirigida.

El nudo en mi pecho se aprieta. Trato de alejarme, de ignorarlo, pero cuando empiezo a girarme, siento su mano en mi hombro. No es un gesto agresivo, pero basta para encender la chispa.

—No te metas conmigo —gruño, apartando su mano con un movimiento brusco.

Seven da un paso atrás, levantando las manos en un gesto de falsa inocencia, pero su sonrisa no desaparece. En ese momento, mi paciencia se quiebra.

—¿Eso es todo lo que tienes? —pregunta, y antes de que pueda pensar, me volteo y conecto el puño con su mejilla.

El impacto resuena como un disparo. Seven tambalea, pero no cae. La sorpresa en su rostro dura apenas un segundo antes de que se transforme en pura rabia. Me lanzo hacia él, y en un instante estamos en el suelo, rodando entre golpes y empujones. Cada movimiento suyo alimenta el fuego en mi interior. 

—¡Detente, Ethos! —la voz de Draco rompe el caos, pero no puedo escucharla. Todo lo que veo es a Seven, su sonrisa burlona, sus provocaciones.

Un golpe suyo impacta en mi boca, el sabor metálico de la sangre me despierta del trance. Trato de levantarme, pero unas manos me agarran desde atrás, arrastrándome lejos de él. Lucho contra el agarre, mi cuerpo todavía ardiendo de furia.

—¡Voy a matarlo! —grito, sin realmente entender mis propias palabras.

Seven se incorpora, limpiándose la sangre de su labio con el dorso de la mano. Su sonrisa sigue allí, intacta, y eso duele más que cualquier golpe.

—¡Detente, Ethos! —la voz de Draco se pierde en el caos.

Un golpe me saca del trance. Seven se pone de pie, magullado pero desafiante, y me devuelve el golpe. Siento el sabor metálico de la sangre en mi boca, pero no retrocedo.

De pronto, unas manos firmes me agarran desde atrás y me arrastran fuera de la pelea.

—¡Suéltenme! —grito, mientras intento zafarme.

La sonrisa burlona de Seven persiste, incluso con la sangre goteando de su rostro. El gimnasio entero guarda silencio. La rabia en mi pecho es reemplazada por un vacío helado mientras las manos del entrenador me empujan fuera del ring.

Esta vez, no me siento un soldado. Me siento un enemigo.

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