Ethos.

No me lleva mucho encontrar la habitación asignada. Apenas cruzo la puerta, dejo caer la maleta junto a la litera inferior y me desplomo sobre el colchón. No está mal, aunque algo duro. Será suficiente para las próximas cuatro horas de viaje.

Al estirarme, mis pies golpean la pared de la habitación, recordándome el encontronazo previo con mi maleta. El tobillo sigue latiendo.

—Fantástico —gruño, masajeando el área adolorida mientras dejo escapar un suspiro.

El sonido repentino de la puerta abriéndose me interrumpe. Al alzar la vista, me encuentro con alguien en el umbral. La chica que entra tiene el cabello rubio cayendo en ondas suaves por las orejas, ojos cálidos de un tono miel que parpadean con curiosidad, y una piel clara con un brillo dorado que refleja la luz tenue de la cabina. Su suéter oversize blanco y su sastrero del mismo color le dan un aire práctico, pero estilizado.

¿Espera... ella?

—¿Qué haces aquí? —pregunta directamente, su voz firme aunque suave.

Me siento en la cama, apoyándome en un codo mientras intento ordenar mis pensamientos.

—Estaba por echarme una siesta, pero parece que no soy el único habitante de esta cueva.

Ella frunce ligeramente el ceño, con una mezcla de desconcierto y desconfianza.

—Esta es la habitación ciento cuarenta y ocho.

—Entonces estamos en el lugar correcto. —Sonrío, dejando que mi tono se vuelva más ligero—. Aunque debo admitir que esperaba un compañero de cuarto con menos curvas.

El comentario parece tomarla desprevenida. Sus mejillas se enrojecen ligeramente, y desvía la mirada por un segundo antes de devolverme una mirada firme.

—Selene —dice de golpe, ignorando mi observación—. Soy Selene.

—Ethos—respondo, ofreciéndole una mano con una sonrisa confiada—. Encantado.

Ella duda un instante antes de estrecharla. Su mano es pequeña y fría, pero firme.

—¿Estás bien? —pregunta, señalando mi tobillo con un movimiento de la cabeza.

—Nada que no pueda manejar. Mi maleta y yo tuvimos una discusión, y claramente ganó. —Me encojo de hombros, quitándole importancia al dolor.

—Deberías ponerte hielo.

—¿Y arruinar la oportunidad de dramatizar un poco más? —bromeo, apoyándome contra la pared mientras sonrío de lado.

Selene no responde al instante. Parece evaluar si estoy siendo honesto o simplemente un idiota. Me gusta pensar que es un poco de ambas.

—¿Tienes hielo? —pregunta al final, cruzando los brazos con algo más de confianza.

—No exactamente. ¿Tú?

Ella resopla suavemente, negando con la cabeza.

—No. Pero podemos buscarlo.

—¿Dejar la comodidad de mi litera por un poco de frío? —Levanto una ceja, fingiendo indignación antes de sonreírle—. Supongo que vale la pena si es contigo.

La incomodidad regresa a su rostro, pero esta vez no parece desagrado. Es ese tipo de nerviosismo que me gusta.

—¿Vamos o prefieres seguir cojeando aquí? —pregunta, intentando mantener un tono neutral mientras avanza hacia la puerta.

Me pongo de pie, probando el tobillo con cuidado. Me duele, pero nada grave.

—Te sigo. Pero solo porque insistes.

Ella lanza una mirada breve sobre su hombro antes de abrir la puerta. Salgo tras ella, dejando que mi mirada la siga mientras camina delante. El cabello le cae en suaves ondas que se mueven con cada paso, y su figura, aunque pequeña, parece irradiar una determinación que intriga.

Sí, definitivamente mi compañera de cuarto es más interesante de lo que esperaba.

n/a: hace 7 años que no hago una nota de autora jeje, por lo que esto se siente algo nostálgico :,) espero que les haya gustado, y gracias por el apoyo. <3