1. Los recuerdos son momentos efímeros del ayer
Te recuerdo. Recuerdo tu dulce aroma a azahar y menta.
Recuerdo tus labios, tu pelo. Tu sonrisa que abarcaba diez mares. Te llevo en mi corazón.
Todavía sigo llevando aquel detalle de tu existencia en mi cuello, golpeando una vez tras otra contra mi pecho. Sigo manteniendo tu recuerdo presente en casa, porque los niños no se han olvidado de ti.
“¿Dónde está papá?”
“Hijos, papá está ahora lejos, pero pronto volverá con una sonrisa a casa, volverá a estar con nosotros”.
Pero el hecho es que no volviste. No te culpo; no merezco culparte.
Porque si lo hiciera, estaría faltándote al respeto, siendo como fuiste uno de nuestros protectores.
¿Te acuerdas de aquel día, hacia 1916? Me llegó una foto tuya con uno de tus compañeros militares. Cargabas una gran escopeta —supuse que era una escopeta— bajo tu hombro. El otro sonreía, mientras se colocaba la gorra.
Fue muy emotivo verte, a la vez que nostálgico. Incluso pensé:
“Qué mayor se ha vuelto en tan pocos años fuera de aquí”.
Conservo aún este recuerdo latente de tu existencia.
Y es por eso por lo que los recuerdos son momentos efímeros del ayer; de un ayer que nunca llegará y de un mañana sin sentido sin ti.
Hoy celebramos el aniversario de tu muerte, como ya sabrás. Pero sigo sin poder decírselo a los niños. ¿Cómo puedo contarles que estás muerto, que moriste en la Gran Guerra?
No puedo todavía, Charles. Soy incapaz de hacerles daño ahora diciéndoles esto.
Y si no lo hago, pronto ellos me castigarán y me fustigarán con sus palabras de rencor.
Y mi sangre formará entonces un manantial de recuerdos.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer?
Quiero volar, quiero huir de aquí. Alzar mis plumas y elevarme, siempre hacia ti.
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